1. Risas incómodas
Fabio irrumpió en la oficina con energía desbordante, solicitando documentos y haciendo preguntas sobre diferentes clientes a su paso. Esther, su secretaria, lo siguió por el pasillo y atravesó la puerta de cristal detrás de él.
Ella le entregó una camisa gris que colgaba de una percha, una taza de café y, con habilidad, le recordó las citas programadas para esa tarde mientras él se cambiaba.
Él asentía con gesto distraído, desviando la mirada de vez en cuando para confirmar algunos datos en su computadora. Al notar que Esther no tenía intención de abandonar la oficina después de recibir el informe, la observó expectante, esperando escuchar si iba a agregar algo más.
Esther no solía ponerse nerviosa por su presencia; de hecho, eso fue lo que le permitió conseguir el puesto. Era la única capaz de mantener su ritmo frenético, satisfacer su nivel de exigencia y entender la importancia de la confidencialidad en su área de trabajo. Toda una joya entre las secretarias de la firma.
Ignorando a Esther, Fabio se adentró en el baño y rápidamente ajustó su corbata. Sabía que le quedaban menos de dos horas para regresar al juzgado y el tráfico del mediodía no le permitiría demorarse. Si llegaba un minuto tarde, ese juez era capaz de posponer la audiencia, y ya tenía suficiente presión de los socios del bufete para ganar ese caso.
Le prometió a su cliente que la ayudaría en todo lo posible; y que resarciría los momentos difíciles que su esposo le hizo pasar desde que decidió abandonarla por su amante. Ese hombre le suspendió los ingresos, incluyendo el pago de las altas colegiaturas de sus tres hijos; uno de ellos con una enfermedad crónica que requería costosos medicamentos que no podían permitirse.
Eso la llevó a adquirir una deuda exorbitante y ahora él buscaba obtener la custodia total de sus hijos y todos los bienes en el divorcio, al darse cuenta de que una hermana de su cliente le heredó a ese muchacho una cuantiosa fortuna. Y no lo iba a permitir.
—¿Sabes que no tengo tiempo que perder? Dime qué sucede —dijo Fabio mientras limpiaba su saco frente al espejo.
Esther respondió en tono seco:
—Tiene una visitante inesperada en la sala de conferencias. Y su padre llamó de nuevo.
—¿Qué? ¿Susana está aquí? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —Ignoró a propósito la última información, mientras su padre siguiera insistiendo en que sentara cabeza con una dama de sociedad, él tampoco cedería.
El recuerdo de la última vez que estuvieron juntos le golpeó como una ola furiosa, preguntándose si ella seguía tan radiante como siempre. Ya habían pasado seis meses desde la última vez que la vio y él le pidió una oportunidad para demostrarle que podía hacerla feliz. Ahora, tal vez, ya había llegado el momento de su respuesta.
Sin dejarla terminar, aceleró el paso. Sabía que si ella estaba allí era porque lo extrañaba, lo quería de vuelta en su vida, o lo necesitaba.
Durante todos esos meses, estuvo siguiendo noticias de la ciudad a la que viajó por trabajo, como un acosador, aunque le pareció extraño no saber más sobre su carrera profesional de arquitecta.
Abrió las puertas de roble, que crujieron al moverse, y sintió el olor a cera que le revolvió el estómago, o quizá era la ansiedad mientras preparaba en su cabeza las palabras de bienvenida que le daría, y el tenerla de nuevo entre sus brazos, absorbiendo su aroma, escuchando su risa.
Sin embargo, se detuvo en seco, clavando los talones en el suelo. Su mandíbula se tensó y sus manos se cerraron en puños al descubrir a la visitante, pero retrocedió dos pasos para encontrarse nuevamente con Esther, quien se acercó con un gesto de disculpa y le susurró:
—Ella insistió en esperar… y amenazó con hacer un escándalo en recepción. Sabe que hoy firmamos con los japoneses.
—Ofrécele algo de beber y dame un minuto, o dos. —solicitó Fabio, tratando de contener su ansiedad.
El resentimiento hacia sí mismo se apoderó de él. Sentía que era un completo idiota por seguir ilusionándose con una mujer que lo abandonó, a pesar de todo lo que él hizo por ella. Anhelaba tanto verla que le dolía de manera física, pero parecía que eso ya no sería posible.
Al regresar a su oficina, se tomó su tiempo para enviar un correo urgente y pensar en la forma más sutil de sacar a esa otra mujer de allí. Así que al volver a la sala, contempló a la esposa de su jefe sentada en la mesa, exhibiendo sus largas piernas, y recordó fragmentos de aquella desafortunada noche en la que fue incapaz de negarse a un acercamiento, temiendo perder su trabajo.
Fue un completo idiota y cayó en un juego peligroso que debía terminar de una vez.
—Scarlett —saludó desde la puerta y se mantuvo allí, a pesar de la sugerente bienvenida que la mujer le ofreció al sonreír.
—Vengo por una respuesta a lo que te pedí.
—Podrías haber llamado, porque sigue siendo no. Te reitero que si no logras llegar a un acuerdo con él, tú serás quien pierda más.
—Pero tú te convertiste en su Chico Maravilla y sé de primera mano lo hábil que eres —susurró con una sonrisa a medias.
—Y yo sé que en cuanto se sepa que te represento, mi carrera estará acabada.
—Ya pensé en eso, cariño… —Ella se acercó con un andar felino y deslizó una tarjeta desde su cinturón hasta el bolsillo interno de su chaqueta—. Una amiga está buscando nuevos talentos y tu nombre surgió en una cena la otra noche.
Al leer Casandra Herrera en la tarjeta, Fabio sonrió aún más. Eso significaba que la mujer que se convirtió en una leyenda por un millón de razones había regresado a la ciudad y eso iba a conmocionar a muchas personas. Aunque para él, solo importaba que ella seguía siendo la chica inalcanzable del último año de facultad y él el mismo personaje común y corriente del primero, a quien nunca le prestó la mínima atención.
Scarlett se acercó para reclamar el favor, pero Esther se aclaró la garganta detrás de ellos. Fabio tuvo que voltear y vio cómo ella levantaba su maletín y una gabardina, indicándole que dejara de jugar con su mirada de desaprobación.
Las orejas le ardieron, una señal inequívoca de que tenía el rostro encendido, entre otras cosas.
—Esta vez solo necesito tus servicios… como abogado —aclaró la elegante mujer en tono sugerente y muy cerca de su cuello, para después guiñarle un ojo y darle un beso suave en los labios—. Llámala, nos conviene a ambos. Y no olvides que si te niegas, tampoco te irá mejor como mi enemigo.
Ella tomó el bolso que estaba sobre una de las sillas giratorias y salió contoneándose, sin que Fabio se perdiera ni un solo movimiento.
—Abogado Andrade… —Esther, en su conocido tono admonitorio que resultaba temible, lo sacó de su embeleso—. Esta posible cliente aún no factura con nosotros, pero la suma del caso que estamos llevando, bien vale el esfuerzo para no pensar en piernas largas en este momento, y menos si son ajenas.
—Sí, señora. —Tomó las cosas de sus manos sin discutir. Sin embargo, volvió sobre sus pasos y le entregó la tarjeta, complaciéndose por la expresión de asombro que ella mostró—. Averigua lo que puedas y consigue una entrevista.
Esther balbuceó una respuesta y él salió sin mirar atrás. Si todo resultaba como esperaba, la vida de ambos cambiaría para bien y era posible que pudiera librarse de Scarlett también.
Llegó justo a tiempo al juzgado y se apresuró al ascensor, temiendo perderlo. Una amable mujer detuvo las puertas para que pudiera entrar, pero no tuvo tiempo de agradecer, ya que dos hombres más entraron detrás de él.
En la premura de todos ellos, su maletín cayó al suelo y, al levantarlo, la punta del mismo trajo consigo el vestido oscuro de la mujer por la parte de atrás, creando un carril enorme en la media ahumada sobre su hermosa pierna.
Fabio no pudo evitar mirar con una mezcla de horror y fascinación aquella terrible escena. Suspiró derrotado cuando las risas masculinas llenaron el lugar, dejándole claro que estaba en problemas. Además, iba abarrotado de mujeres que no ocultaron su malestar.
Trató de sonreír, recordando que eso solía ayudarle en la mayoría de los casos, pero el gesto se le congeló en la cara cuando la reconoció.
—Abogada Her… —tartamudeó Fabio, tratando de mantener la compostura y ocultar su vergüenza y la posible pérdida de una gran oportunidad laboral—. Permítame hacer algo para compensar el daño.
La mujer lo miró con una ceja arqueada, nada impresionada por sus intentos de aliviar la tensión y respondió:
—Oh, ¿me lo dice en serio? Entonces, podría conseguir una máquina del tiempo para deshacer este momento incómodo. Eso sería de gran ayuda.
El ambiente se volvió aún más embarazoso cuando una risa incontrolable escapó de la boca de Fabio, sin importar cuánto intentara contenerla.
Las miradas de las mujeres a su alrededor se tornaron más intensas y hostiles, mientras Fabio se esforzaba por controlar su risa nerviosa. Sin embargo, cuanto más trataba de contenerse, más fuerte y contagiosa se volvía.
Pronto, el ascensor se llenó de risas, incluso la abogada no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
Pero la diversión duró poco, porque al abrirse las puertas en el quinto piso, ella salió sin dedicarle una segunda mirada.
Aquel golpe a su ego lo trajo de nuevo al presente, al recordar que la hermosa abogada, también era la exesposa del despiadado juez Clayton Lowe. El mismo que iba a presidir su audiencia en unos minutos, después de la jugada sucia de los abogados de la contraparte, al conseguir que el que tenían asignado se recusara del caso.
En ese instante, Fabio supo que ese no era su día de suerte. Si Lowe se encontraba con ella antes, sin duda estaría de mal humor, y eso implicaba que su caso podría correr el riesgo de ser aplazado, otra vez.
Casandra borró la sonrisa en cuanto escuchó las puertas del ascensor, cerrarse tras de sí. Miró el camino de su media rota y suspiró, tratando de ignorar el temblor de sus piernas que ahora ocupaba toda su atención mientras avanzaba por el imponente pasillo.Habían pasado años desde la última vez que estuvo en aquel lugar por primera vez y, por un instante, la nostalgia se apoderó de ella y recordó de forma vívida el día en el que los nervios de su primer juicio le impidieron comer desde la noche anterior. Jamás olvidaría cuando, en medio del acalorado debate, su estómago decidió hacerse escuchar, provocando risas en toda la sala.Con el tiempo, aprendió a familiarizarse con la expectante sensación que la acompañaba en cada caso, siempre decidida a demostrar la inocencia de sus clientes. La sonrisa agradecida de los familiares al tener de regreso a sus seres queridos era como un elixir que la hacía sentir invencible. Pero cuando la derrota la alcanzaba, su capacidad de aceptarla se de
3. El veredictoFabio notó una extraña incomodidad al girarse y encontrarse con Casandra Herrera, quien lo observaba con intensidad. Sacudió la cabeza para enfocarse y centró toda su atención en el esposo de su cliente en el estrado.—En ese entonces, no tenía los recursos para asumir esa suma de dinero. Mi empresa está enfrentando numerosos problemas y tú lo sabes. —dijo el hombre, mirando a su esposa desafiante, como si la acusara por sus dificultades—. Nunca esperé tal nivel de codicia de ti, considerando que siempre fuiste tan… humilde.Fabio se enfureció, no podía tolerar ese juego al que estaban orillando a su cliente. Exponer su pasado de poca alcurnia, como si eso fuese suficiente para restarle méritos como madre. Se acercó de nuevo al estrado, esta vez con un gesto de congoja y extrema preocupación.El que estuviera en juego, la herencia de ese familiar y la petición de sus cuentas de empresa los tenía en esa situación, y ya no tenía marcha atrás.—Caballero, lamento mucho es
Casandra no pudo esperar a que Fabio terminara de hablar con el oficial de la sala, pero tomó nota: “Amable con el personal general”.La mirada depredadora de su exesposo fue suficiente para saber que no le importaría provocar un escándalo en pleno tribunal si ella se negaba a ir a su oficina, así que decidió evitarlo. Sara parecía estar de acuerdo con su decisión, porque sin decir una palabra la guio por un pasillo alterno hacia la salida del edificio.—Organicé casi todo lo que me pidió, excepto la fecha de entrega de su nuevo apartamento y el auto “seguro” que Javier y su padre insistieron en importar.—Bien, reserva por más tiempo el hotel. ¿Conoces un lugar discreto para almorzar?—La mayoría visita un local italiano aquí cerca.—Me parece perfecto.—¿Qué opina de Andrade? —preguntó Sara.—Fabio Andrade… —repitió lentamente su nombre y le encantó cómo sonaba en sus labios. Estuvo a punto de decir que él también le parecía perfecto, pero se contuvo, aunque la mirada risueña de su
Fabio se sintió tentado a seguirla, pero se contuvo al recordar que la vería en unas horas. De todas maneras, aún no terminaba su trabajo; debía visitar a una de sus clientas que ya no quería divorciarse porque el esposo la había convencido la noche anterior de volver a intentarlo. No podía hacer más que desearles suerte y esperar que el hombre fuera sincero, y no lo hiciera por todo lo que le tocaba despojarse después de haber firmado los documentos.Por primera vez, pensó con seriedad en la posibilidad de salir del bufete. A pesar de ser el lugar que lo formó en el profesional que era al día de hoy, sabía que no tenía oportunidad de ascender. Había candidatos esperando ser socios desde hacía mucho y su turno parecía lejos de llegar. Si obtenía una buena oferta de parte de esa mujer, casi con total seguridad, aceptaría. Acababa de leer que se hablaba muy bien de la visión del nuevo bufete, que era algo distinto, lleno de vida y ella… lo atrapó viéndola de forma poco profesional. T
El ruido de un par de parejas que se acercaban al auto contiguo hizo que él tomara distancia y se apresurara a subir. Entonces, se percató de sus manos sudadas y la preocupación empezó a invadirlo. Era obvio que ella no buscaba algo serio y él no quería interesarse en nada más allá de lo que le ofrecía. Sabía que no estaba preparado para lidiar con un tema que no fuese su trabajo. Suspiró. Esa noche se divertiría, aun a pesar de la imagen indeleble de Susana que lo acompañaba cada segundo. —¿Dónde vamos? —preguntó ella mientras revisaba su bolso. —¿Puedo? —Sacó un cigarrillo y se lo mostró.Él negó y Casandra lo guardó de nuevo en la cajetilla sin decir nada. —¿Te parece si te invito a mi casa? —Encendió el coche y salió del lugar, aunque trató de disimular con esa pausa que no estaba esperando una respuesta afirmativa. —No hay problema. Pero si no me dejas fumar, dime al menos que tienes un buen vino esperándonos. —Lo tengo, no temas. ¿Qué te hizo volver al país? —Se detuvo f
Encontrarse en el nirvana podía tomarse como una exageración, pero Fabio sintió que esa era la descripción inequívoca de lo que el cuerpo de esa mujer le estaba ofreciendo.—Lame —ordenó mientras él seguía de rodillas y Fabio lo hizo con avidez.Se sintió satisfecho cuando se dio cuenta de lo sensible que era y tembló bajos sus atenciones, pero él apenas acababa de iniciar.—Sabes delicioso —confesó entre sus propios jadeos y su desvarío adictivo que empezaba a florecer por esa piel, por esas sensaciones, por ella.—¡Oh, gracias! —rio con ganas y él la imitó.Separó un poco más sus piernas y se acomodó entre ellas, dejando que descansaran sobre sus hombros para continuar saboreando ese manjar.La escuchó gritar, maldecir un par de veces, como si quisiese huir de ese momento cúspide, pero él no lo iba a permitir. Mordisqueó y casi sonrió cuando el siguiente gemido característico de Casandra, lo acompañó con presión sobre su cabeza para que no se detuviera de acariciar su clítoris y chu
Casandra no estaba segura del porqué lo hizo, pero no se arrepentía. Abrazarlo y poseerlo fue, cuando menos, reconfortante. Tampoco iba a desdeñar el hecho de que el tipo tenía un buen kilometraje y sabía lo que hacía. Sin embargo, verlo frágil ante ella con esa canción, produjo algo extraño dentro de su pecho. Y tuvo la necesidad de hacerlo sentir bien, de ayudarle a despojarse de aquella carga que llevaba y que reflejaba en su triste mirada. Salió al pasillo con los tacones en la mano. La maldita alarma sonó y ella corrió despavorida a la puerta, pero es que estuvo tan a gusto entre sus brazos que se quedó dormida unos minutos más. Por fortuna, cuando logró despejarse por completo, él aún seguía durmiendo y pudo contemplarlo un buen rato mientras su respiración acompasada llenaba sus sentidos.No le apetecía dejarlo. Por una parte, le provocaba mirarlo, abrir los ojos y que la observara también. Saber si le había complacido tanto como él a ella, y quería desayunar
Fabio no estaba del todo seguro qué fuerza invisible lo empujó fuera de la cama, sintiendo que la adrenalina recorría sus venas y le impulsaba a ponerse lo primero que encontró para ir en busca de ella. Ahora que la llevaba cargada, sintiendo su cuerpo contra el suyo, la escuchaba reír e incluso sufrió uno de sus mordiscos en el trasero, pensó que hizo lo correcto. Hundió aquella imagen de Susana de nuevo y enterró aquel mensaje suyo en lo más profundo de su ser, igual que todo lo que provocaría su regreso en su vida.Quería olvidar lo mucho que odiaba quedarse en casa los fines de semana. Sabía que acabaría viendo sus películas favoritas. Se deleitaría con las fotografías acumuladas durante tantos años, y escucharía música que le llevaría de la alegría sublime a la amargura más profunda. Y es que seguía extrañándola, cada día, un poco más. Y era espantoso.—¡Bájame! —gritó Casandra una vez más.Fabio la ignoró y se le apretó el pecho cuando reflexionó en todas las veces que intentó s