Aunque levantarme temprano era algo que realmente yo no disfrutaba, lo hice. Me levanté temprano muy a pesar de que, el día que se levantaba, era domingo, pues a mi casa le faltaban algunas cosas, sobre todo alimentos.
Yo tenía tres días acondicionando una casa que me veía envejecer, seguramente, porque la necesitaba lista para que, quienes pasaríamos el resto de nuestras vidas en ese lugar, viviéramos lo más cómodos posible.
Me bañé, cambié y salí a un súper en el centro de la ciudad. Hice algunas compras y regresé a casa. De camino a ella anoté algunos números telefónicos que me encontré en letreros por todos lados, esos que anunciaban servicios a domicilio, pues a mi casa le restaban algunos detallitos por los que pagaría, ya que no me quedaban demasiadas fuerzas para detallar.
Llegué a casa y repartí las compras desde la cocina hasta las repisas del baño, entonces volví a la cocina para hacer el desayuno, pues se me estaba agotando el tiempo.
Cerca de las diez de la mañana el camión de la mudanza se estacionó frente a mi casa, y detrás del camión venía una camioneta conducida por mi mejor amiga. Me acerqué a ella, la saludé con una sonrisa y, encaminándome al asiento trasero de su camioneta, me encontré lo que yo más amaba en la vida disfrutando del sueño: Mi hijo Diego dormía en ese sillón.
—Arriba, dormilón —pedí acariciando la cabeza de pequeño azabache de ojos oscuros, y él abrió los ojos.
—Mami —musitó sonriendo, con la voz ronca, antes de volver a cerrar los ojos.
Sonreí también. Escuchar esa palabra me hacía realmente feliz, ese niño me hacía muy feliz.
Rocío, mi mejor amiga, me ayudó a bajar algunas maletas de su auto mientras los de la mudanza seguían llevando muebles adentro.
Yo tenía a mi hijo en los brazos, así que solo me recargué en una pared mientras lo abrazaba con todo el amor que era capaz de sentir por él. ¿Y cómo podía no amarlo, si ese niño había llegado a mi vida para salvarme? Y yo también lo salvé a él.
» Mami, tengo hambre —dijo Diego rato después, cuando al fin despertó.
Sonreí. Claro que sí. Diego era justo como yo, así que, si algo era capaz de despertarlo, eso era el hambre, esa en nosotros siempre era más fuerte que el sueño, y nosotros siempre teníamos sueño.
Despedimos la mudanza y nos encaminamos a la cocina, donde solo debía calentar lo antes preparado.
Aún había muchas cosas que debían acomodarse, pero mi abuelo siempre dijo que primero está comer que ser cristiano, así que la limpieza podía esperar.
Cuando terminamos de desayunar comenzamos a acomodar los muebles. Diego movía algunas cosas no muy pesadas, pero, de vez en cuando, Chío y yo fingíamos dejarlo ayudarnos a mover los muebles grandes que a ella y a mí casi nos arrancaban los brazos por tanto peso.
—Vaya jardín que tienes —se burló mi amiga cuando solo quedaba desempacar cajas.
Mi cara se estiró mientras mis ojos se agrandaban. Desde afuera, mi casa seguía pareciendo una abandonada casa de terror.
—Ya llamé a alguien —anuncié para mi amiga—, vendrá más tarde, quejosa.
Ambas reímos y continuamos desempacando.
» Esto ya parece una casa —anuncié complacida un par de horas después. Y me levanté para atender a la puerta que sonaba—. Seguro es el jardinero —dije a mi amiga, que descansaba con Diego en la sala.
Abrí la puerta esperando que fuera él, pero lo que me encontré fue justo lo que no estaba esperando ver.
» ¡¿Abuelo?! —cuestioné con los ojos un poco húmedos.
Eso era una grata sorpresa, pero no era lo que me estaba imaginando. Ni siquiera había alcanzado albergar esperanzas cuando él las rompió todas.
—Trabajo es trabajo —dijo y asentí, entonces le indiqué lo que debía hacer.
Desde la ventana de mi cocina, yo no podía apartar la mirada de ese hombre que me hacía completamente feliz.
El hombre que me lo había dado todo, y que me había sacado adelante, seguía siendo el hombre fuerte que yo recordaba, por eso mis ojos se llenaron de lágrimas y las aparté al escuchar entrar a alguien a la cocina.
—¿Qué te pasa, Lici? —preguntó Chío, acercándose a mí; y yo suspiré.
—Ese hombre es mi abuelo —informé a mi mejor amiga, lagrimeando un poco más—. Amiga, lo tengo tan cerca y no puedo alcanzarlo.
Rocío me abrazó y ya no contuve mi llanto. Los brazos de una amiga suelen ser un gran lugar para desahogar las penas, y yo tenía la fortuna de contar con los de ella.
—A mí me parece que tiene un poco de sed —señaló Chío, dándome una excusa para acercarme a él cuando al fin me tranquilicé.
Sonreí demasiado agradecida por la sugerencia, tomé una jarra con agua, un vaso y me dirigí al jardín donde se encontraba parte de una familia que amaba y que, lamentablemente, jamás recuperaría.
—Es bueno ver que estás bien —dije a sus espaldas y mi abuelo solo me miró—. Traje un poco de agua, hace calor aquí.
Señalé mostrándole la jarra con agua, pero él solo me miró y yo suspiré pensando que de nuevo no diría nada, pero respondió esta vez.
—Aquí siempre hace calor, y lo sabes —dijo, empujándome a sonreír.
—Estando lejos uno puede olvidar muchas cosas —recordé con melancolía—. Aunque hay cosas que no se olvidan.
Sonreí de nuevo. Mi abuelo me miró por unos segundos y luego se devolvió a su trabajo.
Respiré profundo para tomar valor, quería a disculparme con él. Iba a decirle cuánto lamentaba lo que había pasado, iba a pedir su perdón y a pedir que me dejara regresar a sus vidas, pero no pude decir una palabra, pues Diego, que venía corriendo hasta mí, me llamó interrumpiendo mis intenciones de hablar con ese anciano que amaba.
—Mami, tengo hambre —dijo Diego, tirándose a mis brazos.
Lo atrapé y lo levanté con una enorme sonrisa. Ese niño sí que me hacía bien, su sola presencia curaba mi corazón.
—¿Quieres pizza? —pregunté, abrazándole con fuerza, sintiendo cómo pegaba su frente a la mía mientras me sonreía.
—¡Sí, pizza! —dijo efusivamente, elevando sus brazos al cielo mientras se separaba de mí, haciéndome reír.
Diego de verdad me hacía muy feliz.
—Dile a Chío que pida la pizza —pedí—, el directorio está...
—Sé dónde está, ¿puedo pedirla? —preguntó tras interrumpirme y asentí. A ese niño yo no podía negarle nada—. Gracias mami. ¡Te amo!
Sonreí viendo correr a la casa, yo también lo amaba.
—Veo que no pierdes tiempo —soltó mi abuelo, rompiendo esa burbuja de felicidad en que solo mi hijo me podía envolver.
Miré a mi abuelo con los ojos llenos de lágrimas, sus palabras me habían lastimado. Pero, aunque no era lo que mi abuelo pensaba, yo no podía culparlo por pensar mal de mí. Yo lo había defraudado antes, le había mostrado que no era alguien de fiar, así que era normal que pensara que de nuevo lo había hecho mal.
Aun así, yo no quería aceptarle el daño que me daba, así que solo lo miré dolida y entré a mi casa; entonces, recargándome a la pared, lloré en silencio.
—La pizza está en camino —anunció Chío, entrando a la cocina—. ¿Qué pasó, Lici?
A su pregunta, yo moví mi cabeza en negativa. Yo no podía hablar y mi amiga lo entendió, por eso solo me abrazó fuerte.
» Lo lamento tanto, nena —dijo y asentí.
Yo también lo lamentaba.
Llegó la pizza, comimos y, después de un rato, pagué los honorarios de mi abuelo. Entonces Diego y yo despedimos a Chío, que debía volver a Santa Clara, la ciudad que, siete años atrás, me había recibido con los brazos abiertos y me había dado todo lo que ahora yo tenía: Mi carrera, mi mejor amiga y a mi familia.
—¿Quieres ir al cine? —pregunté a mi hijo pues, aunque yo no quería ir, estaba necesitando escapar de casa. Dos días de limpieza habían sido demasiado, así que yo estaba que vomitaba casa. Diego brincó en el sillón diciendo que sí y yo sonreí, pues él en serio que me hacía feliz. Esa tarde la pasamos recorriendo calles que gritaban recuerdos, despertando en mí tantos sentimientos que no podía contener. Así que, en la noche, mientras veía a mi hijo dormir a mi lado, recordé todo lo que él y yo debimos pasar para llegar al punto justo donde estábamos. FLASHBACK Mi madre había sido violada y, de semejante tragedia, ella había quedado embarazada de un chico idiota y rico que nunca se dignó a pedir una disculpa siquiera, mucho menos a hacerse cargo de nosotras. Irremediablemente, tras conocer al peor sujeto de su historia, mi madre sería madre soltera, pero terminó muriendo en el parto, así que fui criada por mis abuelos. Mis abuelos trabajaban en la casa de los señores Mirro, los pad
Fabián se dirigía a urgencias tras haber sido llamado, pero, cuando me vio en recepción, cambió de dirección.—Ali, tenemos que hablar —dijo él una vez que se encontró frente a mí.—Yo no tengo nada que hablar contigo —aseguré fingiendo que no me moría de ganas de vomitarle encima, porque él me había lastimado tanto que no podía creerle que le interesara arreglar las cosas conmigo—, además, tienes paciente en urgencias.Fabián miró a la sala de emergencias y chistó los dientes y, ante de correr a donde lo requerían, sonrió un poco alegrándose de al menos saber dónde podía encontrarme.Yo sobé mi cuello y respondí negativamente a la pregunta que hacía la enfermera en recepción para saber si yo era conocida de ese hombre. Suspiré medio molesta pues, al parecer, aun eran muchas las damas que estaban tras el guapísimo Fabián Mirro al que aseguré no conocer.Cerca de las dos de la tarde cerré mi consultorio, dejando todo debidamente revisado y completado. Yo había acomodado mis horarios par
—Él no es mi hijo —farfulló Fabián, cayéndome encima y comenzando a llorar—. Eres una cualquiera. Lo último que él dijo fue un simple susurro de borracho que terminó haciéndome enojar; pero, más que estar enojada con él por su opinión, estaba furiosa conmigo. Odiaba como nada que aún me doliera lo que Fabián pensara de mí. —Lárgate, Fabián —pedí conteniendo mis ganas de golpearlo hasta que su cuerpo se viera tan herido como estaba mi alma. —¿Por qué me engañaste? —preguntó el hombre que yo mencionaba, llorando cuál niño pequeño. Lo miré dolida, y maldiciéndome porque lo que más me dolía era ver el dolor de ese hombre. Y me odiaba por eso. Con todo el daño que él me había hecho, Fabián se merecía que yo le destrozara el alma, y aún a sabiendas de ello me mataba hacerlo. —Vete, Fabián —volví a pedirle, fingiendo que no me dolía esa situación. —Yo te amaba, Ali —aseguró y me burlé de él, en su cara, hasta terminar llorando de rabia. No podía creer que hablara de amor cuando yo cono
—Lo lamento, abue —sollocé sintiendo cómo mi cuerpo dolía por la fuerza que estaba poniendo en contenerme—, lamento no haber estado a tu lado cuando te fuiste... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no poder tenerte a mi lado... Abuelita, te necesito tanto... Te necesito aquí, conmigo... Por favor, quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa... Hundida en el dolor, yo lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque bien sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie. » Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal que ya no puedo más con las consecuencias, abue, de verdad que ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé por qué razón volví aquí —confesé y lloré un poco más, desahogando mis penas con alguien que, mientras vivió, siempre me escuchó y que de verdad esperaba, ahora,
Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche. En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado. A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado. —Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste? —Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante. —No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte. —Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por l
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa. Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas. —Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también. —Con una condición —dije. —¡Claro! —gritó Diego y me reí. Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito. —Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré. —Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo
De camino al lugar de mi cita, yo hablaba con Chío por teléfono sobre ese tema que seguía rondando mi cabeza y que, esperaba, pudiera resolver a mi favor, y al favor de la pequeña que necesitaba proteger. —Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer —dijo mi amiga y, aunque no quería sonar decepcionada, fue justo así como terminé sonando al iniciar mi respuesta con un sonoro suspiro. —Lo entiendo —aseguré casi en un susurro, porque no quería decir que lo entendía, pues eso me sonaba a resignarme, y no era lo que quería hacer y se lo dije a mi mejor amiga—, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella. —Lo sé, Lici —aseguró ahora mi amiga—, y lo lamento en serio. —No, amiga, no hay nada que tengas que lamentar —declaré para que ella, que había hecho tanto por mí, no se sintiera mal por no haber logrado lo que yo había pedido—, al contrario, muchísimas gracias por todo. En serio no sé qué podría haber hecho yo sin ti. —Todo para que seas feliz —dijo Rocío y
Caminé hasta donde estaba Iliana sin dejar de mirarla, dejando atrás a dos que eran completamente míos, intentando obtener algo que jamás me perteneció pero que deseaba fuera mío a partir de ese momento, y para siempre; y, cuando llegué con ella, me acuclillé para estar a su altura —Lo lamento mucho, Iliana —me disculpé de nuevo, sin atreverme a tocarla—, yo me equivoqué mucho y me duele tanto como a ti que estuvieras sola. A mí me hubiera encantado que estuvieras siempre a mi lado y, ¿sabes?, no tienes que perdonarme si no quieres... Mis palabras comenzaron a quebrarse. » Puedes odiarme y voy a entenderlo —aseguré—... pues, aunque yo no quería que estuvieras sola, no fui capaz de evitarlo... Por eso puedes no quererme... Pero, ¿sabes otra cosa?... Yo siempre, siempre voy a esperar que me elijas... Y, si no puedes, espero a tus hermanitos no los rechaces. —Escúchenme bien los tres —ordenó mi abuelo—. Su madre no tiene la culpa de nada, ella no era tan fuerte como para enfrentarse a