9. Sin ataduras

Fabio no estaba del todo seguro qué fuerza invisible lo empujó fuera de la cama, sintiendo que la adrenalina recorría sus venas y le impulsaba a ponerse lo primero que encontró para ir en busca de ella. Ahora que la llevaba cargada, sintiendo su cuerpo contra el suyo, la escuchaba reír e incluso sufrió uno de sus mordiscos en el trasero, pensó que hizo lo correcto. Hundió aquella imagen de Susana de nuevo y enterró aquel mensaje suyo en lo más profundo de su ser, igual que todo lo que provocaría su regreso en su vida.

Quería olvidar lo mucho que odiaba quedarse en casa los fines de semana. Sabía que acabaría viendo sus películas favoritas. Se deleitaría con las fotografías acumuladas durante tantos años, y escucharía música que le llevaría de la alegría sublime a la amargura más profunda. Y es que seguía extrañándola, cada día, un poco más. Y era espantoso.

—¡Bájame! —gritó Casandra una vez más.

Fabio la ignoró y se le apretó el pecho cuando reflexionó en todas las veces que intentó s
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