—Estoy embarazada—anunció Kenia a Luke, entrando en su oficina y colocando sobre su escritorio dos pruebas de embarazo. El hombre ni siquiera se detuvo a mirar los objetos que eran una clara evidencia de sus palabras, simplemente se limitó a decir: —Deshazte de él—sus ojos azules fijos en los verdes. —Es tuyo—completó la mujer, esperando que cambiará de parecer. —No me importa si lo es. La respuesta fue una clara muestra de indiferencia, lo cual le hizo empuñar las manos a su costado con rabia. —Pues debería importarte, porque es… ¡Tu hijo!—soltó lo último, sintiéndose frustrada. —¡Sabes bien que no hay espacio para niños en nuestro mundo!—explotó Luke, dando un golpe seco sobre la madera del escritorio. Kenia se echó hacia atrás ante su agresividad, pero no se acobardó. —Pues lo siento por ti, pero tendrás que hacerle un espacio a nuestro hijo. El hombre rodeó el escritorio con grandes zancadas y la tomó con fuerza del brazo. —No querrás saber las maneras que se me ocur
Era de noche y su habitación estaba completamente a oscuras, pero eso no fue impedimento para discernir una figura que entraba en la misma. —Márchese—dijo Arlet, enrollándose como una gatita perezosa en las sábanas. —Lo estás esperando, ¿no es así?—preguntó una voz que no era la que ella se imaginaba. La joven se enderezó rápidamente y encendió la lámpara, para poder ver con claridad la identidad de la persona que había osado a visitarla. —No debería estar aquí—le advirtió a la mujer en un tono firme. —¿Por qué no? ¿Quién me lo prohíbe? ¿Tú?—se mofó Kenia.—Yo no, pero ese hombre seguramente sí. —Qué ilusa eres—dijo la mujer, en un tono cargado de superioridad, como si supiese algo importante que ella ignoraba. —Ilusa, usted—sonrió desde la cama—. ¿Qué hace aquí? ¿Acaso vino a ver si estábamos… ya sabe?—No te sientas importante por el simple hecho de que te dé uno que otro revolcón. Créeme, las cosas no son como tú crees—se burló. —¿Ah, no? ¿Y, cómo son?—preguntó con una mir
Una fracción de segundo fue el tiempo en que Arlet pudo detallar los cambios en la expresión de su acompañante. Primero sus ojos se abrieron en una muestra de asombro, pero luego el azul de su mirada se oscureció al punto en que parecía casi rojo. Todo fue instantáneo, justo como una explosión. No hubo calor, ni tampoco fuego, pero algo la abrasó. —Repítelo—le dijo con sus dientes apretados y con esa expresión similar a la de un demonio. —Siempre pensaba en él—balbuceó con dificultad, mirándolo a los ojos. La mueca de enojo se incrementó y Arlet sintió que las dos manos del hombre iban a romperle el cuello. Pero entonces la soltó, dio un paso atrás y algo en su expresión se transformó por completo. —¿Qué va a hacer?—le preguntó Arlet cuando lo vio darse media vuelta y dirigirse a la puerta. —Te lo traeré—fue su respuesta. Tres simples palabras en un tono que no supo identificar, pero que no le agrado.—¿Qué?Un escalofrío la invadió al instante, justo como un mal presagio. —Per
Horas más tarde, Arlet se encontraba en la habitación de Luke. Horacio, luego de advertirle que aquella era una pésima idea, accedió finalmente a ayudarla. —Todo saldrá bien. No se preocupe por mí—le dijo Arlet antes de que se marchara. —Tú no entiendes nada—soltó el hombrecito con evidente enojo, desapareciendo de la escena. Arlet se mordió el labio inferior y acomodo sus ropas, se trataba de un vestido corto de satén de color vino. Era una de esas prendas que Horacio le llevaba para que usara en reuniones importantes, pero en esta ocasión la cita era otra. También había optado por ponerse un poco de maquillaje, pero no mucho porque no quería parecer demasiado obvia. Solamente quería verse como una persona arrepentida con deseos de disculparse. De repente, la puerta se abrió, sacándola abruptamente de sus preparativos anteriores. Arlet soltó un jadeo cuando la imagen del hombre apareció ante sus ojos. Luke la miró también y frunció el ceño al darse cuenta de su presencia, no s
Arlet había comenzado a tomarse las pastillas anticonceptivas sin falta. Todos los días de manera religiosa se tomaba una en las mañanas. En esas últimas semanas no había sentido ningún tipo de cambio ni malestar. Afortunadamente, nada había hecho encender sus alarmas. Pero aun así, había optado por hacerse la prueba de embarazo en ese día, ya que no recordaba cuándo había sido su última menstruación y sentía que estaba retrasada. Era una simple corazonada. De esa manera, entró al baño y cerró la puerta tras de sí, tomó la caja y la destapó sacando el pequeño aparato. Minutos después, había completado el procedimiento, por lo que restaba esperar unos escasos tres minutos. Arlet, camino de un lugar a otro, ansiosa. Fue inevitable que su mente no se agitara de manera turbulenta ante tal panorama. De inmediato recordó los acontecimientos de los últimos días, la forma en la que ese hombre exigía su cuerpo prácticamente todos los días, las miradas despectivas que esa mujer le dedicaba.
Había sido una noche completamente diferente. Sus embestidas se habían vuelto más lentas y consideradas, y sus besos caricias tenues.—Me gusta—jadeó, en medio de toda esa neblina de pasión—. Me gusta.Cuando todo terminó, el hombre se acostó en la cama y la atrajo hacia sí, Arlet se acurrucó en su pecho y se quedó dormida. Pero no fue la única que cayó rendida en los brazos de Morfeo. En la madrugada una serie de movimientos bajo su cuerpo la sobresaltó, Arlet se enderezó y miró a acompañante, quien aún dormía. Su expresión era de incomodidad: su ceño fruncido, sus ojos fuertemente cerrados, mientras no dejaba de negar. —Es una pesadilla—murmuró la joven, percatándose de que en ese estado se veía demasiado vulnerable, justo como un niño que quiere evitar que algo malo pase. —¡No!—dijo entonces con toda la impotencia marcada en esas dos simples palabras. Arlet quiso hacer algo, era evidente que estaba sufriendo y, sin importar que, no quería verlo en ese estado. —Es solo un sueñ
—Has hecho un buen trabajo, Arlet—la felicito su padre—. Seguramente tu madre estaría muy orgullosa de ti. —¿Papá, tú crees que a mamá le hubiese gustado mi dibujo?—Por supuesto que sí, cariño—la mano de Amaro acarició su mejilla—. Si hasta has ganado hasta un premio con él.La sonrisa de la niña se ensanchó con inocencia. —¿A mamá le gustaban los tulipanes?—Sí, los amaba—respondió su padre con añoranza—. Y seguramente estos que dibujaste se convertirían en sus favoritos. Arlet se despertó con el recuerdo de esa conversación que parecía olvidada, pero que había regresado para traer a su presente lo mejor de su vida pasada. “¡Feliz cumpleaños, Arlet!”“¡Lo has hecho muy bien, cariño!”“¡Te amo, mi pequeña princesita!”“Eres idéntica a ella”. Uno a uno, desfilaban ante sus ojos los momentos más bonitos e inolvidables que había compartido al lado de su padre. Una vida entera de amor y recuerdos. —¿Por qué, papá? ¿Por qué tenías que ser tan malo?—lloró en silencio, sintiendo un pe
—Resultó más entretenido de lo que pensabas, ¿no es así?—¿De qué hablas?Kenia sacó el cigarrillo que tenía en la boca y soltó el humo al aire, despreocupada. —De la hija de Amaro—contestó con desinterés—. ¿Todavía no te aburres de ella?—Kenia, no querrás tener esta conversación de nuevo, ¿o sí?—la voz de su acompañante parecía cansada.—Pues nunca está de más un poco de realidad—dijo mirándolo fijo, evitando escucharse muy afectada—. Créeme, ya me has demostrado lo importante que soy para ti. —Sabes bien que ninguno de los dos lo quería. —¡Habla por ti!—De todas maneras ese niño no hubiese nacido, así que… —¡No, claro que no hubiese nacido!—explotó finalmente, exteriorizando todo su rencor—. ¡Porque de haber estado vivo, lo hubieses matado tú!—Ni tú ni yo estamos aptos para ser padres—contestó el otro, tajante.—No, claro que no. Tienes toda la razón—concordó entonces—. ¡Los dos estamos demasiado podridos como para algo así!Kenia volvió a meterse el cigarrillo en la boca y