La casa en que Diego y yo vivíamos era realmente enorme. Cuando Fabián y yo hicimos planes de nuestro futuro, esa casa, de tres plantas y diez habitaciones, fungió como el refugio de nuestra familia de nueve hijos.
«¡Vaya que éramos soñadores! y yo estúpida por creerme todo ese circo»
Después de recoger las cosas de Liliana, y de pasar al orfanato por las cosas de Iliana, personalizamos las recamaras que, con tanto amor, preparé en secreto de mi hijo para mis hijas, y que tanto adoraron conocer.
Mientras terminaba de vestirlas para dormir, ya con los deberes hechos y las mochilas listas para el nuevo día de clases, Iliana hizo una pregunta que me costó responder.
—¿Cuándo llegará papá? —preguntó y suspiré.
Esa niña sí que era avariciosa. Apenas había recuperado
Después de dejar a los niños en el colegio fui al hospital y, a la hora del almuerzo, esperé a Fabián recargada a su auto en el estacionamiento. Cuando al fin se apareció, hablé sin darle oportunidad a decir nada.—Tenemos que hablar —dije y me miró fijo.—Pensé que nosotros no teníamos nada de qué hablar.—Pues si no quieres no hablaré contigo, pero luego no te quejes —dije amenazando con irme.—No, Ali, espera —pidió sosteniendo una de mis muñecas—, hablemos, por favor.—Vamos a mi casa —pedí y asintió abriendo la puerta de su coche para llevarnos a mi hogar.Cuando llegamos me quedé helada. Yo no quería compartir eso que recién había obtenido con la persona que más daño me había hecho en la vida.Pero ya lo ha
—Vamos, mami —pidió Diego tomando mi mano—, yo si tengo hambre.Fabián se dirigió a sus hijas preguntando si ellas tenían hambre. Ambas asintieron y yo inspiré más profundo. Necesitaba calmarme más, mucho más.Liliana e Iliana tomaron las manos de su padre y caminaron con él al auto con tremenda sonrisa en el rostro. Su sonrisa desbordaba felicidad, eso me hizo feliz y me hizo sentir mal. Pensé que, tal vez, si no hubiese sido tan orgullosa aquella vez, si le hubiera dicho a Fabián que estaba embarazada, habría podido proteger a Liliana.Pero justo en ese momento Diego jaló mi mano, sacándome de mis pensamientos.Sonreí pensando que no me arrepentía, si eso hubiera sucedido, ese hermoso caballero no habría llegado a mi vida, y eso realmente no me hubiera gustado.—Supongo que con que las cosas vayan bi
—¿Puede quedarse, mami? Por fa —pidieron mis hijas y yo suspiré.No podía creer la influencia que ponían en mí esos tres pucheros en sus caras.A punto de aceptar, su beeper me salvó. Fabián leyó el mensaje que había recibido.—Tengo que ir al hospital, lo siento, chicos —dijo y, besando a los tres, se despidió de ellos.Las chicas ya estaban en la cama, así que solo Diego y yo lo acompañamos.En la puerta, Fabián intentó besar mi mejilla, pero no lo dejé. Chistó los dientes y, después de sonreír a Diego, se fue.—¿No puedes perdonarlo, mami? —preguntó mi hijo y negué con la cabeza.Fabián habló con Diego de nosotros, pero yo no era capaz de poner mis sentimientos en palabras.» ¿Por qué? —p
Habían pasado casi dos meses de que hicimos una familia, y yo estaba completamente acostumbrada a ser madre de tres niños. Fabián prácticamente vivía con nosotros, yo me estaba dejando convencer de que"era lo mejor". Y es que, para ser sincera, eso me encantaba.—Tengo consulta externa —dijo Fabián de pie en la puerta de mi consultorio—, no creo alcanzar a llegar por los niños ¿tienes problemas por ir a por ellos? —preguntó y negué con mi cabeza.Tenía dos semanas cubriendo al médico de consulta general. Ella estaba enferma, así que mi horario se había extendido un poco, pero ahora, con Fabián en casa, ese no era problema.» En caso de que sí llegue, te veo en la escuela —dijo acercándose a besar mis labios, pero saqué el objetivo de su camino y terminó chocando sus labios en
—No era la primera vez que veía a ese hombre —dije a los policías—, creí que era el padre de algún niño.Ellos pidieron una descripción del hombre, y que estuviéramos atentos a los teléfonos, por si era un secuestro y llamaban por un rescaté.Lloré de nuevo, un secuestro era lo peor que podía pasar.«¿Y si les hacían daño?, ¿y si no querían dinero?, ¿y si jamás los volvía a ver?»Tantas posibilidades estremecieron mi alma empujándome a llorar aún más.Un par de horas después mi teléfono sonó, pero no era un secuestrador, era Chío con tremendas noticias.—Amiga, alguien ha estado investigando sobre Diego —dijo y me quedé helada—. Vino un hombre, dijo llamarse Damián Belmonte,
Cerca de las seis de la mañana llegué a Santa Clara, dirigiéndome a la dirección que me había dado mi amiga. Allí me encontré con Rocío, que me esperaba recargada a su auto.—No lo vayas a matar sin preguntarle nada, ¿de acuerdo? —dijo burlona y asentí con una mueca que quiso ser una sonrisa.Sabía que ella bromeaba, pero yo realmente tenía ganas de matarlo.Tocamos a la puerta y nadie respondió. Pero yo no desistiría, yo seguiría cualquier indicio que me permitiera llegar a mis hijos, por muy pequeño que fuera. Por eso toqué una y otra vez hasta que al fin alguien se apareció. Un hombre de estatura alta, piel blanca y cabello oscuro abrió la puerta.—¿Damián Belmonte? —pregunté y asintió un poco confundido.Entonces, antes de que él dijera nada, m
—¿Cómo te llamas? —preguntó y sonreí ante la ironía.—Me mandó matar y ni siquiera sabe mi nombre —respondí burlona.El hombre me miró furioso ordenando que dijera mi nombre.» Soy Alicia Grullol —respondí— y no me da gusto conocerlo. ¡Entrégueme a mis hijos! —ordené a uno que me miraba de arriba abajo.—¿Grullol? —preguntó descolocado y lo miré confundida.Sabía que mi apellido era raro, pero no para dejar perplejo a alguien.—Quiero a mis hijos conmigo ahora —repetí—. Esto es secuestro —anuncié sacándolo de sus pensamientos.—Ellos son mis nietos —dijo.—No, no lo son.—Lo son —aseguró—, las tres pruebas de ADN resultaron positivas.—
—Señor Damián Belmonte... padre —dijo Rocío que se acercaba a la mesa. Ella y Fabián nos siguieron al restaurante—. Soy trabajadora social y estoy al tanto de lo sucedido. Si usted no entrega a los tres niños Mirro Grullol a sus padres, nos veremos en la penosa necesidad de levantar una denuncia por secuestro para usted.El señor Belmonte la miró con desdén.«¿Será que no puede darse cuenta que son personas con las que trata?».—Tráelos aquí —dijo al teléfono y miré con expectación y una gran sonrisa a Fabián que me abrazaba.Me presioné a su pecho, necesitaba más que nunca sentirme segura.Mientras esperábamos el silencio se hizo presente, pero cuando tres niños, junto a un hombre alto y robusto que cargaba tres mochilas, llegaron, Diego rompi&oacu