3. El Veredicto

3. El veredicto

Fabio notó una extraña incomodidad al girarse y encontrarse con Casandra Herrera, quien lo observaba con intensidad. Sacudió la cabeza para enfocarse y centró toda su atención en el esposo de su cliente en el estrado.

—En ese entonces, no tenía los recursos para asumir esa suma de dinero. Mi empresa está enfrentando numerosos problemas y tú lo sabes. —dijo el hombre, mirando a su esposa desafiante, como si la acusara por sus dificultades—. Nunca esperé tal nivel de codicia de ti, considerando que siempre fuiste tan… humilde.

Fabio se enfureció, no podía tolerar ese juego al que estaban orillando a su cliente. Exponer su pasado de poca alcurnia, como si eso fuese suficiente para restarle méritos como madre. Se acercó de nuevo al estrado, esta vez con un gesto de congoja y extrema preocupación.

El que estuviera en juego, la herencia de ese familiar y la petición de sus cuentas de empresa los tenía en esa situación, y ya no tenía marcha atrás.

—Caballero, lamento mucho escuchar eso. En lo posible, la señora Smith será tan flexible como pueda. Pero comprenderá que, de acuerdo con la ley de familia, usted sigue siendo responsable por la manutención de sus hijos menores. Sobre todo de Abel, debido a su delicado estado de salud. Es por eso, Señoría, que en vista de la prueba número diecisiete, entregada por la contraparte, presentamos algo que constaría en calidad de prueba adicional. Le pido disculpas de antemano.

Señaló hacia la pantalla, mientras buscaba a Casandra en la audiencia. Ella sonreía satisfecha y Fabio esperaba que su visita formara parte del proceso de entrevista, ya que se estaba luciendo más que otras veces. Con firmeza, sacó su as bajo la manga; lo que inclinaría la balanza del caso en su favor.

—Aquí se muestra a nuestro consternado señor Smith disfrutando de una tarde soleada junto a su nueva pareja.

—¿Eso qué tiene de extraño? Es fin de semana, tengo derecho a descansar de todos mis problemas.

—Tiene toda la razón, señor. Pero si examinamos las dos fotos anteriores tomadas ese mismo día… podremos entender el panorama completo. ¿Le importaría leer la descripción de esas fotos?

—Dice… Dice… ¡Eso no es así!, yo puedo explicarlo.

El hombre sudaba a chorros en el estrado y Fabio no dudó en ofrecerle su pañuelo.

—Por favor, solo lea.

—Dice: “En la casa que mi terroncito de azúcar me compró frente a la playa”.

La risa de los presentes no se hizo esperar, mientras el hombre se ruborizaba.

—La segunda foto, por favor.

—Bueno, eso fue solo un juego. Yo… ¡Sabes que no soy así, mujer!

—¿Los billetes que se ven cubriendo sus cuerpos en esa bañera son falsos? Señor Smith, esto parece ser un juego bastante extraño, porque ella no lo ve de la misma manera. Por favor, léanos la siguiente descripción, no nos haga esperar más.

—No, no puedo.

—No hay problema. Ya no es necesario. Pero díganos, ¿qué estaban celebrando ese día mientras usted se tomaba esas fotos con la señorita Aguirre?

—No, no lo sé. Era sábado, supongo que en el partido de la pequeña Isabel, pero salí tarde de una junta y ya no llegaría a tiempo.

Fabio negó con tristeza. Se acercó al juez, pero este parecía más interesado en la preciosa mujer de cabello moreno sentada al fondo de la sala, que en él. Resignado a cualquier resultado, suspiró en voz alta antes de decir:

—No, señor Smith. Ese fue el día en que dieron de alta a su hijo Abel después de su última recaída. Su esposa…

—Ex… —intervino el hombre, nervioso, mirando a la chica con aspecto de modelo que sonreía satisfecha desde el otro lado.

—Aún no se han divorciado, por lo tanto, sigue siendo su esposa según la ley. Ella le hizo tres llamadas y usted no respondió ninguna. Además, era el cumpleaños de Isabel, su hija de doce años, y ella hizo otros siete intentos por comunicarse. Justo en el momento en que se publicaron sus hermosas fotografías. ¿No cree que sus acciones continuas a lo largo del tiempo desacreditan su solicitud de custodia total? —Advirtiendo las intenciones del otro abogado, agregó—: Eso es todo de mi parte, su Señoría.

El juez lo miró como si hubiese salido de un trance, asintió y miró al otro abogado antes de aclarar su garganta y decir:

—Debido a las pruebas presentadas por ambas partes, este caso se lleva a una sentencia definitiva. Decretando que la guarda y custodia de los menores, Isabel, Abel y Roger Smith Rojas, quedará a cargo de la señora Isabel Rojas. Así como el título de albacea, hasta que el joven Abel alcance la mayoría de edad.

»El señor Roger Smith tiene un plazo de nueve días hábiles, para cumplir con la cantidad establecida hasta la fecha a favor de la señora Rojas. Eso incluye todos los detalles presentados durante este proceso, como la vivienda y las propiedades mencionadas, así como sus acciones dentro del negocio familiar.

--Esto garantizará todas las necesidades de los menores, como alimentación, atención médica, educación, vivienda, vestimenta, actividades recreativas y demás. Para finalizar esta audiencia, la secretaria entregará las identificaciones de las partes.

El juez Lowe se puso de pie de inmediato e hizo un gesto hacia Casandra, pero esta ya estaba saliendo de la sala.

—Fabio, eres increíble —las lágrimas de Isabel lo conmovieron más de lo que podía imaginar, ya que vio de primera mano la devoción que ella tenía hacia sus hijos y el esfuerzo emocional y físico que implicaba cuidar de Abel. No podía fallarle.

Más allá de las cuestiones legales que involucraban sus negocios, Isabel merecía todo lo que estaba obteniendo. Sobre todo, considerando cómo aquel despreciable individuo la dejó en la calle meses antes, dependiendo de la caridad de sus amigos. La justicia se había hecho y, al menos en ese aspecto, le proporcionaba la satisfacción que su vida personal le negaba.

Después de despedirse de su cliente y ultimar detalles de forma apresurada, saludó a uno de los guardias y casi corrió en busca de Casandra, pero fue en vano.

Lo único que pudo notar a lo lejos, es que ya no llevaba su legendaria melena castaña, que solía rozar sus hermosos glúteos y se movía al viento junto con su mirada seductora de siempre. Aunque esa mirada capaz de provocar un paro cardíaco en un novato como él en aquellos años, seguía igual. Ahora llevaba el cabello a la altura de los hombros, muy a la moda y le quedaba fenomenal. Y ya no vestía las medias que él dañó. Otra imagen con ella deslizando la tela ahumada fuera de su piel que no debía estar en su cabeza en ese momento.

—¡Maldición! —exclamó frustrado y giró bruscamente, casi chocando con el juez, quien lo miró con curiosidad.

Su teléfono vibró en su bolsillo y se sintió en deuda con el destino al responder la llamada de Josh, su mejor amigo desde la secundaria. Lo invitó a almorzar, aliviado al poder dejar atrás a un juez Lowe enojado que comenzó a reprender a uno de los guardias del tribunal.

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