5. Jugando con fuego

Fabio se sintió tentado a seguirla, pero se contuvo al recordar que la vería en unas horas. De todas maneras, aún no terminaba su trabajo; debía visitar a una de sus clientas que ya no quería divorciarse porque el esposo la había convencido la noche anterior de volver a intentarlo. 

No podía hacer más que desearles suerte y esperar que el hombre fuera sincero, y no lo hiciera por todo lo que le tocaba despojarse después de haber firmado los documentos.

Por primera vez, pensó con seriedad en la posibilidad de salir del bufete. A pesar de ser el lugar que lo formó en el profesional que era al día de hoy, sabía que no tenía oportunidad de ascender. Había candidatos esperando ser socios desde hacía mucho y su turno parecía lejos de llegar. 

Si obtenía una buena oferta de parte de esa mujer, casi con total seguridad, aceptaría. Acababa de leer que se hablaba muy bien de la visión del nuevo bufete, que era algo distinto, lleno de vida y ella… lo atrapó viéndola de forma poco profesional. 

Tampoco era un delito, esa mujer sabía lo atractiva que se veía, lo clamaba a los cuatro vientos desde que era estudiante. Supo que se casó con un juez que fue su maestro y que después de unos meses se divorciaron. 

¿Estaría disponible para tomarse una copa? 

Se lo preguntaría esa tarde. 

Si la propuesta laboral caía por su estupidez, quizá, con suerte, al menos obtendría una salida con Casandra Herrera. 

No eran las cuatro todavía y él ya se había cambiado la corbata un par de veces antes de dejar la misma con la que fue al tribunal.

—Fabio, la abogada Herrera tiene cita contigo en diez minutos y ya está en recepción.

—Hazla pasar y no te atrevas a interrumpir, porque puede que este sea nuestro boleto dorado —dijo sonriente. 

Esther le devolvió el gesto antes de irse y volvió unos minutos después en su compañía.

—Hola de nuevo. 

—Un placer. —Por instinto, Fabio le dio un beso en la mejilla y al sentirla tan suave no quería separarse de su lado, hasta que la notó dar un paso atrás tomando distancia.

Se comportaba como un idiota con ella.

—Gracias por recibirme antes.

—¿Prefieres hablar aquí o tomar una copa fuera mientras lo hacemos?

—Creo que sería mejor conversar ahora y, si hay algo que celebrar, disfrutaremos más esa copa. ¿Te parece bien?

—Por supuesto, adelante. —Señaló un pequeño salón dispuesto frente a su escritorio.

Esther entró con un vaso con agua y sirvió un whisky para él, saliendo sin hacer ruido.

—Bien. Como usted sabrá, volví a la ciudad a llamado del legendario Bill Fellini. Nuestro plan es atraer a la gente más prometedora de los últimos tres años en litigios de cada especialidad y, su perfil atrajo nuestra atención.

—Recuerde que si decido irme, no podré llevar a todos mis clientes conmigo debido a las cláusulas que no puedo romper y algunos de ellos me los asignó la firma.

—Eso lo sé, no estamos pidiendo tu clientela, queremos tu talento, pero son bienvenidos aquellos que deseen seguirlo.

—Y me tomará un par de semanas finiquitar mis labores aquí.

—Ya hemos considerado eso. Esta es la propuesta que tenemos para usted. 

Le mostró un documento que despertó tanto su interés que lo hizo sonreír.

—¿Cuál es la trampa?

—No es necesaria. Nuestro objetivo es atraer clientes extranjeros que están siendo mal clasificados. El que logre los mejores acuerdos en cinco años o menos, tendrá la oportunidad de optar por una silla adicional como socio.

—¿Tengo posibilidades?

—¿Cree que perdería mi tiempo con alguien que no las tuviera?

—No obstante, me parece que hay un detalle que debo confesar. 

—Le escucho. 

—Es un asunto personal. —Ella frunció el ceño de manera adorable y él decidió lanzarse, porque si no actuaba en ese momento, nunca tendría el valor de intentarlo de nuevo—. Abogada, desde hace muchos años me ha parecido atractiva.

—Al decir “muchos”, perdió mi interés, abogado. —Ambos rieron, pero ella suspiró antes de agregar—: No me parece profesional que me confiese su antigua simpatía por mí en plena negociación.

—¿Es lo único que hacemos? —señaló divertido, era ahora o nunca. 

Si se enfocaban solo en el contrato, no podría ejecutar su movimiento, y aunque le interesaba ese cambio, tenerla frente a él implicaba más. En el restaurante, sucedió algo entre ellos a tomar en cuenta, y según Josh, fue como si el destino se la hubiese puesto en el camino por alguna razón.

—Es a lo que vine. 

—Por supuesto. ¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

—Si tiene que hacerlo, creo que me equivoqué de hombre —dijo poniéndose de pie y tomando la carpeta.

Pero Fabio la sujetó del otro extremo y se encontró con sus ojos al responder:

—¿Dónde firmo?

—Ahora sí podemos hablar de celebrar. 

—Conozco un buen sitio. 

Fabio se encontraba eufórico por haber logrado ambos objetivos. 

—Bien, ese es mi número. —Le entregó su tarjeta mientras ordenaba los documentos firmados y los depositaba en su maletín—. Nos vemos allí.

Esther entró pidiendo disculpas con la mirada, llevaba varias carpetas en sus manos y Casandra se despidió con cordialidad de ella.

—Lo siento, jefe. 

—No te preocupes. ¿Es lo que te pedí? 

Fabio exhaló. En definitiva, se había convertido en un caso perdido. No pudo ser directo al invitarla y ella lo acojonó con su seguridad. Se preguntó si se volvería un problema, intentar algo más si sería su jefa.

—Ramírez dijo que vendría en media con más documentación. Firmaste, ¿verdad?  

—¿Cómo lo sabes?

—Te conozco. Espero que también venga con un aumento sustancioso para mí —bromeó, aunque de pronto se puso seria—. ¡Ay no, Fabio! No vayas por allí.

—¿De qué hablas, loca?

—Te gusta Herrera, ¿verdad? 

—Me encanta —confesó divertido, mientras salía de la oficina en dirección a la de su jefe y amigo, dejando a la mujer con el reclamo en los labios. 

Tenía que enfrentar a O’hara y no sería fácil conseguir que accediera a firmar esa desvinculación con el bufete.

Sabía que tendría que escuchar a Esther, quisiese o no, pero retrasaría el regaño. Casandra Herrera estaba preciosa y era de armas tomar como pocas, no podía dejarla ir. 

Una incomodidad en el pecho se intensificó cuando el rostro de Susana se hizo presente en su cabeza. Sin embargo, lo colocó a un lado, debía olvidarla y disfrutar el momento e intentar salir de aquella desesperante espiral de autocompasión.

Se supone, que con los años vas dominando tus emociones hasta el punto de ser capaz de controlarlos en un momento determinado. En cambio, él fue incapaz de disimular su decepción al contemplar a la despampanante abogada entrar custodiada entre los otros dos socios fundadores al bar donde la invitó.

Se arrepintió como nunca de haber elegido un sitio tan sobrio e íntimo, pues no querrían irse en toda la noche. Debió hacerle caso a Josh cuando le aconsejó llevarla a un lugar ruidoso para usarlo de pretexto y salir de allí lo antes posible.

No negaría que los hombres fueron amables desde el saludo y que la plática era amena. Así que se resignó a disfrutar la velada, porque no todos los días se recibían ese tipo de propuestas. También notó el interés de Casandra de cuanta palabra decía, y si ella no fingía, hasta se atrevía a pensar que era posible que le pareciera simpático.

Las miradas de los hombres en el bar sobre Casandra no pasaban desaparecidas para ninguno de sus acompañantes y, en varias ocasiones, vieron con admiración que rechazó más de un par de botellas enviadas a la mesa, y lo hizo con suma elegancia. 

Al gesticular, sonreír o siquiera ponerse de pie al dirigirse al tocador lo hacía como una danza que invitaba a lo prohibido de una forma sutil.

Él quería ir con ella, esperarla afuera de ser necesario, necesitaba cualquier elemento que llamara su atención y que le proporcionara la oportunidad de perpetrar su jugada.

Aunque le parecía increíble sentirse tan atraído hacia una mujer diferente a Susana, pero así era. Como una fuerza magnética que provocaba en él ansias por saber cada detalle de su existencia, sin importar su relevancia.

Después de una tercera ronda de copas, música de los ochenta y varias bromas jurídicas, ella se puso de pie y se despidió con amabilidad de cada uno. Fabio se sintió un estúpido al no poder reaccionar a tiempo para ofrecerse a acompañarla y salir de allí. 

Pero no estaba dispuesto a pasar el resto de la noche del viernes junto a dos ancianos. Aun así, trascurrieron cinco agonizantes minutos donde se debatía entre despedirse con cortesía o simular ir a la barra, enviarles una botella y huir del bar.

En el instante en que decidió ponerse de pie llegó un mensaje a su teléfono.

Señor Andrade, en mi opinión, tenemos un problema muy serio de comunicación. O fui demasiado sutil al invitarlo a salir conmigo o necesita señales en neón para entender que estoy esperándolo en la puerta.   

Fabio sintió que levitaba y no fue consciente en su totalidad del pretexto que dio al salir de allí. Era casi seguro que balbuceara algo y que lo considerasen intolerante al alcohol o un estúpido, aunque en realidad, era lo que menos le importaba.

Estuvo a punto de dejar tirada su gabardina por la tardanza del chico al entregársela en recepción, pero cuando al fin salió a la calle, no la encontró. La decepción lo llenó por completo hasta que desde atrás alguien le tomó la mano con confianza. 

El agarre tibio y suave al tacto, pero con una firmeza inusitada, lo atrajo para que caminara rápido, como si fuesen dos adolescentes escapando del instituto y llegaron al estacionamiento entre risas y jadeos.

—¿Qué sucede? —preguntó Fabio, alarmado, después de haberle seguido la corriente con la chiquillada y notar que se detenía frente a él de forma repentina.

—No sé cuál es tu auto —respondió muy seria, mirando la fila. 

Él sonrió y le señaló un Maserati rojo, reluciente, descapotable, y ella silbó como un camionero, admirando la carrocería, mientras Fabio reía por aquella muestra de agrado que no encajaba nada con su imagen. 

Le abrió la puerta y Casandra se deslizó con coquetería sobre la piel rojo vino combinado con negro. Sonrió cual niña después de una travesura y lo invitó a acompañarla.

Él no se movió, verla dentro le causó una gran impresión y sintió que el corazón le palpitaba demasiado aprisa. Se inclinó despacio a su rostro y la besó con suavidad. Sentir su lengua dentro de su boca, provocó que profundizara con más seguridad, aunque al alejarse, notó la sorpresa en su mirada y su estómago se contrajo. No era posible que su cuerpo reaccionara de aquella forma tan intensa con una mujer que no fuese Susana, pero estaba sucediendo y esa noche disfrutaría como nunca con su colega.

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