Capítulo 3

Las tornas han cambiado, mi tranquilidad se ha transformado en nerviosismo. En cambio, James, su furia ha desaparecido y ahora sonríe.

—¿Cuánto tiempo tengo que vivir aquí?

—Seis meses —responde Richard con tranquilidad.

—Es demasiado tiempo, no puedo estar aquí durante seis meses —protesto horrorizada, mientras sacudo la cabeza en desacuerdo.

James se aproxima a mí con pasos decididos y comienza a liberarme mientras masculla:

—Has sido tú quien ha provocado esta situación, sinvergüenza. Y por tu culpa, me has involucrado en este problema.

Mis ojos se clavan en James con intensidad. Conozco demasiado bien a los policías arrogantes como él, todos cortados por la misma tijera. Ahora, la ira me consume, y un torbellino de emociones se agita en mi estómago. Sin pensarlo dos veces, descargo toda mi ira sobre el buenorro con un cabezazo.

Debo admitir que, aunque me ha dolido, ha valido la pena. Se lo tenía merecido por arrogante y por su forma de mirarme. Y con un tono desafiante, replico:

—¿Te duele, gilipollas?

—¡Te voy a matar, m*****a ladrona! —grita, pero su padre se interpone entre nosotros dos.

—Os informo que será un año —anuncia.

—¡Papá, eso es demasiado!

—Si escucho otra protesta más, serán dos años. James, sabes que no miento —interviene Richard, acercándose para liberarme de las cuerdas.

Después, Richard coge un manojo de llaves sobre la mesa y se aleja, dejando tras de sí un silencio tenso.

Me levanto de la silla, sintiendo cómo cada músculo de mi cuerpo se estira y cobra vida tras el rato sin moverme.

—Te haré la vida imposible, m*****a ladrona —gruñe.

—Lo mismo te digo —respondo con frialdad.

—Te acompaño a tu habitación, estoy deseando perderte de vista.

Comienza a caminar por el pasillo, y yo le sigo. Finalmente, se detiene ante una puerta. Su mano se posa sobre la manivela, la gira y la abre. Me indica con la mano que entre, pero me quedo inmóvil en el umbral.

—Encontrarás sábanas y mantas en el armario. Mañana te espero temprano en la cocina para explicarte tus labores. Mi habitación está justo enfrente, espero que no me molestes, a menos que sea importante. La habitación de mi abuela está al final del pasillo —dice, y sin más, se marcha.

Entro a la habitación, y me sorprendo, cuando veo una cama de matrimonio. Después, abro el armario, cojo unas sábanas de color morado. Una vez la cama está hecha, me deslizo entre las sábanas. La tortura está a punto de comenzar, las palabras de Richard aún resuenan en mi mente: ¡Enamóralo!. Parece no importarle cómo lo haga, pero debo hacer que caiga rendido a mis pies, que olvide a su perfecta novia. Poco a poco, mis ojos se cierran lentamente, y finalmente, el sueño me vence.

—Vamos, ladrona, despierta —resuena la voz de James por toda la habitación. Mis párpados se abren con pesadez. Tengo ganas de seguir durmiendo un poco más.

—Lárgate —susurro con voz ronca.

—Arriba, m*****a ladrona —siento un golpe seco en la cama.

Levanto la vista hacia él, llena de ira, las palabras se escapan de mis labios antes de poder contenerlas:

—Te odio, a ti y a tu padre.

¡Maldita sea, así nunca se enamorará de mí! Pero el odio que siento por los dos, es tan grande, que me resulta imposible expresar algo cariñoso.

—El sentimiento es mutuo. Levántate, esto es un trabajo, no un hotel.

Me incorporo lentamente, como si cada movimiento fuera una escena a cámara lenta.

—Tienes diez minutos. El baño está al final del pasillo, junto a la habitación de mi abuela. Y por favor, haz algo con ese pelo, pareces una loca.

En un impulso, agarro una almohada y la lanzo hacia él, deseando que impacte en su rostro arrogante. Pero la esquiva con facilidad, y mi frustración se intensifica al fallar.

—¡Imbécil! —exclamo. Lo odio con todas mis fuerzas. Me tomo unos minutos para calmar mis nervios. Finalmente, me dirijo al baño, recojo mi cabello castaño en una coleta alta y lavo mi rostro con agua fría.

Salgo del baño, con paso ligero, y me dirijo hacia mi nueva habitación.

Al abrir el armario, cojo mi bolso, abro la cremallera y rebusco dentro hasta encontrar el móvil. Desbloqueo la pantalla, abro el grupo de W******p y, para mi sorpresa, me encuentro con tropecientos de mensajes. El grupo “Las Marujas del Infierno” está al rojo vivo. Mis dedos se deslizan con urgencia por la pantalla. Rápidamente, les respondo que estoy bien, les explico brevemente lo que ha sucedido y les prometo más tarde escribirle otra vez.

Después de guardar el móvil en mi bolso, abro la puerta de mi habitación y me topo con James.

—Camina —me ordena.

No digo nada, pero empiezo a caminar por el pasillo con un exagerado meneo de caderas, como si estuviera en una pasarela invisible, esperando que James se dé cuenta de mis sexys movimientos. Tengo que enamorarlo lo antes posible.

De repente, James me agarra del brazo y me detiene, frunciendo el ceño con preocupación.

—Mía, ¿estás bien? —pregunta con una mezcla de confusión y preocupación—. Por tu forma de andar, parece que necesitas ir al médico. ¿Seguro que no tienes… parásitos?

¡Parásitos! De todas las cosas con las que podría salir, tenía que mencionar parásitos. Yo aquí, intentando caminar como una diva de la moda, y él preocupado por si tengo inquilinos no deseados en mi trasero.

¡Lo mato! ¿Cómo se atreve a preguntarme si tengo gusanos en mi trasero?

¡Ay madre! Primer intento de enamorarlo fallido.

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