DÉJAME LIBRE…
—¿Estás mejor? —Zahida negó mientras recibió una cucharada de sopa, que Laya, la criada, le estaba dando con paciencia.
—Siento que incluso me cuesta respirar… —Laya miró hacia la puerta y negó un poco preocupada por su aspecto.
Tenía grandes ojeras, y una piel muy pálida.
—Están llevándote al límite, además de que la señora Adilá te pide hacer sus quehaceres también… no deberías…
Zahida se recostó negándose a recibir más comida y miró al techo.
Su habitación solo era un disfraz, para que en el palacio no supieran cómo era tratada. Además de que esta era un ala diferente del palacio, solo para el príncipe, y en las reuniones, siempre la disculpaban con decir que ella no estaba dispuesta.
—El príncipe Samir, me pidió que no hicieras ningún oficio… y no me dijo por cuanto tiempo… —Zahida frunció el ceño, y su corazón se aceleró.
Ni siquiera en su casa, antes de casarse, había hecho uno, porque siempre había tenido una criada.
—¿Cuándo te dijo?
—Esta mañana… me dijo que viniera y te atendiera con urgencia, y que debía darte los suplementos para que te recuperaras… además…
—Además…
—De que te pusiera ropa bonita… dijo que en unos días vendrá a hablar contigo.
Zahida se estremeció un poco y luego asintió para sentarse y seguir comiendo.
Ella fue bañada de forma cuidadosa en su tina, y solo miraba el atardecer cuando Laya vino a peinar su cabello.
Y cuatro días después, le avisaron que tendría una cena con el príncipe Samir en su habitación, por lo que Laya la arregló y vistió de una forma más elegante.
—Eres la única persona que tengo, y la que puedo confiar… —Laya la miró a través del espejo mientras asintió, mientras notó como Zahida comenzó a notar minuciosamente como su rostro, pesar de estar comiendo bien y estar bien atendida en estos días, ya no era el mismo, pese a que tenía a penas veinte años.
Su cabello se veía reseco, sus ojos apagados, y la cara demacrada.
Zahida miró sus brazos llenos de moretones por las constantes transfusiones, y no pudo evitar separar los labios cuando su aliento salió como una queja.
—Me veo como un desastre… ¿Quién puede quererme así?
—Eres hermosa Zahida… solo…
La puerta se abrió mientras unos sirvientes entraron a colocar una mesa provisional en la terraza, y Laya se apresuró a salir de la habitación cuando anunciaron que el príncipe entraría en cualquier momento.
Por un momento, Zahida tuvo una leve esperanza de que su esposo se hubiese arrepentido, y luego de que ella gritara que quería divorciarse, lo hubiese pensado mejor.
Se levantó de forma cuidadosa, y siguió la orden de esperarlo en la mesa, mientras encendieron unas velas.
Ella cerró los ojos apuntando su cabeza al cielo y susurró.
—Que Alá tome el control…
—Zahida… —ella saltó un poco al escuchar la voz, y notó que allí estaba su esposo, acomodándose en la silla—. ¿Cómo te sientes?
Sus ojos se abrieron un poco, nunca le había preguntado tal cosa, y abrió su boca intentando buscar una palabra.
—Estoy mejor… creo que me veo mejor…
—Perfecto… —Zahida se giró al ver que traían la comida, pero fue un solo plato el que pusieron en la mesa.
—¿No vas a comer? —Samir negó.
—No, tengo otros asuntos.
Zahida miró su plato de verduras y pollo, y tomó los cubiertos.
—Realmente siento haber gritado sobre ese tema aquel día… —pero los ojos del príncipe, eran incomprensivos, planos y vacíos—. Yo…
—Viajaremos en una semana de nuevo… —él la cortó y Zahida abrió más los ojos.
—¿Qué?
—Lo que has escuchado…
—¿A dónde?
—Sabes a donde.
Su corazón se aceleró desmedidamente, y literalmente dejó caer los cubiertos en la mesa.
—¿Acaso se han vuelto locos? Antes era cada dos meses o tres, pasó a ser cada mes… han pasado cuatro días, ¿Cómo es posible?
—El médico dice que, si Adilá recibe otra dosis, entonces ella podrá incluso comenzar el tema para embarazarse… debo darle un heredero pronto a mi padre…
Zahida pasó un trago y negó.
—Adilá ha tenido problemas, ¿por qué no puedo hacerlo yo…? —Y Samir golpeó la mesa.
—Porque en la vida quiero un hijo de ti…
Zahida quería llorar de la frustración, pero ahora entendía que estaba frente a un hombre que no le importaba nada, y ella menos.
Él estaba dispuesto a todo, y mantener oculto de que su primera esposa estaba enferma, y no podía darle hijos pronto, a cualquier costo.
Zahida no sabía muy bien por qué el príncipe se manejaba en lo secreto, ella no sabía mucho de la familia real, porque las segundas esposas no eran tan importantes como la primera, y tampoco si el Jeque, su padre, estaba de acuerdo con ello.
Lo único que sabía de Hakim Al-Saif, el presidente de Omán y Emir de la nación, es que se había casado muy joven, y había sido padre de Samir, cuando apenas tenía diecinueve años.
La madre de Samir aún seguía en el palacio, pero desde el día uno, sabía que ella tampoco era una buena persona, y no sabía cómo era su relación con el Jeque, ya que, cuando Samir estaba pequeño él se casó con una segunda esposa, que murió cuando no pudo resistir el parto de un segundo heredero.
—No hagas más difíciles las cosas, míralo como algo heroico… —La burla en el tono de Samir, irritó aún más a Zahida, y ella negó con ira.
—Pensé que venías a disculparte… —Y Samir sonrió.
—Pon los pies en la tierra Zahida, tú no eres nadie para mí…
Ella apretó los dientes y asintió.
—Entonces tengo una condición…, ya que sabemos de qué utilizas a un médico extranjero, y además corrupto para hacer todas estas intervenciones, que no son legales…
Samir frunció el ceño, como lo hacía particularmente cuando no tenía nada que alegar.
—¿Qué condición?
—Puedo hacer un escándalo y negarme a ir… porque se trata de mi vida, incluso puedo morir en ella, y eso no te importa…
—¿Cuál es la condición? —Samir dijo en un tono más frío y Zahida levantó la cara.
—Después de esta transfusión, déjame ir… divórciate de mí y déjame libre…
AYÚDAME A ESCAPAR. Zahida notó el enorme silencio que se ejecutó en la terraza. ¿Qué iba a hacer si la dejaba libre? Ni siquiera lo sabía, pero ella sería la vergüenza de su familia de por vida, y aunque tenía muchas lágrimas retenidas en sus ojos, ella puso todo de ella por no desmoronarse frente a su esposo. Samir por fin resopló fríamente y mirándola con ojos serios, negó. —No pienses en cosas buenas… Porque eso nunca sucederá… ¿O cómo ves los divorcios en nuestra nación? Eso no existe para nosotros, Zahida. —Pero prefiero ser una deshonra en la vida del que me conozca, que seguir en este infierno… Samir quitó la mirada de su cara y bajó a sus brazos. —Se le dio a tu familia una dote jugosa, y tú nunca has pedido nada para ti… ¿Por qué quieres irte ahora? Además… Si te vas, ¿quién será la bolsa de sangre de Adilá? Zahida tuvo que poner todo de ella para no levantarse y tirar el mantel y la comida en su ropa, pero apretó los puños y tembló de ira. —Puedes encontrar a alguien
EL EMIR. Laya tuvo que pasar el trago. Y no es que no amara a su ama, ella haría cualquier cosa por sacarla de este palacio, pero sabía perfectamente que Zahida apenas era una niña con muchos miedos, y sin nada de ayuda. —Mi señora… —No… de todas formas, voy a morir, y prefiero hacerlo escapando de este lugar. Laya cerró la boca y la ayudó a levantarse para llevarla a la cama. La desvistió en silencio y puso una bata larga en su cuerpo, para finalizar cepillando su cabello. Podía ver que habían pasado unos días de cuidado, pero Zahida estaba realmente débil, y ella tenía razón. Si volvían a hacer otro de esos procedimientos, ella moriría sin duda alguna. —Mañana, durante el evento del rey, será el mejor momento. Todos estarán ocupados, y la atención estará centrada en la elección de la tercera esposa. Nadie notará mi ausencia hasta que sea demasiado tarde… —susurró Zahida con determinación, mientras miraba fijamente a Laya. Laya asintió con firmeza, mostrando su lealtad a la j
ACANTILADO. La atmósfera en el salón estaba cargada de anticipación mientras el Emir se encontraba en el centro de la atención de todos. Zahida, a pesar de sus propios temores y dilemas, no pudo evitar observar al hombre que cambiaría la vida de una de las mujeres allí presentes y su imponencia que no pasaba desapercibida. Zahida notó como el Emir detuvo la música, y se levantó al centro, pero ella rápidamente giró hacia otra mesa en el extremo, donde estaba la reina, la madre de Samir que observaba a todos con una cara bastante larga. Ella aún se mantenía muy cuidada y había muchas criadas a su alrededor. Zahida no escuchó mucho las palabras del rey, ahora sus ojos solo podían notar que la aguja, ya había llegado para marcar las nueve, y sus piernas temblaron. —Como Emir de Omán, es mi deber y honor elegir a una mujer digna para acompañarme en mi reinado y sobre todo, traer más herederos a mi trono… Tanto Samir como Adilá se observaron, y luego los aplausos inundaron el lugar,
RENACIENDO... Zahida aspiró el aire como si hubiese estado sin respirar por mucho tiempo, y luego un fuerte olor a sangre invadió sus fosas nasales como si fuese un golpe. Su pecho taladró en sus huesos con fuerzas y no supo por qué le ardían sus pulmones ante la agitación. Ella estaba concentrada en esto, cuando sintió que se retorcía en un dolor en su estómago, más exactamente en su pelvis, como si sus caderas se estuvieran abriendo, y luego sus ojos se abrieron al gritar. —¡Ahhhhhh…! —ella se encorvó y las lágrimas salieron de sus ojos, entretanto parpadeó varias veces, para ver esas imágenes en el techo. Pero había sentido un dolor inimaginable. Y no lo podía creer, estaba nuevamente en el palacio de Al—Alam… —No… —gimió con la boca temblorosa, pero otro golpe de impresión, la traspasó enseguida cuando un médico y muchas personas a su alrededor, desconocidas, la miraron, y una mujer mucho mayor, apretó su mano. Y ella pudo escuchar el llanto de un bebé. —¡Increíble…! Pensé
¿QUÉ CLASE DE PERSONA ERA? Zahida se encontraba inmóvil, con la mente en un torbellino, tratando de asimilar la impactante revelación que le había proporcionado el espejo. Rania, esa mujer que ahora veía en el reflejo, era el nombre que resonaba a su alrededor y en cómo todos la veían. Pero la pregunta que más martirizaba sus pensamientos, era ¿Cuánto tiempo había pasado desde el momento en que había saltado? El bebé en sus brazos era una manera de entender, al menos nueve meses y se agitó con los ojos nublados. Era como si esta mujer hubiese muerto dando a luz, y ella hubiese revivido en su cuerpo. Literalmente era algo como eso. Las criadas, aun temblando por la impresión, limpiaban apresuradamente la habitación, evitando mirar directamente a Zahida. Entre susurros y gestos rápidos, parecían haber decidido mantener distancia. Zahida apretó al bebé como si fuese lo único que la centrara en medio de tanta confusión, porque la imagen del espejo destrozado aún flotaba en su mente,
VISITA FAMILIAR. La habitación estaba impregnada de un silencio denso después de las palabras de la abuela. Zahida luchaba por comprender la magnitud de la situación en la que se encontraba y se preguntaba qué había sucedido en la vida de Rania para merecer tal desprecio y cuestionamiento. Para todo esto, necesitaba encontrar a Laya, ella podía ayudarla… La abuela, con una expresión seria, continuó examinando al bebé como si su presencia no tuviera importancia y después de una pausa, dijo algo que impactó profundamente a Zahida. —Omar… Mi nieto será el futuro rey… Zahida abrió la boca seca, y se aturdió ante esta confesión. —¿Futuro rey…? La abuela deslizó la mirada, como si la humillara con el gesto y negó. —El hecho de que Samir te mire con lujuria, no significa que pongas eso por encima de tu hijo… —Y Zahida quiso vomitar. —No sé a qué se refiere, señora… —Zahida respondió con cautela, tratando de ocultar su confusión. —Por supuesto, no eres tan tonta… tienes al rey, nunca
SERÉ UNA BUENA ESPOSA. La mirada intensa del Emir se posó sobre Zahida, y un silencio incómodo llenó la habitación. La tensión en el aire era palpable, y Zahida podía sentir la presión de todas las miradas dirigidas hacia ella, entonces se mordió el labio inferior, sintiendo la necesidad de explicarse. —Lo siento… no era mi intención gritar… —comenzó Zahida, pero fue interrumpida por la mirada dura de Yassira. —¿Qué estás haciendo, Rania? ¿Cómo te atreves a expulsar a tus propios invitados? —preguntó Yassira, con una mezcla de arrogancia y desprecio. Zahida negó muchas veces, pero el Emir levantó la mano en un gesto para detener cualquier explicación adicional. Su expresión no revelaba ninguna emoción, pero sus ojos oscuros escudriñaban a Zahida con intensidad. —Si Rania quiere que se vayan, deben hacerlo, ella acaba de dar a luz y esta visita solo es un protocolo sin sentido. Zahida inhaló profundamente, sintiendo que, por primera vez en su vida, alguien colocaba su necesidad p
LAYA, SOY YO. Zahida estaba al borde del colapso cuando el Emir quiso besarla, y aunque toda la química de su cuerpo se disparó, ellos fueron interrumpidos por el llanto del bebé que los hizo despegar de inmediato. —Lo siento… —Hakim asintió, observando cada paso de ella, y notando como corría a atender a Omar con una delicadeza extrema. Notó la sonrisa en su boca, y como acarició a su hijo, para mecerlo en sus brazos. —Ya está… estoy aquí… —Hakim frunció su ceño levemente y se acercó a ella con sutileza. —Hoy ya estarás cansada, pero te daré unos días para recuperarte… quiero hacer una cena en tu honor… —Zahida lo miró mientras su corazón palpitaba con fuerza y asintió. —Gracias… El Emir miró a su hijo para acariciarlo, y luego tomó su boca en sus dedos. Se acercó lentamente para depositar un beso seco, y Zahida aspiró todo su aliento. —Descansa… lo necesitas… —ella parpadeó lentamente, viendo cómo él salía de su habitación, y se preguntó por qué no compartían una, juntos. —E