Sin el peso de la incertidumbre, Estefanía se sentía más tranquila. Durmió mejor, aunque los mellizos la despertaron a las cuatro de la mañana pidiendo comida. Después de amamantarlos (ya había discutido con su madre que no les daría más fórmula) se quedaron en brazos de la enfermera, que tenía una habilidad especial para regresarlos a su cuna.
—No te había vuelto a ver color en el rostro, querida —saludó Estela a su hija cuando la vio desayunando, en el comedor. Se acercó a ella y la tomó de la mano—. Me alegra que estés mejor.
—Gracias, mamá.
Aunque llevaba una carga menos, todavía no estaba del todo librada y no lo estaría hasta haberse cerciorado de que Antonio tampoco albergaba ninguna sospecha. Lamentó que esa noche se hubiera excusado con su supuesta reunión importante, porque estaba dis
Antonio llegó a la casa de sus suegros como solía hacerlo las dos últimas semanas. Saludó a doña Estela con un beso en la mejilla y a Ignacio, que estaba al teléfono, levantando su mano al pasar por el cuarto de estudio. La empleada de servicio, Flora, le sirvió una copita de coñac cuando lo vio sentado en la sala. —Le avisaré a la señora Estefanía que ha llegado. —Gracias, Flora. Eres muy amable, pero si la encuentras con los niños —se refería a si los estaba amamantando—, no la molestes y más bien yo subo. La mujer desapareció al doblar por el corredor que llevaba a las escaleras principales de la casa y mientras tomaba su coñac, Antonio revisó su celular. Dejó de hacerlo cuando se aproximó su suegro que tomó asiento a su lado. —¿Cómo va todo? Por “todo” Ignacio se refería a trabajo y dinero. —De maravilla. Ayer tuve una reunión con unos clientes y todo apunta a que cerraré ese negocio. —Eso suena bien. ¿Qué tipo de clientes
Antonio se encontraba descorchando la botella de champán cuando sus ojos lo obligaron a girar todo el rostro hacia su novia. Era como lo había sospechado en su primer encuentro: apenas cubierto por el bikini naranja, también cruzado por argollas y una cadenita que atravesaba en el vientre, Marcela ocultaba un cuerpo delineado por suaves trazos, de pecho prudente, abdomen erguido, caderas estrechas y esbeltas piernas. Aventajado por el ángulo desde el que la observaba, Antonio no dejó de atender al contorneado y levantado trasero por el que se encajaba el hilo de la tanga que en ese momento capturaba sus ojos. —¡Antonio, cuidado! —gritó Estefanía, entre risas, cuando el corcho del champán estalló casi contra el ojo del atontado novio de su amiga, que se vio envuelto en la espuma del champán mientras intentaba apartar el chorro que cubrió su cara. —Tenía los ojos perdidos en ti —susurró Estefanía a Marcela, que quería cubrirse de nuevo con la toalla. —Creo que
Sergio esperó a Marcela frente a la entrada del ascensor privado. Salieron juntos y el jaguar se dirigió por calles que Marcela no conocía, en donde convergía la zona comercial de uno de los barrios más costosos de la ciudad. Frente a su ventana afluían reposterías de coloridos y elaborados pasteles, tiendas de ropa con maniquies mejor vestidos que ella y servicios de spa para mascotas en los que estaba segura que usaban cremas diez veces más costosas que las que ella aplicaba a diario sobre su piel. —Cualquier cosa en esos negocios debe costar lo de un mes de trabajo, ¿no? —Sí, por eso nunca vengo. Prefiero ir más lejos y comprar todo en otros lugares. —Ajá, me vas a decir que no compras tu ropa en alguno de estos almacenes. Y cómo, si no te la pasas por acá, sabes que al salón que vamos a ir es frecuentado por actrices y modelos. —Los vestidos los compro en el centro, en una tienda que tiene como cincuenta años y maneja unos paños muy finos, pero co
—¿Qué ocurre? —preguntó Antonio con los ojos heridos por la bombilla encendida. Cuando se acostumbró al brillo, vio a Estefanía con una pijama similar a la de Marcela, un camisón que transparentaba su desnudez y no alcanzaba a ocultar el relieve de sus pezones.—Sebastián quiso pasarse conmigo. Le dije que no y cuando vio que me iba a cambiar de habitación, se me quiso lanzar encima. Mejor nos vamos. Este paseo fue una estupidez.—¿Dónde está ahora?—No sé, Antonio, creo que se quedó en el cuarto, pero eso no importa, está como loco. Vámonos, ¿si?Marcela nunca se había sentido tan molesta en su vida. Seguía acostada y así planeaba quedarse, así viese a Sebastián raptando a su amiga.—¿Y cómo planeas que nos vayamos? El único carro es el de &
Seguía sintiéndose insegura, pese a que había conseguido cerciorarse de que Antonio no sabía o sospechaba nada de los mellizos. Conocía a su esposo y sabía que, de haber tenido el mínimo atisbo de duda, no se habría mostrado tan cariñoso como la víspera, cuando incluso le propuso que regresara al apartamento a pasar la noche con él. Su comportamiento habría sido muy distinto, el mismo que la había hecho dudar hasta ese momento, el de un hombre frío, huraño, que la aparta de su calidez. Así era siempre que ella comentaba o se portaba de manera que despertaba sus celos, algo frecuente cuando estaban recién ennoviados, incluso en los primeros meses de matrimonio, sucesos en los que ella actuaba con naturalidad, sin intención de dañarlo, pero ella era así, siempre lo había sido.—Amor, ayer salí con unas amigas.—¿Por qué no me dijiste nada?—¿Por qué habría de decírtelo si no iba a salir contigo?Discutían y él podía durar molesto por varios días, hasta que ella debía
Llamó a la empresa preguntando por ella y lo primero que quiso saber, al llegar al apartamento, fue por Marcela. Pero Esperanza no la había visto regresar. Su ropa seguía donde la había dejado y cuando, avanzada la noche, pasó por su apartamento, Sergio supo, por una vecina, que en el transcurso de la tarde llegó una pequeña camioneta para llevarse sus cosas. —Lo siento joven, pero no habló con nadie y todo fue muy rápido —dijo la vecina cuando Sergio le preguntó si Marcela había dicho algo sobre el lugar al que tenía planeado mudarse. Cabizbajo, regresó al auto y confió en que, al regresar a su apartamento la encontraría, pero no fue así. Estaba tan desesperado que incluso escribió un mensaje a Estefanía, preguntándole si había hablado con su amiga. Vio que lo había leído, pero lo dejó sin responder. Pensó entonces en llamarla, pero lo descartó. Intentó acostarse y no pensar en ello, dejar que la noche pasara y que quizá, con el sol del nuevo día, vería las cosas má
Aunque era lo que quería, no pudo hacer el amor con su esposo. Era muy pronto y los dolores del parto seguían haciendo mella en su salud. Pese a que se salvó de una cesárea, habían sido dos los niños que salieron de su cuerpo, todavía demasiado débil para soportar la lujuriosa intrusión de su marido. Antonio comprendió, o al menos se mostró amable, y bien hicieron porque no pasados ni diez minutos desde que lo hubieran intentado, Estela subió a la habitación de su hija para avisarles que la cena estaba servida y los mellizos aguardaban a su madre.—Nos habría descubierto —dijo entre risas Estefanía después de que su madre se hubiera ido.—Nunca lo hemos hecho en casa de tus padres, ¿no?—Jamás.Aun cuando lo habían intentado, siendo novios, siempre pasó algo que les impidió “profan
—¿Qué? No te lo creo. Me estás mintiendo —dijo cuando Antonio le contó que Estefanía, la misma que había dejado la fiesta casi arrastrada por su padre, era amiga de su novia.—Yo tampoco lo podía creer, pero así es. No te imaginas mi cara cuando la vi llegando a esa fila en la que llevábamos parados una hora.Sergio rió.—Bueno, “careleche”, ¿qué vas a hacer entonces? A falta de una, ahora tienes a dos hembritas para escoger.—No, hombre, que es en serio. Si te lo he contado es porque no sé qué hacer —Antonio dio el último sorbo a su botella de cerveza y miró hacia la entrada del local. Marcela debía llegar en cualquier momento—. Me gusta mi novia y nos entendemos, pero es que Estefanía fue la primera a la que vi y creo que me gusta más.—¡Uy, s&i