— ¿Qué haces aquí, Marcus? — Gruño Bastián, con mala cara, todavía muy pegado a Carmen, sin mover un solo músculo de su lugar y viendo a su sobrino por el rabillo del ojo, quien seguía paralizado en la puerta de la biblioteca.
— Lo siento, tío, es que te estaban buscando y yo vi que, bueno… Es hora de hacer el anuncio del compromiso… — Intentó explicar Marcus, con los ojos muy abiertos.
— Bien… — Asintió Bastián, para luego dirigirse directamente a Carmen, murmurándole en la cara. — Luego terminaremos con nuestra charla… Esto no se ha terminado, Carmen.
Bastián la soltó y sin mirar para los lados o mostrar un atisbo de dudas, arrepentimiento o culpa frente a su sobrino, caminó hacia la puerta de la biblioteca estirándose el traje.
— Los espero afuera, ahora mismo. — Gruñó Bastián antes de salir.
— Sí, claro, tío… — Contestó Marcus, mostrándose muy serio hacia Bastián.
Carmen se quedó allí recostada al escritorio, intentando recuperar el aliento, cuando Marcus volvió a voltear hacia ella, viéndola con una expresión de lástima.
— Creo que… Deberíamos salir… — Él estiró una mano hacia Carmen, acercándose a ella cuidadosamente, pues se veía tan nerviosa que no quería asustarla.
Y con algo de dudas, Carmen recibió la mano de Marcus, momento dónde él pudo sentir como ella temblaba.
¿Por qué el temblor, por qué ella parecía tener miedo?, por lo que Marcus pudo ver, era evidente que algo íntimo sucedía entre Carmen y su tío.
Pero, ¿podría ser que, además, su tío, el respetado Bastián Hidalgo, también la estuviera maltratando?, después de lo que sucedió muchos años atrás, eso no le extrañaría a Marcus.
Muchas ideas daban vueltas en la cabeza de Marcus, conjeturas y posibilidades sobre la relación de Carmen y su tío, sobre lo que presenció de ellos, así se mantuvo Marcus por un buen rato, en silencio y pensativo, mientras escoltaba a Carmen, quien se sostenía de su brazo, al volver hacia la fiesta.
Al llegar al salón principal, ya sobre un escenario, estaban los padres de los prometidos observando conmovidos la escena, Bastián y la joven prometida llamada Laura, estaban uno frente al otro, mientras se decían palabras de promesas para su futuro.
Todo un ritual, presenciado por las figuras más importantes de la ciudad, por los parientes más cercanos, por los empleados y también por Carmen y Marcus, este último no dejaba de estar al pendiente de la expresión de dolor marcada en el rostro Carmen.
Se notaba que ella luchaba por ocultar su desdicha, pero era imposible.
Al final, Bastián se arrodilló frente a Laura, al tiempo que sacaba una pequeña cajita forrada de su bolsillo y frente a la hermosa joven, la abrió, mostrando así una suntuosa y extravagante joya, el hermoso y costoso anillo de compromiso.
Para ese momento, en que Laura emocionada recibió la argolla que el mismo Bastián deslizaba en su delgado dedo, Carmen no pudo contenerse más y Marcus vio como una silenciosa lágrima rodaba por la mejilla de la sirvienta.
— Ya es suficiente… — Gruñó Marcus con la mandíbula apretada, evidentemente tenso ante la situación que estaba presenciando.
— ¿Qué? — Musitó Carmen confundida ante las palabras del joven. — Lo siento, señor, si lo estoy molestando, yo… — Ella intentó separarse, pero él la tomó de la mano.
— Ven conmigo…
Marcus tomó a Carmen con convicción, deslizándose silenciosamente entre el público y se la llevó del salón principal hasta un balcón al otro lado de la mansión.
— Aquí estarás bien… — Comentó Marcus cerrando la puerta tras él, antes de asegurarse de que nadie lo estuviera siguiendo. — Creo que necesitas tomar algo de aire puro, Carmen…
— Yo… Eh… No es necesario que se tome tantas molestias, señor, yo… — Comenzó a murmurar Carmen, bajando la vista y limpiándose las lágrimas, cuando Marcus la interrumpió.
— Ya te lo dije, Carmen, no me llames señor… — Él se acercó a Carmen con una suave sonrisa. — Soy Marcus, tu amigo, ¿recuerdas?, o lo fui cuando éramos más jóvenes y yo, por lo menos, todavía me considero así…
— Sí, lo recuerdo… — Carmen suspiró afligida, volteando la vista hacia el paisaje que se veía desde el balcón, las hermosas extensiones de tierras que rodeaban la mansión. — Pero eso fue hace mucho y ya todo es muy diferente… Yo soy una simple sirvienta y tú eres el sobrino de mi señor…
— Tu señor… — Repitió Marcus con cierta rabia, deteniéndose justo frente a Carmen. — Debe ser muy difícil, ¿no?, debes estar sufriendo mucho…
— ¿Qué? — Carmen levantó la vista, viéndolo confundida.
— Es obvio, Carmen, que hay algo entre ustedes, algo más que una simple relación entre empleada y jefe…
— No… No sé de qué habla, yo…
— Lo quieres… — La interrumpió Marcus. — Y ahora tienes que ver cómo se compromete con otra mujer, como hace su vida sin ti y como él es feliz en los brazos de otra…
Ante estás duras, pero reales palabras, Carmen no pudo simular más el nudo en la garganta y se quebró, estallando en llanto, al tiempo que Marcus la rodeaba en un cálido abrazo, llevándola contra su pecho.
— No tienes que soportarlo, Carmen, no tienes que vivir este infierno, él te ha hecho pagar demasiado por lo que sucedió, no mereces tanto castigo… — Murmuró Marcus apretándola contra su pecho.
— No puedo hacer nada… — Gimió Carmen aferrándose al traje de Marcus, sintiendo que se desplomaría en cualquier momento. — No tengo a dónde ir, ni a nadie, tengo miedo de quedarme sola en la calle, no puedo escapar de él…
Terminó concluyendo Carmen al recordar las palabras que le dijo el mismo Bastián antes: “Eres mía, Carmen, eres mía, ¿entiendes?, y eso nunca va a cambiar, aunque pase lo que tenga que pasar, tú naciste para mí, estás destinada a estar conmigo y a pertenecerme, no tienes otra opción y no te voy a dejar alejarte de mí, jamás…”
— Sí, si puedes, Carmen… — Marcus le interrumpió el recuerdo, separándose ligeramente del abrazo, tomando el rostro de Carmen entre sus fuertes manos, para levantarle la cara hacia él, viéndola fijamente. — Puedes escapar, puedes huir conmigo…
— ¿Qué? — Carmen sintió como se le escapaba lo que le quedaba de aliento, ¿qué le había dicho?
— No tienes que quedarte, no tienes que seguir soportándolo, vete conmigo, tendrás un techo, comida, apoyo, haré todo lo posible por ti, estarás bien cuidada y segura, lo prometo… — Terminó concluyendo Marcus, al tiempo que acariciaba el rostro de Carmen con dulzura.
— No, yo no puedo… — Contestó Carmen con la voz entrecortada, temerosa. — Estarías en problemas con tu tío y con la familia… Bastián, él… Él no lo permitiría y…
— Sí, quizás mi tío y la familia pongan problemas, pero… — Marcus se quedó momentáneamente pensativo, hasta que una idea pareció billar en sus claros ojos. — ¡Cásate conmigo!
— ¡¿Qué?! — Esta vez, Carmen casi se atraganta.
— ¡Eso es, esa es la solución, cásate conmigo, Carmen! — Repitió Marcus más animado, mostrando una brillante sonrisa, llena de seguridad.
— Es que… ¿Es que te volviste loco? — Preguntó Carmen, todavía incrédula.
— No, escucha… — Marcus la tomó por los hombros, viéndola fijamente a los ojos. — Sucede que mi padre ahora también se cree un Hidalgo e impulsado por mi madrastra, quiere seguir las normas de la familia y arreglarme un matrimonio como le sucedió a mi tío Bastián, yo estoy en contra por supuesto, pero ellos insisten con la idea y ya están buscando candidatas… Carmen, mira… Si tú y yo nos casamos, me estarías salvando… Ellos ya no podrán obligarme a casarme con una desconocida y es perfecto, porque tú y yo nos conocemos, somos amigos, nos llevamos bien, será un matrimonio por conveniencia, solo tendremos que simular…
Intentó explicar Marcus sin soltarla, dejando a Carmen completamente absorta, ¿casarse con Marcus?, él lo pedía como una ayuda y así Carmen podría librarse de Bastián, aunque en el fondo, le dolía dejarlo, pero con lo del matrimonio, igual todo iba a cambiar entre ellos.
— Yo… No lo sé… Es una locura… No entiendo… — Comenzó a balbucear Carmen, sintiéndose perdida.
— No, es perfecto, ¿no lo ves?, hace años no nos veíamos y ahora nos reencontramos en esta circunstancia, quizás sea el destino, quizás debamos liberarnos el uno al otro… Piénsalo, Carmen, es una gran oportunidad para ambos, lo digo muy en serio, podemos salvarnos… — Explicó Marcus tomando las manos de Carmen con dulzura.
Carmen suspiró pensativa, sintiendo el cálido contacto de Marcus, él era tan diferente, él era amable, tierno y dulce, él era como un rayo de luz entre tanta oscuridad.
Una oscuridad que había dejado Bastián, pues eso era lo que significaba ese hombre, oscuridad, frialdad, egoísmo, posesión y pasión.