No deja de ser mi padre

Arlet estaba en la sala de la casa dando vueltas, sin saber qué hacer. Las palabras de Horacio seguían preocupándola, pero en ese momento estaba esperando a Luke. Eran más de las diez de la noche y él no llegaba.

De repente, la puerta se abrió y lo vio cruzar la misma en compañía de unos hombres. Su aspecto era alarmante: lucía un traje formal de oficina, la chaqueta estaba desabotonada y podía apreciarse el azul claro de la camisa, el problema era que nuevamente estaba manchada de sangre. Muchas gotitas.

—Encárguense de no dejar rastro—ordenó a los hombres antes de posar sus ojos en ella.

“¿De dónde vienes?” Quiso preguntar, pero negó antes de que las palabras abandonaran su boca. La verdad era que prefería no saberlo.

—Me daré un baño y luego iré a tu habitación. Dame diez minutos—le dijo acariciando su mejilla como se había vuelto costumbre.

Arlet asintió, obediente. Lo miró subir las escaleras y perderse por el pasillo, mientras tanto ella se quedó allí, mirando por la ventan
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