Casandra borró la sonrisa en cuanto escuchó las puertas del ascensor, cerrarse tras de sí. Miró el camino de su media rota y suspiró, tratando de ignorar el temblor de sus piernas que ahora ocupaba toda su atención mientras avanzaba por el imponente pasillo.
Habían pasado años desde la última vez que estuvo en aquel lugar por primera vez y, por un instante, la nostalgia se apoderó de ella y recordó de forma vívida el día en el que los nervios de su primer juicio le impidieron comer desde la noche anterior. Jamás olvidaría cuando, en medio del acalorado debate, su estómago decidió hacerse escuchar, provocando risas en toda la sala.
Con el tiempo, aprendió a familiarizarse con la expectante sensación que la acompañaba en cada caso, siempre decidida a demostrar la inocencia de sus clientes. La sonrisa agradecida de los familiares al tener de regreso a sus seres queridos era como un elixir que la hacía sentir invencible. Pero cuando la derrota la alcanzaba, su capacidad de aceptarla se desvanecía y se autoexiliaba para reflexionar sobre sus errores. Cada uno de sus naufragios, como ella los llamaba, ocupaban un sitio prominente en su oficina, recordándole que la posibilidad de perder, siempre estaba presente.
Cada paso que daba, tenía que obligarse a seguir avanzando y respirar al mismo tiempo.
—¿Herrera? ¿Casandra Herrera?
Parpadeó un par de veces y forzó una sonrisa que en aquel ascensor salió tan natural y extendió su mano para saludar.
—Sí, tú debes ser Sara. Gracias por recibirme.
—Vas en dirección opuesta —dijo la mujer, señalando lo obvio.
Pero Casandra no podía admitir ante sí misma que estaba aterrorizada por volver, que lo último que deseaba era encontrarse con él. El simple acto de mirar a sus ojos podía destruir todo lo que tardó años en reconstruir. Y si él le sonreía, estaba segura de que saldría corriendo, rogando para que sus largos tentáculos no pudieran alcanzarla de nuevo.
—No, es que tuve un percance —Le mostró la media y señaló el pasillo hacia los baños.
—¿Te molesta si te acompaño? Así te doy los detalles que me pidieron por correo.
—Claro que no, sé que no nos sobra el tiempo y gracias por hacer esto.
—Gracias a usted por el empleo. Solo me falta una semana para entregarle mi alma —bromeó y Casandra sonrió en respuesta.
Al salir del baño, después de quitarse las medias, Sara le entregó las carpetas mientras le daba un breve resumen de los abogados que verían esa tarde, pero ella no se molestó en ver el interior de ninguna.
Hizo un mal disimulado ejercicio de respiración y agradeció la consideración de Sara cuando se enfocó en su teléfono en lugar de ella. Aunque aquella herramienta quedó sin efecto en el momento en que de una de las oficinas salió otro abogado conocido suyo.
—La ex del juez de hierro —dijo con suspicacia y unas gotas de veneno mal disimulado—. ¿Es cierto lo que se dice por ahí?
El título no era nada halagador para Casandra, por mucho que lo quisiera señalar así el resto del mundo, pues a pocos meses después de casarse, se dio cuenta de que aquel apodo no tenía que ver con las rigurosas sentencias, sino con el impacto de sus golpes en su cuerpo. Justo donde nadie pudiese advertirlos.
Le costó sangre y lágrimas librarse de él.
—¿Y qué se dice, Rossen? —saludó con una serenidad fingida.
—Que ahora te dedicas a la cacería —respondió, ignorando a Sara y rodeando su hombro con familiaridad.
La misma que usó en el pasado para convencerla de que estaba equivocada. Así fue como ella se convirtió en una de esas mujeres profesionales que forman parte de las estadísticas; una de las tantas víctimas de abuso intrafamiliar que nunca pudo denunciar un ataque.
¿Cómo hacerlo? Si el sistema de justicia parecía haberse vuelto en su contra. Cada intento de queja o denuncia fue aplastado sin piedad, sumido en una ola de incredulidad por los pocos que la escuchaban. El mismo David Rossen, amigo de ambos, lo etiquetó bajo el despectivo estigma del dramatismo femenino y la costumbre de lamentarse por todo.
El proceso de divorcio se prolongó durante casi dos años, plagado de amenazas y un atentado contra su vida. Hasta que tomó la decisión de escuchar a su familia y dejar el país para regresar junto a ellos.
—No creas todo lo que se dice —bromeó, luchando por no mostrar el asco que sentía al tenerlo tan cerca después de su traición—. Solo estoy de visita, ¿cierto, Sara?
David reaccionó como si se acabara de dar cuenta de la mujer que iba junto a ellos, aunque se limitó a asentir en su dirección.
—Clayton se pondrá feliz al saber que estás aquí.
Ella esbozó una sonrisa plena y David entrecerró los ojos en su dirección, como sopesando aquella reacción.
—Estoy segura de ello.
Casandra tuvo que enfrentar numerosas adversidades antes de poder retomar su carrera. Lidiaba con frecuentes episodios de ansiedad que la acosaban sin previo aviso, minando su vitalidad y la fuerza que la habían impulsado desde su infancia.
Sin embargo, en todo ese doloroso proceso, descubrió que era capaz de valerse por sí misma y que no necesitaba depender de la sombra de nadie para recuperar su lugar en su campo profesional. Que ser exitosa ya no le parecía una meta inalcanzable.
Y aunque le temía, se armaría de valor cuando lo tuviera de frente.
—Te llamaré un día de estos para invitarte a cenar. Mi mujer estará encantada de saber que volvió su amiga del alma. —David señaló que se dirigía a otro pasillo al mismo tiempo que ella se detuvo en el ascensor.
—Será un placer —respondió. Una vez dentro, soltó todo el aire que no se dio cuenta de estar conteniendo.
Sara le ofreció una botella de agua, pero no se atrevió a mirarla y Casandra quiso darle un abrazo por ser tan oportuna y discreta.
Dos meses atrás le propusieron volver como socia de un prestigioso bufete y le pareció la mejor opción, así que aceptó sin dudar. Ahora, estaba segura de que algo dentro de ella se había desequilibrado desde lo de su divorcio, ya que de una forma u otra, y de manera inconsciente, parecía que buscaba enfrentar a su ex, aunque no supiera la razón con exactitud.
En ese momento volvió a dudar si podría lidiar de manera efectiva con su pasado y retomar su vida desde donde la dejó años atrás.
—En la sala 5 —dijo Sara, sacándola de sus pensamientos y tomando una de las carpetas que Casandra seguía sosteniendo contra su vientre, como si se estuviera aferrando a algo para no caer.
—Fabio Andrade —leyó al inicio de la información personal del primero de los abogados jóvenes y brillantes que tenía como responsabilidad contratar.
Iban tarde, así que apenas pudo procesar la situación en la que su ex presidía la audiencia y el mismo hombre del ascensor fuese uno de los litigantes.
Sin embargo, en los siguientes minutos, se olvidó del juez, porque ver a Andrade en acción fue un deleite. Era como un vivo ejemplo impartido en la facultad referente al manejo del espacio y la serenidad y seguridad que le brindaba a su cliente era casi palpable. Daba la sensación de que incluso el cierre de su adversario estaba dentro de sus planes.
Tenía que admitirlo, el informe sobre él era más que preciso. Mientras tomaba notas en el archivo con su fotografía, con su pluma, delineó de manera involuntaria sus cejas y trazó las pocas líneas de expresión en su frente, agregando un toque de personalidad. Observó su cabello castaño y se detuvo en el color de sus ojos, descendiendo hasta sus labios que mostraban una sonrisa ligeramente petulante.
Su atractivo era innegable y no pudo evitar dejar volar su imaginación, pensando en la posibilidad de tenerlo en su cama. Llevaba meses sin salir con nadie, y la cursi relación de su hermano Javier con su cuñada Andrea la dejaba con náuseas.
No los juzgaba, parecían destinados el uno para el otro, al menos eso era lo que él repetía sin cesar, y estaba feliz por ambos.
Sin embargo, ese estilo de vida no era el suyo; prefería obtener lo mejor de un cuerpo cálido una que otra noche y luego, disfrutar del colchón de manera exclusiva el resto de la semana.
Se preguntó si él tendría a alguien así en su vida. No es que importara demasiado, pero sentía curiosidad. También el convertirse en su jefa podía ser un obstáculo para probarlo. Aunque siempre existía la opción de disfrutar un poco de aquel espécimen antes de lanzarlo al precipicio.
Sin embargo, cualquier pensamiento lascivo se desvaneció en el instante en que sintió la mirada de Clayton sobre ella, repleta del mismo odio que había visto la última noche que estuvo bajo su control.
3. El veredictoFabio notó una extraña incomodidad al girarse y encontrarse con Casandra Herrera, quien lo observaba con intensidad. Sacudió la cabeza para enfocarse y centró toda su atención en el esposo de su cliente en el estrado.—En ese entonces, no tenía los recursos para asumir esa suma de dinero. Mi empresa está enfrentando numerosos problemas y tú lo sabes. —dijo el hombre, mirando a su esposa desafiante, como si la acusara por sus dificultades—. Nunca esperé tal nivel de codicia de ti, considerando que siempre fuiste tan… humilde.Fabio se enfureció, no podía tolerar ese juego al que estaban orillando a su cliente. Exponer su pasado de poca alcurnia, como si eso fuese suficiente para restarle méritos como madre. Se acercó de nuevo al estrado, esta vez con un gesto de congoja y extrema preocupación.El que estuviera en juego, la herencia de ese familiar y la petición de sus cuentas de empresa los tenía en esa situación, y ya no tenía marcha atrás.—Caballero, lamento mucho es
Casandra no pudo esperar a que Fabio terminara de hablar con el oficial de la sala, pero tomó nota: “Amable con el personal general”.La mirada depredadora de su exesposo fue suficiente para saber que no le importaría provocar un escándalo en pleno tribunal si ella se negaba a ir a su oficina, así que decidió evitarlo. Sara parecía estar de acuerdo con su decisión, porque sin decir una palabra la guio por un pasillo alterno hacia la salida del edificio.—Organicé casi todo lo que me pidió, excepto la fecha de entrega de su nuevo apartamento y el auto “seguro” que Javier y su padre insistieron en importar.—Bien, reserva por más tiempo el hotel. ¿Conoces un lugar discreto para almorzar?—La mayoría visita un local italiano aquí cerca.—Me parece perfecto.—¿Qué opina de Andrade? —preguntó Sara.—Fabio Andrade… —repitió lentamente su nombre y le encantó cómo sonaba en sus labios. Estuvo a punto de decir que él también le parecía perfecto, pero se contuvo, aunque la mirada risueña de su
Fabio se sintió tentado a seguirla, pero se contuvo al recordar que la vería en unas horas. De todas maneras, aún no terminaba su trabajo; debía visitar a una de sus clientas que ya no quería divorciarse porque el esposo la había convencido la noche anterior de volver a intentarlo. No podía hacer más que desearles suerte y esperar que el hombre fuera sincero, y no lo hiciera por todo lo que le tocaba despojarse después de haber firmado los documentos.Por primera vez, pensó con seriedad en la posibilidad de salir del bufete. A pesar de ser el lugar que lo formó en el profesional que era al día de hoy, sabía que no tenía oportunidad de ascender. Había candidatos esperando ser socios desde hacía mucho y su turno parecía lejos de llegar. Si obtenía una buena oferta de parte de esa mujer, casi con total seguridad, aceptaría. Acababa de leer que se hablaba muy bien de la visión del nuevo bufete, que era algo distinto, lleno de vida y ella… lo atrapó viéndola de forma poco profesional. T
El ruido de un par de parejas que se acercaban al auto contiguo hizo que él tomara distancia y se apresurara a subir. Entonces, se percató de sus manos sudadas y la preocupación empezó a invadirlo. Era obvio que ella no buscaba algo serio y él no quería interesarse en nada más allá de lo que le ofrecía. Sabía que no estaba preparado para lidiar con un tema que no fuese su trabajo. Suspiró. Esa noche se divertiría, aun a pesar de la imagen indeleble de Susana que lo acompañaba cada segundo. —¿Dónde vamos? —preguntó ella mientras revisaba su bolso. —¿Puedo? —Sacó un cigarrillo y se lo mostró.Él negó y Casandra lo guardó de nuevo en la cajetilla sin decir nada. —¿Te parece si te invito a mi casa? —Encendió el coche y salió del lugar, aunque trató de disimular con esa pausa que no estaba esperando una respuesta afirmativa. —No hay problema. Pero si no me dejas fumar, dime al menos que tienes un buen vino esperándonos. —Lo tengo, no temas. ¿Qué te hizo volver al país? —Se detuvo f
Encontrarse en el nirvana podía tomarse como una exageración, pero Fabio sintió que esa era la descripción inequívoca de lo que el cuerpo de esa mujer le estaba ofreciendo.—Lame —ordenó mientras él seguía de rodillas y Fabio lo hizo con avidez.Se sintió satisfecho cuando se dio cuenta de lo sensible que era y tembló bajos sus atenciones, pero él apenas acababa de iniciar.—Sabes delicioso —confesó entre sus propios jadeos y su desvarío adictivo que empezaba a florecer por esa piel, por esas sensaciones, por ella.—¡Oh, gracias! —rio con ganas y él la imitó.Separó un poco más sus piernas y se acomodó entre ellas, dejando que descansaran sobre sus hombros para continuar saboreando ese manjar.La escuchó gritar, maldecir un par de veces, como si quisiese huir de ese momento cúspide, pero él no lo iba a permitir. Mordisqueó y casi sonrió cuando el siguiente gemido característico de Casandra, lo acompañó con presión sobre su cabeza para que no se detuviera de acariciar su clítoris y chu
Casandra no estaba segura del porqué lo hizo, pero no se arrepentía. Abrazarlo y poseerlo fue, cuando menos, reconfortante. Tampoco iba a desdeñar el hecho de que el tipo tenía un buen kilometraje y sabía lo que hacía. Sin embargo, verlo frágil ante ella con esa canción, produjo algo extraño dentro de su pecho. Y tuvo la necesidad de hacerlo sentir bien, de ayudarle a despojarse de aquella carga que llevaba y que reflejaba en su triste mirada. Salió al pasillo con los tacones en la mano. La maldita alarma sonó y ella corrió despavorida a la puerta, pero es que estuvo tan a gusto entre sus brazos que se quedó dormida unos minutos más. Por fortuna, cuando logró despejarse por completo, él aún seguía durmiendo y pudo contemplarlo un buen rato mientras su respiración acompasada llenaba sus sentidos.No le apetecía dejarlo. Por una parte, le provocaba mirarlo, abrir los ojos y que la observara también. Saber si le había complacido tanto como él a ella, y quería desayunar
Fabio no estaba del todo seguro qué fuerza invisible lo empujó fuera de la cama, sintiendo que la adrenalina recorría sus venas y le impulsaba a ponerse lo primero que encontró para ir en busca de ella. Ahora que la llevaba cargada, sintiendo su cuerpo contra el suyo, la escuchaba reír e incluso sufrió uno de sus mordiscos en el trasero, pensó que hizo lo correcto. Hundió aquella imagen de Susana de nuevo y enterró aquel mensaje suyo en lo más profundo de su ser, igual que todo lo que provocaría su regreso en su vida.Quería olvidar lo mucho que odiaba quedarse en casa los fines de semana. Sabía que acabaría viendo sus películas favoritas. Se deleitaría con las fotografías acumuladas durante tantos años, y escucharía música que le llevaría de la alegría sublime a la amargura más profunda. Y es que seguía extrañándola, cada día, un poco más. Y era espantoso.—¡Bájame! —gritó Casandra una vez más.Fabio la ignoró y se le apretó el pecho cuando reflexionó en todas las veces que intentó s
Mientras Fabio regresaba de la tienda de comestibles con Casandra a su lado, llevando algunos complementos para la cena, se preguntó en qué escala de locura lo catalogaría Josh. Pero a diferencia de lo que pudiese pensar cualquiera, se sentía cómodo haciendo aquello, aunque su compañera de caminata y ahora de hogar temporal, fuese casi una completa desconocida. Acordaron ir por las maletas en unas horas y dejarlas en la habitación contigua, sin embargo, ambos sabían que ese espacio no iba a servir de otra forma que no fuese un almacén.Se sintió intrigado cuando ella lo llevó por varias calles para comprar frutas y algunos vegetales. Él tenía años de vivir en esa zona y jamás se dio cuenta de esos lugares. Tuvo que reconocer que su vida trascendió alrededor del bienestar de Susana y que había cosas que él ignoró, porque no le servían a ella en ese momento. Ellos procuraban locales más cercanos, para así evitar cualquier episodio donde se sintiese mal y le diera un ataque de pánico.Co