William sigue observándome, pero ya no de la misma manera. Su mirada se ha vuelto fría. Aunque tenga motivos, yo no soy la culpable. También he sufrido mucho, y lo que pasó no le da derecho a odiarme. Lo sé, sé que me odia con todas sus fuerzas, pero, como he dicho antes, yo no soy la culpable. Me armo de valor para romper este silencio.—William, yo…—¿Para qué has venido? —pregunta malhumorado.Doy un paso adelante.—Necesitaba verte, saber que estás bien.William se levanta lentamente y camina hacia mí.—No deberías estar aquí. Por favor, márchate.No pienso irme, no hasta que pueda hablar con él. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, y las palabras que necesito decirle pesan en mi pecho. —William —comienzo a decir—. Lamento todo lo que ha pasado entre nosotros.—No quiero escucharte. Ya eres libre para irte con él. Ya no hay nada que nos una. Estoy seguro de que te alegras de que nuestro bebé no haya nacido.Sus palabras me hieren tanto que no puedo con
Debo admitir que mi vida ha sido dura. Si echo un vistazo atrás, puedo decir que todo mi sufrimiento ha merecido la pena hasta llegar donde estoy. Recuerdo todo como si fuera ayer, las heridas han sanado, pero las llevo presentes en mi memoria. Cada desafío, cada obstáculo, ha sido una lección que me ha fortalecido. Las noches de insomnio, las lágrimas derramadas, y los momentos de desesperación fueron el precio que pagué por la vida que estoy viviendo ahora. Hoy, miro al futuro con esperanza y gratitud. Las cicatrices que llevo son testimonio de mi capacidad para superar las adversidades. Son recordatorios de que, a pesar de todo, he salido adelante y he encontrado mi camino. —Mamá, no sé qué decir. Te agradezco que hayas confiado en mí y me hayas contado tu historia. Todavía estoy en shock. —Cariño, debes prometerme que no le dirás nada a tus hermanos. Todavía son demasiado pequeños —murmuro, mientras miro embobada a los gemelos. Son idénticos a su padre, lo que me llena de
Richard, un cliente habitual de mi club, ha pedido hablar conmigo en privado. Sorprendida, lo guío hasta una sala privada, donde las luces de colores bailan por toda la estancia al ritmo de la música. Allí, él toma asiento en una silla y yo, justo enfrente, me acomodo en sillón negro, con mi copa de vino en la mano.—Niña —su voz es un susurro ronco—. Tu misión será seducir a mi hijo, enamorarlo y conseguir que rompa con su novia.Parpadeo varias veces, intentando procesar sus palabras ¿Enamorar a su hijo? ¿Qué tipo de locura es esta? Las palabras que acaba de pronunciar me ha dejado perpleja. —¿Y si me niego? —le pregunto, mientras observo cómo se sirve una copa—. Sabes perfectamente que mi situación económica es cómoda, si vienes a ofrecerme dinero puedes lárgate ahora mismo de mi club.—No se trata de dinero, pero si no lo haces, él saldrá de la cárcel —menciona con una calma que me hiela la sangre.—Lo que me estás exigiendo no es ningún trato, me estás obligando a enamorar a tu
Tambaleándome, salgo de mi despacho. Desciendo las escaleras con sumo cuidado, consciente de que no deseo terminar rodando por ellas. Me encamino hacia la salida y empujo la puerta con todas mis fuerzas, como si ella fuera la culpable de todos mis problemas. Levanto la mano y, como por arte de magia, un taxi aparece ante mí. Diez minutos más tarde, el taxista detiene el coche. Al bajarme, suspiro, me digo a mi misma que solo voy a echar un vistazo, simplemente quiero observar a ese hombre, nada más y regresaré a casa.La oscuridad es mi aliada mientras me deslizo entre las sombras, estudiando cada detalle del barrio. Todas las casas son blancas, coronadas por tejados de un azul intenso, y porches de madera. El número seis brilla bajo la luz de la luna, llamándome. Me acerco con precaución.Subo los escalones de madera cautelosamente, me aproximo a la ventana entreabierta. Con un suspiro silencioso, deslizo la cortina, pero no veo a nadie. Sintiendo cómo mi corazón golpea fuerte contr
—Te has metido en un buen lío —me susurra al oído.El hombre se dirige hacia la mesa con pasos decididos, coge su móvil con la mano izquierda mientras con los dedos de la mano derecha se deslizan por la pantalla, buscando un contacto en su agenda. No hay duda de que está a punto de llamar a su padre, ese ser despreciable. Con un suspiro pesado, se lleva el móvil al oído, y tras unos segundos que parecen eternos, finalmente alguien contesta. Sin embargo, se aleja con el teléfono pegado a la oreja, lo suficiente para que sus palabras se conviertan en un murmullo ininteligible para mí.Mientras tanto, aprovecho la luz que inunda el salón para observar el lugar. Mis ojos vagan sin rumbo hasta que se posan en una fotografía sobre la chimenea de piedra. En el centro de la imagen, una señora de mirada sabia y sonrisa cálida. A su derecha, Richard, con su habitual expresión serena. Y a la izquierda, el hombre de ojos verdes.Poco después, un sonido inesperado capta mi atención. El hombre reg
Las tornas han cambiado, mi tranquilidad se ha transformado en nerviosismo. En cambio, James, su furia ha desaparecido y ahora sonríe.—¿Cuánto tiempo tengo que vivir aquí?—Seis meses —responde Richard con tranquilidad.—Es demasiado tiempo, no puedo estar aquí durante seis meses —protesto horrorizada, mientras sacudo la cabeza en desacuerdo.James se aproxima a mí con pasos decididos y comienza a liberarme mientras masculla:—Has sido tú quien ha provocado esta situación, sinvergüenza. Y por tu culpa, me has involucrado en este problema.Mis ojos se clavan en James con intensidad. Conozco demasiado bien a los policías arrogantes como él, todos cortados por la misma tijera. Ahora, la ira me consume, y un torbellino de emociones se agita en mi estómago. Sin pensarlo dos veces, descargo toda mi ira sobre el buenorro con un cabezazo.Debo admitir que, aunque me ha dolido, ha valido la pena. Se lo tenía merecido por arrogante y por su forma de mirarme. Y con un tono desafiante, replico:
Llego hasta el salón, donde soy recibida por una anciana sentada en su sofá color chocolate, cuya sonrisa ilumina la estancia.—Buenos días, muchachita —me saluda—. Ya me han puesto al día con tu situación. Eres una granujilla —comenta entre risas, y no puedo evitar unirme a ella por su risa contagiosa.La anciana irradia simpatía, una cualidad que, lamentablemente, parece que ni su hijo y ni comparten. —Buenos días, Abuela. —¡Silencio! Y hazme el favor de preparar el desayuno, que Mía y yo estamos hablando.—Parece que tu abuela no te tiene mucho cariño —comento. Ambas soltamos una carcajada. Creo que la anciana y yo nos llevarnos muy bien.De repente, James me agarra del brazo y me arrastra hacia la cocina.Echo un vistazo rápido a la enorme cocina blanca con la encimera de mármol negro.—Prepara el desayuno. Yo ayudaré a mi abuela a levantarse del sofá y a sentarse en la silla. —Suéltame ahora mismo. —¿Y si no qué? ¿Me vas a golpear con una baguette? —me desafía con una sonrisa
No sé lo que acaba de pasar, pero tengo que apartar a este hombre de mí, no entiendo porqué siento calor por todo mi cuerpo. Con un empujón firme, aparto a James, necesito recomponerme. Además, la anciana nos espera impaciente en el comedor.Rápidamente cojo el cuenco de frutas, y lo llevo hasta la mesa del salón, después me giro para retirarme a la cocina, deseando un momento de soledad. Pero antes de que pueda escapar, la mano de la anciana se aferra alrededor de mi brazo con fuerza.—Ladroncilla, no te vayas. Desayunarás con nosotros.—Puedo desayunar en la cocina —murmuro.—Siéntate ahora mismo. Es una orden y no me hagas repetirlo. Siéntate y tengamos la fiesta en paz.La tensión va desapareciendo lentamente. Nos sentamos los tres en silencio alrededor de la mesa del comedor, cada uno perdido en sus pensamientos, hasta que la anciana, con una sonrisa pícara rompe el hielo.—Muchachita, ¿Porqué entraste a mi casa a robar?—Necesitaba dinero —miento, llevándome un trozo de manzana