Arlet estaba sentada en la cama, acariciando sus labios, mientras recordaba el beso que le había dado a Nicolás. Cada vez que pensaba en su atrevimiento, en ese impulso descontrolado que la había embargado, sentía que sus mejillas ardían. La cara de Nicolás había sido de desconcierto absoluto, era evidente que él no se esperaba una cosa así. Y aunque en sus sueños era él quien la besaba, entendía que para él eso no sería fácil. Después de todo la conocía desde que era una adolescente, una mocosa de quince años y, seguramente, seguía viéndola de la misma forma. «Pero ya no soy una niña», se dijo Arlet, convencida de que ahora era una mujer. Arlet se puso de pie y se miró al espejo, mientras bajaba un poco su blusa de dormir, dejando su hombro y el inicio de sus pechos al descubierto. «¿Qué pasaría si dejara de verla como una niña y empezará a verla como una mujer?», se preguntó absorta entre el recuerdo de sus labios y la idea de que le correspondiera de la misma forma. De repent
—¿Qué pasa? ¿Por qué tantos gritos?Kenia se había aproximado hasta la habitación de Arlet, pero antes de entrar y averiguar qué sucedía, Luke había salido de la misma transformado en todo un energúmeno. —¡Luke!—lo llamó en medio del pasillo. El hombre se giró a penas y la fulmino con esos ojos azules bañados en sangre. —No me sigas—le advierto, en un tono que la dejó por un segundo temblando. —Maldita hija de Amaro—murmuró Kenia con un deseo creciente, de cruzar aquella puerta y hacerle pagar por lo que sea que hubiese sucedido. Horas más tarde, Kenia entró en la habitación de Luke. El cuarto estaba sumergido en una oscuridad absoluta y estuvo a punto de encender la bombilla si no hubiese sido por una gélida voz que la había detenido. —¡Largo!—ladró el hombre desde una esquina. —Luke, ¿qué sucedió?—insistió ella con la misma pregunta, necesitaba entender qué estaba pasando. Unos pasos resonaron en la negrura y al segundo siguiente, alguien la había agarrado del brazo y abier
“Quizás no te has permitido ver más allá”Las palabras de Horacio seguían resonando en la mente de Arlet. Simplemente no lograba comprenderlas. —¿Ver más allá de qué?—se preguntó en uno de sus ratos de ocio. Los días seguían pasando y ella aún no veía la luz del sol. Inmediatamente, una oleada de recuerdos la embargó: ella en su habitación, preparándose para escaparse de su padre, luego de haberse enterado de su doble vida; pasos resonando, una mirada azulada repleta de odio. “Pégale un tiro y vámonos”, había dicho sin remordimiento, como si su vida no valiera nada, como si él tuviese el derecho de decidir quién vivía y quién no. —¿Y qué se supone que debo ver?—bufó de forma irónica. No se consideraba una persona de mal corazón, pero tenía los pies sobre la tierra. Él era su enemigo, su captor y no podía verlo con ojos de compasión. Los días siguieron transcurriendo y Arlet desecho las palabras dichas por Horacio, no volvió a pensarlas, no volvió a perder su tiempo ahondando en
Esa noche, Arlet soñó con manos que apretaban su cuerpo, con labios que dejaban un rastro ardiente en su piel. Las imágenes del causante eran en su mayoría borrosas, de momento veía unos ojos azules, pero luego le parecía ver qué eran de un verde intenso.En plena madrugada se despertó completamente sudorosa, dándose cuenta de que apretaba con fuerza las sábanas. —¿Y esto qué es?—se dijo enderezándose en la cama. Jamás había tenido un sueño tan abrumador y, mucho menos, tan realista. Se puso de pie y quiso abrir la puerta y salir, pero se encontró con que estaba encerrada, como siempre. —¿Cuándo será el día que me permitan siquiera ir al jardín?—soltó la pregunta al aire, frustrada. Regresó a la cama e intentó dormir, pero no, el sueño no quería acudir en su auxilio; por el contrario, lo único que hacía era repetir y repetir los sucesos ocurridos horas antes. —Está intentando meterse en mi cabeza, no lo dejaré—se repitió con convicción, casi al amanecer. Días después, Arlet tuvo
Arlet cerró sus ojos con fuerza al tiempo en que su espalda se arqueaba en medio de una violenta sacudida. Las manos, que se mantenían firmes en su cadera, se enterraron aún más. Sintió dolor, una fuerza excesiva y una serie de embestidas que parecían no tener un final. En medio de esos momentos, no podía controlar los sonidos que salían de su boca. Simplemente, los dejaba salir sin más. Uno tras otro, cada uno más alto que el anterior, al punto en que parecía que estaba gritando. «Ay, pero qué delicioso», era lo único que podía pensar. No se había imaginado que esto de tener sexo, fuese tan… tan celestial. De repente, una mano se cerró en torno a su cuello haciéndola abrir muy grande los ojos, miró por un segundo una mirada azulada y luego sintió una mordida en su hombro. Las manos del hombre se enredaron en su cadera nuevamente, y las embestidas se intensificaron, al tiempo en que no dejaba de morderla, ocasionando así una perfecta combinación entre dolor y placer. Arlet se afi
—Estoy embarazada—anunció Kenia a Luke, entrando en su oficina y colocando sobre su escritorio dos pruebas de embarazo. El hombre ni siquiera se detuvo a mirar los objetos que eran una clara evidencia de sus palabras, simplemente se limitó a decir: —Deshazte de él—sus ojos azules fijos en los verdes. —Es tuyo—completó la mujer, esperando que cambiará de parecer. —No me importa si lo es. La respuesta fue una clara muestra de indiferencia, lo cual le hizo empuñar las manos a su costado con rabia. —Pues debería importarte, porque es… ¡Tu hijo!—soltó lo último, sintiéndose frustrada. —¡Sabes bien que no hay espacio para niños en nuestro mundo!—explotó Luke, dando un golpe seco sobre la madera del escritorio. Kenia se echó hacia atrás ante su agresividad, pero no se acobardó. —Pues lo siento por ti, pero tendrás que hacerle un espacio a nuestro hijo. El hombre rodeó el escritorio con grandes zancadas y la tomó con fuerza del brazo. —No querrás saber las maneras que se me ocur
Era de noche y su habitación estaba completamente a oscuras, pero eso no fue impedimento para discernir una figura que entraba en la misma. —Márchese—dijo Arlet, enrollándose como una gatita perezosa en las sábanas. —Lo estás esperando, ¿no es así?—preguntó una voz que no era la que ella se imaginaba. La joven se enderezó rápidamente y encendió la lámpara, para poder ver con claridad la identidad de la persona que había osado a visitarla. —No debería estar aquí—le advirtió a la mujer en un tono firme. —¿Por qué no? ¿Quién me lo prohíbe? ¿Tú?—se mofó Kenia.—Yo no, pero ese hombre seguramente sí. —Qué ilusa eres—dijo la mujer, en un tono cargado de superioridad, como si supiese algo importante que ella ignoraba. —Ilusa, usted—sonrió desde la cama—. ¿Qué hace aquí? ¿Acaso vino a ver si estábamos… ya sabe?—No te sientas importante por el simple hecho de que te dé uno que otro revolcón. Créeme, las cosas no son como tú crees—se burló. —¿Ah, no? ¿Y, cómo son?—preguntó con una mir
Una fracción de segundo fue el tiempo en que Arlet pudo detallar los cambios en la expresión de su acompañante. Primero sus ojos se abrieron en una muestra de asombro, pero luego el azul de su mirada se oscureció al punto en que parecía casi rojo. Todo fue instantáneo, justo como una explosión. No hubo calor, ni tampoco fuego, pero algo la abrasó. —Repítelo—le dijo con sus dientes apretados y con esa expresión similar a la de un demonio. —Siempre pensaba en él—balbuceó con dificultad, mirándolo a los ojos. La mueca de enojo se incrementó y Arlet sintió que las dos manos del hombre iban a romperle el cuello. Pero entonces la soltó, dio un paso atrás y algo en su expresión se transformó por completo. —¿Qué va a hacer?—le preguntó Arlet cuando lo vio darse media vuelta y dirigirse a la puerta. —Te lo traeré—fue su respuesta. Tres simples palabras en un tono que no supo identificar, pero que no le agrado.—¿Qué?Un escalofrío la invadió al instante, justo como un mal presagio. —Per