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Mis ojos se abren lentamente ante la claridad que entra a raudales por alguna zona de la habitación. Lo primero que veo es un techo de ladrillo que no es el de mi habitación, ni tan siquiera sé dónde estoy donde me encuentro.

Un brazo me envuelve por detrás de la espalda para después darme cuenta de que mi cabeza no está sobre una almohada sino en una superficie firme y que respira, respira muy fuerte. Al instante, ladeo la cabeza en su dirección y casi me caigo de la cama al ver a Sam a mí lado, plácidamente dormido con la cabeza ladeada hacia el lado contrario con expresión jovial y adorable.

Acabo de rodillas sobre la cama, provocando que mis bruscos movimientos hagan que unos punzantes pinchazos me atraviesen las sienes.

Dios, no recordaba lo que era tener resaca. Me masajeo las sienes y hago una mueca de dolor cuando la cabeza comienza a palpitarme. Mierda, pero qué narices

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