—¿Puede quedarse, mami? Por fa —pidieron mis hijas y yo suspiré.
No podía creer la influencia que ponían en mí esos tres pucheros en sus caras.
A punto de aceptar, su beeper me salvó. Fabián leyó el mensaje que había recibido.
—Tengo que ir al hospital, lo siento, chicos —dijo y, besando a los tres, se despidió de ellos.
Las chicas ya estaban en la cama, así que solo Diego y yo lo acompañamos.
En la puerta, Fabián intentó besar mi mejilla, pero no lo dejé. Chistó los dientes y, después de sonreír a Diego, se fue.
—¿No puedes perdonarlo, mami? —preguntó mi hijo y negué con la cabeza.
Fabián habló con Diego de nosotros, pero yo no era capaz de poner mis sentimientos en palabras.
» ¿Por qué? —p
Habían pasado casi dos meses de que hicimos una familia, y yo estaba completamente acostumbrada a ser madre de tres niños. Fabián prácticamente vivía con nosotros, yo me estaba dejando convencer de que"era lo mejor". Y es que, para ser sincera, eso me encantaba.—Tengo consulta externa —dijo Fabián de pie en la puerta de mi consultorio—, no creo alcanzar a llegar por los niños ¿tienes problemas por ir a por ellos? —preguntó y negué con mi cabeza.Tenía dos semanas cubriendo al médico de consulta general. Ella estaba enferma, así que mi horario se había extendido un poco, pero ahora, con Fabián en casa, ese no era problema.» En caso de que sí llegue, te veo en la escuela —dijo acercándose a besar mis labios, pero saqué el objetivo de su camino y terminó chocando sus labios en
—No era la primera vez que veía a ese hombre —dije a los policías—, creí que era el padre de algún niño.Ellos pidieron una descripción del hombre, y que estuviéramos atentos a los teléfonos, por si era un secuestro y llamaban por un rescaté.Lloré de nuevo, un secuestro era lo peor que podía pasar.«¿Y si les hacían daño?, ¿y si no querían dinero?, ¿y si jamás los volvía a ver?»Tantas posibilidades estremecieron mi alma empujándome a llorar aún más.Un par de horas después mi teléfono sonó, pero no era un secuestrador, era Chío con tremendas noticias.—Amiga, alguien ha estado investigando sobre Diego —dijo y me quedé helada—. Vino un hombre, dijo llamarse Damián Belmonte,
Cerca de las seis de la mañana llegué a Santa Clara, dirigiéndome a la dirección que me había dado mi amiga. Allí me encontré con Rocío, que me esperaba recargada a su auto.—No lo vayas a matar sin preguntarle nada, ¿de acuerdo? —dijo burlona y asentí con una mueca que quiso ser una sonrisa.Sabía que ella bromeaba, pero yo realmente tenía ganas de matarlo.Tocamos a la puerta y nadie respondió. Pero yo no desistiría, yo seguiría cualquier indicio que me permitiera llegar a mis hijos, por muy pequeño que fuera. Por eso toqué una y otra vez hasta que al fin alguien se apareció. Un hombre de estatura alta, piel blanca y cabello oscuro abrió la puerta.—¿Damián Belmonte? —pregunté y asintió un poco confundido.Entonces, antes de que él dijera nada, m
—¿Cómo te llamas? —preguntó y sonreí ante la ironía.—Me mandó matar y ni siquiera sabe mi nombre —respondí burlona.El hombre me miró furioso ordenando que dijera mi nombre.» Soy Alicia Grullol —respondí— y no me da gusto conocerlo. ¡Entrégueme a mis hijos! —ordené a uno que me miraba de arriba abajo.—¿Grullol? —preguntó descolocado y lo miré confundida.Sabía que mi apellido era raro, pero no para dejar perplejo a alguien.—Quiero a mis hijos conmigo ahora —repetí—. Esto es secuestro —anuncié sacándolo de sus pensamientos.—Ellos son mis nietos —dijo.—No, no lo son.—Lo son —aseguró—, las tres pruebas de ADN resultaron positivas.—
—Señor Damián Belmonte... padre —dijo Rocío que se acercaba a la mesa. Ella y Fabián nos siguieron al restaurante—. Soy trabajadora social y estoy al tanto de lo sucedido. Si usted no entrega a los tres niños Mirro Grullol a sus padres, nos veremos en la penosa necesidad de levantar una denuncia por secuestro para usted.El señor Belmonte la miró con desdén.«¿Será que no puede darse cuenta que son personas con las que trata?».—Tráelos aquí —dijo al teléfono y miré con expectación y una gran sonrisa a Fabián que me abrazaba.Me presioné a su pecho, necesitaba más que nunca sentirme segura.Mientras esperábamos el silencio se hizo presente, pero cuando tres niños, junto a un hombre alto y robusto que cargaba tres mochilas, llegaron, Diego rompi&oacu
—Llévatelas —ordené.—¿Y yo para que las quiero? —preguntó Damián Belmonte hijo—. Se ven más bonitas aquí —aseguró y sonrió dejándolas en una repisa en la entrada de mi casa—. Sabes, ese hombre es mi padre y, aunque no siempre nos llevamos bien, lo quiero mucho. Te dejaré estar a su lado si firmas un acuerdo en que la herencia es toda mía.—Eres un menso —dije abrazada al hombre que me abrazaba sin dejar de sonreír.—Tío Damián —gritó Diego desde la puerta, tirándose a los brazos de mi hermano.Él lo abrazó preguntando cómo estaba su sobrino favorito.—Aún sin pantalones —respondí demasiado seria.—Mamá es una preocupona —dijo Diego tras sonreír—, aún hay tiempo.&
Querido diario:Supongo que te parece raro el tenerme por acá, incluso a mí me sabe a increíble este glorioso momento. ¿Por qué glorioso? Simple: mi casa está en silencio, no necesito hacer limpieza (porque ya me rendí con mi deseo de una casa limpia y ordenada, además de que no me quedan fuerzas para eso) y estoy ¡sola!... bueno, casi, los bebés acaban de dormirse, así que podría contar como que no están.Te preguntarás por Liliana, Iliana y Diego, ¿no? Pues, muy complacida, te anuncio que están en un campamento escolar ¡¡¡¡DE TRES DÍAS!!!... y, como es por motivo del día del padre, adivina quien tampoco está en casa. Exacto. Fabián se fue.Pero no me malentiendas, tú perfecto sabes cuánto amo yo a esos cuatro, bueno, cinco, porque Damián —que
Cuando crees que lo has perdido todo, es tonto e inútil pelear. Pero, a veces, la vida es indulgente con nosotros y, sin esperarlo ni quererlo, nos da la oportunidad de recuperar lo que una vez creímos irrecuperable. Solo debemos tener el valor de intentar; aunque, ser valiente, no es cosa fácil, en realidad. Lo que aquí inicia es la triste historia de una chica de diecisiete años que no tenía las fuerzas de enfrentarse a los que le arrebataban todo, de una chica que se encontró sola en el frente de una batalla y que todo lo perdió, incluso las ganas de vivir. Esta es mi historia, la historia de Alicia Grullol. Con el mundo en mi contra, y con nadie apoyándome, en el inicio de mi triste historia no pude hacer más que aceptar lo que me daban y salir huyendo. Pero, ahora, siete años después, volví a reencontrarme con eso que ocho años atrás, por idiota, había perdido. Dándome cuenta que fui más estúpida de lo que había pensado. Después de haber pasado por tanto, sin esperanzas de re