Cuando al fin terminé de limpiar esa casa, miré mi reloj y me di cuenta de que ya era bastante tarde. Me dejé caer en el piso de una sala que ya no era ni la sombra de la habitación a la que horas antes había arribado, y suspiré agotada y complacida.
Mirando a todos lados, pensé que debía hacer algunas compras, al menos, pues en mi alacena ya no tenía ni telarañas, y yo tenía rato con demasiada hambre.
A punto de levantarme del piso, la puerta de mi casa se abrió y pude ver una aparición que me congeló el alma. Una niña, de escasos siete años, que era la viva imagen del hombre que hacía horas había echado del lugar, apareció de la nada ante mí.
—¿Esta es tu casa? —preguntó la pequeña, escudriñando con la mirada cada espacio del lugar.
Asentí sin poder apartar mis ojos de sus hermosos ojos marrones que se posaron sobre mí. Yo no podía abrir la boca, no sin llorar, al menos.
» Me llamo Iliana —informó ella, sonriendo—, a mis hermanas y a mí nos gusta venir aquí a jugar. Jugamos a que somos una familia y tenemos unos padres que están de viaje.
—Pues ya no pueden venir más —sentencié con la voz ahogada—, la casa no estará sola.
—Entiendo —aseguró la pequeña, volviendo a desplazar la mirada por el lugar, como si estuviera fascinada con lo limpio que se veía—. Aquí íbamos a festejar mi cumpleaños, cumpliré siete.
—Ya no pueden —musité a punto de soltar el llanto.
—Lo sé —aceptó, volviendo a sonreírme—, tendrá que ser en el orfanato.
La miré, sorprendida, casi dolida. Si lo que atravesaba por mi cabeza era lo que había pasado, yo no iba a perdonar a mi abuelo, no podría hacerlo jamás.
» Mejor me voy —anunció, mirando su reloj de pulsera antes de agitar su mano frente a mí, y entonces se fue, dejándome con los ojos llenos de unas lágrimas que no le dejaría ver.
Iliana se fue y yo tomé mis llaves para conducir hasta una casa que tenía cinco años sin pisar.
Iba furiosa, llorando de rabia. Yo no podía creer que él hubiera hecho eso, no quería creer que mi abuelo fuera tan malo.
Es decir, sí, él me había echado de mi casa años atrás sin importarle cómo estaba yo, pero eso tal vez me lo había buscado. Aunque, si para eso me había quitado a mi hija, yo lo odiaría en serio.
Toqué a la puerta furiosa y, cuando una niña, no tan diferente a la que minutos antes dejara mi casa, abrió la puerta, mi coraje se convirtió en confusión.
—¿Iliana? —pregunté con un hilo de voz.
La pequeña frente a mí sonrió, negando con la cabeza.
—Ella y yo nos parecemos mucho —dijo una voz más ladina, que retumbó en cada célula de mi ser, adoleciendo todo mi cuerpo y dejándome sin aire—. Soy Liliana.
Le sonreí, no sé cómo, pero le sonreí y me obligué a tragar el grueso de saliva que me estaba ahogando para poder hacerle una pregunta.
—¿Está el señor Jaime Grullol? —pregunté fingiendo que no me moría de ganas por abrazarla.
Ella asintió y me dirigió a la sala de una casa que yo conocía demasiado bien.
Liliana salió de la sala en donde me dejó, sin saber que dejaba atrás una indescriptible emoción naciendo en mí.
Habían pasado siete años desde la última vez que yo había visto a mi hija. Estaba tan feliz de verla de nuevo y tan dolida de no poder recuperarla, que no podía dejar de temblar.
Buscando en qué distraerme, para no salir corriendo detrás de ella, tomarla en mis brazos y llevarla conmigo a la fuerza, inspeccioné cada parte de esa sala, dándome cuenta de todas las cosas que habían cambiado desde que me fui de ese lugar.
—Veo que me eliminaste completamente —dije al hombre que entraba a la sala, mientras mantenía la mirada en una repisa en la que ya no había más fotos mías.
—¿Qué quieres, Alicia? —preguntó mi abuelo con seriedad.
Casi lloré de nuevo. La frialdad de ese hombre me mataba. A él yo lo amaba con toda mi alma y, aunque también me hizo mucho daño, yo no podía odiarlo.
—Conocí a Iliana —informé, intentando no llorar.
Mi abuelo sonrió con sorna.
—¿Pensaste que había dejado a tu hija en el orfanato y venías a reclamar? —preguntó en ese tono frío que me quemaba la piel, pero solo fingí que eso tampoco me hacía daño, y le sonreí con cansancio— ¿Con qué derecho te atreves a juzgarme? Tienes una buena casa, ¿no?
—Y una buena carrera —añadí con amarga ironía.
—Eres una cínica, lárgate de mi casa —ordenó él y eso hice.
Me fui mucho más tranquila de saber que mi hija no había crecido sola, que estaba con ese gran hombre que era mi abuelo. Pues, aunque las cosas entre él y yo estaban más que mal, yo sabía la gran persona que era ese hombre que fungió como mi padre.
«Tengo que cambiar la chapa» Pensé al llegar de nuevo a mi casa y encontrarme con la luz de la sala prendida.
—¿Qué haces aquí, Fabián? —pregunté con cierto enfado al hombre que esperaba en mi sala.
—¡¿Liliana es mi hija?! —preguntó a gritos el mencionado.
—No sé quién es Liliana —mentí, pues yo no tenía ganas de discutir absolutamente sobre nada con él.
—No te hagas la tonta —pidió furioso—, ella es igualita a mí.
—Entonces tal vez si es tu hija —dije.
—¡Nuestra hija! —gritó él—. No puedo creer que la hayas abandonado.
—Mira quién habla de abandonar —ironicé tras bufar una risa que le molestó demasiado—. ¿Quieres que te recuerde quién se fue primero?
—Pero es nuestra hija —argumentó Fabián, indignado.
Él estaba convencido de que era yo la mala del cuento, pero no lo era, aunque tampoco era una pura blanca nieves.
—Yo no voy a discutir esto contigo —aseguré—. Una de las condiciones con las que venía esta casa era que yo no te diría nada. Así que no voy a decirte nada, porque, además, no quiero volver a hablar contigo.
—Alicia, maldición —reclamó ese hombre, furioso—. ¡Vendiste a nuestra hija!
Fabián estaba en serio consternado, pero yo no iba a discutir sobre ella con él. Yo no hablaría de Liliana con él, ninguno de los dos teníamos derecho de siquiera mencionarla.
—Largo —pedí, cansada de todo lo que había tenido que hacer y por lo que había tenido que pasar; pero él se negó a irse sin más.
—Alicia, por lo menos dile a tu abuelo que me deje ver a la niña —pidió Fabián y me mordí el interior del labio hasta sangrarlo para contener mis ganas de tirármele encima y matarlo a golpes.
—¿Qué tiene que ver mi abuelo con esto? —pregunté fingiendo desconcierto.
—Liliana vive con él —informó él algo que siempre esperé, y que ya sabía desde algunos minutos.
—¿En serio? —pregunté levantando una ceja.
—Sí —titubeó Fabián, comenzando a caer en mi perfecta actuación—. ¿De verdad no sabes quién es ella?
—No lo sé —aseguré, mintiendo de nuevo.
Si yo no podía recuperar a mi hija, mucho menos le ayudaría a él a tenerla. Además, Liliana era de mi abuelo mucho más que de nosotros, pues era él quien se había hecho cargo de ella todo el tiempo.
» Ahora vete, Fabián, porque estoy cansada, y me pudre el hígado tener que ver tu cara.
Eché a Fabián de mi casa, de nuevo, y él se fue bastante contrariado.
Pero cómo se sintiera él era algo que a mí no me importaba. Yo no necesitaba comprender la confusión de ese hombre cuando ni siquiera podía acomodar el mar de sentimientos que me estaban ahogando.
Miré a todos lados, buscando una manera de tranquilizarme, pero no la tenía, así que salí de nuevo de la casa, subí a mi auto y conduje hasta el hotel donde, al llegar a mi cuarto, me tiré en la cama.
Estaba exhausta, había limpiado demasiado y me habían pasado demasiadas cosas en el día. Además, yo debía levantarme temprano a la mañana siguiente para recibir los muebles de la casa y al amor de mi vida también.
» Ni siquiera he comido nada en todo el día —me quejé antes de quedarme completamente dormida, luego de darme un largo baño que se llevara un poco de mi cansancio, y otro poco de mi dolor.
Aunque levantarme temprano era algo que realmente yo no disfrutaba, lo hice. Me levanté temprano muy a pesar de que, el día que se levantaba, era domingo, pues a mi casa le faltaban algunas cosas, sobre todo alimentos. Yo tenía tres días acondicionando una casa que me veía envejecer, seguramente, porque la necesitaba lista para que, quienes pasaríamos el resto de nuestras vidas en ese lugar, viviéramos lo más cómodos posible. Me bañé, cambié y salí a un súper en el centro de la ciudad. Hice algunas compras y regresé a casa. De camino a ella anoté algunos números telefónicos que me encontré en letreros por todos lados, esos que anunciaban servicios a domicilio, pues a mi casa le restaban algunos detallitos por los que pagaría, ya que no me quedaban demasiadas fuerzas para detallar. Llegué a casa y repartí las compras desde la cocina hasta las repisas del baño, entonces volví a la cocina para hacer el desayuno, pues se me estaba agotando el tiempo. Cerca de las diez de la mañana el c
—¿Quieres ir al cine? —pregunté a mi hijo pues, aunque yo no quería ir, estaba necesitando escapar de casa. Dos días de limpieza habían sido demasiado, así que yo estaba que vomitaba casa. Diego brincó en el sillón diciendo que sí y yo sonreí, pues él en serio que me hacía feliz. Esa tarde la pasamos recorriendo calles que gritaban recuerdos, despertando en mí tantos sentimientos que no podía contener. Así que, en la noche, mientras veía a mi hijo dormir a mi lado, recordé todo lo que él y yo debimos pasar para llegar al punto justo donde estábamos. FLASHBACK Mi madre había sido violada y, de semejante tragedia, ella había quedado embarazada de un chico idiota y rico que nunca se dignó a pedir una disculpa siquiera, mucho menos a hacerse cargo de nosotras. Irremediablemente, tras conocer al peor sujeto de su historia, mi madre sería madre soltera, pero terminó muriendo en el parto, así que fui criada por mis abuelos. Mis abuelos trabajaban en la casa de los señores Mirro, los pad
Fabián se dirigía a urgencias tras haber sido llamado, pero, cuando me vio en recepción, cambió de dirección.—Ali, tenemos que hablar —dijo él una vez que se encontró frente a mí.—Yo no tengo nada que hablar contigo —aseguré fingiendo que no me moría de ganas de vomitarle encima, porque él me había lastimado tanto que no podía creerle que le interesara arreglar las cosas conmigo—, además, tienes paciente en urgencias.Fabián miró a la sala de emergencias y chistó los dientes y, ante de correr a donde lo requerían, sonrió un poco alegrándose de al menos saber dónde podía encontrarme.Yo sobé mi cuello y respondí negativamente a la pregunta que hacía la enfermera en recepción para saber si yo era conocida de ese hombre. Suspiré medio molesta pues, al parecer, aun eran muchas las damas que estaban tras el guapísimo Fabián Mirro al que aseguré no conocer.Cerca de las dos de la tarde cerré mi consultorio, dejando todo debidamente revisado y completado. Yo había acomodado mis horarios par
—Él no es mi hijo —farfulló Fabián, cayéndome encima y comenzando a llorar—. Eres una cualquiera. Lo último que él dijo fue un simple susurro de borracho que terminó haciéndome enojar; pero, más que estar enojada con él por su opinión, estaba furiosa conmigo. Odiaba como nada que aún me doliera lo que Fabián pensara de mí. —Lárgate, Fabián —pedí conteniendo mis ganas de golpearlo hasta que su cuerpo se viera tan herido como estaba mi alma. —¿Por qué me engañaste? —preguntó el hombre que yo mencionaba, llorando cuál niño pequeño. Lo miré dolida, y maldiciéndome porque lo que más me dolía era ver el dolor de ese hombre. Y me odiaba por eso. Con todo el daño que él me había hecho, Fabián se merecía que yo le destrozara el alma, y aún a sabiendas de ello me mataba hacerlo. —Vete, Fabián —volví a pedirle, fingiendo que no me dolía esa situación. —Yo te amaba, Ali —aseguró y me burlé de él, en su cara, hasta terminar llorando de rabia. No podía creer que hablara de amor cuando yo cono
—Lo lamento, abue —sollocé sintiendo cómo mi cuerpo dolía por la fuerza que estaba poniendo en contenerme—, lamento no haber estado a tu lado cuando te fuiste... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no poder tenerte a mi lado... Abuelita, te necesito tanto... Te necesito aquí, conmigo... Por favor, quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa... Hundida en el dolor, yo lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque bien sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie. » Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal que ya no puedo más con las consecuencias, abue, de verdad que ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé por qué razón volví aquí —confesé y lloré un poco más, desahogando mis penas con alguien que, mientras vivió, siempre me escuchó y que de verdad esperaba, ahora,
Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche. En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado. A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado. —Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste? —Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante. —No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte. —Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por l
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa. Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas. —Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también. —Con una condición —dije. —¡Claro! —gritó Diego y me reí. Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito. —Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré. —Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo
De camino al lugar de mi cita, yo hablaba con Chío por teléfono sobre ese tema que seguía rondando mi cabeza y que, esperaba, pudiera resolver a mi favor, y al favor de la pequeña que necesitaba proteger. —Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer —dijo mi amiga y, aunque no quería sonar decepcionada, fue justo así como terminé sonando al iniciar mi respuesta con un sonoro suspiro. —Lo entiendo —aseguré casi en un susurro, porque no quería decir que lo entendía, pues eso me sonaba a resignarme, y no era lo que quería hacer y se lo dije a mi mejor amiga—, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella. —Lo sé, Lici —aseguró ahora mi amiga—, y lo lamento en serio. —No, amiga, no hay nada que tengas que lamentar —declaré para que ella, que había hecho tanto por mí, no se sintiera mal por no haber logrado lo que yo había pedido—, al contrario, muchísimas gracias por todo. En serio no sé qué podría haber hecho yo sin ti. —Todo para que seas feliz —dijo Rocío y