Querido Amante: me casaré con tu sobrino
Querido Amante: me casaré con tu sobrino
Por: Nieves G.D.
Capítulo 1 — Una adicción

Dos sirvientas se encargaron de abrir las enormes y antiguas puertas de madera, jalando la manija cada una a cada lado, mientras que las otras cuatro sirvientas de la mansión, esperaban en el pasillo, dos de cada lado, todas con el rostro inclinado, como una reverencia.

— Buenas tardes, señor Hidalgo. — Vocearon las seis empleadas al mismo tiempo, como un coro, cuando el dueño y señor de la casa entró.

— Buenas tardes. — Mascullo Bastián Hidalgo, entregando el maletín a una de las empleadas, al tiempo que otra lo ayudaba a quitarse el saco.

— Señor, la cena se servirá en un momento, si gusta… — Comenzó a explicar una de las sirvientas, cuando la gruesa y autoritaria voz de su jefe la acalló.

— No tengo hambre, no deseo comer nada, tuve un día muy pesado en la oficina y me duele la cabeza, así que iré a mi habitación a descansar y no quiero que nadie me moleste… — Gruñó Bastián a todo pulmón.

— ¡Sí, señor! — Asintieron las seis sirvientas al unísono, manteniendo la cara agachada.

El hombre comenzó a caminar en dirección a las escaleras, para dirigirse a su habitación, dejando a las seis mujeres del servicio atrás, cuando repentinamente se detuvo.

— ¡Carmen, ven conmigo, te necesito en mi habitación! — Ordenó Bastián con temple, causando un estremecimiento en todas las empleadas.

Carmen, una de las sirvientas, sintió un escalofrío al escuchar a su señor llamándola, ella levantó el rostro por un momento, viéndolo en la distancia y sintiendo, como las otras empleadas, sus compañeras, la observaban de reojo.

— Sí, señor. — Contestó Carmen con un hilo de voz, para luego apresurarse hacia su señor y seguirlo, con la cabeza gacha y en silencio, hacia su habitación.

La respiración de Carmen se agitaba más con cada paso que daba, las mejillas se le comenzaban a calentar, un conocido cosquilleo se le formaba en el pecho y en las palmas de las manos, era una extraña liga entre el miedo y la excitación.

Cuando ya estaban cerca, Carmen se apresuró para adelantar a su amo y abrirle la puerta de la habitación, Bastián le pasó, por un lado, sin siquiera mirarla como siempre lo hacía y ella lo siguió.

Al entrar y cerrar la puerta, todo cambió.

Antes de que pudiera voltearse, Carmen sintió la impetuosa fuerza de unas grandes manos tomándola por la cintura, obligándola a girarse, todo su cuerpo quedó pegado y de espaldas contra la puerta, al tiempo que, una enorme y fuerte figura la comenzó a presionar cada vez más a ella.

Una de las manos de Bastián se deslizó hacia la manilla de la puerta, pasando el seguro, mientras que la otra mano, iba recorriendo el pequeño cuerpo de Carmen, desde abajo, subiendo lentamente por encima de su uniforme.

Carmen exhaló sintiendo un estremecimiento recorrer su cuerpo, el cálido aliento de Bastián bajó hasta su cuello, para luego separarse y quedar frente a ella, él la miraba fijo, detallando cada parte de su cuerpo, cada expresión y cada movimiento con cierta calidez en sus ojos que la hacía vibrar.

Bastián volvió a recorrerle el cuerpo, esta vez bajando sus manos por la figura de Carmen, hasta llegar a sus caderas, que presionó con fuerza, para luego tomar sus piernas y levantarla contra su cuerpo.

Por inercia, los brazos de Carmen rodearon el cuello de Bastián y sus piernas rodearon sus caderas, sintiendo ese delicioso y gigantesco bulto, él la llevó hasta la enorme cama, dejándola caer de lleno sobre la cama.

Frente a ella, Bastián se quedó de pie, observándola tendida y colorada, con una perversa sonrisa en su cara y una chispa de maldad en los ojos, mientras él se iba quitando la corbata lentamente.

Solo así él la miraba, solo así la notaba, en la tenue oscuridad de la habitación, escondidos en esas cuatro paredes en la que solo Carmen entraba.

Al momento en que la corbata salió del cuello de la camisa, Bastián se lanzó sobre Carmen, tomando sus manos para levantarlas por sobre la cabeza de ella, amarrándolas con la corbata al copete de la cama.

Carmen soltó un pequeño gemido, cuando el rostro de Bastián comenzó a bajar por su cuello, deslizando la punta de los labios sobre la piel de ella, provocándole que se le erizara.

Y justo en el pecho de Carmen, Bastián se detuvo, para comenzar a juguetear con sus dedos con el arruchado engomado de la blusa del uniforme de Carmen, al tiempo que comenzó a besar y mordisquearle el pecho por encima de la tela.

La sensación era torturante para Carmen, quien se mordía los labios intentando contener sin éxito los pequeños gemidos que se le escapaban, al tiempo que ella levantaba el rostro y se retorcía bajo el fuerte cuerpo de su amo.

Las manos de ella deseaban tocarlo y apretarlo desesperadamente contra su cuerpo, sin embargo, el fuerte amarre en las muñecas se lo impedían, por lo que ella solo pudo rodear con sus piernas el cuerpo de Bastián, deseosa de sentirlo más cerca.

Un gruñido se escapó del fondo de la garganta de Bastián, al sentir la presión que Carmen ejercía con sus piernas, por lo que él se restregó con más ímpetu contra el vientre de ella.

Bastián terminó estirando la engomada tela de la blusa, junto con la del sostén, bajándola con un desesperado tirón para hacerla a un lado y así exponer una parte de uno de los pechos de Carmen.

La punta de la lengua de Bastián hizo el primer contacto con el pezón, Carmen no pudo contenerse y se retorció emitiendo un gemido.

Los movimientos de Bastián se hicieron más intensos, él succionaba y mordisqueaba el pezón ya erecto de Carmen, al tiempo que, su mano apretaba el otro pecho y su cuerpo se restregaba cada vez más, aumentando el calor del ambiente.

Carmen luchaba desesperadamente con el amarre en sus muñecas, intentando zafarse, deseando intensamente apretarlo y rasguñarlo, mientras sentía como su cuerpo se derretía entre las manos de ese hombre y eso sin contar con que él todavía no le había quitado la ropa.

Todo dentro de Carmen palpitaba, todo su interior se estremecía mientras escuchaba los pequeños gruñidos de Bastián cada vez que él la tocaba y besaba, con deleite, como si probara del postre más delicioso del mundo.

Una de las manos de Bastián comenzó a bajar lentamente, para luego escabullirse debajo de la falda de Carmen, tanteando entre sus medias pantis hasta llegar al mismo centro, comprobando lo que él ya se imaginaba, ella ya estaba completamente mojada.

Bastián se relamió los labios de solo imaginárselo y comenzó a apartar el panti de Carmen con toda la intención de explorarla hasta lo más profundo, sintiendo como el calor lo recorría tanto como a ella y como su propio mástil palpitaba ante la idea.

Ambos estaban absolutamente concentrados en el más profundo éxtasis, cuando repentinamente sonó un rápido y fuerte golpeteo en la puerta que los detuvo abruptamente.

— ¡Señor!, ¡disculpe, señor Hidalgo! — Se escuchó el grito de una de las empleadas al otro lado de la puerta.

— ¡Les dije que no me molesten! — Gritó Bastián con fuerza, sin la más mínima intención de moverse de su lugar sobre Carmen.

— ¡Lo siento mucho, mi señor, pero es que su madre, ella está aquí e insistió en verlo, dice que es muy importante! — Explicó la empleada rápidamente.

— ¡Mald!ción! — Gruñó Bastián levantándose de mala gana. — ¡Díganle que en un momento voy!

— ¡Está bien, mi señor, y perdóneme por las molestias!

Bastián se inclinó ligeramente a un lado de Carmen con el entrecejo arrugado sin siquiera mirarla, de nuevo, él se había convertido en el hombre malhumorado y frío, ella lo vio en su mirada.

Él le desató el nudo en las muñecas, para luego apartarse y dirigirse a su baño privado por un momento, después se metió en su closet, buscando otra camisa que no estuviera arrugada.

— Arréglate, límpiate, lávate la cara y espera a que se te pase el rubor en el rostro, luego puedes bajar… — Ordenó Bastián a Carmen, desde el interior del closet, mientras se cambiaba.

— Sí, señor. — Carmen se sentó en la orilla de la cama, acomodándose rápidamente el sostén y la blusa.

Una vez estuvo listo, Bastián salió y repentinamente se detuvo frente a ella, observándola, algo muy extraño, porque cuando él entraba en su papel de hombre frío, todo lo ignoraba.

— ¿Estás bien? — Preguntó Bastián al tiempo que terminaba de abotonarse las mangas de la camisa.

— Sí, señor. — Asintió Carmen, todavía manteniendo la mirada baja, como ya era costumbre para ella.

— Bien, te espero abajo en un rato.

— Sí, señor.

Y Bastián salió, dejándola allí sola, con ese calor todavía sofocante, recorriéndole el cuerpo, con esas ansias y ese deseo que parecía jamás extinguirse, todo lo contrario, porque entre más lo probaba, ese hombre se iba convirtiendo en una adicción cada vez más grande.

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