Tambaleándome, salgo de mi despacho. Desciendo las escaleras con sumo cuidado, consciente de que no deseo terminar rodando por ellas. Me encamino hacia la salida y empujo la puerta con todas mis fuerzas, como si ella fuera la culpable de todos mis problemas.
Levanto la mano y, como por arte de magia, un taxi aparece ante mí. Diez minutos más tarde, el taxista detiene el coche. Al bajarme, suspiro, me digo a mi misma que solo voy a echar un vistazo, simplemente quiero observar a ese hombre, nada más y regresaré a casa.La oscuridad es mi aliada mientras me deslizo entre las sombras, estudiando cada detalle del barrio. Todas las casas son blancas, coronadas por tejados de un azul intenso, y porches de madera. El número seis brilla bajo la luz de la luna, llamándome. Me acerco con precaución.Subo los escalones de madera cautelosamente, me aproximo a la ventana entreabierta. Con un suspiro silencioso, deslizo la cortina, pero no veo a nadie. Sintiendo cómo mi corazón golpea fuerte contra mi pecho con una intensidad que casi ahoga el sonido de mis movimientos. Una gota de sudor cae por mi espina dorsal debido al miedo que siento.Justo en ese momento, apoyo mis manos en el marco de la ventana. Me inclino hacia delante.Pero la gravedad me juega una mala pasada, y caigo en picado hacia el interior de la casa. Me levanto, me tambaleo y trato de recuperar el equilibrio. La borrachera, nubla todos mis sentidos.Envuelta en la penumbra de la casa, la indecisión me paraliza. En ese instante, una oleada de arrepentimiento me invade por haber venido a curiosear, no soy capaz de interferir en una relación de pareja, no soy de esa clase de personas, prefiero afrontar las consecuencias que destruir la vida de otras personas.Con un giro rápido sobre mis talones, me dispongo a abandonar la casa, pero entonces, una voz corta la oscuridad como un cuchillo afilado:—¡Ni se te ocurra correr, ladrona!El grito resuena en la penumbra, congelando mi sangre y paralizando mis sentidos. La urgencia de huir choca con la realidad de la voz que me acorrala, una voz que parece decidida a no dejarme escapar.El salón se ilumina, parpadeo luchando contra el brillo que me ciega. Cuando mis ojos se adaptan a la luz tintineante de la bombilla, me encuentro con la mirada penetrante de unos ojos verdes.Ante mí, un hombre esbelto me apunta con una pistola. ¡Dios mío! Está prácticamente desnudo. Su torso al descubierto y una toalla beige ceñida a su cintura. No sé si estallar en carcajadas, romper a llorar o echar a correr. ¡Por el amor de Dios! Lo observo boquiabierta pero... ¿Cuánto mide este hombre? ¿Uno ochenta y cinco? ¿Uno noventa? Creo que me ha impactado más su altura que la pistola que apunta hacia mí. Observo en silencio su expresión colérica. Incapaz de seguir con el acuerdo, busco desesperadamente una salida. Afortunadamente, la ventana por la que entré minutos antes está a mi alcance.De repente, una oleada de adrenalina recorre mi cuerpo. ¡Es ahora o nunca, tengo que huir! Me impulso sobre mis talones y me lanzo hacia la ventana, mi única vía de escape. Mis dedos rozan el marco frío cuando siento un agarre férreo sobre mí. La fuerza del hombre es implacable, y en un instante, me encuentro derribada contra el suelo.El hombre de los ojos esmeralda se lanza sobre mí, sus manos como grilletes impidiéndome cualquier movimiento. Con su peso sobre mí, me siento atrapada y vulnerable.—Maldita ladrona —escupe con desdén—. Has entrado a la casa de mi abuela, y te aseguro que te arrepentirás.De repente, la toalla que rodea su cintura se desliza al suelo.Buenooooooo… Me quedo boquiabierta.Los nervios provocan en mí una risa incontenible. El castaño, no muestra ni un ápice de vergüenza. Al contrario, parece complacido, y no es para menos, pues ha sido bendecido generosamente por los dioses. Recoge su toalla y se pone de pie con un movimiento rápido para cubrirse.Una vez envuelto nuevamente en la toalla, me lanza una mirada fulminante. Me obliga a levantarme del suelo mientras mi risa nerviosa sigue sin cesar. Pero no soy ingenua, y aprovecho para propinarle un rodillazo en su punto más vulnerable, sí, justo en esa parte que acabo de ver segundos antes. Su rostro se tiñe de un rojo intenso, sus ojos se entrecierran por el dolor y me mira con una furia aún mayor por mi atrevimiento. Retrocedo para huir, pero la mala suerte me persigue y tropiezo, perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas. No tarda en alcanzarme, inmovilizándome con rapidez y me arrastra hasta una silla de madera, atándome con firmeza y dejándome sin ninguna posibilidad de escape.—Estás buenorro —le suelto a bocajarro.El hombre me mira, con una ceja levantada.¡Madre mía! ¿En serio acabo de decir eso? No puede ser, lo llamé buenorro en voz alta. Esto es lo que pasa cuando el alcohol actúa como mi portavoz. ¡Qué papelón! Y ahora sigue ahí, observándome con curiosidad. Espero que no espere que siga con un monólogo sobre sus abdominales. Tierra, prefiero que me tragues antes de que empiece a recitar poesía sobre sus bíceps.—¿Estás borracha?—Eres guapo, pero tonto. ¿No lo notas? Por supuesto que estoy borracha.El calor es sofocante, y una risa involuntaria se escapa de mis labios. No es que él haya dicho algo gracioso, es más bien un estallido de nerviosismo que no puedo contener. Siempre me ocurre lo mismo, cuando me pongo nerviosa, siempre acabo riéndome.¡Dios mío! Qué borrachera más mala llevo encima. Por esa razón, me abstengo de beber; cuando lo hago, mi lado sombrío emerge, desvaneciendo la razón y el pudor.El atractivo se inclina, y su aliento roza mi oreja.¡Tierra, trágameeeeee!—Te has metido en un buen lío —me susurra al oído.El hombre se dirige hacia la mesa con pasos decididos, coge su móvil con la mano izquierda mientras con los dedos de la mano derecha se deslizan por la pantalla, buscando un contacto en su agenda. No hay duda de que está a punto de llamar a su padre, ese ser despreciable. Con un suspiro pesado, se lleva el móvil al oído, y tras unos segundos que parecen eternos, finalmente alguien contesta. Sin embargo, se aleja con el teléfono pegado a la oreja, lo suficiente para que sus palabras se conviertan en un murmullo ininteligible para mí.Mientras tanto, aprovecho la luz que inunda el salón para observar el lugar. Mis ojos vagan sin rumbo hasta que se posan en una fotografía sobre la chimenea de piedra. En el centro de la imagen, una señora de mirada sabia y sonrisa cálida. A su derecha, Richard, con su habitual expresión serena. Y a la izquierda, el hombre de ojos verdes.Poco después, un sonido inesperado capta mi atención. El hombre reg
Las tornas han cambiado, mi tranquilidad se ha transformado en nerviosismo. En cambio, James, su furia ha desaparecido y ahora sonríe.—¿Cuánto tiempo tengo que vivir aquí?—Seis meses —responde Richard con tranquilidad.—Es demasiado tiempo, no puedo estar aquí durante seis meses —protesto horrorizada, mientras sacudo la cabeza en desacuerdo.James se aproxima a mí con pasos decididos y comienza a liberarme mientras masculla:—Has sido tú quien ha provocado esta situación, sinvergüenza. Y por tu culpa, me has involucrado en este problema.Mis ojos se clavan en James con intensidad. Conozco demasiado bien a los policías arrogantes como él, todos cortados por la misma tijera. Ahora, la ira me consume, y un torbellino de emociones se agita en mi estómago. Sin pensarlo dos veces, descargo toda mi ira sobre el buenorro con un cabezazo.Debo admitir que, aunque me ha dolido, ha valido la pena. Se lo tenía merecido por arrogante y por su forma de mirarme. Y con un tono desafiante, replico:
Llego hasta el salón, donde soy recibida por una anciana sentada en su sofá color chocolate, cuya sonrisa ilumina la estancia.—Buenos días, muchachita —me saluda—. Ya me han puesto al día con tu situación. Eres una granujilla —comenta entre risas, y no puedo evitar unirme a ella por su risa contagiosa.La anciana irradia simpatía, una cualidad que, lamentablemente, parece que ni su hijo y ni comparten. —Buenos días, Abuela. —¡Silencio! Y hazme el favor de preparar el desayuno, que Mía y yo estamos hablando.—Parece que tu abuela no te tiene mucho cariño —comento. Ambas soltamos una carcajada. Creo que la anciana y yo nos llevarnos muy bien.De repente, James me agarra del brazo y me arrastra hacia la cocina.Echo un vistazo rápido a la enorme cocina blanca con la encimera de mármol negro.—Prepara el desayuno. Yo ayudaré a mi abuela a levantarse del sofá y a sentarse en la silla. —Suéltame ahora mismo. —¿Y si no qué? ¿Me vas a golpear con una baguette? —me desafía con una sonrisa
No sé lo que acaba de pasar, pero tengo que apartar a este hombre de mí, no entiendo porqué siento calor por todo mi cuerpo. Con un empujón firme, aparto a James, necesito recomponerme. Además, la anciana nos espera impaciente en el comedor.Rápidamente cojo el cuenco de frutas, y lo llevo hasta la mesa del salón, después me giro para retirarme a la cocina, deseando un momento de soledad. Pero antes de que pueda escapar, la mano de la anciana se aferra alrededor de mi brazo con fuerza.—Ladroncilla, no te vayas. Desayunarás con nosotros.—Puedo desayunar en la cocina —murmuro.—Siéntate ahora mismo. Es una orden y no me hagas repetirlo. Siéntate y tengamos la fiesta en paz.La tensión va desapareciendo lentamente. Nos sentamos los tres en silencio alrededor de la mesa del comedor, cada uno perdido en sus pensamientos, hasta que la anciana, con una sonrisa pícara rompe el hielo.—Muchachita, ¿Porqué entraste a mi casa a robar?—Necesitaba dinero —miento, llevándome un trozo de manzana
James, me observa enfadado y yo soy la culpable de que esté así. —¿Qué crees que estás haciendo? —gruñe—. Este es mi baño. No te he dado permiso para que entres aquí. ¡Vete ahora mismo!Antes de que pueda decir una palabra, sus manos se cierran sobre mis brazos con fuerza. Me levanta sin esfuerzo y me lleva fuera de su habitación, dejándome en el pasillo.—Yo… solo quería… —mi voz se apaga por la vergüenza.—Que sea la última vez que entras en mi habitación.—Dame mi ropa.—¿Me has escuchado?—Sí, claro. Ahora, ¿podrías devolverme mi ropa? ¡Y deja de gruñir! —exclamo, exasperada.Con un último gruñido de advertencia, cierra la puerta de su dormitorio tras de sí.¡Maldita sea! Tengo el cuerpo mojado, muerta de frío por la corriente y sin mi ropa.Juro que encontraré la manera de vengarme. Le doy varios golpes a la puerta con mi puño, necesito mi ropa y mis tenis, ya que no soporto caminar descalza.Me mantengo allí, de pie, una eternidad, esperando que él tenga la decencia de abrir. P
¿Debo sellar nuestra nueva amistad con un beso? ¡Ay, madre! Comienzo a sudar y no puedo negarme, debo empezar a conquistar a este hombre. Pero, ¿un beso en la mejilla o en los labios? Espero que sea en la mejilla, porque yo nunca he besado a nadie. —Está bien, pero solo será un beso.Con el corazón latiendo a un ritmo frenético, observo a James levantarse de su silla, camina hacia mí y se inclina, me quedo paralizada, solo deseo que esto acabe rápido. ¡Dios mío! El sudor comienza a brotar de mi frente. Deposita su beso, rozando la comisura de mis labios. Nerviosa, lo alejo de mí. Me levanto rápidamente de mi silla y salgo disparada al salón.Un rato después, escucho la voz de James llamárme desde la cocina, con cautela, me incorporo del sofá, aún sintiendo un leve dolor, camino despacio hasta llegar a la cocina y me llevo una grata sorpresa, la mesa está servida con sencillez, aunque ha preparado un plato básico, espaguetis con atún, lo ha preparado para mi y agradezco el detalle. M
James se acerca lentamente a mi, cierro los ojos, esperando ansiosa el roce de sus labios. Sin embargo, en lugar del esperado beso, siento un leve pellizco en la piel.—¡Lo tengo! Te he salvado de una picadura —exclama triunfante—. No tengo ni idea de qué insecto es, pero ya no podrá molestarte. Me debes una.Mis ojos se abren de golpe, y mi mirada se dirige a su mano abierta. La frustración me invade, ansiaba un beso. Este hombre me tiene tonta perdía, ¿Desde cuando yo he querido que un hombre me bese? La culpa es de él, por ser tan jodidamente guapo y por su repentina amabilidad.Avergonzada, vuelvo a centrar la mirada en el paisaje, para ocultar mi vergüenza. Siento el calor subir a mis mejillas, y se perfectamente, que mi rostro está adquiriendo el tono intenso de un tomate.Minutos después, llegamos al puente River Hills, James, le entrega un billete al taxista, y tras darle las gracias, nos bajamos del vehículo. Caminamos en silencio, bajo su estructura de acero. El lugar está d
La puerta de entrada se abre abruptamente y la cabeza de Franchesca asoma con expresión de reproche.—¿Es que me habéis olvidado? Mirad qué tarde es, ya casi cae la noche —su voz lleva un tono de indignación.—Perdóname, abuela —responde James.—Ay, muchachito, entiendo que necesitéis recoger sus cosas, pero recuerda que ella está aquí para hacerme compañía, no para que satisfagas tus impulsos.—Lo siento, Franchesca —digo, con una sonrisa apenada—. Mi ropa estaba tan vieja... Y James se ofreció a renovarla.—Mía, tú y yo, tendremos una charla más tarde —dice, haciéndose a un lado para dejarnos pasar.Al cruzar el umbral, James me susurra:—Dejaré las bolsas en tu habitación.—Gracias. Yo empezaré con la cena.—No te preocupes por eso, pediré algo para cenar. Quédate con mi abuela.—Mejor que vayáis a daros una ducha. Después, veremos una película los tres mientras disfrutamos de la cena —ordena Franchesca.—Mía, si quieres, puedes usar mi baño para ducharte y estrenar tu pijama nuevo