—¡QUIERO EL DIVORCIO!
Zahida pasó un trago pesado, cuando el aliento salió un poco débil de su cuerpo, y se mareó al ver que su sangre, aún seguía goteando en esa bolsa.
Apretó su mano mirando alrededor de la sala, que era extravagantemente lujosa para ser un hospital, aunque era evidente que, para la casa real, esto no era nada…
Así como ella.
Apretó los ojos y luego se giró hacia su izquierda, para notar que Adilá, la primera esposa del príncipe de Omán, que a resumidas cuentas era también su esposo, estaba en una siesta, mientras su propia sangre la alimentaba a ella.
Zahida apretó su boca y miró su brazo, tenía algunos moretones, porque ella literalmente era la bolsa de sangre de la primera esposa de Samir Al-Saif, y aunque en un principio pensó que tendría un futuro al lado del hombre con la que la casaron, ahora entendía que solo querían matarla al extraerle la última gota de sangre.
La puerta de la sala abriéndose la hizo levantar los ojos, y fue Samir, quien entró con un traje gris, y ni siquiera la miró.
Él caminó rumbo hacia Adilá, dándole un beso en los labios frente a ella, cosa que hizo que la mujer se despertara de su siesta.
—Esposo mío… —Samir le sonrió sosteniendo su mejilla, y la acarició lentamente.
—¿Te sientes mejor? —Ella asintió rápidamente.
—Mucho mejor…
Las náuseas golpearon duramente a Zahida en ese momento, y tuvo que interrumpir su momento.
—Samir… —tanto Adilá como él se giraron a ella, pero en sus ojos había molestia.
—¿Cuántas veces te he dicho que no pronuncies mi nombre? —a Zahida le tembló la boca.
—También soy tu esposa…
—Una segunda esposa, y eso no por gusto… —Adilá la reprendió, y a Zahida se le nublaron los ojos.
—De cualquier forma, el deber de un… —Samir acortó la distancia, y casi que pegó su rostro en ella.
—Cállate… aún falta llenar un poco más…
—Es imposible… —Ella casi rogó negando y pegándose al sillón—. Van a matarme de esta forma…
—¿Has olvidado por qué me casé contigo? —Samir sonrió, y a Zahida se le escurrieron las lágrimas.
A pesar de tener veintiún años, Samir era maquiavélico y prepotente, igual que Adilá. Y Zahida no necesitó pasar mucho tiempo con ellos, porque un año había sido suficiente para saber que no eran buenas personas en lo absoluto.
Samir se quitó de su frente, y se agachó para tomar la mano de Adilá.
—Saldremos a Omán en una hora, el médico dice que ya estamos casi terminando…
Adilá asintió, y Samir volvió a mirar a Zahida.
—Lo sabes, ni una palabra de esto en Omán… ni mucho menos en el palacio…
Zahida apretó la boca, pero estaba demasiado débil para refutar y cerró los ojos cuando sintió otro mareo repentino.
Una hora después arribaron en el avión presidencial, y una azafata la ayudó incluso a ponerse el cinturón cuando fueron a despegar. El sudor de su cuerpo, y el temblor no estaban siendo normal, pero cuando se bajaron en Omán, y un grupo de autos los fue a buscar, ella literalmente sintió que todo se puso borroso en su visión.
Zahida parpadeó varias veces, y luego notó que solo en su habitación, estaba el médico que frecuentaban y Samir hablando rápidamente, pero cuando ella trató de levantarse, no lo consiguió, y su gemido hizo que ambos hombres se giraran.
—Con permiso señor, y por favor, hay que seguir las instrucciones, ella está bastante débil…
Samir asintió haciéndole un ademán que se fuera, y se cruzó de brazos frente a Zahida.
—La servidumbre te traerá algunos suplementos que debes ingerir con tu alimentación…
—Puedo mejorar si no siguen haciendo esto conmigo…
Y Samir sonrió.
—¿Y qué sentido tendría tenerte aquí?
—Por favor entiende, ¡soy tu esposa! Alá…
—¿Esposa? ¿Cuándo te he tocado en este año de matrimonio Zahida?
Ella negó con los labios temblorosos.
—¿Por qué me odias? ¿Qué hice para merecer este trato?
—Deberías saber cómo conseguiste tu puesto, y el que te llamaras mi segunda esposa, Zahida… Lo conseguiste porque tu padre dio un riñón a la mano derecha de mi padre, al que tanto aprecia… pero para mí, eres solo la bolsa de sangre de la persona que amo, y amaré por siempre… Adilá es mi esposa, la única mujer que entrará en mi corazón y en mi cama, y haré todo lo posible, y lo que esté a mi alcance, porque ella esté bien, sana y salva, necesita tu sangre, ella la tendrá, incluso si en el proceso, tú quedes atrás…
Zahida sintió que la rabia carcomía sus venas, y notó como la ira incluso la impulsaron a levantarse esta vez.
Estaba temblorosa y débil, pero ella no dudó en decirlo.
—Diré a todos lo que estás haciendo… hablaré…
Los ojos de Samir se abrieron como platos, y fue evidente que él se tensó en el momento.
—Zahida… no me retes, y confórmate con tu posición…
—¿A costa de mi vida? ¡Que Alá te maldiga!
Samir acortó la distancia en largas zancadas, y luego tomó su cuello para apretarlo.
—A costa de las vidas que sean necesarias, incluso la de tu moribundo padre, y de todo lo poco que tienes en tu miserable vida…
La soltó de golpe, y Zahida solo pudo gritar con la poca fuerza que le quedaba, mientras él estrellaba la puerta.
—¡Quiero el divorcio!
DÉJAME LIBRE… —¿Estás mejor? —Zahida negó mientras recibió una cucharada de sopa, que Laya, la criada, le estaba dando con paciencia. —Siento que incluso me cuesta respirar… —Laya miró hacia la puerta y negó un poco preocupada por su aspecto. Tenía grandes ojeras, y una piel muy pálida. —Están llevándote al límite, además de que la señora Adilá te pide hacer sus quehaceres también… no deberías… Zahida se recostó negándose a recibir más comida y miró al techo. Su habitación solo era un disfraz, para que en el palacio no supieran cómo era tratada. Además de que esta era un ala diferente del palacio, solo para el príncipe, y en las reuniones, siempre la disculpaban con decir que ella no estaba dispuesta. —El príncipe Samir, me pidió que no hicieras ningún oficio… y no me dijo por cuanto tiempo… —Zahida frunció el ceño, y su corazón se aceleró. Ni siquiera en su casa, antes de casarse, había hecho uno, porque siempre había tenido una criada. —¿Cuándo te dijo? —Esta mañana… me dij
AYÚDAME A ESCAPAR. Zahida notó el enorme silencio que se ejecutó en la terraza. ¿Qué iba a hacer si la dejaba libre? Ni siquiera lo sabía, pero ella sería la vergüenza de su familia de por vida, y aunque tenía muchas lágrimas retenidas en sus ojos, ella puso todo de ella por no desmoronarse frente a su esposo. Samir por fin resopló fríamente y mirándola con ojos serios, negó. —No pienses en cosas buenas… Porque eso nunca sucederá… ¿O cómo ves los divorcios en nuestra nación? Eso no existe para nosotros, Zahida. —Pero prefiero ser una deshonra en la vida del que me conozca, que seguir en este infierno… Samir quitó la mirada de su cara y bajó a sus brazos. —Se le dio a tu familia una dote jugosa, y tú nunca has pedido nada para ti… ¿Por qué quieres irte ahora? Además… Si te vas, ¿quién será la bolsa de sangre de Adilá? Zahida tuvo que poner todo de ella para no levantarse y tirar el mantel y la comida en su ropa, pero apretó los puños y tembló de ira. —Puedes encontrar a alguien
EL EMIR. Laya tuvo que pasar el trago. Y no es que no amara a su ama, ella haría cualquier cosa por sacarla de este palacio, pero sabía perfectamente que Zahida apenas era una niña con muchos miedos, y sin nada de ayuda. —Mi señora… —No… de todas formas, voy a morir, y prefiero hacerlo escapando de este lugar. Laya cerró la boca y la ayudó a levantarse para llevarla a la cama. La desvistió en silencio y puso una bata larga en su cuerpo, para finalizar cepillando su cabello. Podía ver que habían pasado unos días de cuidado, pero Zahida estaba realmente débil, y ella tenía razón. Si volvían a hacer otro de esos procedimientos, ella moriría sin duda alguna. —Mañana, durante el evento del rey, será el mejor momento. Todos estarán ocupados, y la atención estará centrada en la elección de la tercera esposa. Nadie notará mi ausencia hasta que sea demasiado tarde… —susurró Zahida con determinación, mientras miraba fijamente a Laya. Laya asintió con firmeza, mostrando su lealtad a la j
ACANTILADO. La atmósfera en el salón estaba cargada de anticipación mientras el Emir se encontraba en el centro de la atención de todos. Zahida, a pesar de sus propios temores y dilemas, no pudo evitar observar al hombre que cambiaría la vida de una de las mujeres allí presentes y su imponencia que no pasaba desapercibida. Zahida notó como el Emir detuvo la música, y se levantó al centro, pero ella rápidamente giró hacia otra mesa en el extremo, donde estaba la reina, la madre de Samir que observaba a todos con una cara bastante larga. Ella aún se mantenía muy cuidada y había muchas criadas a su alrededor. Zahida no escuchó mucho las palabras del rey, ahora sus ojos solo podían notar que la aguja, ya había llegado para marcar las nueve, y sus piernas temblaron. —Como Emir de Omán, es mi deber y honor elegir a una mujer digna para acompañarme en mi reinado y sobre todo, traer más herederos a mi trono… Tanto Samir como Adilá se observaron, y luego los aplausos inundaron el lugar,
RENACIENDO... Zahida aspiró el aire como si hubiese estado sin respirar por mucho tiempo, y luego un fuerte olor a sangre invadió sus fosas nasales como si fuese un golpe. Su pecho taladró en sus huesos con fuerzas y no supo por qué le ardían sus pulmones ante la agitación. Ella estaba concentrada en esto, cuando sintió que se retorcía en un dolor en su estómago, más exactamente en su pelvis, como si sus caderas se estuvieran abriendo, y luego sus ojos se abrieron al gritar. —¡Ahhhhhh…! —ella se encorvó y las lágrimas salieron de sus ojos, entretanto parpadeó varias veces, para ver esas imágenes en el techo. Pero había sentido un dolor inimaginable. Y no lo podía creer, estaba nuevamente en el palacio de Al—Alam… —No… —gimió con la boca temblorosa, pero otro golpe de impresión, la traspasó enseguida cuando un médico y muchas personas a su alrededor, desconocidas, la miraron, y una mujer mucho mayor, apretó su mano. Y ella pudo escuchar el llanto de un bebé. —¡Increíble…! Pensé
¿QUÉ CLASE DE PERSONA ERA? Zahida se encontraba inmóvil, con la mente en un torbellino, tratando de asimilar la impactante revelación que le había proporcionado el espejo. Rania, esa mujer que ahora veía en el reflejo, era el nombre que resonaba a su alrededor y en cómo todos la veían. Pero la pregunta que más martirizaba sus pensamientos, era ¿Cuánto tiempo había pasado desde el momento en que había saltado? El bebé en sus brazos era una manera de entender, al menos nueve meses y se agitó con los ojos nublados. Era como si esta mujer hubiese muerto dando a luz, y ella hubiese revivido en su cuerpo. Literalmente era algo como eso. Las criadas, aun temblando por la impresión, limpiaban apresuradamente la habitación, evitando mirar directamente a Zahida. Entre susurros y gestos rápidos, parecían haber decidido mantener distancia. Zahida apretó al bebé como si fuese lo único que la centrara en medio de tanta confusión, porque la imagen del espejo destrozado aún flotaba en su mente,
VISITA FAMILIAR. La habitación estaba impregnada de un silencio denso después de las palabras de la abuela. Zahida luchaba por comprender la magnitud de la situación en la que se encontraba y se preguntaba qué había sucedido en la vida de Rania para merecer tal desprecio y cuestionamiento. Para todo esto, necesitaba encontrar a Laya, ella podía ayudarla… La abuela, con una expresión seria, continuó examinando al bebé como si su presencia no tuviera importancia y después de una pausa, dijo algo que impactó profundamente a Zahida. —Omar… Mi nieto será el futuro rey… Zahida abrió la boca seca, y se aturdió ante esta confesión. —¿Futuro rey…? La abuela deslizó la mirada, como si la humillara con el gesto y negó. —El hecho de que Samir te mire con lujuria, no significa que pongas eso por encima de tu hijo… —Y Zahida quiso vomitar. —No sé a qué se refiere, señora… —Zahida respondió con cautela, tratando de ocultar su confusión. —Por supuesto, no eres tan tonta… tienes al rey, nunca
SERÉ UNA BUENA ESPOSA. La mirada intensa del Emir se posó sobre Zahida, y un silencio incómodo llenó la habitación. La tensión en el aire era palpable, y Zahida podía sentir la presión de todas las miradas dirigidas hacia ella, entonces se mordió el labio inferior, sintiendo la necesidad de explicarse. —Lo siento… no era mi intención gritar… —comenzó Zahida, pero fue interrumpida por la mirada dura de Yassira. —¿Qué estás haciendo, Rania? ¿Cómo te atreves a expulsar a tus propios invitados? —preguntó Yassira, con una mezcla de arrogancia y desprecio. Zahida negó muchas veces, pero el Emir levantó la mano en un gesto para detener cualquier explicación adicional. Su expresión no revelaba ninguna emoción, pero sus ojos oscuros escudriñaban a Zahida con intensidad. —Si Rania quiere que se vayan, deben hacerlo, ella acaba de dar a luz y esta visita solo es un protocolo sin sentido. Zahida inhaló profundamente, sintiendo que, por primera vez en su vida, alguien colocaba su necesidad p