Cerca de las seis de la mañana llegué a Santa Clara, dirigiéndome a la dirección que me había dado mi amiga. Allí me encontré con Rocío, que me esperaba recargada a su auto.
—No lo vayas a matar sin preguntarle nada, ¿de acuerdo? —dijo burlona y asentí con una mueca que quiso ser una sonrisa.
Sabía que ella bromeaba, pero yo realmente tenía ganas de matarlo.
Tocamos a la puerta y nadie respondió. Pero yo no desistiría, yo seguiría cualquier indicio que me permitiera llegar a mis hijos, por muy pequeño que fuera. Por eso toqué una y otra vez hasta que al fin alguien se apareció. Un hombre de estatura alta, piel blanca y cabello oscuro abrió la puerta.
—¿Damián Belmonte? —pregunté y asintió un poco confundido.
Entonces, antes de que él dijera nada, m
—¿Cómo te llamas? —preguntó y sonreí ante la ironía.—Me mandó matar y ni siquiera sabe mi nombre —respondí burlona.El hombre me miró furioso ordenando que dijera mi nombre.» Soy Alicia Grullol —respondí— y no me da gusto conocerlo. ¡Entrégueme a mis hijos! —ordené a uno que me miraba de arriba abajo.—¿Grullol? —preguntó descolocado y lo miré confundida.Sabía que mi apellido era raro, pero no para dejar perplejo a alguien.—Quiero a mis hijos conmigo ahora —repetí—. Esto es secuestro —anuncié sacándolo de sus pensamientos.—Ellos son mis nietos —dijo.—No, no lo son.—Lo son —aseguró—, las tres pruebas de ADN resultaron positivas.—
—Señor Damián Belmonte... padre —dijo Rocío que se acercaba a la mesa. Ella y Fabián nos siguieron al restaurante—. Soy trabajadora social y estoy al tanto de lo sucedido. Si usted no entrega a los tres niños Mirro Grullol a sus padres, nos veremos en la penosa necesidad de levantar una denuncia por secuestro para usted.El señor Belmonte la miró con desdén.«¿Será que no puede darse cuenta que son personas con las que trata?».—Tráelos aquí —dijo al teléfono y miré con expectación y una gran sonrisa a Fabián que me abrazaba.Me presioné a su pecho, necesitaba más que nunca sentirme segura.Mientras esperábamos el silencio se hizo presente, pero cuando tres niños, junto a un hombre alto y robusto que cargaba tres mochilas, llegaron, Diego rompi&oacu
—Llévatelas —ordené.—¿Y yo para que las quiero? —preguntó Damián Belmonte hijo—. Se ven más bonitas aquí —aseguró y sonrió dejándolas en una repisa en la entrada de mi casa—. Sabes, ese hombre es mi padre y, aunque no siempre nos llevamos bien, lo quiero mucho. Te dejaré estar a su lado si firmas un acuerdo en que la herencia es toda mía.—Eres un menso —dije abrazada al hombre que me abrazaba sin dejar de sonreír.—Tío Damián —gritó Diego desde la puerta, tirándose a los brazos de mi hermano.Él lo abrazó preguntando cómo estaba su sobrino favorito.—Aún sin pantalones —respondí demasiado seria.—Mamá es una preocupona —dijo Diego tras sonreír—, aún hay tiempo.&
Querido diario:Supongo que te parece raro el tenerme por acá, incluso a mí me sabe a increíble este glorioso momento. ¿Por qué glorioso? Simple: mi casa está en silencio, no necesito hacer limpieza (porque ya me rendí con mi deseo de una casa limpia y ordenada, además de que no me quedan fuerzas para eso) y estoy ¡sola!... bueno, casi, los bebés acaban de dormirse, así que podría contar como que no están.Te preguntarás por Liliana, Iliana y Diego, ¿no? Pues, muy complacida, te anuncio que están en un campamento escolar ¡¡¡¡DE TRES DÍAS!!!... y, como es por motivo del día del padre, adivina quien tampoco está en casa. Exacto. Fabián se fue.Pero no me malentiendas, tú perfecto sabes cuánto amo yo a esos cuatro, bueno, cinco, porque Damián —que
Cuando crees que lo has perdido todo, es tonto e inútil pelear. Pero, a veces, la vida es indulgente con nosotros y, sin esperarlo ni quererlo, nos da la oportunidad de recuperar lo que una vez creímos irrecuperable. Solo debemos tener el valor de intentar; aunque, ser valiente, no es cosa fácil, en realidad. Lo que aquí inicia es la triste historia de una chica de diecisiete años que no tenía las fuerzas de enfrentarse a los que le arrebataban todo, de una chica que se encontró sola en el frente de una batalla y que todo lo perdió, incluso las ganas de vivir. Esta es mi historia, la historia de Alicia Grullol. Con el mundo en mi contra, y con nadie apoyándome, en el inicio de mi triste historia no pude hacer más que aceptar lo que me daban y salir huyendo. Pero, ahora, siete años después, volví a reencontrarme con eso que ocho años atrás, por idiota, había perdido. Dándome cuenta que fui más estúpida de lo que había pensado. Después de haber pasado por tanto, sin esperanzas de re
Llegué a una ciudad que había dejado siete años atrás, volví sin ninguna esperanza de recuperar nada de todo lo que había perdido, regresé con solo el deseo de poder ser feliz con lo que ahora tenía, con lo que en todo mi tiempo lejos de ese lugar había logrado obtener. Entré a una casa que no había pisado en más de siete años, una casa que odiaba, pero que no dejaría, porque realmente la necesitaba. ¿Y cómo podría no odiarla?, si esa casa era la prueba de que, lo que siempre amé no me pertenecía más, ni tampoco me pertenecería de nuevo. De pie, en la sala, solo observando tantos sueños y planes atrapados en esas paredes, tantos sueños y planes que sacudiría y, con el dolor de mi alma, enviaría a la basura; me estremecí completamente y lloré en silencio por enfrentarme de nuevo a lo que pensé no me enfrentaría nunca más. Tenía rato atrapada en mis memorias, recordando al hombre que soñó a mi lado con un final feliz, cuando una voz, que creía haber olvidado, pronunció mi nombre, sacu
Cuando al fin terminé de limpiar esa casa, miré mi reloj y me di cuenta de que ya era bastante tarde. Me dejé caer en el piso de una sala que ya no era ni la sombra de la habitación a la que horas antes había arribado, y suspiré agotada y complacida. Mirando a todos lados, pensé que debía hacer algunas compras, al menos, pues en mi alacena ya no tenía ni telarañas, y yo tenía rato con demasiada hambre. A punto de levantarme del piso, la puerta de mi casa se abrió y pude ver una aparición que me congeló el alma. Una niña, de escasos siete años, que era la viva imagen del hombre que hacía horas había echado del lugar, apareció de la nada ante mí. —¿Esta es tu casa? —preguntó la pequeña, escudriñando con la mirada cada espacio del lugar. Asentí sin poder apartar mis ojos de sus hermosos ojos marrones que se posaron sobre mí. Yo no podía abrir la boca, no sin llorar, al menos. » Me llamo Iliana —informó ella, sonriendo—, a mis hermanas y a mí nos gusta venir aquí a jugar. Jugamos a qu
Aunque levantarme temprano era algo que realmente yo no disfrutaba, lo hice. Me levanté temprano muy a pesar de que, el día que se levantaba, era domingo, pues a mi casa le faltaban algunas cosas, sobre todo alimentos. Yo tenía tres días acondicionando una casa que me veía envejecer, seguramente, porque la necesitaba lista para que, quienes pasaríamos el resto de nuestras vidas en ese lugar, viviéramos lo más cómodos posible. Me bañé, cambié y salí a un súper en el centro de la ciudad. Hice algunas compras y regresé a casa. De camino a ella anoté algunos números telefónicos que me encontré en letreros por todos lados, esos que anunciaban servicios a domicilio, pues a mi casa le restaban algunos detallitos por los que pagaría, ya que no me quedaban demasiadas fuerzas para detallar. Llegué a casa y repartí las compras desde la cocina hasta las repisas del baño, entonces volví a la cocina para hacer el desayuno, pues se me estaba agotando el tiempo. Cerca de las diez de la mañana el c