Casandra no pudo esperar a que Fabio terminara de hablar con el oficial de la sala, pero tomó nota: “Amable con el personal general”.
La mirada depredadora de su exesposo fue suficiente para saber que no le importaría provocar un escándalo en pleno tribunal si ella se negaba a ir a su oficina, así que decidió evitarlo.
Sara parecía estar de acuerdo con su decisión, porque sin decir una palabra la guio por un pasillo alterno hacia la salida del edificio.
—Organicé casi todo lo que me pidió, excepto la fecha de entrega de su nuevo apartamento y el auto “seguro” que Javier y su padre insistieron en importar.
—Bien, reserva por más tiempo el hotel. ¿Conoces un lugar discreto para almorzar?
—La mayoría visita un local italiano aquí cerca.
—Me parece perfecto.
—¿Qué opina de Andrade? —preguntó Sara.
—Fabio Andrade… —repitió lentamente su nombre y le encantó cómo sonaba en sus labios. Estuvo a punto de decir que él también le parecía perfecto, pero se contuvo, aunque la mirada risueña de su asistente provocó que se aclarara la garganta para decir—. Consigue una cita con él esta misma tarde.
—Ya lo hice. Su secretaria le encontró un espacio cerca de las cuatro.
—¡Vaya favor! —exclamó Casandra entre risas.
—Sí. Esa mujer lo hizo lucir como el hombre capaz de dividir las aguas del mar con sus propias manos.
Ambas mujeres no pudieron evitar carcajearse, aunque Casandra se quedó pensando qué sería capaz de hacer ese sujeto con esas manos tan grandes y elegantes. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginarlas acariciando su piel, pero sacudió la cabeza para despejar esos pensamientos.
Se sorprendió gratamente al encontrarlo en el restaurante junto a un hombre delgado, que llevaba una bata de médico y reían divertidos por algo. ¿Por qué esperar varias horas si podía acercarse en ese momento y saludarlo?
—¿Quién es el siguiente objetivo? —le preguntó a Sara.
—Sora Matsuda; graduada con honores como abogada mercantil, famosa por desplumar aves rapaces y sobrina del concejal de distrito.
—Justo los que necesitamos, jóvenes y sanguinarios, con hambre de éxito. Si todos parecen ser como Andrade, tendrás un aumento pronto, Sara.
La sonrisa de su asistente se ensanchó y ella se desvió para saludar.
—¿Abogado Andrade?
—Abogada Herrera. —Se levantó y le extendió la mano con seguridad, ella la estrechó con la misma firmeza y notó la sorpresa en sus ojos.
—¿Me conoce? —preguntó con genuina curiosidad.
—No lo suficiente, pero la reconocí. —Tomó el teléfono de la mesa y le mostró la noticia de su nuevo nombramiento en uno de los sitios webs sobre temas legales—. Tome asiento. ¿Nos acompaña a comer?
—Si no hay inconveniente… —Ella sonrió en dirección al médico y este se irguió como un pavo real frente a ella, pidiendo el menú de nuevo para entregárselo él mismo.
—Por supuesto que no hay ningún problema. Será un cambio maravilloso para mí poder estar con una compañía tan agradable.
—No me conoces lo suficiente como para afirmar eso —dijo divertida.
—Pero puedo verla y eso me basta.
—Un hombre que vive de apariencias. ¿Es cirujano estético, por casualidad?
—No lo soy en ninguno de los casos que menciona. Josh Morant, su nuevo servidor… —Le estrechó la mano—, cuida de los corazones de aquellos que necesitan un par de amaneceres más.
—¡Vaya!, médico y todo un poeta también. Es estupendo conocer a un hombre con tantas virtudes. ¿Cuál es la suya, señor Andrade?
La pregunta lo tomó por sorpresa, porque estaba viéndole las piernas con descaro y ella lo atrapó in fraganti, avergonzándolo sobremanera. Así que en lugar de mostrar enfado por su atrevimiento, alargó su mano y la posó sobre su pierna, y pudo notar el momento exacto en que su mirada se incendió en su dirección. Sí, lucía como un hombre apasionado. Eso le gustó.
—Bueno, soy un buen boxeador y… —Se quedó en blanco cual adolescente impresionable y ella retiró su mano, sin más, aunque él lucía como si su mundo hubiese sido puesto de cabeza en ese instante.
—Rescata damiselas en apuros —agregó Josh en su auxilio.
—¡Oh, lamento no ser una de ellas! Sé defenderme sola —dijo fingiendo sentirlo de verdad, provocando risas en ambos hombres.
—Nunca se sabe… —soltó Josh, y Fabio rio y elevó el vaso con agua en su mano a modo de brindis.
—¿Qué opina sobre los recientes cambios, Andrade?
—Que son una basura —respondió sin rodeos.
—¿Por qué lo dice? —Casandra necesitaba a alguien con pensamientos propios, aunque no del todo idealista, y él parecía encajar en ese perfil.
—Los abogados no deberíamos consentir la duplicidad de funciones. Ya existen entidades dedicadas a realizar todos esos procesos. Lo único que quiere el rufián de Lowe es ralentizar los juicios para cobrar fianzas más exorbitantes.
Fabio apretó la mandíbula al mirarla y Casandra supo que él notó el cambio que su comentario provocó en ella. Ahora se sentía incómoda y deseaba salir corriendo de allí, ya que era probable que si él insistía en obtener su opinión, no pudiera controlar uno de sus ataques de pánico, como lo hizo en la sala de audiencias hace un rato. Casandra alzó el vaso con soda que acababan de llevarle como apoyo a sus palabras, pero sabía que sus ojos la delatarían si lo miraba.
—¿Es cierto que está de cacería, Herrera?
—Directo al grano —se burló, pero agradeció el cambio de tema.
—Entonces, ¿lo está?
—Mejor dígame si quiere ser cazado —respondió en un tono que hizo que Fabio se aflojara la corbata y que pareciera como si le faltara poco por hiperventilar.
Sí, debía reconocer que a veces era una descarada, pero es que él se lo ponía tan fácil que no pudo resistirse a jugar un poco más con él. Sin embargo, Josh pidió permiso para abarcar a una mujer que ella conocía bien; Scarlett O’hara, esposa de un famoso abogado y jefe de Andrade, la misma mujer que lo recomendó con tanta insistencia a su socio y a ella unas noches atrás.
—No lo sé, déjeme pensarlo.
Casandra estuvo a punto de escupir la soda por la estupidez que había soltado ese hombre, pero logró contenerse y en lugar de mandarlo al diablo, respondió:
—Por supuesto. Hoy, usted y yo tenemos una reunión en unas horas. Espero que lo haya reflexionado para entonces. —Dejó un billete de cien y salió de la cafetería despidiéndose con un gesto de la mano hacia Josh.
Fabio se sintió tentado a seguirla, pero se contuvo al recordar que la vería en unas horas. De todas maneras, aún no terminaba su trabajo; debía visitar a una de sus clientas que ya no quería divorciarse porque el esposo la había convencido la noche anterior de volver a intentarlo. No podía hacer más que desearles suerte y esperar que el hombre fuera sincero, y no lo hiciera por todo lo que le tocaba despojarse después de haber firmado los documentos.Por primera vez, pensó con seriedad en la posibilidad de salir del bufete. A pesar de ser el lugar que lo formó en el profesional que era al día de hoy, sabía que no tenía oportunidad de ascender. Había candidatos esperando ser socios desde hacía mucho y su turno parecía lejos de llegar. Si obtenía una buena oferta de parte de esa mujer, casi con total seguridad, aceptaría. Acababa de leer que se hablaba muy bien de la visión del nuevo bufete, que era algo distinto, lleno de vida y ella… lo atrapó viéndola de forma poco profesional. T
El ruido de un par de parejas que se acercaban al auto contiguo hizo que él tomara distancia y se apresurara a subir. Entonces, se percató de sus manos sudadas y la preocupación empezó a invadirlo. Era obvio que ella no buscaba algo serio y él no quería interesarse en nada más allá de lo que le ofrecía. Sabía que no estaba preparado para lidiar con un tema que no fuese su trabajo. Suspiró. Esa noche se divertiría, aun a pesar de la imagen indeleble de Susana que lo acompañaba cada segundo. —¿Dónde vamos? —preguntó ella mientras revisaba su bolso. —¿Puedo? —Sacó un cigarrillo y se lo mostró.Él negó y Casandra lo guardó de nuevo en la cajetilla sin decir nada. —¿Te parece si te invito a mi casa? —Encendió el coche y salió del lugar, aunque trató de disimular con esa pausa que no estaba esperando una respuesta afirmativa. —No hay problema. Pero si no me dejas fumar, dime al menos que tienes un buen vino esperándonos. —Lo tengo, no temas. ¿Qué te hizo volver al país? —Se detuvo f
Encontrarse en el nirvana podía tomarse como una exageración, pero Fabio sintió que esa era la descripción inequívoca de lo que el cuerpo de esa mujer le estaba ofreciendo.—Lame —ordenó mientras él seguía de rodillas y Fabio lo hizo con avidez.Se sintió satisfecho cuando se dio cuenta de lo sensible que era y tembló bajos sus atenciones, pero él apenas acababa de iniciar.—Sabes delicioso —confesó entre sus propios jadeos y su desvarío adictivo que empezaba a florecer por esa piel, por esas sensaciones, por ella.—¡Oh, gracias! —rio con ganas y él la imitó.Separó un poco más sus piernas y se acomodó entre ellas, dejando que descansaran sobre sus hombros para continuar saboreando ese manjar.La escuchó gritar, maldecir un par de veces, como si quisiese huir de ese momento cúspide, pero él no lo iba a permitir. Mordisqueó y casi sonrió cuando el siguiente gemido característico de Casandra, lo acompañó con presión sobre su cabeza para que no se detuviera de acariciar su clítoris y chu
Casandra no estaba segura del porqué lo hizo, pero no se arrepentía. Abrazarlo y poseerlo fue, cuando menos, reconfortante. Tampoco iba a desdeñar el hecho de que el tipo tenía un buen kilometraje y sabía lo que hacía. Sin embargo, verlo frágil ante ella con esa canción, produjo algo extraño dentro de su pecho. Y tuvo la necesidad de hacerlo sentir bien, de ayudarle a despojarse de aquella carga que llevaba y que reflejaba en su triste mirada. Salió al pasillo con los tacones en la mano. La maldita alarma sonó y ella corrió despavorida a la puerta, pero es que estuvo tan a gusto entre sus brazos que se quedó dormida unos minutos más. Por fortuna, cuando logró despejarse por completo, él aún seguía durmiendo y pudo contemplarlo un buen rato mientras su respiración acompasada llenaba sus sentidos.No le apetecía dejarlo. Por una parte, le provocaba mirarlo, abrir los ojos y que la observara también. Saber si le había complacido tanto como él a ella, y quería desayunar
Fabio no estaba del todo seguro qué fuerza invisible lo empujó fuera de la cama, sintiendo que la adrenalina recorría sus venas y le impulsaba a ponerse lo primero que encontró para ir en busca de ella. Ahora que la llevaba cargada, sintiendo su cuerpo contra el suyo, la escuchaba reír e incluso sufrió uno de sus mordiscos en el trasero, pensó que hizo lo correcto. Hundió aquella imagen de Susana de nuevo y enterró aquel mensaje suyo en lo más profundo de su ser, igual que todo lo que provocaría su regreso en su vida.Quería olvidar lo mucho que odiaba quedarse en casa los fines de semana. Sabía que acabaría viendo sus películas favoritas. Se deleitaría con las fotografías acumuladas durante tantos años, y escucharía música que le llevaría de la alegría sublime a la amargura más profunda. Y es que seguía extrañándola, cada día, un poco más. Y era espantoso.—¡Bájame! —gritó Casandra una vez más.Fabio la ignoró y se le apretó el pecho cuando reflexionó en todas las veces que intentó s
Mientras Fabio regresaba de la tienda de comestibles con Casandra a su lado, llevando algunos complementos para la cena, se preguntó en qué escala de locura lo catalogaría Josh. Pero a diferencia de lo que pudiese pensar cualquiera, se sentía cómodo haciendo aquello, aunque su compañera de caminata y ahora de hogar temporal, fuese casi una completa desconocida. Acordaron ir por las maletas en unas horas y dejarlas en la habitación contigua, sin embargo, ambos sabían que ese espacio no iba a servir de otra forma que no fuese un almacén.Se sintió intrigado cuando ella lo llevó por varias calles para comprar frutas y algunos vegetales. Él tenía años de vivir en esa zona y jamás se dio cuenta de esos lugares. Tuvo que reconocer que su vida trascendió alrededor del bienestar de Susana y que había cosas que él ignoró, porque no le servían a ella en ese momento. Ellos procuraban locales más cercanos, para así evitar cualquier episodio donde se sintiese mal y le diera un ataque de pánico.Co
Casandra retrocedió unos pasos, evitando hacer ruido para no ser descubierta, tratando de ocultar la tormenta de emociones que bullían dentro de ella, pero agradeció el no haberse apresurado para ir por las maletas al hotel. Al volver a la habitación, buscó sus sandalias, desesperada por salir de ahí cuanto antes. Su corazón latía con fuerza, y su mirada se encontró con la de Fabio. —¿Qué sucede? Fabio la detuvo sujetando con suavidad sus brazos, pero ella se soltó con demasiada brusquedad. —Me tengo que ir. —¿Sucedió algo? ¿Estás bien? Pareces enfadada. Lo estaba, aunque no podía explicar por qué se sentía así, y no iba a humillarse al admitirlo. —No, ¿cómo se te ocurre? Es solo que tengo prisa. Se presentó algo con un cliente, —mintió, pero tampoco se atrevió a mirarlo a los ojos. —De acuerdo. ¿Me llamarás? Ella rio al escucharlo y se sentó sobre el colchón para ajustarse las sandalias. Estaba loco si pensaba que volvería a tener algo con él. Sí, era muy bueno en la cama, per
—¿Qué tanto me ves? —preguntó Fabio, mientras limpiaba la encimera de la cocina. —Encuentro fascinante, tu retorcida manera de complicarte la vida por nada —respondió Josh, ensanchando la sonrisa idiota que tenía hace más de media hora. Fabio le lanzó la toalla, pero su amigo la esquivó con agilidad y se la devolvió con más fuerza. La toalla chocó con el hombro de Fabio en lugar de su cara. —Pensé que después de hacerme el favor, te irías a tu casa de una m*****a vez. —¿Y dejarte solo haciendo esto? No, no me lo iba a perder. —Imbécil. —Yo también te quiero, Bro. Dame postre. —No hay. Ella te mintió. —No te creo, pero no importa. Mejor dime qué vas a hacer. —Desayunar con ella, qué más. —¡No, pero qué castigo! ¡Sálvalo, Señor! —No me refiero a eso. Ya viste —dijo señalándole el teléfono—. No sé qué hacer —dijo, luchando con una nueva mancha descubierta en la esquina de la estufa—. Casandra es… —Perfecta. —Tanto así, tampoco. Es… —Preciosa. —Sí, lo es, pero, me refiero a…