Fortuito accidente

Cinco años atrás…

—De prisa Luka, a ese paso no vas a bajar ni medio kilo en un año —lo regañó mientras observaba a su amigo dar pasos lentos y pesados.

El muchacho estaba bañado en sudor y respiraba agitadamente. Su corazón latía tan aprisa que daba la impresión de que iba a dar un infarto. Camila y Luka tenían una semana que habían empezado a trotar por una hora antes de iniciar sus clases en la universidad. Luka se quejaba todos los días de que estaba gordo y estaba empeñado en lucir como un modelo de pasarela para romper un par de corazones. Sin embargo, la causa mayor para ejercitarse fue que su doctor le dijo que debía bajar diez kilos para controlar su alocado colesterol. Por esa razón, Camila decidió colaborar con la noble causa.

Camila lo observó mientras él descansaba con las manos en las rodillas. Le pareció gracioso verlo así, ya que Luka era el glamour andante y quien le daba consejos para lucir despampanante. Camila se acercó a él y echó hacia atrás los rizos negros que se habían pegado a su cara. Sonrió al sentir la suave brisa que golpeó el camino despejado de su frente. Luka tenía un encanto natural y sus ojos eran claros y risueños. Era del tipo de persona que te sientas junto a él en el tren y te habla todo el camino sin conocerte. Pero así como era de amigable y sociable, era de los que no tienen pelos en la lengua a la hora de decirle sus verdades a cualquiera. Tal vez esa era la razón  por la que ambos eran mejores amigos, ya que decía las cosas de frente y no era hipócrita. Eran el equipo perfecto. Ambos estudiaban diseño de modas en el Instituto Europeo di Design (IED) de Milán y cursaban su último semestre, aunque algunas clases las tomaban por separado, ya que Luka se especializaba en la confección de ropa para hombre y ella en diseños para jóvenes.

—Camila… Me estás matando. Tienes que tomarlo con calma, apenas estamos empezando y quieres trotar como si estuviéramos en un maratón —se quejó haciendo muecas con su cara en medio del drama más intenso.

—No puedo creer que el mejor diseñador de Milán, galardonado con premios en la más alta casa de la moda, no pueda con una simple caminata —se rio alborotando su cabello.

—Búrlate ahora que puedes, amiga. Ya llegará mi momento —amenazó.

Camila rio a carcajadas y lo tomó del brazo con la intención de remolcarlo. Estaban cerca de la salida y solo a unas cuadras del apartamento donde vivían.

—Espera. Tengo sed, pero no tengo las fuerzas necesarias para llegar hasta el bebedero y también caminar a la casa —dijo mirándola como si fuera un moribundo. Luka era el rey de los dramas y podía ganar millones siendo actor de telenovela.

Camila comprendió a la perfección el mensaje. Rodó los ojos, tomó su botella y caminó a rellenarla al bebedero que estaba a unos cincuenta metros. Cuando ella estaba llegando a la fuente alcanzó a ver un pastor alemán que venía corriendo a toda velocidad directo hacia ella. No atinó a reaccionar, pues los perros le aterraban desde que tenía ocho años y uno la mordió. Al parecer el animal se le había escapado a su amo y corría frenéticamente saboreando su libertad. Al llegar hasta ella trató de esquivarla, pero su correa se enredó entre sus pies y la derribó. Todo el peso de su cuerpo cayó sobre su mano izquierda.

—¿Estás bien? —preguntó un hombre mientras la ayudaba a ponerse de pie.

Ella respondió con una queja, pues al mover su brazo izquierdo le dolía mucho la muñeca. Aquel hombre tomó su brazo y lo observó con detenimiento.

—Parece que te lastimaste. —En ese momento fue cuando Camila levantó la mirada y puso toda su atención en el extraño que la estaba auxiliando. Se olvidó del dolor y se concentró en su cara de ángel.

Era un hombre alto y de cuerpo atlético; su pelo era castaño y estaba un poco despeinado. Sus ojos eran tan intensos como el océano y sus labios provocativos eran adornados con una atractiva barba de una semana. Vestía ropa deportiva y su camiseta pintaba a la perfección sus pectorales. Era joven, pero su rostro reflejaba la imagen de un hombre con temple, en cuyos hombros descansaba la madurez de quien ha vivido y sufrido mucho.

De pronto, el perro que la había atropellado encaramó sus dos patas delanteras en la espalda del atractivo extraño y le dedicó un ladrido amistoso. Camila dio un respingo. Los perros la ponían nerviosa y aunque este perro parecía amistoso, no le agradaba que estuviera tan cerca.

—Aquí está el culpable —dijo sonriéndole al animal.

—¿Es tu perro?

—Sí.

—¿Cómo es que dejas a ese animal suelto? ¿Viste lo que hizo? —Camila volvió a recordar el intenso dolor de su muñeca y frunció el ceño enojada tanto con el extraño como con el pastor.

—Fue un accidente, señorita.

—Un accidente que me rompió la mano.

—Creo que estás exagerando. Si estuviera rota gritarías con más fuerza.

—Encima, me cuestionas —reclamó sacudiendo la mano sin darse cuenta y el dolor la hizo dar un grito.

—Estás histérica. Te llevaré al hospital y verás que no es nada —sentenció.

—Ni de broma. Contigo no iré a ningún lado. Mejor, llévate ese perro de mi vista antes de que te acuse de traer al parque un animal peligroso y sin vigilancia.

—No seas terca y exagerada, por Dios. Dije que voy a llevarte al hospital a que te hagan una radiografía para ver si es muscular o tienes una fractura, que lo dudo —dijo con autoridad y un poco cansado de los berrinches de la muchacha.

Camila estaba enojada y su actitud arrogante y autoritaria la enardecían más, y la impresión inicial por su físico se esfumó. Sin embargo, ella sabía que él tenía razón. Decidió hacerle caso, pero cuando intentó dar algunos pasos me dio cuenta que le dolía afincar el pie en el suelo.

—¡Grandioso! Tú y tu perro me han fastidiado. Váyanse de mi vista, que yo puedo cuidarme sola.

El extraño suspiró exasperado. Era el tipo de persona que guardaba siempre la calma, pero aquella muchacha lo sacó de quicio. Pensó en sujetar la correa de su perro y largarse como ella se lo pedía, pero su honor no le permitía abandonarla. Así que decidió convencerla a la fuerza. Sin aviso, la tomó entre sus brazos.

—¡Oye! ¿Qué haces? ¡Bájame! ¡Atrevido! Voy a gritar si no me bajas —exclamó forcejeando con desesperación para que la pusiera en el suelo otra vez, pero con cada movimiento más le dolía la muñeca.

—Te dije que voy a llevarte al hospital. ¿Puedes calmarte y cerrar la boca? —dijo con seriedad y empezó a caminar. Silbó y el perro fue caminando detrás de él.

—¿Quién te crees que eres? ¡A mí no me mandas a callar! —reclamó enojada. Ya no le importaba lo atractivo que era este hombre. La ponía de mal humor que creyera que podía salirse con la suya porque estaba indefensa en ese momento.

—¡Hey! ¿Qué pasó? —gritó Luka mientras se acercaba lo más rápido que sus adoloridos y cansados pies le permitieron.

—Su perro me lastimó. —Había enojo en sus palabras y en su ceño fruncido.

—¿Qué? Y ¿A dónde la llevas?

—La llevaré al Vittore Buzzi, es el hospital más cercano. ¿Puedes sujetar la correa de mi perro?

Luka tomó la correa y caminó junto a ella. Camila se dio por vencida y se quedó en silencio, respirando rabia porque llegaría tarde a su compromiso. Aunque, después de haber avanzado unos metros aprisionada contra el pecho del extraño, pensó que no se sentía tan mal estar en los brazos de ese Hércules. Percibió su rico olor y su brazo derecho se adhirió a su cuello como si fuera dueña de él. A esa distancia pudo apreciarlo mejor y se sentió cómoda junto al calor de su torso, pero no lo demostró.   

Llegaron al estacionamiento y el hombre se detuvo frente a una Ducati negra.

—No me digas que ese es tu vehículo —exclamó expresando la contrariedad en su rostro.

—Así es.  

—No voy a subirme en eso. Prefiero ir a pie.

—Nadie te está preguntando, niña malcriada —contestó, encendiendo aún más su ira.

—No voy a permitir que me dejes caer de esa cosa de dos ruedas.

—Mi perro tiene cuatro patas y nunca se ha caído.

—Por Dios, amiga, no seas testaruda y deja que te lleve. Yo iré caminando y los alcanzaré allá —le suplicó con esos ojos de gato con botas y no tuvo otra opción que aceptar que la llevara al hospital en la moto.

—¿Puedes cuidar de mi perro? Es amistoso, no te morderá —le pidió a Luka, quien asintió.

La sentó en la moto y le colocó el casco protector. El extraño abordó la moto y la encendió.

—Sujétate, no quiero que vayas a caerte y me hagas ser víctima de otro berrinche tuyo —le dijo antes de arrancar. Camila estaba tan temerosa de viajar en moto que le impidió contestarle un buen insulto.

El asiento del pasajero era un poco más alto que el del conductor y la obligaba a ir recostada de su espalda, su fuerte y deliciosa espalda. «¡Cálmate, Camila, estás enojada con este tipo. No te dejes llenar los ojos con este maravilloso cuerpo», pensó cerrando los ojos. Nunca se había subido a una moto por temor a caerme, pero el extraño condujo con tanto cuidado que se sintió segura.

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