Una tercera copa fue servida con diligencia frente a ella y odiaba que se acumularan en la mesa sin sentido, porque no quería beber esa noche. Mientras tanto, su amigo, George, bailaba y le sonreía a Andrea o la miraba a ella con reproche de vez en cuando.Casandra le pidió a la chica que se detuviera y que cerrara la botella, así que recibió un asentimiento de cabeza y volvió a colocarse a sus espaldas.Quería regresar a casa y hundirse una vez más en su bien conocido agujero de autocompasión, el que nadie parecía entender, aunque ver que Andrea disfrutaba como una adolescente de las atenciones del búlgaro lo compensaban.Revisó sus correos con paciencia y respondió a algunos desde su teléfono. Sin embargo, Sara seguía sin responder algunas de sus preguntas y es que sentía que la estaba evitando. Hacía casi una semana que no le informaba nada sobre Fabio, y eso la tenía exasperada.Era verdad que fue su decisión aprovechar la situación para poner tierra de distancia entre los dos, pe
Casandra desayunaba junto a su madre en la cocina, en un silencio agradable, mientras veían fascinadas el programa de farándula que tenía atrapadas al ama de llaves y a la cocinera. Ellas las ponían en contexto sobre el último escándalo suscitado por un atractivo actor que acababa de ser descubierto por su esposa engañándola con una de sus amigas, cuando los pasos apresurados de Andrea las hicieron voltear.En el último trecho del pasillo la vieron correr sobresaltada, cargando una tableta en la mano. Se tomó su tiempo al recobrar el aliento y señalar el aparato con insistencia como si desde su lugar pudieran ver lo que según Casandra quería mostrarles.—¿Está todo bien? —preguntó ella, sin moverse desde su asiento, sin moverse. Andrea negó, pero Casandra se puso de pie, confundida por su actitud—: ¿Es el niño?Su sobrino era su pequeño tesoro y aunque al principio tenía miedo de que al conocerlo se despertara en ella algún indicio de rechazo, ocurrió todo lo contrario. Andrea negó d
Con la ayuda de Javier, Fabio se dejó caer con precaución en la banca de la iglesia, luchando por dominar el sudor que perlaba su frente. Atravesar el pasillo, sin mostrar ni un atisbo de dolor ante los saludos de conocidos, había sido un desafío.Y aunque ahora se apoyaba en un bastón debido a la lesión en la pierna sufrida días atrás, el recuerdo del instante en que despertó sobre el asfalto de la carretera que conducía a su hogar persistía. El dolor, la impotencia y luego la rabia se unieron con fragmentos borrosos de los eventos que llevaron a que se fractura la rodilla.Ni siquiera sabía por qué seguía vivo.—¿Necesitas algo? —preguntó Pablo tras él.—Estoy bien, gracias.Miró cómo los féretros blancos y de tamaños dispares estaban colocados uno al lado del otro frente a todos, y su mente lo llevó a momentos lejanos, donde la hermosa Susana Acevedo le sonrió por primera vez y él se dio cuenta de que se había enamorado de su manera de ser.Evitó con habilidad los momentos oscuros
Fabio volteó hacia los hombres Herrera y ellos sonrieron. Después de un rato, ambos le dieron palmadas discretas en los hombros antes de alejarse mientras las personas iban desocupando el campo santo. Raúl lo miró con intensidad antes de marcharse junto a los padres de Susana, quienes se despidieron de él como si fuesen inocentes. Sin embargo, los dejó ir sin reclamos, porque después de noches sin dormir cayó en la conclusión de que así lo habría querido su amiga.—Te espero en el auto.—No, no te vayas. —La detuvo con vigor un instante después de sentir su caricia en la mano. No quería verla marchar otra vez.—Necesitas despedirte —insistió, queriendo soltarse.—Quédate, vida —susurró acercándose—. No te alejes de mí nunca más.—No lo haré, pero necesitas tu espacio ahora—le respondió mirándolo a los ojos con una ternura que la comprimió el pecho—. Estaré con papá y Javier, allá.Señaló a lo lejos al par que hacía señas llamándola, pero antes Fabio colocó su mano tras la delgada nuc
Casandra entró a la espaciosa e iluminada cocina y admiró los modernos implementos en ella, aunque a decir verdad estaba más pendiente de las risotadas de los hombres de su familia a costa de Fabio, quien parecía haberse ganado sus corazones con muy poco esfuerzo.¿Acaso eso que revoloteaba en su pecho era la plenitud?—Hija, pero ¿qué hacen aquí todavía? —le preguntó su Madre mientras la veía servir más vino en las copas y luego sacó una caja con jugo y rio al recordar la expresión de resignación de Andrea cuando le entregaron la primera.—Mamá, pero si todos están empecinados en preguntarle cosas. ¿Qué quieres que haga?—Cariño, te desconozco. ¿Qué hablamos antes de que salieras como loca hacia acá?—Es que estoy nerviosa.Por primera vez sincerarse con su madre no se sintió como una debilidad y otra sensación en el pecho le hizo preguntarse si eso era natural.Ella, por su parte, la miró con diversión y le ofreció un vaso con whisky puro antes de decir:—Pues tomate esto, porque ya
No fue nada sencillo que tres mujeres se pusieran de acuerdo con todos los detalles de una boda. Discusiones que pudieron haberse evitado con tomar un avión a cualquier parte del mundo para casarse a solas, fueron el pan de cada día que los hombres Herrera y el único Andrade en las filas tuvieron que soportar durante meses.La Navidad y el año nuevo transcurrieron entre risas y buenos momentos entre familia, pero una semana después, reinó el caos y ninguno volvió a tener paz. Así que los fines de semana se inventaban cualquier excusa para escapar de toda pregunta que consideraran capciosa con respecto al dichoso evento.Fabio se estaba arrepintiendo tanto como Casandra de haber revelado sus intenciones en la fiesta de Año Nuevo, porque a partir de entonces, Angélica y Andrea se tomaron la atribución de ser sus asesoras, lo que se transformó en un juego de poderes escalofriante y del que todos preferían huir antes que enfrentar.Esa noche ambos fueron obligados a revisar con ellas la l
1. Risas incómodasFabio irrumpió en la oficina con energía desbordante, solicitando documentos y haciendo preguntas sobre diferentes clientes a su paso. Esther, su secretaria, lo siguió por el pasillo y atravesó la puerta de cristal detrás de él.Ella le entregó una camisa gris que colgaba de una percha, una taza de café y, con habilidad, le recordó las citas programadas para esa tarde mientras él se cambiaba.Él asentía con gesto distraído, desviando la mirada de vez en cuando para confirmar algunos datos en su computadora. Al notar que Esther no tenía intención de abandonar la oficina después de recibir el informe, la observó expectante, esperando escuchar si iba a agregar algo más.Esther no solía ponerse nerviosa por su presencia; de hecho, eso fue lo que le permitió conseguir el puesto. Era la única capaz de mantener su ritmo frenético, satisfacer su nivel de exigencia y entender la importancia de la confidencialidad en su área de trabajo. Toda una joya entre las secretarias de
Casandra borró la sonrisa en cuanto escuchó las puertas del ascensor, cerrarse tras de sí. Miró el camino de su media rota y suspiró, tratando de ignorar el temblor de sus piernas que ahora ocupaba toda su atención mientras avanzaba por el imponente pasillo.Habían pasado años desde la última vez que estuvo en aquel lugar por primera vez y, por un instante, la nostalgia se apoderó de ella y recordó de forma vívida el día en el que los nervios de su primer juicio le impidieron comer desde la noche anterior. Jamás olvidaría cuando, en medio del acalorado debate, su estómago decidió hacerse escuchar, provocando risas en toda la sala.Con el tiempo, aprendió a familiarizarse con la expectante sensación que la acompañaba en cada caso, siempre decidida a demostrar la inocencia de sus clientes. La sonrisa agradecida de los familiares al tener de regreso a sus seres queridos era como un elixir que la hacía sentir invencible. Pero cuando la derrota la alcanzaba, su capacidad de aceptarla se de