Fabio se sintió tentado a seguirla, pero se contuvo al recordar que la vería en unas horas. De todas maneras, aún no terminaba su trabajo; debía visitar a una de sus clientas que ya no quería divorciarse porque el esposo la había convencido la noche anterior de volver a intentarlo.
No podía hacer más que desearles suerte y esperar que el hombre fuera sincero, y no lo hiciera por todo lo que le tocaba despojarse después de haber firmado los documentos.
Por primera vez, pensó con seriedad en la posibilidad de salir del bufete. A pesar de ser el lugar que lo formó en el profesional que era al día de hoy, sabía que no tenía oportunidad de ascender. Había candidatos esperando ser socios desde hacía mucho y su turno parecía lejos de llegar.
Si obtenía una buena oferta de parte de esa mujer, casi con total seguridad, aceptaría. Acababa de leer que se hablaba muy bien de la visión del nuevo bufete, que era algo distinto, lleno de vida y ella… lo atrapó viéndola de forma poco profesional.
Tampoco era un delito, esa mujer sabía lo atractiva que se veía, lo clamaba a los cuatro vientos desde que era estudiante. Supo que se casó con un juez que fue su maestro y que después de unos meses se divorciaron.
¿Estaría disponible para tomarse una copa?
Se lo preguntaría esa tarde.
Si la propuesta laboral caía por su estupidez, quizá, con suerte, al menos obtendría una salida con Casandra Herrera.
No eran las cuatro todavía y él ya se había cambiado la corbata un par de veces antes de dejar la misma con la que fue al tribunal.
—Fabio, la abogada Herrera tiene cita contigo en diez minutos y ya está en recepción.
—Hazla pasar y no te atrevas a interrumpir, porque puede que este sea nuestro boleto dorado —dijo sonriente.
Esther le devolvió el gesto antes de irse y volvió unos minutos después en su compañía.
—Hola de nuevo.
—Un placer. —Por instinto, Fabio le dio un beso en la mejilla y al sentirla tan suave no quería separarse de su lado, hasta que la notó dar un paso atrás tomando distancia.
Se comportaba como un idiota con ella.
—Gracias por recibirme antes.
—¿Prefieres hablar aquí o tomar una copa fuera mientras lo hacemos?
—Creo que sería mejor conversar ahora y, si hay algo que celebrar, disfrutaremos más esa copa. ¿Te parece bien?
—Por supuesto, adelante. —Señaló un pequeño salón dispuesto frente a su escritorio.
Esther entró con un vaso con agua y sirvió un whisky para él, saliendo sin hacer ruido.
—Bien. Como usted sabrá, volví a la ciudad a llamado del legendario Bill Fellini. Nuestro plan es atraer a la gente más prometedora de los últimos tres años en litigios de cada especialidad y, su perfil atrajo nuestra atención.
—Recuerde que si decido irme, no podré llevar a todos mis clientes conmigo debido a las cláusulas que no puedo romper y algunos de ellos me los asignó la firma.
—Eso lo sé, no estamos pidiendo tu clientela, queremos tu talento, pero son bienvenidos aquellos que deseen seguirlo.
—Y me tomará un par de semanas finiquitar mis labores aquí.
—Ya hemos considerado eso. Esta es la propuesta que tenemos para usted.
Le mostró un documento que despertó tanto su interés que lo hizo sonreír.
—¿Cuál es la trampa?
—No es necesaria. Nuestro objetivo es atraer clientes extranjeros que están siendo mal clasificados. El que logre los mejores acuerdos en cinco años o menos, tendrá la oportunidad de optar por una silla adicional como socio.
—¿Tengo posibilidades?
—¿Cree que perdería mi tiempo con alguien que no las tuviera?
—No obstante, me parece que hay un detalle que debo confesar.
—Le escucho.
—Es un asunto personal. —Ella frunció el ceño de manera adorable y él decidió lanzarse, porque si no actuaba en ese momento, nunca tendría el valor de intentarlo de nuevo—. Abogada, desde hace muchos años me ha parecido atractiva.
—Al decir “muchos”, perdió mi interés, abogado. —Ambos rieron, pero ella suspiró antes de agregar—: No me parece profesional que me confiese su antigua simpatía por mí en plena negociación.
—¿Es lo único que hacemos? —señaló divertido, era ahora o nunca.
Si se enfocaban solo en el contrato, no podría ejecutar su movimiento, y aunque le interesaba ese cambio, tenerla frente a él implicaba más. En el restaurante, sucedió algo entre ellos a tomar en cuenta, y según Josh, fue como si el destino se la hubiese puesto en el camino por alguna razón.
—Es a lo que vine.
—Por supuesto. ¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?
—Si tiene que hacerlo, creo que me equivoqué de hombre —dijo poniéndose de pie y tomando la carpeta.
Pero Fabio la sujetó del otro extremo y se encontró con sus ojos al responder:
—¿Dónde firmo?
—Ahora sí podemos hablar de celebrar.
—Conozco un buen sitio.
Fabio se encontraba eufórico por haber logrado ambos objetivos.
—Bien, ese es mi número. —Le entregó su tarjeta mientras ordenaba los documentos firmados y los depositaba en su maletín—. Nos vemos allí.
Esther entró pidiendo disculpas con la mirada, llevaba varias carpetas en sus manos y Casandra se despidió con cordialidad de ella.
—Lo siento, jefe.
—No te preocupes. ¿Es lo que te pedí?
Fabio exhaló. En definitiva, se había convertido en un caso perdido. No pudo ser directo al invitarla y ella lo acojonó con su seguridad. Se preguntó si se volvería un problema, intentar algo más si sería su jefa.
—Ramírez dijo que vendría en media con más documentación. Firmaste, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—Te conozco. Espero que también venga con un aumento sustancioso para mí —bromeó, aunque de pronto se puso seria—. ¡Ay no, Fabio! No vayas por allí.
—¿De qué hablas, loca?
—Te gusta Herrera, ¿verdad?
—Me encanta —confesó divertido, mientras salía de la oficina en dirección a la de su jefe y amigo, dejando a la mujer con el reclamo en los labios.
Tenía que enfrentar a O’hara y no sería fácil conseguir que accediera a firmar esa desvinculación con el bufete.
Sabía que tendría que escuchar a Esther, quisiese o no, pero retrasaría el regaño. Casandra Herrera estaba preciosa y era de armas tomar como pocas, no podía dejarla ir.
Una incomodidad en el pecho se intensificó cuando el rostro de Susana se hizo presente en su cabeza. Sin embargo, lo colocó a un lado, debía olvidarla y disfrutar el momento e intentar salir de aquella desesperante espiral de autocompasión.
Se supone, que con los años vas dominando tus emociones hasta el punto de ser capaz de controlarlos en un momento determinado. En cambio, él fue incapaz de disimular su decepción al contemplar a la despampanante abogada entrar custodiada entre los otros dos socios fundadores al bar donde la invitó.
Se arrepintió como nunca de haber elegido un sitio tan sobrio e íntimo, pues no querrían irse en toda la noche. Debió hacerle caso a Josh cuando le aconsejó llevarla a un lugar ruidoso para usarlo de pretexto y salir de allí lo antes posible.
No negaría que los hombres fueron amables desde el saludo y que la plática era amena. Así que se resignó a disfrutar la velada, porque no todos los días se recibían ese tipo de propuestas. También notó el interés de Casandra de cuanta palabra decía, y si ella no fingía, hasta se atrevía a pensar que era posible que le pareciera simpático.
Las miradas de los hombres en el bar sobre Casandra no pasaban desaparecidas para ninguno de sus acompañantes y, en varias ocasiones, vieron con admiración que rechazó más de un par de botellas enviadas a la mesa, y lo hizo con suma elegancia.
Al gesticular, sonreír o siquiera ponerse de pie al dirigirse al tocador lo hacía como una danza que invitaba a lo prohibido de una forma sutil.
Él quería ir con ella, esperarla afuera de ser necesario, necesitaba cualquier elemento que llamara su atención y que le proporcionara la oportunidad de perpetrar su jugada.
Aunque le parecía increíble sentirse tan atraído hacia una mujer diferente a Susana, pero así era. Como una fuerza magnética que provocaba en él ansias por saber cada detalle de su existencia, sin importar su relevancia.
Después de una tercera ronda de copas, música de los ochenta y varias bromas jurídicas, ella se puso de pie y se despidió con amabilidad de cada uno. Fabio se sintió un estúpido al no poder reaccionar a tiempo para ofrecerse a acompañarla y salir de allí.
Pero no estaba dispuesto a pasar el resto de la noche del viernes junto a dos ancianos. Aun así, trascurrieron cinco agonizantes minutos donde se debatía entre despedirse con cortesía o simular ir a la barra, enviarles una botella y huir del bar.
En el instante en que decidió ponerse de pie llegó un mensaje a su teléfono.
Señor Andrade, en mi opinión, tenemos un problema muy serio de comunicación. O fui demasiado sutil al invitarlo a salir conmigo o necesita señales en neón para entender que estoy esperándolo en la puerta.
Fabio sintió que levitaba y no fue consciente en su totalidad del pretexto que dio al salir de allí. Era casi seguro que balbuceara algo y que lo considerasen intolerante al alcohol o un estúpido, aunque en realidad, era lo que menos le importaba.
Estuvo a punto de dejar tirada su gabardina por la tardanza del chico al entregársela en recepción, pero cuando al fin salió a la calle, no la encontró. La decepción lo llenó por completo hasta que desde atrás alguien le tomó la mano con confianza.
El agarre tibio y suave al tacto, pero con una firmeza inusitada, lo atrajo para que caminara rápido, como si fuesen dos adolescentes escapando del instituto y llegaron al estacionamiento entre risas y jadeos.
—¿Qué sucede? —preguntó Fabio, alarmado, después de haberle seguido la corriente con la chiquillada y notar que se detenía frente a él de forma repentina.
—No sé cuál es tu auto —respondió muy seria, mirando la fila.
Él sonrió y le señaló un Maserati rojo, reluciente, descapotable, y ella silbó como un camionero, admirando la carrocería, mientras Fabio reía por aquella muestra de agrado que no encajaba nada con su imagen.
Le abrió la puerta y Casandra se deslizó con coquetería sobre la piel rojo vino combinado con negro. Sonrió cual niña después de una travesura y lo invitó a acompañarla.
Él no se movió, verla dentro le causó una gran impresión y sintió que el corazón le palpitaba demasiado aprisa. Se inclinó despacio a su rostro y la besó con suavidad. Sentir su lengua dentro de su boca, provocó que profundizara con más seguridad, aunque al alejarse, notó la sorpresa en su mirada y su estómago se contrajo. No era posible que su cuerpo reaccionara de aquella forma tan intensa con una mujer que no fuese Susana, pero estaba sucediendo y esa noche disfrutaría como nunca con su colega.
El ruido de un par de parejas que se acercaban al auto contiguo hizo que él tomara distancia y se apresurara a subir. Entonces, se percató de sus manos sudadas y la preocupación empezó a invadirlo. Era obvio que ella no buscaba algo serio y él no quería interesarse en nada más allá de lo que le ofrecía. Sabía que no estaba preparado para lidiar con un tema que no fuese su trabajo. Suspiró. Esa noche se divertiría, aun a pesar de la imagen indeleble de Susana que lo acompañaba cada segundo. —¿Dónde vamos? —preguntó ella mientras revisaba su bolso. —¿Puedo? —Sacó un cigarrillo y se lo mostró.Él negó y Casandra lo guardó de nuevo en la cajetilla sin decir nada. —¿Te parece si te invito a mi casa? —Encendió el coche y salió del lugar, aunque trató de disimular con esa pausa que no estaba esperando una respuesta afirmativa. —No hay problema. Pero si no me dejas fumar, dime al menos que tienes un buen vino esperándonos. —Lo tengo, no temas. ¿Qué te hizo volver al país? —Se detuvo f
Encontrarse en el nirvana podía tomarse como una exageración, pero Fabio sintió que esa era la descripción inequívoca de lo que el cuerpo de esa mujer le estaba ofreciendo.—Lame —ordenó mientras él seguía de rodillas y Fabio lo hizo con avidez.Se sintió satisfecho cuando se dio cuenta de lo sensible que era y tembló bajos sus atenciones, pero él apenas acababa de iniciar.—Sabes delicioso —confesó entre sus propios jadeos y su desvarío adictivo que empezaba a florecer por esa piel, por esas sensaciones, por ella.—¡Oh, gracias! —rio con ganas y él la imitó.Separó un poco más sus piernas y se acomodó entre ellas, dejando que descansaran sobre sus hombros para continuar saboreando ese manjar.La escuchó gritar, maldecir un par de veces, como si quisiese huir de ese momento cúspide, pero él no lo iba a permitir. Mordisqueó y casi sonrió cuando el siguiente gemido característico de Casandra, lo acompañó con presión sobre su cabeza para que no se detuviera de acariciar su clítoris y chu
Casandra no estaba segura del porqué lo hizo, pero no se arrepentía. Abrazarlo y poseerlo fue, cuando menos, reconfortante. Tampoco iba a desdeñar el hecho de que el tipo tenía un buen kilometraje y sabía lo que hacía. Sin embargo, verlo frágil ante ella con esa canción, produjo algo extraño dentro de su pecho. Y tuvo la necesidad de hacerlo sentir bien, de ayudarle a despojarse de aquella carga que llevaba y que reflejaba en su triste mirada. Salió al pasillo con los tacones en la mano. La maldita alarma sonó y ella corrió despavorida a la puerta, pero es que estuvo tan a gusto entre sus brazos que se quedó dormida unos minutos más. Por fortuna, cuando logró despejarse por completo, él aún seguía durmiendo y pudo contemplarlo un buen rato mientras su respiración acompasada llenaba sus sentidos.No le apetecía dejarlo. Por una parte, le provocaba mirarlo, abrir los ojos y que la observara también. Saber si le había complacido tanto como él a ella, y quería desayunar
Fabio no estaba del todo seguro qué fuerza invisible lo empujó fuera de la cama, sintiendo que la adrenalina recorría sus venas y le impulsaba a ponerse lo primero que encontró para ir en busca de ella. Ahora que la llevaba cargada, sintiendo su cuerpo contra el suyo, la escuchaba reír e incluso sufrió uno de sus mordiscos en el trasero, pensó que hizo lo correcto. Hundió aquella imagen de Susana de nuevo y enterró aquel mensaje suyo en lo más profundo de su ser, igual que todo lo que provocaría su regreso en su vida.Quería olvidar lo mucho que odiaba quedarse en casa los fines de semana. Sabía que acabaría viendo sus películas favoritas. Se deleitaría con las fotografías acumuladas durante tantos años, y escucharía música que le llevaría de la alegría sublime a la amargura más profunda. Y es que seguía extrañándola, cada día, un poco más. Y era espantoso.—¡Bájame! —gritó Casandra una vez más.Fabio la ignoró y se le apretó el pecho cuando reflexionó en todas las veces que intentó s
Mientras Fabio regresaba de la tienda de comestibles con Casandra a su lado, llevando algunos complementos para la cena, se preguntó en qué escala de locura lo catalogaría Josh. Pero a diferencia de lo que pudiese pensar cualquiera, se sentía cómodo haciendo aquello, aunque su compañera de caminata y ahora de hogar temporal, fuese casi una completa desconocida. Acordaron ir por las maletas en unas horas y dejarlas en la habitación contigua, sin embargo, ambos sabían que ese espacio no iba a servir de otra forma que no fuese un almacén.Se sintió intrigado cuando ella lo llevó por varias calles para comprar frutas y algunos vegetales. Él tenía años de vivir en esa zona y jamás se dio cuenta de esos lugares. Tuvo que reconocer que su vida trascendió alrededor del bienestar de Susana y que había cosas que él ignoró, porque no le servían a ella en ese momento. Ellos procuraban locales más cercanos, para así evitar cualquier episodio donde se sintiese mal y le diera un ataque de pánico.Co
Casandra retrocedió unos pasos, evitando hacer ruido para no ser descubierta, tratando de ocultar la tormenta de emociones que bullían dentro de ella, pero agradeció el no haberse apresurado para ir por las maletas al hotel. Al volver a la habitación, buscó sus sandalias, desesperada por salir de ahí cuanto antes. Su corazón latía con fuerza, y su mirada se encontró con la de Fabio. —¿Qué sucede? Fabio la detuvo sujetando con suavidad sus brazos, pero ella se soltó con demasiada brusquedad. —Me tengo que ir. —¿Sucedió algo? ¿Estás bien? Pareces enfadada. Lo estaba, aunque no podía explicar por qué se sentía así, y no iba a humillarse al admitirlo. —No, ¿cómo se te ocurre? Es solo que tengo prisa. Se presentó algo con un cliente, —mintió, pero tampoco se atrevió a mirarlo a los ojos. —De acuerdo. ¿Me llamarás? Ella rio al escucharlo y se sentó sobre el colchón para ajustarse las sandalias. Estaba loco si pensaba que volvería a tener algo con él. Sí, era muy bueno en la cama, per
—¿Qué tanto me ves? —preguntó Fabio, mientras limpiaba la encimera de la cocina. —Encuentro fascinante, tu retorcida manera de complicarte la vida por nada —respondió Josh, ensanchando la sonrisa idiota que tenía hace más de media hora. Fabio le lanzó la toalla, pero su amigo la esquivó con agilidad y se la devolvió con más fuerza. La toalla chocó con el hombro de Fabio en lugar de su cara. —Pensé que después de hacerme el favor, te irías a tu casa de una m*****a vez. —¿Y dejarte solo haciendo esto? No, no me lo iba a perder. —Imbécil. —Yo también te quiero, Bro. Dame postre. —No hay. Ella te mintió. —No te creo, pero no importa. Mejor dime qué vas a hacer. —Desayunar con ella, qué más. —¡No, pero qué castigo! ¡Sálvalo, Señor! —No me refiero a eso. Ya viste —dijo señalándole el teléfono—. No sé qué hacer —dijo, luchando con una nueva mancha descubierta en la esquina de la estufa—. Casandra es… —Perfecta. —Tanto así, tampoco. Es… —Preciosa. —Sí, lo es, pero, me refiero a…
Casandra hizo un gesto al camarero, y en un instante, un desayuno completo frente a Fabio, que no perdió ocasión para ajustarse en su asiento y arreglar su corbata.—¿Avanzaste anoche? —preguntó, y sin avisar, le acomodó un mechón de cabello dejándolo tras su espalda.No, no parecía un hombre decidido a abandonar su juego, así que se preguntó si en realidad le había dicho la verdad a Josh en su apartamento. Si de verdad quería tanto a esa chica como aseguró.—Gracias a tu café —dijo alzando la taza—. Lamento haberme ido de tu casa de esa manera.—¡No, no te preocupes! Comprendo que los clientes son lo primero —se apresuró a decir—. Pero gracias por aceptar mi invitación esta mañana. Quería asegurarme de que todo seguía bien entre nosotros.Abrió la boca para responder, pero el gesto quedó en una intención cuando vio dos hombres escoltando a un tercero. Ahora era su turno de removerse incómoda.—Una mujer de costumbres —dijo él en voz alta. Uno de sus hombres de seguridad haló una sill