Capítulo 3 — Eres mía

— Tienes que calmarte… — Fernanda sostenía a Carmen por los hombros, viéndola con determinación a los ojos. — Respira profundo…

— Que… Yo… Es que… — Balbuceaba Carmen ya derramando lágrimas.

— No puedes volver a permitir que los demás vean que te afecta o todos se enteraran de lo que pasa entre tú y el señor Hidalgo, debes ser más fuerte, Carmen… — Murmuró Fernanda con discreción.

— ¿Cómo? — Carmen arrugó el entrecejo confundida. — Tú… ¿Tú los sabes?

— Por supuesto, no soy estúpida…

— ¿Todos los saben? — Preguntó Carmen aterrada.

— No, claro que no, solo yo lo sé y es porque te conozco, llevo años conociéndote y trabajando con a tu lado con el señor Hidalgo, pero… Si vuelves a ser tan obvia, Carmen, ten por seguro que todos se enteraran… — Le advirtió Fernanda a su amiga. — Ahora, quédate encerrada en tu habitación, llora lo que tengas que llorar, sufre lo que tengas que sufrir y mañana sales a trabajar con la cabeza en alto, como si nada hubiera pasado, ¿entendido?

— No… Yo no sé si…

— Escúchame bien, Carmen Hernández, tal como yo, tú también sabías perfectamente que esto iba a pasar en algún momento, los Hidalgo tienen la norma de arreglar los matrimonios de sus herederos a conveniencia y ha sido así desde hace muchas generaciones atrás, ¿tu creíste que eso iba a cambiar con el señor Bastián?

— Yo…

— ¿De verdad pensaste que el señor Bastián renunciaría a su herencia y su mundo de lujos y confort por ti? — Preguntó Fernanda con un tono de reprimenda. — ¿Crees que él podría vivir como nosotras?, ¿cómo un asalariado más?... ¿O es que…?, ¿no me digas que pensaste que el señor Bastián convencería a toda su familia, cambiando sus leyes para casarse contigo?

— ¡No, claro que no, Fernanda! — Voceo Carmen con el corazón acelerado y las mejillas sonrojadas, sintiendo como la vergüenza la envolvía, porque la verdad era, que ella si llegó a imaginarse muchas veces, en un mundo color de rosa, en dónde compartiría el resto de su vida junto a Bastián.

— Mira… Sé… Me imagino que debes estar muy prendada a ese hombre y por una parte te felicito, lograste lo que muchas desean, comerte al hombre más inalcanzable, atractivo y estúpidamente adinerado de toda la ciudad y lo disfrutaste por mucho tiempo, ¿no es así? — Pregunto Fernanda y bajando el rostro con vergüenza, Carmen asintió. — Bien, pero ya es momento de poner los pies sobre la tierra, eres una sirvienta y él un multimillonario, algo real entre ustedes, nunca pasará, el señor Hidalgo se casará con otra mujer, una de su mismo nivel social y solo te queda aceptarlo y superarlo, aunque por ahora te duela, ¿ok?

— Entiendo… — Exhaló Carmen con los ojos llorosos, intentando limpiarse las lágrimas que ya caían solas.

— Lo siento mucho, Carmen, tendrás que ser muy fuerte, porque entiendo que estar obligada a verlo con otra, va a ser…

— No lo digas… — Carmen cerró los ojos al tiempo que apretaba los puños a los costados, ella no quería tener que imaginarse eso de nuevo. — Por favor… Te agradezco por todo, Fernanda, pero… Ahora necesito estar a solas… — Soltó en un hilito de voz, sintiendo que ya no podía sostener por mucho tiempo más el nudo en la garganta.

— Claro, cariño, entiendo… — Fernanda le acarició el hombro con amabilidad. — Por favor, intenta descansar…

La puerta de la habitación de cerró y allí se quedó Carmen, completamente desconsolada, intentando botar todo el dolor, la tristeza y el miedo que la agobiaba.

Pues ella no solo iba a perder al hombre que amaba y no podía hacer nada al respecto, sino que además, Carmen estaba condenada a verlo por el resto de su vida, felizmente casado con otra mujer.

Pues, ¿a dónde más iría?, ¿con quién más contaría? Carmen era una huérfana, estaba sola en el mundo y no conocía a nadie más, ni nada más que el mundo alrededor de la familia Hidalgo.

Habían pasado algunas horas, entre lágrimas y desconsuelo, Carmen se iba quedando dormida y probablemente ya era de madrugada, cuando se escucho el sonido de un golpeteo.

— ¿Qué?... ¿Quién es? — Preguntó Carmen, extrañada, desde su cama.

— Soy yo… — Una gruesa voz respondió, esa que todavía hacía sobresaltar su corazón, esa voz que ella podía reconocer a kilómetros de distancia y que cada día se moría por oír, la misma voz que en ese preciso momento, Carmen no quería escuchar.

— Vete… — Gimió Carmen, sintiendo como se ahogaba con aquella palabra.

— ¿Qué?

— Por favor, vete… — Repitió Carmen apenas pudiendo hablar, pues sentía de nuevo el fuerte nudo en la garganta y unos pasos se escucharon, él se alejaba.

«Tienes que aceptarlo, lo nuestro se acabó, él lo sabe, ambos lo sabemos… Ni siquiera insistió», sopesaba Carmen con tristeza, cuando luego de unos minutos, repentinamente, se escucharon los pasos regresar con más fuerza.

La perilla de la puerta comenzó a moverse desesperadamente, la puerta parecía temblar, así como él pulso de Carmen que se salía de control, ¿qué estaba sucediendo?

La puerta se abrió prácticamente de golpe y la enorme e imponente figura de Bastián Hidalgo, hizo presencia, él cargaba el juego de llaves especial del servicio, había ido a buscarlo.

— ¿Puedes repetir lo que dijiste?, ¿acaso tú me pediste que me fuera? — Preguntó Bastián todavía desde el umbral de la puerta, con su ronca voz y el entrecejo arrugado.

— Yo… — Carmen intentó conectar palabras, su cerebro no le estaba marchando del todo bien por la impresión. — Eh… Si, señor… Le pedí que… Que se marchara…

Bastián se dio la media vuelta y tomó nuevamente la perilla de la puerta, está vez para cerrarla, pasando el seguro para quedarse encerrado con Carmen en su habitación.

Mientras que Carmen lo observaba todavía desde su cama, prácticamente paralizada.

Él se acercó lentamente, tiró el juego de llaves sobre una mesita alejada, la chaqueta del traje prácticamente se la arrancó lanzándola y se soltó un poco la corbata, Bastián se detuvo justo frente a Carmen, quien bajó la vista, sintiendo como todo su cuerpo temblaba.

¿Por qué ella era así? Con la sola presencia de Bastián era suficiente como para que Carmen sintiera que perdía todos los sentidos, aunque ahora ella ya no deseaba seguir sintiendo eso.

Pero ese hombre… Ese hombre tan alto, con su enorme espalda y estrecha cadera, con cada músculo marcado y ejercitado sobresaliendo, con ese rostro esculpido y masculino, perfecto, con esa mirada intensa, fría y oscura que hacía perder los estribos a cada mujer que lo viera y con esos labios definidos y provocativos… Ese hombre, tenía en la palma de la mano a Carmen.

Bastián tomó a Carmen por un brazo, jalándola hacia él para levantarla, ella todavía era muy pequeña comparado con la altura de Bastián, pero con la otra mano, él levantó la barbilla de Carmen para verla a la cara.

El rostro de ella se veía completamente rojo e hinchado, pero no fue por una larga noche de pasión, como era habitual entre ellos, esta vez el motivo era muy diferente, era por el sufrimiento de Carmen.

Bastián tragó grueso, apretando a Carmen todavía más contra su cuerpo.

— No… — Musitó Carmen, poniendo sus pequeñas manos sobre el pecho de Bastián para detenerlo, intentando empujarlo para alejarlo, tarea que parecía imposible y más cuando él la ignoraba y seguía apretándola.

Hasta que con ímpetu, Bastián estampó sus sabios sobre los de Carmen, prácticamente atacándola, como nunca antes la había besado, mientras ella sentía que era arrastrada por una fuerte corriente hacia un pozo oscuro, lleno de deseo y sin salida.

Los labios de ambos comenzaron a moverse, sus lenguas se saboreaban con afán, como si nunca antes se hubieran tocado, como si estuvieran sedientos y desesperados, las manos de ambos exigían y apretaban al tiempo que recorrían sus cuerpos.

Bastián comenzó a desabotonar el traje de Carmen con una mano, mientras que deslizaba la otra mano debajo de la tela para sentir su cálida piel.

— ¡Ah! — Exclamó Bastián repentinamente, separándose en un segundo de Carmen, para sostener sus labios.

Carmen retrocedió, con la respiración agitada, por un poco más y volvía a caer, pero esta vez no, esta vez tuvo un momento de lucidez que aprovechó y en el que pudo recuperar la compostura.

— ¿Me mordiste? — Bastián se pasó la punta de los dedos por los labios y al revisarlos, encontró un pequeño rastro de sangre. — Tú… ¿Me mordiste? — Repitió acercándose a Carmen, para volver a tomarla por el brazo, esta vez sosteniéndola con algo más de presión, al tiempo que la observaba fijamente con el entrecejo arrugado.

— Si… — Contestó Carmen con la mandíbula apretada, intentando con todas sus fuerzas mantenerse firme. — Esto no puede seguir, señor, esto se acabó… Usted está por casarse y…

En un instante, Bastián envolvió nuevamente a Carmen entre sus brazos, apretándola por la cintura contra su cuerpo, restregándole su virilidad ya erecta, acercando su rostro una vez más al de ella, como si fuera a besarla, pero no lo hizo, no la besó, esta vez él solo la observó por un rato, fijo, directo a los ojos, con el entrecejo arrugado.

— Si no quieres estar conmigo, está noche, está bien, no te obligaré… — Gruñó Bastián en el rostro de Carmen. — Pero eso no significa que esto se haya acabado… — Él la detallaba, deslizaba la mirada llena de intensidad por todo el rostro de Carmen, perturbándola. — Eres mía, Carmen, eres mía, ¿entiendes?, y eso nunca va a cambiar, aunque pase lo que tenga que pasar, tú naciste para mí, estás destinada a estar conmigo y a pertenecerme, no tienes otra opción y no te voy a dejar alejarte de mí, jamás…

Y tan repentino como fue el agarre, de la misma forma, Bastián liberó a Carmen de la prisión de su abrazo, para luego darse la media vuelta, tomar su chaqueta y el juego de llaves y sin decir más, marcharse.

Carmen cayó sentada en la orilla de la cama, el corazón se le iba a salir de lo rápido que se agitaba, al tiempo que todo su cuerpo se estremecía, ¿qué había dicho él?, ¿qué Carmen no podía escapar?, pero, ¿qué pretendía Bastián, casarse y seguir con ella como su amante?

No, esa no era la vida que Carmen deseaba, por mucho que ella lo amara, una cosa era ser su amante escondida estando él solo, pero… ¿Cómo un hombre casado?, ¿y con la esposa en la misma casa?, eso era caer muy bajo.

Y Bastián también debía saberlo porque… Hubo algo muy particular que Carmen notó, algo muy poco común o mejor dicho, extraño, aunque en las palabras de Bastián parecía haber un tono de molestia, en sus ojos, en esos oscuros e intensos ojos, se veía algo muy diferente, para Carmen, en la mirada de Bastián parecía haber una chispa de dolor.

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