Fabián se dirigía a urgencias tras haber sido llamado, pero, cuando me vio en recepción, cambió de dirección.
—Ali, tenemos que hablar —dijo él una vez que se encontró frente a mí.
—Yo no tengo nada que hablar contigo —aseguré fingiendo que no me moría de ganas de vomitarle encima, porque él me había lastimado tanto que no podía creerle que le interesara arreglar las cosas conmigo—, además, tienes paciente en urgencias.
Fabián miró a la sala de emergencias y chistó los dientes y, ante de correr a donde lo requerían, sonrió un poco alegrándose de al menos saber dónde podía encontrarme.
Yo sobé mi cuello y respondí negativamente a la pregunta que hacía la enfermera en recepción para saber si yo era conocida de ese hombre. Suspiré medio molesta pues, al parecer, aun eran muchas las damas que estaban tras el guapísimo Fabián Mirro al que aseguré no conocer.
Cerca de las dos de la tarde cerré mi consultorio, dejando todo debidamente revisado y completado. Yo había acomodado mis horarios para cubrir un turno, de lunes a viernes por la mañana, y emergencias, claro; pues de esa manera casi no habría tiempo en que Diego estuviera sin mí.
Deseando no encontrarme con Fabián, me dirigí al estacionamiento, pero él estaba justo en la entrada y, aunque caminé fingiendo que ni lo veía ni lo escuchaba, ese molesto hombre me siguió y me detuvo.
—Necesitamos hablar —repitió una vez que me atrapó en el estacionamiento—. Vamos a comer.
—No tengo hambre —aseguré zafando mi brazo del agarre con el cual me había detenido, entonces intenté irme mientras Fabián me miraba sorprendido.
—¿Tú no tienes hambre? —preguntó con el rostro contraído—, pero si tú siempre tienes hambre.
Lo miré furiosa, pues me molestó que él me conociera tan bien.
—Tú no me conoces —reproché entre dientes—, y yo no voy a hablar contigo.
—¿Es por lo que dijeron mis padres? —preguntó Fabián y entorné los ojos respirando profundo.
Él no parecía querer desistir, y yo no tenía tiempo para pelear con él, por eso decidí darle solo algunas malas respuestas para que me dejara tranquila tras enojarse e irse, como lo solía hacer.
—No, es porque me molestas y no quiero hablar contigo —respondí logrando que se molestara, lo supe al ver que su rostro se endureció y su voz sonó más grave.
—Quiero una prueba de ADN —soltó y reí con sorna.
—¿Quieres qué? —pregunté cambiando mi expresión a una de furia, terminando por acribillarlo con la mirada.
Fabián agitó las manos frente a mí, como sí así pudiera disipar el enojo que me estaba causando.
—No creo que me hayas sido infiel —aseguró él en un tono mucho más suave—, pero si quiero recuperar a Liliana necesito demostrar que ella es mi hija.
—Ya te dije que no sé quién es ella —le recordé a un hombre que definitivamente no obtendría a mi hija, al menos no con mi ayuda—. Y ya déjame en paz, imbécil.
No dije más, solo caminé hacia mi auto sin darle oportunidad de decir nada más tampoco.
Conduje por si acaso ocho minutos antes de llegar a la escuela primaria en donde mi hijo había ingresado ese día, y me paré cerca de la puerta de la escuela para encontrarlo rápido.
Me sentía enferma, pero eso solo fue hasta que vi a Diego ir hacia mí con su pantalón café de vestir algo sucio, con su camisa de botones, ya no tan blanca, desfajada, con el cabello despeinado, con la cantimplora goteando en una mano y con la otra mano arrastrando el suéter que parecía más beige que café por toda la tierra que ya había acumulado.
Sonreí olvidándome de todos mis malestares pasados, pues ese pillo en serio que me hacía completamente feliz.
—¡Mami! —gritó el amor de mi vida al descubrirme esperándolo, y corrió hacia mis brazos que siempre lo esperarían abiertos.
Me acuclillé, lo abracé y lo besé con todo el amor que mi corazón sentía por él.
—Vamos a casa —pedí alzándolo en brazos, y le di un enorme beso para concluir nuestro precioso reencuentro.
Entonces Diego repitió esa palabra que yo amaba saliera de sus labios.
—Mami... —habló mi hijo intentando decirme algo, pero fue interrumpido por otra persona que a mis espaldas preguntó "¿Mami?".
Ese era Fabián que, al parecer, me había seguido desde el hospital hasta la escuela de mi hijo. Yo quise ignorarlo, pero él no me dejó hacerlo.
—Entonces... ¿es en serio que Liliana no es mi hija? —preguntó sin apartar la mirada de un niño que yo no quería que él viera.
—Te dije que no sabía quién era ella —repetí molesta, pero más nerviosa.
—Liliana es mi amiga —anunció Diego, interrumpiendo una conversación en la que no debería de participar—, ella está en mi salón.
Ambos lo miramos, yo con sorpresa y Fabián como si estuviera fascinado con la sola presencia del pequeño niño que, según mi imaginación, él estaba imaginando que era su hijo.
» Y hay otra niña, se llama Iliana, ellas son iguales y no son hermanas —explicó mi hijo medio burlón.
Cuando asimilé sus palabras chisté los dientes, pues, tal vez protegiéndome, yo no lo había considerado, pero eso estaba dentro de las posibilidades que mi hijo y mi hija se encontraran, es decir, Liliana y Diego eran de la misma edad, además, Iliana dijo que cumpliría siete años pronto. Maldito destino.
—¿Él es mi hijo? —preguntó Fabián acercándose a nosotros, y alertándome, por eso puse a Diego detrás de mí, pretendiendo que el otro no lo alcanzara.
—No lo es —respondí a su pregunta en un tono tajante.
Fabián se mostró contrariado.
—Si no es mío, ¿entonces de quién es hijo? —cuestionó medio burlón, molestándome un poco más.
—No lo sé, de cualquiera —dije—, pero, definitivamente, tuyo no es.
—No me jodas, Alicia —bufó Fabián, dejando que su ira se reflejara en su expresión.
—No, no me estés jodiendo tú. ¡Ya déjame tranquila! —exigí aún más molesta e intenté alejarme de él, otra vez.
Tomé la mano de Diego y caminé un par de pasos hasta que sentí como Diego no avanzaba; miré atrás y vi que Fabián le había detenido.
—Yo soy tu papá —anunció el hombre poniéndose a la altura de mi hijo tras haberse acuclillado como yo lo hubiera hecho antes.
Yo lo miré horrorizada y aparté a Diego de Fabián luego de regresar hasta mi hijo y alzarlo en brazos.
—No, no lo eres —repetí para el hombre en cuclillas, negando con la cabeza a un pequeño que me miraba bastante confundido.
—¿No lo soy? —preguntó Fabián y volví a negar mientras caminaba hasta mi auto—. ¡Yo soy tu papá! —gritó el hombre para mi hijo, que le miraba muy confundido.
—¡Que no! —grité, furiosa, aventándole la cantimplora de mi hijo a la cabeza—. Haz tu m*****a prueba de ADN y déjame tranquila.
Así, conmigo en un mar de emociones que me mareaban, subimos a mi auto y arrancamos, dejando atrás a un confundido hombre mirando una cantimplora goteando en su mano.
De camino a casa todo fue silencio, pero, cuando llegamos a la casa, Diego me abordó con preguntas que siempre deseé nunca preguntara.
—¿Ese señor no es mi papá? —preguntó mi hijo y, mirándolo fijo, negué con la cabeza.
—Y... ¿Quién es mi papá? —preguntó él y yo suspiré.
—Diego, no quiero hablar de eso —informé a un pequeño que era tan lindo que no me hacía hacer lo que yo no quería, por eso difícilmente le dejaba ver que no era una heroína todopoderosa—, ve a hacer tu tarea, por favor.
Afortunadamente, esta vez también mi hijo hizo lo que pedí sin preguntar nada más.
Diego me conocía demasiado, sabía que su insistencia no tenía ningún efecto en mí cuando yo tenía cara de aburrimiento o estaba enojada. Y justo en ese momento tenía un poco de ambas.
Intentando desahogarme, busqué a mi amiga y, por teléfono, le conté lo recientemente ocurrido. Ella a ratos se rio de mí, a otros se compadecía, pero siempre me escuchaba.
—Chío, necesito que investigues a alguien por mí —pedí antes de terminar la llamada.
—¿Desde cuándo soy investigadora? —preguntó mi amiga y ambas reímos.
—Anda, porfa —canturreé y ella terminó por acceder—. Es una niña del orfanato de la ciudad en que vivo —informé—, se llama Iliana, tiene la misma edad que Liliana y se parece más a Fabián que mi hija.
—¿Crees que Fabián te fue infiel? —preguntó Chío, que conocía mucha parte de mi historia con Fabián, pero no toda.
—No lo creo, lo sé —confesé adolorida—, y tengo un mal presentimiento que quisiera poder descartar.
—Veré qué averiguo —prometió Rocío y nos despedimos.
Agradecida con mi amiga, y con mil dudas en la cabeza, esa noche volví a quedarme dormida en la cama de Diego; pero, cerca de la una de la madrugada, unas patadas en la puerta de mi casa me obligaron a levantarme con mucha prisa.
Y es que, a pesar del ruido, Diego seguía dormido, pero eso no me aseguraba que no despertaría si yo no detenía el escándalo, así que corrí a la entrada, pues necesitaba detener al idiota antes de que mi hijo se despertara.
En la puerta encontré a Fabián que, completamente ebrio, se mecía de un lado a otro, sin equilibrio alguno.
—Él no es mi hijo —reclamó ese hombre cuando abrí la puerta y, casi cayéndome encima, comenzó a llorar.
—Él no es mi hijo —farfulló Fabián, cayéndome encima y comenzando a llorar—. Eres una cualquiera. Lo último que él dijo fue un simple susurro de borracho que terminó haciéndome enojar; pero, más que estar enojada con él por su opinión, estaba furiosa conmigo. Odiaba como nada que aún me doliera lo que Fabián pensara de mí. —Lárgate, Fabián —pedí conteniendo mis ganas de golpearlo hasta que su cuerpo se viera tan herido como estaba mi alma. —¿Por qué me engañaste? —preguntó el hombre que yo mencionaba, llorando cuál niño pequeño. Lo miré dolida, y maldiciéndome porque lo que más me dolía era ver el dolor de ese hombre. Y me odiaba por eso. Con todo el daño que él me había hecho, Fabián se merecía que yo le destrozara el alma, y aún a sabiendas de ello me mataba hacerlo. —Vete, Fabián —volví a pedirle, fingiendo que no me dolía esa situación. —Yo te amaba, Ali —aseguró y me burlé de él, en su cara, hasta terminar llorando de rabia. No podía creer que hablara de amor cuando yo cono
—Lo lamento, abue —sollocé sintiendo cómo mi cuerpo dolía por la fuerza que estaba poniendo en contenerme—, lamento no haber estado a tu lado cuando te fuiste... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no poder tenerte a mi lado... Abuelita, te necesito tanto... Te necesito aquí, conmigo... Por favor, quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa... Hundida en el dolor, yo lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque bien sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie. » Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal que ya no puedo más con las consecuencias, abue, de verdad que ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé por qué razón volví aquí —confesé y lloré un poco más, desahogando mis penas con alguien que, mientras vivió, siempre me escuchó y que de verdad esperaba, ahora,
Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche. En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado. A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado. —Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste? —Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante. —No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte. —Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por l
Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa. Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas. —Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también. —Con una condición —dije. —¡Claro! —gritó Diego y me reí. Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito. —Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré. —Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo
De camino al lugar de mi cita, yo hablaba con Chío por teléfono sobre ese tema que seguía rondando mi cabeza y que, esperaba, pudiera resolver a mi favor, y al favor de la pequeña que necesitaba proteger. —Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer —dijo mi amiga y, aunque no quería sonar decepcionada, fue justo así como terminé sonando al iniciar mi respuesta con un sonoro suspiro. —Lo entiendo —aseguré casi en un susurro, porque no quería decir que lo entendía, pues eso me sonaba a resignarme, y no era lo que quería hacer y se lo dije a mi mejor amiga—, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella. —Lo sé, Lici —aseguró ahora mi amiga—, y lo lamento en serio. —No, amiga, no hay nada que tengas que lamentar —declaré para que ella, que había hecho tanto por mí, no se sintiera mal por no haber logrado lo que yo había pedido—, al contrario, muchísimas gracias por todo. En serio no sé qué podría haber hecho yo sin ti. —Todo para que seas feliz —dijo Rocío y
Caminé hasta donde estaba Iliana sin dejar de mirarla, dejando atrás a dos que eran completamente míos, intentando obtener algo que jamás me perteneció pero que deseaba fuera mío a partir de ese momento, y para siempre; y, cuando llegué con ella, me acuclillé para estar a su altura —Lo lamento mucho, Iliana —me disculpé de nuevo, sin atreverme a tocarla—, yo me equivoqué mucho y me duele tanto como a ti que estuvieras sola. A mí me hubiera encantado que estuvieras siempre a mi lado y, ¿sabes?, no tienes que perdonarme si no quieres... Mis palabras comenzaron a quebrarse. » Puedes odiarme y voy a entenderlo —aseguré—... pues, aunque yo no quería que estuvieras sola, no fui capaz de evitarlo... Por eso puedes no quererme... Pero, ¿sabes otra cosa?... Yo siempre, siempre voy a esperar que me elijas... Y, si no puedes, espero a tus hermanitos no los rechaces. —Escúchenme bien los tres —ordenó mi abuelo—. Su madre no tiene la culpa de nada, ella no era tan fuerte como para enfrentarse a
Después de revisar la alacena y ver que hacían falta algunos ingrediente para nuestros desayunos, invité a mis dos hijas a ir conmigo al súper. Aceptaron y subieron a cambiarse, yo fui a la habitación donde mi hijo dormía. Lavé mi cara y me peiné.—Diego, iré al súper —informé recostándome al lado del que aun dormía—, ¿vienes conmigo? —pregunté y, muy adormilado, y sin abrir los ojos preguntó si iría sola. Negué.» Liliana e Iliana vienen conmigo —dije.—Entonces que ellas te cuiden —dijo después de un bostezo, acomodándose para seguir durmiendo.Sintiendo envidia de la buena, besé su frente y lo cubrí con mi mano cerrando de nuevo los ojos, pero dos hermosuras volvieron a interrumpirme.—Estamos listas —dijeron y maldije mentalment
La casa en que Diego y yo vivíamos era realmente enorme. Cuando Fabián y yo hicimos planes de nuestro futuro, esa casa, de tres plantas y diez habitaciones, fungió como el refugio de nuestra familia de nueve hijos.«¡Vaya que éramos soñadores! y yo estúpida por creerme todo ese circo»Después de recoger las cosas de Liliana, y de pasar al orfanato por las cosas de Iliana, personalizamos las recamaras que, con tanto amor, preparé en secreto de mi hijo para mis hijas, y que tanto adoraron conocer.Mientras terminaba de vestirlas para dormir, ya con los deberes hechos y las mochilas listas para el nuevo día de clases, Iliana hizo una pregunta que me costó responder.—¿Cuándo llegará papá? —preguntó y suspiré.Esa niña sí que era avariciosa. Apenas había recuperado