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La sigo y cierro de un fuerte portazo al mismo tiempo que me sostengo a la puerta por un par de segundos. Estoy hecha un manojo de nervios, pero no dejo que sea un problema, sino que me concentro en parecer animada. Me cojo al brazo de Alyssa para dos cosas: no caerme de bruces contra el suelo y que me obligue a caminar. Lo último que quiero es tener que soportar borrachos, mejor dicho, estoy para que me soporten a mí, no para soportar a los demás.

Por suerte el bar no está relativamente lejos, pero caminar con estos tacones por más de quince minutos es como una bola de demolición; tendrán que amputarme los pies cuando llegue a casa.

Afortunadamente son cinco minutos largos.

En cuanto entro estoy tan desquiciada que no hago más que juguetear con las puntas del pelo mientras me aliso las invisibles arrugas y una y otra vez del vestido, en una especie de tic nervioso, como si cualquier imperfección pudiera verse a primera vista. No dejo de mirar de un lado a otro

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