Capítulo 2

—Te has metido en un buen lío —me susurra al oído.

El hombre se dirige hacia la mesa con pasos decididos, coge su móvil con la mano izquierda mientras con los dedos de la mano derecha se deslizan por la pantalla, buscando un contacto en su agenda. No hay duda de que está a punto de llamar a su padre, ese ser despreciable. Con un suspiro pesado, se lleva el móvil al oído, y tras unos segundos que parecen eternos, finalmente alguien contesta. Sin embargo, se aleja con el teléfono pegado a la oreja, lo suficiente para que sus palabras se conviertan en un murmullo ininteligible para mí.

Mientras tanto, aprovecho la luz que inunda el salón para observar el lugar. Mis ojos vagan sin rumbo hasta que se posan en una fotografía sobre la chimenea de piedra. En el centro de la imagen, una señora de mirada sabia y sonrisa cálida. A su derecha, Richard, con su habitual expresión serena. Y a la izquierda, el hombre de ojos verdes.

Poco después, un sonido inesperado capta mi atención. El hombre regresa, ahora ataviado con un pantalón corto de color negro y una camiseta blanca. Avanza hacia mí con paso firme, arrastrando una silla de madera que coloca frente a la mía, donde permanezco atada, y toma asiento. Me observa de pies a cabeza; intento descifrar su mirada, pero es inútil. Finalmente, rompe el silencio:

—¿Eres consciente de que vas a ir la cárcel? —pregunta, pasando una mano por su cabello castaño y desordenado.

—No me importa.

—¿Sí? ¿Te da igual ir a la cárcel? ¿Te crees muy valiente, verdad? Dime, ¿has venido aquí tu sola o hay alguien fuera esperándote?

—Mi guardaespaldas me espera fuera en una limusina rosa.

—¿Piensas que puedes burlarte de mí, m*****a ladrona? Te advierto que no estoy para bromas —se levanta rápidamente, me agarra del cabello obligándome a inclinar la cabeza hacia atrás y, una vez más, nuestras miradas se cruzan—. Dime, ¿cómo te llamas?

El silencio es mi única respuesta.

Justo en ese instante, el sonido de una puerta abriéndose rompe el silencio, pero no puedo girar para ver quién ha entrado, el hijo de Richard me sujeta el cabello con demasiada fuerza.

—James, suelta a la chica —se escucha una voz autoritaria.

Su rostro se inclina hacia el mío, y el agarre se intensifica. Una oleada de dolor se dispara por mi cuero cabelludo, pero me contengo y no emito sonido alguno, solo le ofrezco una sonrisa mientras su aroma me invade.

—James —la voz insiste, más firme esta vez.

Poco después, el hombre libera mi cabello y se aleja. En ese momento, Richard avanza con paso firme y decidido, clavando su mirada en ambos antes de tomar asiento frente a mí.

—Bueno, ¡qué sorpresa tenemos aquí! —dice con una sonrisa—. Aquí estamos de nuevo, frente a frente. Parece que no puedes evitar encontrarnos en situaciones complicadas.

—¿Conoces a esta mujer? —pregunta James.

—Si hijo, es una vagabunda que siempre se mete en líos.

Siento un profundo odio hacia este hombre. Cree que su placa le otorga el derecho de hacer lo que quiera, pero está muy equivocado. Quizás si le cuento la verdad a su hijo, él podría ofrecerme la ayuda que tanto necesito.

Cuando finalmente reúno el valor para hablar, Richard, astuto como siempre, encuentra el momento perfecto. Aprovechando que su hijo nos da la espalda, se desliza sigilosamente hacia mí y, con un susurro, inquiere:

—Escúchame bien, si intentas hacer alguna locura, puedes despedirte de tu amiga.

Y con sus palabras, el mundo se desploma ante mí, incapaz de imaginar mi vida sin mi querida Jud. Por ello, intentaré usar mis encantos para conquistar el corazón de James.

—Hijo, déjanos solos, tengo que hablar con esta muchachita —su voz no admite réplica.

Pero aún así, James pregunta:

—¿Y qué necesitas decirle? —la impaciencia se filtra en su voz—. Estaba robando en la casa de tu madre. Voy por el coche y nos la llevamos a la comisaría ahora mismo. Además, está borracha.

—No iremos a ningún sitio —responde con firmeza, cerrando la discusión—. Déjanos solos.

James sale del salón furioso. Si las miradas matasen, yo ya estaría tres metros bajo tierra.

Una vez que estamos solos, Richard se acomoda en la silla, que cruje bajo su peso. Su silencio se extiende hasta que, finalmente, rompe el hielo. Lo escucho, cada palabra aumentando mi curiosidad y temor.

—Me complace que hayas aceptado el trato.

—Esto no está bien, aún podemos detenerlo — replico, aunque una parte de mí sabe que es inútil.

—Las condiciones no han cambiado desde nuestra última conversación. Te lo advierto, si le cuentas algo a mi hijo o a mi madre, desearás no haber nacido.

—Quiero dejarte algo aclaro, no me acostaré con tu hijo.

—No me importa cómo lo hagas —insiste con desprecio—. Pero debes asegurarte de que mi hijo termina con su novia, y creo que no hace falta que te diga que tienes prohibido enamorarte de él.

Lo miro fijamente, sintiendo un desprecio profundo.

Richard se levanta de la silla y se dirige a la habitación contigua. Minutos después, el sonido de los platos y el tintineo de los cubiertos, llega hasta el salón.

Los tonos de su discusión se filtran a través de las paredes hasta que un golpe sordo corta el aire, seguido de un silencio pesado. Momentos después, los dos hombres regresan al salón. Richard irradia una calma que casi parece fuera de lugar, mientras que el rostro de James está tenso, como si estuviera a punto de estallar en mil pedazos.

Soy consciente de que me reta con la mirada, ¡Vaya cabreo lleva el amigo! Pero yo, mantengo la serenidad —porque no tengo otra opción que seguir adelante con esta farsa.

—Mi hijo se vendrá a vivir aquí —anuncia Richar—. Los tres viviréis juntos. La casa es amplia y no habrá problemas.

Antes de que pueda procesar la noticia, James interviene con una sonrisa burlona:

—¡Bienvenida, compañera de piso!

Me quedo helada. ¿Desde cuándo estaba planeado esto? ¿Cómo es que Richard nunca mencionó que James y yo compartiríamos techo?

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