Prohibido enamorarse
Prohibido enamorarse
Por: Cristina Andrades
Prólogo

Richard, un cliente habitual de mi club, ha pedido hablar conmigo en privado. Sorprendida, lo guío hasta una sala privada, donde las luces de colores bailan por toda la estancia al ritmo de la música. Allí, él toma asiento en una silla y yo, justo enfrente, me acomodo en sillón negro, con mi copa de vino en la mano.

—Niña —su voz es un susurro ronco—. Tu misión será seducir a mi hijo, enamorarlo y conseguir que rompa con su novia.

Parpadeo varias veces, intentando procesar sus palabras ¿Enamorar a su hijo? ¿Qué tipo de locura es esta? Las palabras que acaba de pronunciar me ha dejado perpleja.

—¿Y si me niego? —le pregunto, mientras observo cómo se sirve una copa—. Sabes perfectamente que mi situación económica es cómoda, si vienes a ofrecerme dinero puedes lárgate ahora mismo de mi club.

—No se trata de dinero, pero si no lo haces, él saldrá de la cárcel —menciona con una calma que me hiela la sangre.

—Lo que me estás exigiendo no es ningún trato, me estás obligando a enamorar a tu hijo, me estás haciendo chantaje y ¿Qué saco yo de todo esto? —estoy llena de rabia y el nudo de mi estómago es hasta doloroso.

—Ya te lo he dicho, la tranquilidad de saber que él jamás saldrá de la cárcel.

Miro a Richard a sus ojos implacables, y sé que estoy atrapada entre la espada y la pared. No hay escapatoria. Sus palabras provocan en mí una risa nerviosa. Incrédula, incapaz de asimilar lo que sucede dado que en mi mente es inconcebible de que este hombre con aspecto de bonachón sea capaz de obligarme a enamorar a su hijo.

¡Yo! Precisamente yo, la mujer que jamás ha tenido una cita, ni una relación, que desconoce el arte del coqueteo, que jamás se ha permitido sentir amor.

Sacudo la cabeza para centrarme otra vez en la conversación y pregunto:

—¿Me has investigado? —susurro, aún sin poder creerlo.

—¿Lo dudabas? Claro que te he investigado. Una mujer joven, que no tiene a nadie, que está completamente sola, con un club de prostitutas... Niña, déjame decirte que eres la mejor opción. Y con el miedo que sientes hacia ese hombre, al final, harás exactamente lo que yo te ordene.

—¿Cómo has sido capaz de hacer esto? —Mi voz tiembla de ira—. Siempre has venido a mi club con tus compañeros, nunca me he inmiscuido en tus asuntos turbios, ¿y ahora vienes a amenazarme? Y que te quede muy clarito que esto no es un club de fulanas, es un club swinger.

—Me da exactamente igual como lo llames, lo que tengo claro es que tú eres la elegida.

Tras tomar otro sorbo de mi vino, dejo la copa encima de la mesa. De repente, la furia hierve mis venas, pero me contengo, no voy a permitir que mi ira se convirtiera en un espectáculo en mi propio club. Sin embargo, la tentación de borrar esa sonrisa de su rostro regordete es abrumadora. La situación es un claro ejemplo de que las apariencias pueden ser tremendamente engañosas. Frente a mí se encuentra el estereotipo de policía que uno ve en las películas, siempre con una caja de donuts en mano, incapaz de perseguir a un ladrón si su vida dependiera de ello. Pero ahí está él, sereno, sentado frente a mí, lanzando amenazas con una calma que desafía su apariencia.

—Lo que quiero es simple —dice con una voz que destila manipulación—. Necesito que te infiltres en la casa de mi madre como si fueras una ladrona. Mi hijo estará allí; es casi seguro que te capturará y me llamará. Yo llegaré como el héroe que soy, te ofreceré un trabajo como si fuera la oportunidad de tu vida. Seré el benefactor que rescata a una desamparada. Y al tonto de mi hijo, lo convenceré para que te cuide. Quiero que pasen tiempo juntos, que te acerques a él, hasta que lo enamores.

—Te odio —gruño con los puños apretados aguantándome para no darle un puñetazo.

—No puedo romper una pareja, ¡es algo que va contra mis principios! —me muerdo el labio inferior, conteniendo con todas mis fuerzas el impulso de llorar.

—Si puedes y, lo harás —su voz es firme—. Y si no lo haces, no solo verás tu negocio desmoronarse, sino que él saldrá de la cárcel en menos de un día. Y después, no pasarán muchas horas antes de que te encuentres en un callejón sin vida. Créeme, su odio hacia ti es tan intenso que no dudaría en matarte.

Un escalofrío recorre todo mi cuerpo ¡Maldita sea! Sé que tiene razón, si él sale de la cárcel, lo primero que hará será venir a por mí.

—Lo siento niña, en el caso de que salga todo mal y acabes muerta, nadie echará de menos a la propietaria de un burdel. Mañana por la noche dejaré la ventana abierta para que puedas entrar en la casa de mi madre. No me decepciones, niña, o lo pagarás muy caro —dice mientras se levanta del sillón y deja una carpeta encima de la mesa.

—¿Qué es esto? —pregunto, tomando la carpeta con curiosidad.

—Considera esto un pequeño empujón para conquistar a mi hijo. Sus gustos musicales, su comida favorita, todo lo que necesitas saber está aquí. En la última página encontrarás la dirección de la casa de mi madre y una foto del hombre que está tras las rejas. No quiero que olvides su rostro —dice encendiendo su desagradable puro antes de salir de la sala con una calma perturbadora.

Poco después, salgo también, sosteniendo la carpeta firmemente y con el rostro pálido por la agitación. Atravieso la sala principal con pasos apresurados y subo las escaleras del fondo que conducen a mi despacho. Al entrar, la frustración se apodera de mí y comienzo a lanzar al aire todo lo que encuentro a mi paso, sin importar lo que sea.

De repente, la puerta se abre de golpe y, entra Judith como un remolino, intentando averiguar que me ocurre.

—¡Mía! ¡Cálmate por favor!

—¿Qué me calme? Ese… ese hombre me está extorsionando —replico casi llorando.

—¿El policía regordete que parece adorable? ¿El que estaba hablando contigo hace un momento?

—Si, ese mismo. ¡Ahhh! Adorable dice, ojalá le caiga un rayo, lo parta en dos y se vaya directo al infierno ¡Qué enamore a su hijo! ¡Yo! Si soy una bruta —levanto las manos al cielo como si invocara una maldición.

Judith me observaba con los ojos como platos, mientras camino desesperada por el despacho.

—Espera... Espera... Cuéntame con detalle todo lo que ha pasado —me pide con urgencia.

Minutos después, cuando Jud está completamente informada sobre mi situación, me lanza una mirada compasiva, algo que detesto profundamente.

—¿Cómo se supone que voy a conquistar a un hombre? No soy la persona más adecuada para esto. No soy romántica, no creo en cuentos de amor y menos seducir a un hombre.

—Mía, no es tan complicado como parece. Solo tienes que ser misteriosa y diferente. Ser distinta al resto. Deja que se quede con la intriga de conocerte más. Asegúrate de ser tú quien termine los encuentros y, lo más importante, consigue arrancarle una sonrisa.

—Suena sencillo, pero no lo es —digo, mientras doy sorbos a mi botella de Whisky.

—Mía, por favor, calma tus nervios. No es prudente que bebas en exceso, tomemos un momento para analizar la situación con serenidad y encontrar una solución. Pero antes, debo atender a unos clientes. Espérame cinco minutos, te lo ruego, no tomes ninguna decisión precipitada, te conozco bien.

Jud abandona mi oficina con paso apresurado, dejándome sola con mis pensamientos. Me dirijo hacia el amplio ventanal que ofrece una vista panorámica de la sala principal del club, donde hombres y mujeres bailan con entusiasmo.

Una idea absurda cruza por mi mente, visitar la casa de la madre de Richard para observar de cerca al hombre que tengo que conquistar.

Y así, comienza mi nueva vida.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo