Camila D’Angelo estaba inquieta y preocupada. «¿Dónde estás?», pensó. El evento más importante para la industria de la moda estaba a ley de hora y media para dar inicio. Era la primera vez que su empresa de ropa para adolescentes presentaba una colección de manera independiente. La joven empresaria se sentía orgullosa, ya que después de tanto esfuerzo llegaba su gran noche. Llevaba un vestido largo, elegante, de color negro. El pelo castaño, suelto y largo caía con naturalidad por su espalda, ocultando un poco el escote de la parte de atrás de su vestido. Llevaba zapatillas doradas, tan altas como le permitía su estado. Con seis meses de embarazo ya sus pies no resistían cualquier calzado.
Camila miró su reloj por décima vez y comenzó a desesperarse. Tenía unos diez minutos esperando en la sala, caminando de un lado para el otro y su perro solo se limitaba a observarla con devoción y batir la cola. Un dejo de enojo empezó a aflorar en medio de la inquietud. No se perdonaría si llegaba tarde a la noche más importante de toda su carrera empresarial. Había trabajado duro para ganarse un nombre y hacerse espacio entre las grandes empresas de modas que establecían su imperio en Milán. Pero ella lo había logrado a base de sacrificios, pues era una mujer corajuda que se enfrentaba a cualquier dificultad.
De pronto, la puerta se abrió y Adrián por fin apareció con la sonrisa de actor de cine que siempre le acompañaba, sobre todo porque intuyó que ella estaba muy enojada por su tardanza.
—Lo siento, cariño —dijo al entrar antes de que empezara a reclamarle. La conocía demasiado bien—. La operación se complicó y por poco perdemos al bebé en el quirófano, pero se va a recuperar.
—Si no fuera porque eres doctor y cuidas de esos pequeñitos, hace mucho rato que me hubiera marchado sin ti. —Se acercó a él y le dio un tierno beso en los labios.
—Estoy seguro de eso.
—Ahora, ve a prepararte, que ya es tarde —ordenó tirando con suavidad de su nariz.
Él se apresuró y mientras caminaba a la habitación se desabotonó la camisa para ganar tiempo y su esposa sonrió al ver la forma tan exquisita de su espalda. «Debo admitir que estoy casada con el hombre más sexy del mundo y, además, el pediatra oncólogo más talentoso», se dijo sin perder la vista de él. En unos veinte minutos Adrián estuvo vestido con su mejor traje, adecuado a la importante ocasión.
—El hombre de tu vida está listo. —Giró sobre sus pies para que ella pudiera admirarlo y halagarlo por su atractivo aspecto.
—El hombre de mi vida será hombre muerto, si no llego a tiempo—. Él rio por su ocurrencia—. Te ves muy guapo, mi amor. No cabe duda de que serás la envidia de todas las mujeres que asistan.
—Lo sé, mi amor —presumió sacando el pecho—. Y tú estás deslumbrante. Te amo, hermosa. —Acarició su vientre abultado y sintió una suave patada del fruto del amor que se profesaban. Camila una mueca de incomodidad, pero al instante sonrió, ya que disfrutaba sentir los movimientos de su primogénito.
—Yo también te amo, querido —contestó.
—Es hora de irnos. El éxito nos aguarda.
—Así es.
Ella lo tomó del brazo y juntos salieron del apartamento y se dirigieron al estacionamiento. De pronto, Camila se sintió un poco extraña, percibió como si alguien los estuviera observando. Por un instante se le ocurrió que esa persona pudiera estar al acecho de ambos otra vez. Miró a su alrededor, pero no vio nada. Ya era de noche, pero el estacionamiento estaba iluminado. Hizo a un lado esa tonta idea y le sonrió a su esposo que con amabilidad abrió la puerta del vehículo para que ella pudiera entrar. Adrián cerró la puerta y abordó de inmediato. Sin más, condujo el auto que los llevaría al lugar del gran evento. La emoción hacía presión en el pecho de Camila, a medida que se acercaba la hora del evento. Esta noche vería los frutos de su arduo esfuerzo y todos los sacrificios serían recompensados.
Cuando salieron del estacionamiento una camioneta salió detrás de ellos. Recorrieron dos cuadras cuando este mismo vehículo se acercó demasiado y los tocó por detrás.
—¡¿Qué demonios?! —exclamó Adrián mirando por el retrovisor, pero enseguida el auto volvió a pegarles con más fuerza.
—¿Qué es lo que pasa? —exclamó Camila tratando de distinguir al conductor del otro auto y un frío le corrió de los pies a la cabeza.
No le agradaba lo que estaba ocurriendo. Su presentimiento se estaba haciendo realidad. «¿Será capaz de ocasionarnos daño? ¿Estará en disposición de hacer que paguemos con nuestras vidas su desdicha? ¿Esta vez su locura sobrepasará los límites?», se preguntó aterrada. Pero no sentía miedo por ella si no por su hijo, porque era consciente de que era capaz de cualquier cosa por destruirlos.
Adrián pisó el acelerador para eludir a quien intentaba volcarlos, pero fue inútil. La camioneta los embistió con tal fuerza que él no pudo mantener el control y el auto giró sin control hasta que dio de frente contra el muro de un edificio. Las bolsas de aire se desplegaron automáticamente y Camila perdió el conocimiento con el impacto, mientras que uno de los cristales que salieron disparados fue parar a la frente de Adrián.
Camila recuperó la consciencia al sentir un fuerte dolor en su abdomen. Ella no veía con claridad por las partículas que cayeron en sus ojos y un sabor metálico le amargaba la garganta. Intentó moverse pero el dolor que sentía era inmenso y la cabeza le daba vueltas. «Adrián, Adrián», gritó pero su boca no articuló las palabras. Giró su rostro con lentitud hacia donde estaba su esposo y se aterró aún más al verlo inconsciente y con una herida en la cabeza que manaba abundante sangre, mientras su brazo izquierdo se veía desencajado.
El dolor aumentó. Con mucha dificultad inclinó el rostro hacia su vientre y lo rodeó con sus manos. No pudo sentir a su bebé. Su vientre estaba muy quieto. «No puede ser. Mi hijo no». Su respiración empezó a agitarse temiendo lo peor y las contracciones incrementaron obligando a su boca a gritar con desesperación.
—Señora, señora —la llamó alguien que se asomó a su ventana. Camila observó que borrosas siluetas empezaron a rodear el auto—. Ya viene la ayuda, estará bien. Guarde la calma. Respire.
Aquel hombre tenía razón. En pocos minutos se escuchó la estridente sirena de una ambulancia, pero el tiempo que se tardaron en sacarlos del auto pareció eterno. Con el impacto, una de las piernas de Camila quedó atrapada en el metal y les fue difícil liberarla sin provocarle más daño. Sus aullidos aumentaban y los presentes pensaron que podría tener el bebé en ese momento, pues sus signos vitales lo indicaban. Pero no fue hasta que la liberaron que pudieron ver el charco de sangre que estaba debajo de ella.
—Calma, señora, ya casi la sacamos —le dijo uno de los paramédicos, pero nada podía calmarla. Estaba presenciando cómo minuto a minuto su hijo estaba más cerca de la muerte.
—¡Mi bebé! ¡Salven a mi bebé! —repetía una y otra vez en medio de su agitada respiración hasta que dejó de distinguir a las personas, los sonidos se escuchaban distantes y se sumió en una horrible oscuridad.
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Hola, apreciados lectores!
Esta es la historia de la hermana del padre Christian de la novela Mi Amada Tentación. Es una historia completamente independiente, aunque se hace mención de algunos personajes.
Espero la disfruten!!
Besos!!
Cinco años atrás…—De prisa Luka, a ese paso no vas a bajar ni medio kilo en un año —lo regañó mientras observaba a su amigo dar pasos lentos y pesados.El muchacho estaba bañado en sudor y respiraba agitadamente. Su corazón latía tan aprisa que daba la impresión de que iba a dar un infarto. Camila y Luka tenían una semana que habían empezado a trotar por una hora antes de iniciar sus clases en la universidad. Luka se quejaba todos los días de que estaba gordo y estaba empeñado en lucir como un modelo de pasarela para romper un par de corazones. Sin embargo, la causa mayor para ejercitarse fue que su doctor le dijo que debía bajar diez kilos para controlar su alocado colesterol. Por esa razón, Camila decidió colaborar con la noble causa.Camila lo observó mientras él descansaba con las man
En pocos minutos llegaron al Hospital Infantil Vittore Buzzi. El hombre se estacionó cerca de emergencia y la llevó cargada hasta adentro. «Puedo acostumbrarme a viajar así», se dijo. Él la recostó sobre una camilla desocupada y le hizo señas a una enfermera para que viniera a atenderla. De inmediato, se acercó a ella para tomar sus datos y la información de su lesión.—Ella necesita una radiografía de muñeca y pie izquierdo, para descartar un daño al hueso —ordenó el extraño antes de que la enfermera hablara. Camila abrió los ojos sorprendida, pues no podía creer hasta dónde podía llegar la arrogancia de ese extraño.—¿Qué crees que estás haciendo? —lo interrogó enojada—. Ya puedes irte. Los doctores se encargarán de mí. No necesito que te quedes.
Giulio era el jefe de Camila. Fungía como gerente en la compañía en la que ella trabajaba. Era un hombre muy elegante y rondaba los cuarenta. Desde el primer día en que Camila puso un pie en la empresa mostró un vivo interés por ella que nunca disimuló, pero siempre ella rechazó sus ofertas. Todos los días tenía que soportar que la acosara, y no podía renunciar porque necesitaba el empleoCamila se reunió con Giulio en la oficina, quien le perdonó su tardanza porque tenía una causa justificable. Luego de realizar unos trabajos que tenía pendiente, ella pidió un taxi que la universidad. Giulio se ofreció a llevarla, pero se negó. Ella siempre había sido independiente y esa tontería en el tobillo no la convertiría en damisela en peligro, aunque cada pisada era como andar sobre una alfombra con filosos vidrios. «Antes de entrar
Pasaron dos semanas desde que Camila tuvo su pequeño accidente. Ya estaba recuperada en su totalidad y reinició las caminatas matutinas en el parque. Ansiaba encontrarse otra vez con Adrián y su perro, pero no pasó. Ni siquiera volvió a llamarla y en varias ocasiones Camila buscó su número de móvil con la intención de marcarlo, pero se arrepintió en el momento. Su orgullo no le permitía mostrarse demasiado interesada, a pesar de la presión que Luka le hacía para que dejara de lado su ego. Le decía a su amigo que tal vez él ya se había olvidado de ella y el interés que tuvo había pasado a otra paciente atractiva. En fin, ella decidió olvidarlo, pues con los problemas que tenía en su vida personal, no disponía de tiempo para dramas.Era uno de esos días complicados en la oficina. No tenía clases, pero debía pasar
La alarma sonó sin parar y Camila despertó. El dolor de cabeza le aguijoneaba el cerebro. Sus ojos estaban muy sensibles a la luz que se colaba por las ventanas. Intentó abrirlos con la intención de tomar ese reloj despertador y arrojarlo por la ventana. Pensó que con tanto escándalo, Luka entraría por esa puerta a reclamarle que despertó a todos con su ruidosa alarma.—¿Deseas tomar café? —escuchó que le preguntaban, pero estaba tan desorientada que escasamente reconocía la voz de quien le hablaba.De pronto, la conciencia la arrolló y abrió los ojos de golpe, sin importar lo doloroso que fue. Se incorporó y vio sentado a su lado a Adrián sosteniendo dos tazas humeantes de café. Llevaba puesta una franela sin mangas, luciendo la musculatura de sus brazos y unos pantalones de pijama azul marino. Adrián miró a Camila con una ex
Camila tomó un taxi que la dejó frente a la entrada de la compañía. Cada paso que daba era como si la tierra temblara o un volcán hiciera erupción. Su piel destilaba lava ardiente e imaginó mil formas de asesinar a Giulio. Ella no había sentido tal furia jamás en su vida. Se sentía humillada y ultrajada. Le permitió a Giulio acosarla por temor a perder su empleo, pero el que se atreviera a inventar mentiras y contárselas a su esposa y a su hermano, había sobrepasado los límites de la tolerancia de Camila, y ese día él la conocería realmente. El papel de niña sumisa había terminado para siempre.—Buenos días, Camila —saludó el guardia de seguridad de la entrada, pero ella no le contestó. Continuó caminando a prisa directo al área de oficinas.—¡Qué genio! &mdas
Camila y Adrián atravesaron la sala de pediatría, donde se observaban varios consultorios y una larga fila de madres con sus hijos esperando su turno para ser atendidas. Mientras caminaban Adrián le comentó que su empleo sería un tanto informal, de modo que le permitiera continuar con sus estudios y las actividades extracurriculares que le exigía la carrera. Ella sería su asistente personal y se encargaría de tomar sus llamadas, organizar su agenda personal, ordenar sus informes y ayudarlo con algunas de sus tareas de la especialidad, entre otras cosas. Otra persona se ocuparía de las citas médicas y el seguimiento a los pacientes. Camila lo miró incrédula, pues le daba la impresión de que él había inventado ese cargo para ayudarla. Esa idea la hizo muy feliz y le mostró que había sido suertuda al tropezar con su perro.Llegaron
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás siguiéndome? —dijo poniéndose de pie.—No te creas tan importante, amore mio. Es pura coincidencia encontrarte aquí, pero qué bueno porque me debes muchas —contestó Giulio.—Será mejor que te vayas para que no tengamos problemas —le ordenó Adrián colocándose de pie, y lo miró con severidad, mientras apretaba sus puños.—Eres el doctorcito aquel… —bufó señalándolo— Ten cuidado con esta mujer, le gusta aprovecharse de los hombres. Es una prostituta y…Giulio no pudo terminar la frase, pues el puño de Adrián chocó con fuerza en su mandíbula. Giulio no se lo esperaba, pero se incorporó con rapidez y respondió de la misma manera. Se abalanzó sobre Adrián y, en