1. Risas incómodasFabio irrumpió en la oficina con energía desbordante, solicitando documentos y haciendo preguntas sobre diferentes clientes a su paso. Esther, su secretaria, lo siguió por el pasillo y atravesó la puerta de cristal detrás de él.Ella le entregó una camisa gris que colgaba de una percha, una taza de café y, con habilidad, le recordó las citas programadas para esa tarde mientras él se cambiaba.Él asentía con gesto distraído, desviando la mirada de vez en cuando para confirmar algunos datos en su computadora. Al notar que Esther no tenía intención de abandonar la oficina después de recibir el informe, la observó expectante, esperando escuchar si iba a agregar algo más.Esther no solía ponerse nerviosa por su presencia; de hecho, eso fue lo que le permitió conseguir el puesto. Era la única capaz de mantener su ritmo frenético, satisfacer su nivel de exigencia y entender la importancia de la confidencialidad en su área de trabajo. Toda una joya entre las secretarias de
Casandra borró la sonrisa en cuanto escuchó las puertas del ascensor, cerrarse tras de sí. Miró el camino de su media rota y suspiró, tratando de ignorar el temblor de sus piernas que ahora ocupaba toda su atención mientras avanzaba por el imponente pasillo.Habían pasado años desde la última vez que estuvo en aquel lugar por primera vez y, por un instante, la nostalgia se apoderó de ella y recordó de forma vívida el día en el que los nervios de su primer juicio le impidieron comer desde la noche anterior. Jamás olvidaría cuando, en medio del acalorado debate, su estómago decidió hacerse escuchar, provocando risas en toda la sala.Con el tiempo, aprendió a familiarizarse con la expectante sensación que la acompañaba en cada caso, siempre decidida a demostrar la inocencia de sus clientes. La sonrisa agradecida de los familiares al tener de regreso a sus seres queridos era como un elixir que la hacía sentir invencible. Pero cuando la derrota la alcanzaba, su capacidad de aceptarla se de
3. El veredictoFabio notó una extraña incomodidad al girarse y encontrarse con Casandra Herrera, quien lo observaba con intensidad. Sacudió la cabeza para enfocarse y centró toda su atención en el esposo de su cliente en el estrado.—En ese entonces, no tenía los recursos para asumir esa suma de dinero. Mi empresa está enfrentando numerosos problemas y tú lo sabes. —dijo el hombre, mirando a su esposa desafiante, como si la acusara por sus dificultades—. Nunca esperé tal nivel de codicia de ti, considerando que siempre fuiste tan… humilde.Fabio se enfureció, no podía tolerar ese juego al que estaban orillando a su cliente. Exponer su pasado de poca alcurnia, como si eso fuese suficiente para restarle méritos como madre. Se acercó de nuevo al estrado, esta vez con un gesto de congoja y extrema preocupación.El que estuviera en juego, la herencia de ese familiar y la petición de sus cuentas de empresa los tenía en esa situación, y ya no tenía marcha atrás.—Caballero, lamento mucho es
Casandra no pudo esperar a que Fabio terminara de hablar con el oficial de la sala, pero tomó nota: “Amable con el personal general”.La mirada depredadora de su exesposo fue suficiente para saber que no le importaría provocar un escándalo en pleno tribunal si ella se negaba a ir a su oficina, así que decidió evitarlo. Sara parecía estar de acuerdo con su decisión, porque sin decir una palabra la guio por un pasillo alterno hacia la salida del edificio.—Organicé casi todo lo que me pidió, excepto la fecha de entrega de su nuevo apartamento y el auto “seguro” que Javier y su padre insistieron en importar.—Bien, reserva por más tiempo el hotel. ¿Conoces un lugar discreto para almorzar?—La mayoría visita un local italiano aquí cerca.—Me parece perfecto.—¿Qué opina de Andrade? —preguntó Sara.—Fabio Andrade… —repitió lentamente su nombre y le encantó cómo sonaba en sus labios. Estuvo a punto de decir que él también le parecía perfecto, pero se contuvo, aunque la mirada risueña de su
Fabio se sintió tentado a seguirla, pero se contuvo al recordar que la vería en unas horas. De todas maneras, aún no terminaba su trabajo; debía visitar a una de sus clientas que ya no quería divorciarse porque el esposo la había convencido la noche anterior de volver a intentarlo. No podía hacer más que desearles suerte y esperar que el hombre fuera sincero, y no lo hiciera por todo lo que le tocaba despojarse después de haber firmado los documentos.Por primera vez, pensó con seriedad en la posibilidad de salir del bufete. A pesar de ser el lugar que lo formó en el profesional que era al día de hoy, sabía que no tenía oportunidad de ascender. Había candidatos esperando ser socios desde hacía mucho y su turno parecía lejos de llegar. Si obtenía una buena oferta de parte de esa mujer, casi con total seguridad, aceptaría. Acababa de leer que se hablaba muy bien de la visión del nuevo bufete, que era algo distinto, lleno de vida y ella… lo atrapó viéndola de forma poco profesional. T
El ruido de un par de parejas que se acercaban al auto contiguo hizo que él tomara distancia y se apresurara a subir. Entonces, se percató de sus manos sudadas y la preocupación empezó a invadirlo. Era obvio que ella no buscaba algo serio y él no quería interesarse en nada más allá de lo que le ofrecía. Sabía que no estaba preparado para lidiar con un tema que no fuese su trabajo. Suspiró. Esa noche se divertiría, aun a pesar de la imagen indeleble de Susana que lo acompañaba cada segundo. —¿Dónde vamos? —preguntó ella mientras revisaba su bolso. —¿Puedo? —Sacó un cigarrillo y se lo mostró.Él negó y Casandra lo guardó de nuevo en la cajetilla sin decir nada. —¿Te parece si te invito a mi casa? —Encendió el coche y salió del lugar, aunque trató de disimular con esa pausa que no estaba esperando una respuesta afirmativa. —No hay problema. Pero si no me dejas fumar, dime al menos que tienes un buen vino esperándonos. —Lo tengo, no temas. ¿Qué te hizo volver al país? —Se detuvo f
Encontrarse en el nirvana podía tomarse como una exageración, pero Fabio sintió que esa era la descripción inequívoca de lo que el cuerpo de esa mujer le estaba ofreciendo.—Lame —ordenó mientras él seguía de rodillas y Fabio lo hizo con avidez.Se sintió satisfecho cuando se dio cuenta de lo sensible que era y tembló bajos sus atenciones, pero él apenas acababa de iniciar.—Sabes delicioso —confesó entre sus propios jadeos y su desvarío adictivo que empezaba a florecer por esa piel, por esas sensaciones, por ella.—¡Oh, gracias! —rio con ganas y él la imitó.Separó un poco más sus piernas y se acomodó entre ellas, dejando que descansaran sobre sus hombros para continuar saboreando ese manjar.La escuchó gritar, maldecir un par de veces, como si quisiese huir de ese momento cúspide, pero él no lo iba a permitir. Mordisqueó y casi sonrió cuando el siguiente gemido característico de Casandra, lo acompañó con presión sobre su cabeza para que no se detuviera de acariciar su clítoris y chu
Casandra no estaba segura del porqué lo hizo, pero no se arrepentía. Abrazarlo y poseerlo fue, cuando menos, reconfortante. Tampoco iba a desdeñar el hecho de que el tipo tenía un buen kilometraje y sabía lo que hacía. Sin embargo, verlo frágil ante ella con esa canción, produjo algo extraño dentro de su pecho. Y tuvo la necesidad de hacerlo sentir bien, de ayudarle a despojarse de aquella carga que llevaba y que reflejaba en su triste mirada. Salió al pasillo con los tacones en la mano. La maldita alarma sonó y ella corrió despavorida a la puerta, pero es que estuvo tan a gusto entre sus brazos que se quedó dormida unos minutos más. Por fortuna, cuando logró despejarse por completo, él aún seguía durmiendo y pudo contemplarlo un buen rato mientras su respiración acompasada llenaba sus sentidos.No le apetecía dejarlo. Por una parte, le provocaba mirarlo, abrir los ojos y que la observara también. Saber si le había complacido tanto como él a ella, y quería desayunar