Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche. En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado. A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado. —Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste? —Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante. —No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte. —Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por l
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa. Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas. —Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también. —Con una condición —dije. —¡Claro! —gritó Diego y me reí. Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito. —Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré. —Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo
De camino al lugar de mi cita, yo hablaba con Chío por teléfono sobre ese tema que seguía rondando mi cabeza y que, esperaba, pudiera resolver a mi favor, y al favor de la pequeña que necesitaba proteger. —Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer —dijo mi amiga y, aunque no quería sonar decepcionada, fue justo así como terminé sonando al iniciar mi respuesta con un sonoro suspiro. —Lo entiendo —aseguré casi en un susurro, porque no quería decir que lo entendía, pues eso me sonaba a resignarme, y no era lo que quería hacer y se lo dije a mi mejor amiga—, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella. —Lo sé, Lici —aseguró ahora mi amiga—, y lo lamento en serio. —No, amiga, no hay nada que tengas que lamentar —declaré para que ella, que había hecho tanto por mí, no se sintiera mal por no haber logrado lo que yo había pedido—, al contrario, muchísimas gracias por todo. En serio no sé qué podría haber hecho yo sin ti. —Todo para que seas feliz —dijo Rocío y
Caminé hasta donde estaba Iliana sin dejar de mirarla, dejando atrás a dos que eran completamente míos, intentando obtener algo que jamás me perteneció pero que deseaba fuera mío a partir de ese momento, y para siempre; y, cuando llegué con ella, me acuclillé para estar a su altura —Lo lamento mucho, Iliana —me disculpé de nuevo, sin atreverme a tocarla—, yo me equivoqué mucho y me duele tanto como a ti que estuvieras sola. A mí me hubiera encantado que estuvieras siempre a mi lado y, ¿sabes?, no tienes que perdonarme si no quieres... Mis palabras comenzaron a quebrarse. » Puedes odiarme y voy a entenderlo —aseguré—... pues, aunque yo no quería que estuvieras sola, no fui capaz de evitarlo... Por eso puedes no quererme... Pero, ¿sabes otra cosa?... Yo siempre, siempre voy a esperar que me elijas... Y, si no puedes, espero a tus hermanitos no los rechaces. —Escúchenme bien los tres —ordenó mi abuelo—. Su madre no tiene la culpa de nada, ella no era tan fuerte como para enfrentarse a
Después de revisar la alacena y ver que hacían falta algunos ingrediente para nuestros desayunos, invité a mis dos hijas a ir conmigo al súper. Aceptaron y subieron a cambiarse, yo fui a la habitación donde mi hijo dormía. Lavé mi cara y me peiné.—Diego, iré al súper —informé recostándome al lado del que aun dormía—, ¿vienes conmigo? —pregunté y, muy adormilado, y sin abrir los ojos preguntó si iría sola. Negué.» Liliana e Iliana vienen conmigo —dije.—Entonces que ellas te cuiden —dijo después de un bostezo, acomodándose para seguir durmiendo.Sintiendo envidia de la buena, besé su frente y lo cubrí con mi mano cerrando de nuevo los ojos, pero dos hermosuras volvieron a interrumpirme.—Estamos listas —dijeron y maldije mentalment
La casa en que Diego y yo vivíamos era realmente enorme. Cuando Fabián y yo hicimos planes de nuestro futuro, esa casa, de tres plantas y diez habitaciones, fungió como el refugio de nuestra familia de nueve hijos.«¡Vaya que éramos soñadores! y yo estúpida por creerme todo ese circo»Después de recoger las cosas de Liliana, y de pasar al orfanato por las cosas de Iliana, personalizamos las recamaras que, con tanto amor, preparé en secreto de mi hijo para mis hijas, y que tanto adoraron conocer.Mientras terminaba de vestirlas para dormir, ya con los deberes hechos y las mochilas listas para el nuevo día de clases, Iliana hizo una pregunta que me costó responder.—¿Cuándo llegará papá? —preguntó y suspiré.Esa niña sí que era avariciosa. Apenas había recuperado
Después de dejar a los niños en el colegio fui al hospital y, a la hora del almuerzo, esperé a Fabián recargada a su auto en el estacionamiento. Cuando al fin se apareció, hablé sin darle oportunidad a decir nada.—Tenemos que hablar —dije y me miró fijo.—Pensé que nosotros no teníamos nada de qué hablar.—Pues si no quieres no hablaré contigo, pero luego no te quejes —dije amenazando con irme.—No, Ali, espera —pidió sosteniendo una de mis muñecas—, hablemos, por favor.—Vamos a mi casa —pedí y asintió abriendo la puerta de su coche para llevarnos a mi hogar.Cuando llegamos me quedé helada. Yo no quería compartir eso que recién había obtenido con la persona que más daño me había hecho en la vida.Pero ya lo ha
—Vamos, mami —pidió Diego tomando mi mano—, yo si tengo hambre.Fabián se dirigió a sus hijas preguntando si ellas tenían hambre. Ambas asintieron y yo inspiré más profundo. Necesitaba calmarme más, mucho más.Liliana e Iliana tomaron las manos de su padre y caminaron con él al auto con tremenda sonrisa en el rostro. Su sonrisa desbordaba felicidad, eso me hizo feliz y me hizo sentir mal. Pensé que, tal vez, si no hubiese sido tan orgullosa aquella vez, si le hubiera dicho a Fabián que estaba embarazada, habría podido proteger a Liliana.Pero justo en ese momento Diego jaló mi mano, sacándome de mis pensamientos.Sonreí pensando que no me arrepentía, si eso hubiera sucedido, ese hermoso caballero no habría llegado a mi vida, y eso realmente no me hubiera gustado.—Supongo que con que las cosas vayan bi