Una estatua

Arlet tocó su cabeza con ambas manos, sintiendo como la misma palpitaba. Le dolía demasiado.

«Maldita mujer», pensó recordando cómo había entrado y le había jalado el cabello. Ella quiso defenderse, por supuesto que sí, pero no era más que una joven debilucha en contra de una mujer que seguramente ya pasaba los treinta años.

Aquel incidente siguió repitiéndose con mayor frecuencia a medida que transcurría la semana. Arlet se dio cuenta así de que algo andaba mal, era bastante evidente.

—¿Está todo bien?—le preguntó a Horacio en otra de sus visitas.

—¡Esto está hecho un caos!—suspiro el asistente sin poder contener su angustia—. El amo quiso buscar a los causantes y no guardó el debido reposo, ahora parece que la herida se ha infectado.

—Oh.

Arlet no supo qué más decir, pero aquello lo explicaba todo.

—Realmente ha tenido mucha fiebre. ¡Nunca lo había visto así!

Horacio siguió parloteando un poco más, como si no se percatara de que estaba revelando datos importantes, y que ella,
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