—¿Quieres ir al cine? —pregunté a mi hijo pues, aunque yo no quería ir, estaba necesitando escapar de casa.
Dos días de limpieza habían sido demasiado, así que yo estaba que vomitaba casa. Diego brincó en el sillón diciendo que sí y yo sonreí, pues él en serio que me hacía feliz.
Esa tarde la pasamos recorriendo calles que gritaban recuerdos, despertando en mí tantos sentimientos que no podía contener. Así que, en la noche, mientras veía a mi hijo dormir a mi lado, recordé todo lo que él y yo debimos pasar para llegar al punto justo donde estábamos.
FLASHBACK
Mi madre había sido violada y, de semejante tragedia, ella había quedado embarazada de un chico idiota y rico que nunca se dignó a pedir una disculpa siquiera, mucho menos a hacerse cargo de nosotras. Irremediablemente, tras conocer al peor sujeto de su historia, mi madre sería madre soltera, pero terminó muriendo en el parto, así que fui criada por mis abuelos.
Mis abuelos trabajaban en la casa de los señores Mirro, los padres de Fabián, en ese lugar, mi abuela era cocinera y mi abuelo jardinero. Yo conocí a Fabián cuando cumplí quince años. Él era hijo único y tenía dieciséis años cuando ocurrió nuestro primer encuentro.
Fabián me encantaba, ¿y cómo no?, si era muy apuesto, además de todo un caballero; para mí, no había nada más divertido que estar a su lado. Y, aunque a los padres de ese adolescente mimado y rico no les gustaba la idea de que él y yo estuviéramos juntos, y aunque mis abuelos se oponían rotundamente a nuestra relación, convencidos de que nos amábamos, Fabián y yo nos decidimos a luchar por nuestro amor.
Pero Fabián no me amaba, él solo se estaba divirtiendo conmigo, aunque eso lo supe después. Tal vez demasiado tarde.
Cuando los padres de Fabián le dieron a elegir entre una carrera universitaria o yo, él me dejó. Pero no me dejó sola, yo estaba embarazada, y cuando sus padres se enteraron me encerraron donde nadie pudiera verme, donde nadie pudiera enterarse de nada; entonces, cuando Liliana nació, los padres de Fabián me la quitaron y me echaron de la ciudad con el suficiente dinero como para que yo rehiciera mi vida.
Sin embargo, con diecisiete años cumplidos, no era mucho lo que yo creía poder hacer; pues, además, yo ya no contaba con el apoyo de mis abuelos. Aunque, después de defraudarlos como lo hice, no podía culparlos por también darme la espalda.
Sintiéndome completamente sola, me fui vivir a Santa Clara, una ciudad a seis horas en camión de donde estaba mi ciudad natal. Allí renté un departamento pequeño, conseguí un empleo a medio tiempo, terminé el bachillerato e ingresé a la universidad ayudada por el dinero que recibí de los padres de Fabián, porque un sueldo de medio tiempo no era bueno para mucho.
Mientras me convertía en un adulto, y también en una profesional, todo parecía ir bien para mí, y aun así yo no podía sentirme a gusto con tal situación.
Yo no quería estar sola y quería a mi hija conmigo así que, sintiéndome un poco más segura financieramente, dos años después de que me fui de mi ciudad natal, con un poco de valor, regresé a intentar recuperar a mi familia, porque quería tener de nuevo en mi vida a mucho más que mi hija.
Pero solo regresé a darme cuenta de que yo podía perder mucho más de lo que ya había perdido. Regresé a enterarme de que mi abuela acaba de morir. Esa vez lloré frente a una puerta que mi abuelo no abrió, a pesar de lo mucho que la golpeé.
Frustrada y triste, lloré demasiado adolorida por perderlo todo, pues, si alguien alguna vez habría podido abogar por mi ante ese cascarrabias orgulloso que era mi abuelo, ese alguien era alguien que ya no estaba ni estaría, y su ausencia me dolía.
Regresé a Santa Clara, sintiendo que mi vida ya no tenía ningún sentido, y me encontré con algo realmente inesperado: había un pequeño niño, de tal vez dos años de edad, casi muerto junto a mi puerta.
Aterrada, y algo furiosa por quien se hubiera atrevido a abandonarlo en semejante estado, lo llevé al hospital y me hice cargo del pequeño en lo que servicio social decidía qué pasaría con él, pues no había espacio para él en ninguno de los dos orfanatos de esa ciudad.
Eso fue algo bueno para mí, y también para Diego, porque yo no me sentía más sola, y él consiguió alguien que lo amara tanto que estaba segura de que lloraría demasiado cuando me tuviera que separar de él.
Sin embargo, la separación no sucedió pronto. Varias semanas pasaron y nadie reportaba la desaparición de un niño con las señas del pequeño que yo encontré en mi puerta.
Entonces, la mujer encargada del caso de Diego me ofreció adoptarlo y yo acepté. Ni siquiera lo tuve que pensar, de pronto parecía ser nuestro destino terminar juntos, pues ese niño tenía la edad de una hija que yo no recuperaría, y él necesitaba una madre. Ambos nos necesitábamos.
Diego de verdad estaba destinado a ser mi hijo, pues, debido a la falta de registros del niño, más que adoptarlo, lo registré como hijo mío, así, legalmente, Diego se convirtió en mi bebé, llenando un espacio en mi corazón y dándome una nueva razón para vivir.
FIN DE FLASHBACK
Eran casi las siete de la mañana cuando sonó el despertador, y dos hicimos berrinche, pero yo sí me levanté.
De pie al lado de una cama, que me dolió demasiado dejar, me estiré tanto como mi cuerpo dio, desperezándome un poco, y fui al baño donde lavé mi cara antes de bajar a la cocina para hacer el desayuno y así regresar a la habitación para despertar al dueño de mis sonrisas.
—Anda, dormilón —dije sobando la espalda de mi dormido hijo—, se nos hace tarde para el colegio.
—No quiero ir —rezongó Diego, tapándose la cara con la cobija y haciéndome sonreír—. Di que estoy enfermo —pidió y le miré sorprendida luego de bufa una risa.
—¿En tu primer día? Yo no lo creo, anda, arriba —pedí jalando eso que lo cubría.
—Mami, es temprano —se quejó Diego, sentado en la cama, mientras no podía mantenerse con los ojos abiertos por completo.
—No, no lo es —aseguré comenzando a doblar cobijas y dejándolas lejos de la cama para que él no las volviera a jalar.
—Pero tengo sueño —reclamó mi amado bebé haciendo un puchero.
—Pero hice wafles —informé acercando su uniforme a la cama, con la intensión de ayudarle a vestirse si es que los wafles no le despertaban.
—¿Wafles? —preguntó Diego, poniendo esa expresión de pillo que me encantaba, enanchando mi sonrisa.
—Con mermelada de mango —completé y él hizo un sonido de emoción, haciéndome feliz de nuevo.
Lo ayudé a vestir, le puse los zapatos y lo cargué hasta el comedor donde lo dejé en una silla alta. Desayunamos juntos y lo llevé al colegio, quedando en que iría a la salida por él; después de eso yo fui al hospital, yo era médico, específicamente, pediatra. Había decidido estudiar la especialidad cuando Diego llegó a mi vida, porque, para que él estuviera bien, yo haría lo que estuviera en mis manos.
En el hospital, yo estuve toda la mañana revisando los expedientes de consulta interna y los de seguimiento externo, que, gracias al cielo, no eran tantos; así, pasado el mediodía, caminé fuera del consultorio y llegué a la recepción donde me pondría al día con una de las enfermeras; entonces algo inesperadamente horrible pasó.
—Doctor Mirro, se requiere su presencia en urgencias —se escuchó en el altavoz—. Doctor Mirro, a urgencias.
Con un nudo en el estómago, y con las náuseas embargándome por completo, cerré los ojos y recé internamente porque el doctor Mirro al que solicitaban no fuera Fabián Mirro. Pero, al parecer, a quien imploré no me escuchó, pues el mismísimo Fabián Mirro apareció frente a mí segundos después.
Fabián se dirigía a urgencias tras haber sido llamado, pero, cuando me vio en recepción, cambió de dirección.—Ali, tenemos que hablar —dijo él una vez que se encontró frente a mí.—Yo no tengo nada que hablar contigo —aseguré fingiendo que no me moría de ganas de vomitarle encima, porque él me había lastimado tanto que no podía creerle que le interesara arreglar las cosas conmigo—, además, tienes paciente en urgencias.Fabián miró a la sala de emergencias y chistó los dientes y, ante de correr a donde lo requerían, sonrió un poco alegrándose de al menos saber dónde podía encontrarme.Yo sobé mi cuello y respondí negativamente a la pregunta que hacía la enfermera en recepción para saber si yo era conocida de ese hombre. Suspiré medio molesta pues, al parecer, aun eran muchas las damas que estaban tras el guapísimo Fabián Mirro al que aseguré no conocer.Cerca de las dos de la tarde cerré mi consultorio, dejando todo debidamente revisado y completado. Yo había acomodado mis horarios par
—Él no es mi hijo —farfulló Fabián, cayéndome encima y comenzando a llorar—. Eres una cualquiera. Lo último que él dijo fue un simple susurro de borracho que terminó haciéndome enojar; pero, más que estar enojada con él por su opinión, estaba furiosa conmigo. Odiaba como nada que aún me doliera lo que Fabián pensara de mí. —Lárgate, Fabián —pedí conteniendo mis ganas de golpearlo hasta que su cuerpo se viera tan herido como estaba mi alma. —¿Por qué me engañaste? —preguntó el hombre que yo mencionaba, llorando cuál niño pequeño. Lo miré dolida, y maldiciéndome porque lo que más me dolía era ver el dolor de ese hombre. Y me odiaba por eso. Con todo el daño que él me había hecho, Fabián se merecía que yo le destrozara el alma, y aún a sabiendas de ello me mataba hacerlo. —Vete, Fabián —volví a pedirle, fingiendo que no me dolía esa situación. —Yo te amaba, Ali —aseguró y me burlé de él, en su cara, hasta terminar llorando de rabia. No podía creer que hablara de amor cuando yo cono
—Lo lamento, abue —sollocé sintiendo cómo mi cuerpo dolía por la fuerza que estaba poniendo en contenerme—, lamento no haber estado a tu lado cuando te fuiste... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no poder tenerte a mi lado... Abuelita, te necesito tanto... Te necesito aquí, conmigo... Por favor, quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa... Hundida en el dolor, yo lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque bien sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie. » Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal que ya no puedo más con las consecuencias, abue, de verdad que ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé por qué razón volví aquí —confesé y lloré un poco más, desahogando mis penas con alguien que, mientras vivió, siempre me escuchó y que de verdad esperaba, ahora,
Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche. En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado. A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado. —Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste? —Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante. —No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte. —Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por l
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa. Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas. —Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también. —Con una condición —dije. —¡Claro! —gritó Diego y me reí. Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito. —Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré. —Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo
De camino al lugar de mi cita, yo hablaba con Chío por teléfono sobre ese tema que seguía rondando mi cabeza y que, esperaba, pudiera resolver a mi favor, y al favor de la pequeña que necesitaba proteger. —Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer —dijo mi amiga y, aunque no quería sonar decepcionada, fue justo así como terminé sonando al iniciar mi respuesta con un sonoro suspiro. —Lo entiendo —aseguré casi en un susurro, porque no quería decir que lo entendía, pues eso me sonaba a resignarme, y no era lo que quería hacer y se lo dije a mi mejor amiga—, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella. —Lo sé, Lici —aseguró ahora mi amiga—, y lo lamento en serio. —No, amiga, no hay nada que tengas que lamentar —declaré para que ella, que había hecho tanto por mí, no se sintiera mal por no haber logrado lo que yo había pedido—, al contrario, muchísimas gracias por todo. En serio no sé qué podría haber hecho yo sin ti. —Todo para que seas feliz —dijo Rocío y
Caminé hasta donde estaba Iliana sin dejar de mirarla, dejando atrás a dos que eran completamente míos, intentando obtener algo que jamás me perteneció pero que deseaba fuera mío a partir de ese momento, y para siempre; y, cuando llegué con ella, me acuclillé para estar a su altura —Lo lamento mucho, Iliana —me disculpé de nuevo, sin atreverme a tocarla—, yo me equivoqué mucho y me duele tanto como a ti que estuvieras sola. A mí me hubiera encantado que estuvieras siempre a mi lado y, ¿sabes?, no tienes que perdonarme si no quieres... Mis palabras comenzaron a quebrarse. » Puedes odiarme y voy a entenderlo —aseguré—... pues, aunque yo no quería que estuvieras sola, no fui capaz de evitarlo... Por eso puedes no quererme... Pero, ¿sabes otra cosa?... Yo siempre, siempre voy a esperar que me elijas... Y, si no puedes, espero a tus hermanitos no los rechaces. —Escúchenme bien los tres —ordenó mi abuelo—. Su madre no tiene la culpa de nada, ella no era tan fuerte como para enfrentarse a
Después de revisar la alacena y ver que hacían falta algunos ingrediente para nuestros desayunos, invité a mis dos hijas a ir conmigo al súper. Aceptaron y subieron a cambiarse, yo fui a la habitación donde mi hijo dormía. Lavé mi cara y me peiné.—Diego, iré al súper —informé recostándome al lado del que aun dormía—, ¿vienes conmigo? —pregunté y, muy adormilado, y sin abrir los ojos preguntó si iría sola. Negué.» Liliana e Iliana vienen conmigo —dije.—Entonces que ellas te cuiden —dijo después de un bostezo, acomodándose para seguir durmiendo.Sintiendo envidia de la buena, besé su frente y lo cubrí con mi mano cerrando de nuevo los ojos, pero dos hermosuras volvieron a interrumpirme.—Estamos listas —dijeron y maldije mentalment