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Cuando llego hasta el coche estoy hecha un mar de lágrimas y ni siquiera tengo muy claro del por qué esto me afecta tanto. Me deslizo dentro del asiento y apoyo la frente sobre el volante, irremediablemente agotada por la emoción del momento.

«¿Por qué, por qué ahora?»

Precisamente tenía que volver ahora que estaba más cerca de pasar página, ya me había acostumbrado al dolor que se había alojado en mi pecho desde que se fue, desde que me había dejado. Y para que engañarme, sigo dolida por haber sido manipulada e engañada. Hubo muchos alicientes para que sucedería, pero ninguna explicación por su parte...

Empiezo a reírme entre sollozos. Es irónico, porque siempre fue él quien decía que no lo dejara nunca, que se moriría sin mí... entonces, ¿por qué no está muerto? Me gustaría que se sintiera precisamente como yo me he sentido, porque fue exactamente él quien me dejó a mí.

En un instantáneo arranque de ira comienzo a golpear el volante con furia. Paso de la tristeza a la ira en cuestión de segundos y eso me asusta mucho más que la avalancha de emociones que se me vienen encima, pensando que esto ya era cosa del pasado, pero también pensaba que Sam era cosa del pasado.

Saco el espejo de mano del bolso y me miro en él, mis ojos están rojos e irritados, encima no tiene arreglo, así que espero que se me quite por el camino. Odiaría que Sam me encontrara de este modo, como si de verdad me estuviera afectando su regreso. Aunque, creo que me está afectando más de lo que debería.

Tiro el bolso en el asiento del acompañante mientras arranco el coche y pongo la música a todo volumen, pero parece que hoy, definitivamente no es mi día de suerte cuando suena Hauting de Hasley; siempre es la primera canción en mi reproductor de música. Mientras conduzco, pasan por mi mente los recuerdos de la primera vez en la que realmente confesé, de cierto modo, que iba a llevar un paso más lo nuestro, tengo grabado cada momento de esa noche, de todas sus palabras, de su manera de consolarme, el tacto de sus manos en mis mejillas, esa preocupación reflejada en sus ojos mieles y avellana...

Todo en conjunto consigue que un estremecimiento me recorra la espina dorsal. Siempre consigue tener ese efecto en mí, incluso ahora que ya no está en mi vida sigue teniendo acción y reacción en mi cuerpo, mente y alma... Es como si siempre le fuera infiel a Tyler, aunque sólo sea con el pensamiento.

Aprieto con fuerza el volante y me centro en la carretera, intentando mantener mi mente a raya.

Espero a que la gente pase y me cuelo entre el bullicio del aeropuerto, donde encuentro una esquina para refugiarme del resto de transeúntes, cruzada de brazos mientras espero pacientemente en la terminal a que lleguen los pasajeros del vuelo de San Francisco.

Ahora que tengo la mente fría y soy capaz de pensar con la claridad que merece la situación, llego a la conclusión de que he metido la pata al haber aceptado. Sé que he caído en su juego, porque, seamos sinceros, podría habérselo pedido a cualquier otra persona, pero no, me lo ha pedido precisamente a mí.

Me centro en lo que me rodea para dejar de pensar, aunque sólo sea por un par de segundos. Familias completas abrazan a sus hijos, parejas se besan y abrazan como si hiciera siglos que no se vieran, demasiado sentimentalismo para la situación que estoy viviendo.

Aparto la mirada y vuelvo a fijarla en el gentío que llega… Entonces, tragó saliva con dificultad, paralizada cuando un aluvión de emociones contradictorias por la impresión y el desasosiego se me instala en la boca del estómago.

A medida que se va acercando unas ganas terribles de salir corriendo me embargan. Intento caminar hacia delante, pero mis pies no responden las órdenes; parecen haberse pegado al suelo.

Joder. Está muchísimo más guapo de lo que lo recordaba.

Mi mirada se pierde por el rostro que parece haber sido esculpido por los mismísimos dioses. Maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan endiabladamente guapo?

Definitivamente, está más guapo de lo que lo recordaba.

Sin pretenderlo, me imagino quitándole la camiseta mientras recorro su pecho con las manos, cumpliendo al fin uno de mis sueños más recurrentes, pero en cuanto recuerdo el terrible dolor que dejó en mí ya de por sí maltrecho corazón, la necesidad de su contacto se desvanece.

Sam me busca con la mirada mientras baja en las escaleras mecánicas. Cuando fija sus ojos en los míos, no puedo evitar sostenerle la mirada en un gesto indiscretamente desafiante, consiguiendo que por mi mente paseen miles de momentos, lo que provoca que las mejillas comiencen a arderme.

Por acto reflejo me llevo ambas manos a las mejillas y me veo obligada a apartar la mirada cuando me sonríe mientras se acerca a mí.

Deshago los centímetros que nos separaban y lo abrazo sin previo aviso, embebiéndome de su olor y su tacto. Deduzco que lo he pillado por sorpresa cuando su cuerpo se envara al entrar en contacto con el mío. Sin embargo, no duda al estrecharme entre sus brazos, apoya su mejilla en mi cabeza y respira profundamente, consiguiendo que mi dolor desaparezca momentáneamente.

Se me escapa una lágrima por la tensión, que me limpio con rapidez antes de apartarme rápidamente y mirarlo de reojo, confirmando mis sospechas. Pero también hace que vuelva a mí mente la pregunta que llevo haciéndome todos los días durante casi dos años: ¿Habrá rehecho su vida con otra chica?

Al instante los celos por esa chica fantasma me embargan, pero por otro lado, sería normal. Yo lo hice, o eso sigo intentando. Pasar página ha sido mi reto desde que me abandonó, al fin y al cabo, estoy aquí por esa cuestión.

Aunque siga enamorada de él como si no se hubiera marchado nunca, como si no me hubiera roto el corazón y mucho menos, como si no hubiera traicionado todo lo que éramos con aquel negro secreto que eclipsó nuestra relación. Nunca lo admitiré para nadie más que para mí misma, pero hace tiempo que asimilé que sigo tan colgada como la primera vez.

Parece ser que el momento de reencuentro ha pasado, haciendo que todo se vuelva incómodo.

Sam mira para todos lados menos en mi dirección.

—¿Nos vamos? —pregunto, rompiendo con el embarazoso silencio a la vez que señalo con el pulgar a mi espalda y esbozo una sonrisa tensa.

—Claro —responde con fingido entusiasmo.

No puedo hacer más que sonreír para no ponerme a llorar. No sé lo que acaba de suceder, no sé porque lo he abrazado y no sé porque tengo unas terribles ganas de llorar que casi no me permiten respirar.

Me sigue por los transcurridos pasillos del aeropuerto y, aunque intento ir a su paso, sigo caminado un metro por delante de él. Giro una milésima de segundo para encontrarme que Sam no le ha quitado el ojo a mi trasero.

—¿En serio me estabas mirando el culo? —espeto en una repentina oleada de ira. Me dan ganas de pegarle un puñetazo, pero como me dijo Cass, tengo que contar hasta diez y respirar profundamente—. Eres un cabrón, pero sabes, no me voy a enfadar. No tiene sentido —respondo, aunque me sale una especie de chillido.

Sam abre mucho los ojos y me escruta como si me acabaran de salir dos cabezas, hasta yo misma me sorprendo de no haber sido más dura con él.

Se sonroja un poco y frunce el ceño ligeramente.

—Hacía un año que no contemplaba ese culo —confiesa, pensativo—, en realidad, hace un año que echaba de menos el conjunto —dice muy bajito para que no lo escuche, pero lo hago y cada una de sus palabras hacen que me desmorone por unos segundos.

—Fuiste  el que me dejo a —le recrimino con los dientes apretados.

Algo comienza a revolverse en mi estómago ante la desagradable conversación que acaba de formarse. Intento no echarme a llorar, así que aprieto los labios y parpadeo para espantar las lágrimas cuando lo miro a los ojos, donde se refleja la culpa y el dolor escondido en una mirada indiferente.

—Tú no quisiste venir conmigo —contraataca. Se ha puesto rojo de la rabia.

Su acusación hace que recuerde la forma miserable en la que se marchó. Apareció en mi apartamento después de que me inventara toda esa mierda con Tyler y le hiciera creer que me había acostado con él para hacerle daño. Me hizo el amor y luego se marchó mientras dormía, se fue a traición y no volví a saber de él. No me cogía el teléfono y no dejó notas ni noticias, se fue sin importarle nada.

Desapareció durante catorce meses donde nadie supo de él

—¡Tú no deberías haberte ido! —exclamo en un susurro, dando manotazos en el aire con indignación.

Me fulmina con la mirada y se frota la nuca con frustración mientras suspira con resignación.

—¡Joder!¡Eres una cabezota!¡Además, lo hecho está hecho, no hay vuelta atrás! —lanza de vuelta.

Mi boca se abre de pura incredulidad, sin poder creer que no se arrepienta. Sam también piensa que lo que hubo entre nosotros no tiene solución, y la verdad, no la tiene, pero no hace que duela menos. No quiero pensar que no se arrepiente por lo que me hizo.

Me paso las manos por el pelo húmedo y lo fulmino con la mirada.

—¡¿De verdad que no te arrepientes ni un poco de haberme dejado?! —chillo para dejarle claro que estoy muy cabreada.

Se toma su tiempo en pensarlo, pero finalmente no dice nada. «Nada» siempre ha sido su respuesta para lo que se escapa de su control, me frustra que siga teniendo esa estúpida manía; ese siempre ha sido su problema.

La gente empieza a mirarnos, pero ahora mismo me da igual. Debemos parecer la típica pareja que discute por cualquier cosa. Sin embargo, mi mente me recuerda que algún día lo fuimos, alguna vez hace mucho tiempo.

—De acuerdo —susurro.

Levanto las manos a modo de rendición, pero antes de que me dé tiempo a darme la vuelta, un par de lágrimas recorren mis mejillas a causa de la rabia. Para parecer incluso más patética sólo se me ocurre ponerme a llorar.

Sólo él capaz de hacerme llorar por cualquier tontería... y lo odio, lo odio por ello.

Sam se acerca a mí e intenta limpiármelas, pero me alejo instintivamente.

—¡No me toques! —exclamo en un susurro—. No ha sido buena idea que viniera, debería a ver dejado que me acompañara —murmuro esto último más bajito.

Es casi un susurro, pero Sam lo escucha a la perfección y yo me arrepiento por haberlo insinuado cuando una corriente de emociones contradictorias se refleja en sus orbes bicolores.

Pasa del desconcierto al odio en cuestión de segundos; tan fascinante como aterrador.

—Ah, por cierto, ¿cuándo ibas a decirme que te estás follando a mí mejor amigo? Bueno, que ya te lo habías follado cuando estabas saliendo conmigo... —comenta con malicia a la vez que una sonrisa burlona baila en sus labios —Hum... ¡Espera! que ahora estáis saliendo juntos, ¿cierto? —espeta con resentimiento, pero sus facciones expresan incrédula sorpresa.

Gruño con frustración y me llevo las manos detrás de la cabeza. Siempre ha sabido las palabras correctas para acabar con mi escasa paciencia. Jamás dejará de ser así; las palabras idóneas en el momento correcto. Y lo peor de todo es que me está llamando zorra en mi propia cara y no pienso pasar por ahí. Nunca se lo he tolerado y ahora no va a ser menos.

Me acerco y le borro la sonrisa de un bofetón, provocando que su rostro se ladee por la inercia del golpe. Se lo tiene merecido, no pienso dejar que me insulte y se vaya de rositas.

Giro en mis talones cuando me dispongo a marcharme, pero me agarra del brazo y me detiene.

—Oye, ¿pero a ti que te pasa? —espeto con toda la tranquilidad que logro encontrar. Intento zafarme de su agarre, pero es mucho más fuerte que yo—. Que te jodan —mascullo entre dientes—, suéltame.

Me fulmina con la mirada, pero me suelta antes de dar media vuelta y echar a andar a grandes zancadas. Me da igual si me sigue o si se queda ahí como el imbécil que es.

Y a pesar de mis ganas de que me deje en paz, sus pasos me persiguen.

No vuelvo a abrir la boca por miedo a desmoronarme, pero me recuerdo que este chico que me ha hecho tanto daño fue el primero que me vio desmoronarme. Fue el primero en tantas cosas...

A medida que voy caminando, el agujero en mi pecho se hace aún mayor, pero esta vez no pienso llorar. He llorado demasiado durante este año, y la mayor parte de las veces por su culpa.  Por otro lado, me alegro de haber dejado claras las cosas, saber que nunca podremos volver a recuperar lo que teníamos, hará que no vuelva a sentirme culpable por no ser capaz de perdonarme.

Cuando llegamos al coche estoy más calmada.

—Al final te lo compraste —comenta, señalando con el dedo mi Audi R8.

—En realidad fue un regalo —susurro.

Se pone tenso y vuelve a fijar la mirada en el coche.

—¿Quién?

Enarco una ceja y me cruzo de brazos.

—¿Qué? —inquiero de vuelta, enarcando una ceja.

—¿Quién te ha comprado el coche?

Alterno la mirada entre Sam, donde su permanente ceño fruncido vuelve hacer acto de presencia, hasta que capto lo que está pensando... No puedo creerme que piense así de mí.

Lo escruto, horrorizada.

—Por favor, Sam, claro que no ha sido Tyler. Nunca dejaría que lo hiciera — contesto, aturdida. Me rasco la sien con desasosiego y levanto la vista—. Fue un regalo de cumpleaños.

Ese día como cualquier otro de mi vida después de Sam, lo había pasado hecha un ovillo en la cama mientras lloraba con una botella de vodka como única amiga. Fue esa misma noche en la que sucedió el incidente...

Mamá me había comprado el coche para animarme, pero no hizo más que hundirme. Ni siquiera quise llevármelo a Londres y cuando regresé se pasó un mes aparcado en la acera, hasta que por fin estuve lo suficientemente estable como para mirarlo y no echarme a llorar de nuevo. Al fin me había dado cuenta de que no tenía nada que ver con Sam y todo lo que representaba.

Esto pasa por mi mente en cuestión de segundos.

—¿Quieres conducirlo? —pregunto, agitando las llaves en el aire.

Sam lo piensa por un par de segundos y finalmente asiente con la cabeza. Sus ojos se iluminan cuando una media sonrisa se instala en mis labios y le tiro las llaves, que coge al vuelo, regalándome una sonrisa torcida de las que tanto me gustan.

«Me gustaban» me recuerdo.

Cuando abre el coche Hurricane inunda el ambiente. Ni siquiera me acordaba que había dejado el móvil funcionando, pero al ver su cara sé que se recuerda perfectamente de esta canción.

Sam me mira entornando los ojos.

—Esta era tu canción favorita —murmura más para sí mismo que para mí.

—Aún es —lo corrijo mientras me meto en el coche con una sonrisa interesante.

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