Llegué a una ciudad que había dejado siete años atrás, volví sin ninguna esperanza de recuperar nada de todo lo que había perdido, regresé con solo el deseo de poder ser feliz con lo que ahora tenía, con lo que en todo mi tiempo lejos de ese lugar había logrado obtener.
Entré a una casa que no había pisado en más de siete años, una casa que odiaba, pero que no dejaría, porque realmente la necesitaba. ¿Y cómo podría no odiarla?, si esa casa era la prueba de que, lo que siempre amé no me pertenecía más, ni tampoco me pertenecería de nuevo.
De pie, en la sala, solo observando tantos sueños y planes atrapados en esas paredes, tantos sueños y planes que sacudiría y, con el dolor de mi alma, enviaría a la basura; me estremecí completamente y lloré en silencio por enfrentarme de nuevo a lo que pensé no me enfrentaría nunca más.
Tenía rato atrapada en mis memorias, recordando al hombre que soñó a mi lado con un final feliz, cuando una voz, que creía haber olvidado, pronunció mi nombre, sacudiéndome de nuevo.
Me maldije internamente por haber pensado en Fabián, pues, como si lo hubiese invocado, él apareció frente a mí, haciendo lo que yo siempre amé que hiciera: decir mi nombre; pero, esta vez, haciéndome rabiar.
¿Y cómo podría no enojarme? Si ahora, no, ahora no, desde hacía mucho tiempo yo odiaba a ese hombre con todas las fuerzas de mi ser.
Sí, lo odiaba, no podría hacer otra cosa cuando, por su m*****a traición, yo había perdido todo lo que tenía en la vida: mi familia, mi hogar y hasta las ganas de vivir.
—¿Alicia? ¿Qué haces aquí? —preguntó Fabián mientras me miraba como si a un fantasma viera.
—Esta es mi casa —respondí, con la esperanza de no tener que decirle nada más, porque yo no quería hablar con él; pero supongo que las preguntas eran inevitables.
—No —señaló él, evidentemente contrariado—, esta es la casa de mis padres.
—No, Fabián —refuté, fingiendo que no se me quemaban las entrañas con la ira que estaba sintiendo por su repentina aparición—. Esta es mi casa. Es la compensación que me dieron tus padres por permitirles arrancarme lo que yo más amaba en la vida.
—¿Te refieres a mí? —preguntó él y me reí en su cara.
¿Y cómo no podía hacerlo, si, después de todo lo que él había hecho y todo por lo que yo había pasado, él se proclamaba lo que yo más amaba en la vida? Sobre todo justo en ese momento, cuando yo no podía odiarlo más.
—Claro que no —bufé con molestia—. Tú no fuiste arrebatado de mi lado, tú te largaste por tu cuenta y me abandonaste a mi suerte. Pero, ¿sabes? Viendo el vaso medio lleno, perderte fue bastante benéfico, pues ahora tengo una carrera, y también una hermosa casa.
—¿Me cambiaste por dinero? —preguntó indignado el que una vez fue el hombre de mis sueños, y que hoy me provocaría pesadillas.
Sonreí con sorna, terminando en volver a estar furiosa.
—¡Eso lo hiciste tú! —grité al punto del llanto por tanta ira carcomiéndome, terminando en respirar profundo para no matarlo en ese preciso instante—. Pero ya no importa. Lárgate, Fabián, no quiero verte ni tenerte cerca.
—Ali, yo iba a volver —dijo de pronto Fabián, intentando alcanzar mi mano que escondí detrás de mi cuerpo para que no me atrapara. Fabián me miró dolido y se rindió de tocarme—. Después de estudiar regresaría a darte el futuro que te merecías.
—Lárgate —exigí entre dientes, sin permitir que hablara más, pues yo no quería escucharlo—, dije que no me importas ya.
—Al menos explícame qué pasó —pidió él, consternado y ansioso—, dime dónde estabas, ¿por qué te fuiste? No entiendo nada, Alicia. Cuando regresé, tú ya no estabas, y tu abuelo dijo que no sabía nada de ti. Ali, no quise creerles a mis padres que me cambiaste por dinero, nosotros nos amábamos de verdad...
—¡No, Fabián! —interrumpí en un grito—. Nosotros no nos amábamos, tú no me amabas.
—Yo siempre te amé —aseguró él y volví a reír antes de derramar un par de lágrimas que no pude contener—. Aún te amo, Ali.
—Mentiroso —farfullé molesta, limpiando ese par de lágrimas que escaparon de mí—. Si me hubieras amado no me habrías dejado a mi suerte. Me dejaste sola, Fabián.
El reclamo que hacía, al hombre que estaba odiando con toda mi vida, estaba cargado con más que rabia, también tenía todo mi dolor y mi resentimiento hacia él.
» Tuve que pelear yo sola contra el mundo para defender nuestro estúpido amor. Pero no pude hacerlo, no podía pelear sola —dije y mi garganta cedió al llanto, entonces debí garraspar y respirar profundo para poder concluir mi alegato—. Pero eso dejó de importarme cuando me di cuenta de quién eras tú y de cómo jugaste conmigo.
—Ali, escúchame —pidió Fabián, intentando llegar de nuevo a mí, pero retrocedí, no sabía si para protegerlo de mí o para protegerme de él, porque él me lastimaba aún.
—No, Fabián —volví a negar—. Y deja de decirme Ali, es más, no me hables.
—Ali...
—Lárgate Fabián... y dile a todo el mundo que esta casa ya no está sola, que no vuelvan por aquí —pedí levantando un pedazo de pizza que, de haber quedado ocho años atrás, no estaría en el estado en que estaba.
—No tienes que estar enojada —aseguró él y entonces sí que me reí con ganas—, tú fuiste quien me dejó, tú eres quien desapareció sin decir nada. Alicia, por lo menos explícame qué pasó antes de echarme.
—Yo no tengo que darte ninguna explicación —aseguré—. Si quieres explicaciones pídeselas a tus padres. Pregúntales a ellos la razón de que te odie como te odio. Aunque fuiste tú quien me traicionó, seguro lo sabes bien.
—Ali...
—¡Que no, Fabián! ¡Que te largues! —grité empujándolo fuera de mi casa, pretendiendo sacarlo de mi vida y de mi estúpido corazón, que había temblado emocionado mientras lo veía y lo escuchaba tan de cerca.
Ignoré sus gritos llamándome y sus golpes en la puerta, pues yo tenía mucho qué limpiar y demasiado dolor que desahogar. Ese hombre, que tanto amé y que tanto odiaba, me dolía demasiado.
Fabián se fue y yo me quedé recargada a la puerta, llorando tanto como mi dolor pedía. Lloré hasta que me cansé, y entonces me levanté a limpiar esa casa que guardaba tanta suciedad como ocho años de soledad le habían dejado.
Cuando al fin terminé de limpiar esa casa, miré mi reloj y me di cuenta de que ya era bastante tarde. Me dejé caer en el piso de una sala que ya no era ni la sombra de la habitación a la que horas antes había arribado, y suspiré agotada y complacida. Mirando a todos lados, pensé que debía hacer algunas compras, al menos, pues en mi alacena ya no tenía ni telarañas, y yo tenía rato con demasiada hambre. A punto de levantarme del piso, la puerta de mi casa se abrió y pude ver una aparición que me congeló el alma. Una niña, de escasos siete años, que era la viva imagen del hombre que hacía horas había echado del lugar, apareció de la nada ante mí. —¿Esta es tu casa? —preguntó la pequeña, escudriñando con la mirada cada espacio del lugar. Asentí sin poder apartar mis ojos de sus hermosos ojos marrones que se posaron sobre mí. Yo no podía abrir la boca, no sin llorar, al menos. » Me llamo Iliana —informó ella, sonriendo—, a mis hermanas y a mí nos gusta venir aquí a jugar. Jugamos a qu
Aunque levantarme temprano era algo que realmente yo no disfrutaba, lo hice. Me levanté temprano muy a pesar de que, el día que se levantaba, era domingo, pues a mi casa le faltaban algunas cosas, sobre todo alimentos. Yo tenía tres días acondicionando una casa que me veía envejecer, seguramente, porque la necesitaba lista para que, quienes pasaríamos el resto de nuestras vidas en ese lugar, viviéramos lo más cómodos posible. Me bañé, cambié y salí a un súper en el centro de la ciudad. Hice algunas compras y regresé a casa. De camino a ella anoté algunos números telefónicos que me encontré en letreros por todos lados, esos que anunciaban servicios a domicilio, pues a mi casa le restaban algunos detallitos por los que pagaría, ya que no me quedaban demasiadas fuerzas para detallar. Llegué a casa y repartí las compras desde la cocina hasta las repisas del baño, entonces volví a la cocina para hacer el desayuno, pues se me estaba agotando el tiempo. Cerca de las diez de la mañana el c
—¿Quieres ir al cine? —pregunté a mi hijo pues, aunque yo no quería ir, estaba necesitando escapar de casa. Dos días de limpieza habían sido demasiado, así que yo estaba que vomitaba casa. Diego brincó en el sillón diciendo que sí y yo sonreí, pues él en serio que me hacía feliz. Esa tarde la pasamos recorriendo calles que gritaban recuerdos, despertando en mí tantos sentimientos que no podía contener. Así que, en la noche, mientras veía a mi hijo dormir a mi lado, recordé todo lo que él y yo debimos pasar para llegar al punto justo donde estábamos. FLASHBACK Mi madre había sido violada y, de semejante tragedia, ella había quedado embarazada de un chico idiota y rico que nunca se dignó a pedir una disculpa siquiera, mucho menos a hacerse cargo de nosotras. Irremediablemente, tras conocer al peor sujeto de su historia, mi madre sería madre soltera, pero terminó muriendo en el parto, así que fui criada por mis abuelos. Mis abuelos trabajaban en la casa de los señores Mirro, los pad
Fabián se dirigía a urgencias tras haber sido llamado, pero, cuando me vio en recepción, cambió de dirección.—Ali, tenemos que hablar —dijo él una vez que se encontró frente a mí.—Yo no tengo nada que hablar contigo —aseguré fingiendo que no me moría de ganas de vomitarle encima, porque él me había lastimado tanto que no podía creerle que le interesara arreglar las cosas conmigo—, además, tienes paciente en urgencias.Fabián miró a la sala de emergencias y chistó los dientes y, ante de correr a donde lo requerían, sonrió un poco alegrándose de al menos saber dónde podía encontrarme.Yo sobé mi cuello y respondí negativamente a la pregunta que hacía la enfermera en recepción para saber si yo era conocida de ese hombre. Suspiré medio molesta pues, al parecer, aun eran muchas las damas que estaban tras el guapísimo Fabián Mirro al que aseguré no conocer.Cerca de las dos de la tarde cerré mi consultorio, dejando todo debidamente revisado y completado. Yo había acomodado mis horarios par
—Él no es mi hijo —farfulló Fabián, cayéndome encima y comenzando a llorar—. Eres una cualquiera. Lo último que él dijo fue un simple susurro de borracho que terminó haciéndome enojar; pero, más que estar enojada con él por su opinión, estaba furiosa conmigo. Odiaba como nada que aún me doliera lo que Fabián pensara de mí. —Lárgate, Fabián —pedí conteniendo mis ganas de golpearlo hasta que su cuerpo se viera tan herido como estaba mi alma. —¿Por qué me engañaste? —preguntó el hombre que yo mencionaba, llorando cuál niño pequeño. Lo miré dolida, y maldiciéndome porque lo que más me dolía era ver el dolor de ese hombre. Y me odiaba por eso. Con todo el daño que él me había hecho, Fabián se merecía que yo le destrozara el alma, y aún a sabiendas de ello me mataba hacerlo. —Vete, Fabián —volví a pedirle, fingiendo que no me dolía esa situación. —Yo te amaba, Ali —aseguró y me burlé de él, en su cara, hasta terminar llorando de rabia. No podía creer que hablara de amor cuando yo cono
—Lo lamento, abue —sollocé sintiendo cómo mi cuerpo dolía por la fuerza que estaba poniendo en contenerme—, lamento no haber estado a tu lado cuando te fuiste... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no poder tenerte a mi lado... Abuelita, te necesito tanto... Te necesito aquí, conmigo... Por favor, quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa... Hundida en el dolor, yo lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque bien sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie. » Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal que ya no puedo más con las consecuencias, abue, de verdad que ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé por qué razón volví aquí —confesé y lloré un poco más, desahogando mis penas con alguien que, mientras vivió, siempre me escuchó y que de verdad esperaba, ahora,
Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche. En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado. A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado. —Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste? —Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante. —No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte. —Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por l
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa. Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas. —Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también. —Con una condición —dije. —¡Claro! —gritó Diego y me reí. Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito. —Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré. —Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo