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4. Un juego no tan inocente

Casandra no pudo esperar a que Fabio terminara de hablar con el oficial de la sala, pero tomó nota: “Amable con el personal general”.

La mirada depredadora de su exesposo fue suficiente para saber que no le importaría provocar un escándalo en pleno tribunal si ella se negaba a ir a su oficina, así que decidió evitarlo. 

Sara parecía estar de acuerdo con su decisión, porque sin decir una palabra la guio por un pasillo alterno hacia la salida del edificio.

—Organicé casi todo lo que me pidió, excepto la fecha de entrega de su nuevo apartamento y el auto “seguro” que Javier y su padre insistieron en importar.

—Bien, reserva por más tiempo el hotel. ¿Conoces un lugar discreto para almorzar?

—La mayoría visita un local italiano aquí cerca.

—Me parece perfecto.

—¿Qué opina de Andrade? —preguntó Sara.

—Fabio Andrade… —repitió lentamente su nombre y le encantó cómo sonaba en sus labios. Estuvo a punto de decir que él también le parecía perfecto, pero se contuvo, aunque la mirada risueña de su asistente provocó que se aclarara la garganta para decir—. Consigue una cita con él esta misma tarde.

—Ya lo hice. Su secretaria le encontró un espacio cerca de las cuatro. 

—¡Vaya favor! —exclamó Casandra entre risas.

—Sí. Esa mujer lo hizo lucir como el hombre capaz de dividir las aguas del mar con sus propias manos.

Ambas mujeres no pudieron evitar carcajearse, aunque Casandra se quedó pensando qué sería capaz de hacer ese sujeto con esas manos tan grandes y elegantes. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginarlas acariciando su piel, pero sacudió la cabeza para despejar esos pensamientos.

Se sorprendió gratamente al encontrarlo en el restaurante junto a un hombre delgado, que llevaba una bata de médico y reían divertidos por algo. ¿Por qué esperar varias horas si podía acercarse en ese momento y saludarlo? 

—¿Quién es el siguiente objetivo? —le preguntó a Sara. 

—Sora Matsuda; graduada con honores como abogada mercantil, famosa por desplumar aves rapaces y sobrina del concejal de distrito. 

—Justo los que necesitamos, jóvenes y sanguinarios, con hambre de éxito. Si todos parecen ser como Andrade, tendrás un aumento pronto, Sara.

La sonrisa de su asistente se ensanchó y ella se desvió para saludar.

—¿Abogado Andrade?

—Abogada Herrera. —Se levantó y le extendió la mano con seguridad, ella la estrechó con la misma firmeza y notó la sorpresa en sus ojos.

—¿Me conoce? —preguntó con genuina curiosidad.

—No lo suficiente, pero la reconocí. —Tomó el teléfono de la mesa y le mostró la noticia de su nuevo nombramiento en uno de los sitios webs sobre temas legales—. Tome asiento. ¿Nos acompaña a comer?

—Si no hay inconveniente… —Ella sonrió en dirección al médico y este se irguió como un pavo real frente a ella, pidiendo el menú de nuevo para entregárselo él mismo. 

—Por supuesto que no hay ningún problema. Será un cambio maravilloso para mí poder estar con una compañía tan agradable.

—No me conoces lo suficiente como para afirmar eso —dijo divertida. 

—Pero puedo verla y eso me basta. 

—Un hombre que vive de apariencias. ¿Es cirujano estético, por casualidad?  

—No lo soy en ninguno de los casos que menciona. Josh Morant, su nuevo servidor… —Le estrechó la mano—, cuida de los corazones de aquellos que necesitan un par de amaneceres más.

—¡Vaya!, médico y todo un poeta también. Es estupendo conocer a un hombre con tantas virtudes. ¿Cuál es la suya, señor Andrade?

La pregunta lo tomó por sorpresa, porque estaba viéndole las piernas con descaro y ella lo atrapó in fraganti, avergonzándolo sobremanera. Así que en lugar de mostrar enfado por su atrevimiento, alargó su mano y la posó sobre su pierna, y pudo notar el momento exacto en que su mirada se incendió en su dirección. Sí, lucía como un hombre apasionado. Eso le gustó. 

—Bueno, soy un buen boxeador y… —Se quedó en blanco cual adolescente impresionable y ella retiró su mano, sin más, aunque él lucía como si su mundo hubiese sido puesto de cabeza en ese instante.

—Rescata damiselas en apuros —agregó Josh en su auxilio.

—¡Oh, lamento no ser una de ellas! Sé defenderme sola —dijo fingiendo sentirlo de verdad, provocando risas en ambos hombres.

—Nunca se sabe… —soltó Josh, y Fabio rio y elevó el vaso con agua en su mano a modo de brindis.

—¿Qué opina sobre los recientes cambios, Andrade?

—Que son una basura —respondió sin rodeos. 

—¿Por qué lo dice? —Casandra necesitaba a alguien con pensamientos propios, aunque no del todo idealista, y él parecía encajar en ese perfil.

—Los abogados no deberíamos consentir la duplicidad de funciones. Ya existen entidades dedicadas a realizar todos esos procesos. Lo único que quiere el rufián de Lowe es ralentizar los juicios para cobrar fianzas más exorbitantes. 

Fabio apretó la mandíbula al mirarla y Casandra supo que él notó el cambio que su comentario provocó en ella. Ahora se sentía incómoda y deseaba salir corriendo de allí, ya que era probable que si él insistía en obtener su opinión, no pudiera controlar uno de sus ataques de pánico, como lo hizo en la sala de audiencias hace un rato. Casandra alzó el vaso con soda que acababan de llevarle como apoyo a sus palabras, pero sabía que sus ojos la delatarían si lo miraba.

—¿Es cierto que está de cacería, Herrera?

—Directo al grano —se burló, pero agradeció el cambio de tema.

—Entonces, ¿lo está?

—Mejor dígame si quiere ser cazado —respondió en un tono que hizo que Fabio se aflojara la corbata y que pareciera como si le faltara poco por hiperventilar. 

Sí, debía reconocer que a veces era una descarada, pero es que él se lo ponía tan fácil que no pudo resistirse a jugar un poco más con él. Sin embargo, Josh pidió permiso para abarcar a una mujer que ella conocía bien; Scarlett O’hara, esposa de un famoso abogado y jefe de Andrade, la misma mujer que lo recomendó con tanta insistencia a su socio y a ella unas noches atrás. 

—No lo sé, déjeme pensarlo. 

Casandra estuvo a punto de escupir la soda por la estupidez que había soltado ese hombre, pero logró contenerse y en lugar de mandarlo al diablo, respondió:

—Por supuesto. Hoy, usted y yo tenemos una reunión en unas horas. Espero que lo haya reflexionado para entonces. —Dejó un billete de cien y salió de la cafetería despidiéndose con un gesto de la mano hacia Josh.

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