El hecho de verlo cruzar la puerta ya no era una sorpresa para Arlet, por el contrario, se había descubierto esperándolo, anhelando su presencia. —Te estaba esperando—le dijo y fue sincera. Luke se acercó y acarició su mejilla a modo de saludo, antes de tomar su mano y jalar de ella. —Ven conmigo.—¿A dónde?—se sorprendió Arlet de su propuesta. —Ya lo verás—fue su respuesta. Salieron entonces de la habitación y caminaron por el pasillo. Arlet recién se daba cuenta de lo grande que parecía la casa. Sin embargo, él no la dirigió a ningún cuartucho para tener sexo hasta la madrugada, por el contrario, bajaron las escaleras que daban a la planta baja y la guío hasta una puerta corrediza que daba al jardín. La visión de una luna llena y resplandeciente la recibió al instante. El cielo era un manto oscuro cubierto de estrellas y, en medio, la luna resaltaba creando una visión casi hipnótica. Una suave brisa le sacudió los cabellos y ella se encontró sonriendo por la hermosa vista, po
—Esto es una pésima idea—dijo Luke tratando de levantarse. —Por favor, quédate—lo detuvo Arlet, colocando una mano en su pecho y recostándolo nuevamente en la cama.El hombre percibió el suave toque de su mano y la miró fijamente antes de agarrarla por las caderas y subirla encima de su cuerpo. —No creo poder dormir—confesó con simpleza—. Hagamos otra cosa. Arlet sintió un ardor intenso en sus mejillas, pero se encontró asintiendo. —¿Qué quieres hacer?—¿Necesitas que te lo diga? —No—sintió como se sonrojaba un poco más—. Solo guíame. Esa petición sí pareció agradarle al hombre, porque inmediatamente sus ojos se encendieron con lujuria. La guio entonces para que su intimidad coincidiera con el bulto en su entrepierna y luego la hizo moverse. —¿Así?—gimió Arlet sintiendo como se desplazaba por toda su longitud. Estaba muy duro, notó a través del roce. —Así—contestó él y enterró los dedos en su cintura, mientras la hacía moverse más rápido, más fuerte. Arlet soltó un jadeo, mi
—¡Atrápenlo!Nicolás escuchó esa orden e inmediatamente comenzó a correr. Sabía que estaba en desventaja, puesto que era uno solo contra muchos, por eso no podía dejar que lo atraparan.Sin embargo, no conocía la zona muy bien a pesar de que había estado los últimos días merodeando por la misma. Su intención era infiltrarse en la casa, llegar hasta Arlet y sacarla. Pero la seguridad era extrema para tratarse de la simple morada de unos ricachones. —¡No dejen que se escape!—gritó otro hombre tras de sí. Rápidamente, sacó una pistola de entre su pantalón y se dispuso a usarla de ser necesario. Pero la rapidez y el agite de la situación no le permitía detenerse y disparar a nadie. De repente, los pasos de Nicolás se detuvieron cuando se percató de que, justo al frente, venía otro grupo de hombres con un anciano calvo como líder.«Ese hombre…», pensó Nicolás reconociéndolo. Era la mano derecha de Luke. —Estás rodeado. Suelta el arma—habló el anciano con autoridad, intimidante. —¿Y pa
Arlet estaba en la sala de la casa dando vueltas, sin saber qué hacer. Las palabras de Horacio seguían preocupándola, pero en ese momento estaba esperando a Luke. Eran más de las diez de la noche y él no llegaba. De repente, la puerta se abrió y lo vio cruzar la misma en compañía de unos hombres. Su aspecto era alarmante: lucía un traje formal de oficina, la chaqueta estaba desabotonada y podía apreciarse el azul claro de la camisa, el problema era que nuevamente estaba manchada de sangre. Muchas gotitas. —Encárguense de no dejar rastro—ordenó a los hombres antes de posar sus ojos en ella. “¿De dónde vienes?” Quiso preguntar, pero negó antes de que las palabras abandonaran su boca. La verdad era que prefería no saberlo. —Me daré un baño y luego iré a tu habitación. Dame diez minutos—le dijo acariciando su mejilla como se había vuelto costumbre. Arlet asintió, obediente. Lo miró subir las escaleras y perderse por el pasillo, mientras tanto ella se quedó allí, mirando por la ventan
Un mes… Arlet llevaba un mes viviendo en una tranquila monotonía: por las noches siempre recibía a Luke, pero no se quedaba a dormir, compartían, hablaban, tenían sexo, y ella se dormía en sus brazos; sin embargo, al despertar nunca estaba. Quería que eso cambiará, pero sabía que no era un tema fácil. Había estado investigando un poco sobre sus traumas y lo recomendable era llevarlo todo un paso a la vez. Las libertades que le había dado también aumentaban con cada día y ahora tenía que reconocer que no se sentía del todo secuestrada, ya no. —No me gusta ese vestido—dijo Arlet cuando vio la prenda que le había llevado Horacio. —Pues es lo que hay y tendrás que usarlo más tarde—refunfuño el anciano. —No. No me gusta—repitió Arlet como una niña consentida. —Arlet—la nombró Horacio en tono de advertencia. —Llamaré a tu jefe y le diré que quieres obligarme a usar algo que no me gusta—lo amenazó alzando la barbilla. —El amo está demasiado ocupado como para interesarse por algo así.
—¡El señor Horacio! ¡El señor Horacio!—lloró la joven, mientras era subida a la fuerza a un auto. —Olvídate de ese viejo, Arlet. —¡No!—Arlet lo miró como si acabará de decir un disparate— ¡Es mi amigo!—se negó con voz temblorosa. —Esas personas no son tus amigos—la cortó Nicolás, buscando hacerla entrar en razón. —No, si lo son, él…—Él era el cómplice de ese tipo—continuó—. Te raptaron, ¿ya lo olvidaste?Ella se quedó en silencio con sus ojos humedecidos, pensando en lo mucho que debería estar sufriendo el señor Horacio en ese preciso instante. —¡Nicolás, te mandé un mensaje!—lo encaró, sintiéndose rabiosa. —¡Esa no eras tú, Arlet! ¡Esta no eres tú!—la señaló como si no fuese más que una completa desconocida. —¿De qué hablas?—balbuceo sin entender lo que insinuaba. —No sé qué te hicieron, pero es evidente que no estás en tus cabales. —No, yo estoy bien—se negó ante la acusación de su posible locura. —¿Estás bien?—la miró con una ceja alzada—. ¿Desde cuándo una persona a la
—Hay que limpiar este desastre—dijo una voz masculina a su acompañante. —Recógelo tú—renegó su compañero.—No puedo solo, es muy pesado, ¿no lo ves?—Pues creo que necesitaremos más ayuda. Ambos hombres se acercaron y observaron detenidamente el rostro, del que en un pasado había sido la mano derecha de Luke. —Tú te lo buscaste, viejo sapo—dijo uno de ellos, con una inclinación de cabeza, a modo de respeto. —Oye—el otro de repente golpeó a su compañero—, mira, parece que sigue respirando. —¿Qué?Los dos hombres contemplaron detenidamente el cuerpo que se suponía debían de recoger y se dieron cuenta de que, en efecto, el viejo no estaba muerto. —¿Pero cómo es posible?—se sorprendieron al tiempo en que se miraban entre sí, pensando en qué hacer con el “cadáver”.[…]—Llegamos—anunció Nicolás, llevando a su lado a una Arlet que se negaba a caminar—. Arlet, coopera, por favor—exigió jalándola más fuerte. —No, te he dicho que no quiero estar aquí—repitió la muchacha su solicitud. —
—Hiciste bien en matarlo—la voz de Kenia se alzó en medio del silencio—. En este mundo no hay espacio para los traidores.Luke frunció el ceño al tiempo en que recordaba los ojos saltones de Horacio, esas cuencas a punto de salirse, esa mirada suplicante. No, a él nunca le temblaba la mano al momento de matar a alguien, sin embargo, dudó. Había algo en la mirada de Horacio que le hizo recordar a su padre, en realidad no tenían nada en común: los ojos de Horacio eran saltones y de un color vulgar; pero, por un momento, era como si lo hubiese visto a él, o, quizás, solo era la sensación de familiaridad. «Familia», pensó entonces, comprendiendo que esas palabras no existían en su vida. Ni existirían. Ya no.—Aunque me sorprendió que no le volaras los sesos—continuó la mujer, mirándose las uñas. La realidad era que Luke siempre apuntaba a la cabeza o al corazón, no había un punto medio. —¿Cómo lo supiste?—se giró entonces encarándola —¿Cómo supe qué?Kenia no entendió la pregunta. —