Arlet había comenzado a tomarse las pastillas anticonceptivas sin falta. Todos los días de manera religiosa se tomaba una en las mañanas. En esas últimas semanas no había sentido ningún tipo de cambio ni malestar. Afortunadamente, nada había hecho encender sus alarmas. Pero aun así, había optado por hacerse la prueba de embarazo en ese día, ya que no recordaba cuándo había sido su última menstruación y sentía que estaba retrasada. Era una simple corazonada. De esa manera, entró al baño y cerró la puerta tras de sí, tomó la caja y la destapó sacando el pequeño aparato. Minutos después, había completado el procedimiento, por lo que restaba esperar unos escasos tres minutos. Arlet, camino de un lugar a otro, ansiosa. Fue inevitable que su mente no se agitara de manera turbulenta ante tal panorama. De inmediato recordó los acontecimientos de los últimos días, la forma en la que ese hombre exigía su cuerpo prácticamente todos los días, las miradas despectivas que esa mujer le dedicaba.
Había sido una noche completamente diferente. Sus embestidas se habían vuelto más lentas y consideradas, y sus besos caricias tenues.—Me gusta—jadeó, en medio de toda esa neblina de pasión—. Me gusta.Cuando todo terminó, el hombre se acostó en la cama y la atrajo hacia sí, Arlet se acurrucó en su pecho y se quedó dormida. Pero no fue la única que cayó rendida en los brazos de Morfeo. En la madrugada una serie de movimientos bajo su cuerpo la sobresaltó, Arlet se enderezó y miró a acompañante, quien aún dormía. Su expresión era de incomodidad: su ceño fruncido, sus ojos fuertemente cerrados, mientras no dejaba de negar. —Es una pesadilla—murmuró la joven, percatándose de que en ese estado se veía demasiado vulnerable, justo como un niño que quiere evitar que algo malo pase. —¡No!—dijo entonces con toda la impotencia marcada en esas dos simples palabras. Arlet quiso hacer algo, era evidente que estaba sufriendo y, sin importar que, no quería verlo en ese estado. —Es solo un sueñ
—Has hecho un buen trabajo, Arlet—la felicito su padre—. Seguramente tu madre estaría muy orgullosa de ti. —¿Papá, tú crees que a mamá le hubiese gustado mi dibujo?—Por supuesto que sí, cariño—la mano de Amaro acarició su mejilla—. Si hasta has ganado hasta un premio con él.La sonrisa de la niña se ensanchó con inocencia. —¿A mamá le gustaban los tulipanes?—Sí, los amaba—respondió su padre con añoranza—. Y seguramente estos que dibujaste se convertirían en sus favoritos. Arlet se despertó con el recuerdo de esa conversación que parecía olvidada, pero que había regresado para traer a su presente lo mejor de su vida pasada. “¡Feliz cumpleaños, Arlet!”“¡Lo has hecho muy bien, cariño!”“¡Te amo, mi pequeña princesita!”“Eres idéntica a ella”. Uno a uno, desfilaban ante sus ojos los momentos más bonitos e inolvidables que había compartido al lado de su padre. Una vida entera de amor y recuerdos. —¿Por qué, papá? ¿Por qué tenías que ser tan malo?—lloró en silencio, sintiendo un pe
—Resultó más entretenido de lo que pensabas, ¿no es así?—¿De qué hablas?Kenia sacó el cigarrillo que tenía en la boca y soltó el humo al aire, despreocupada. —De la hija de Amaro—contestó con desinterés—. ¿Todavía no te aburres de ella?—Kenia, no querrás tener esta conversación de nuevo, ¿o sí?—la voz de su acompañante parecía cansada.—Pues nunca está de más un poco de realidad—dijo mirándolo fijo, evitando escucharse muy afectada—. Créeme, ya me has demostrado lo importante que soy para ti. —Sabes bien que ninguno de los dos lo quería. —¡Habla por ti!—De todas maneras ese niño no hubiese nacido, así que… —¡No, claro que no hubiese nacido!—explotó finalmente, exteriorizando todo su rencor—. ¡Porque de haber estado vivo, lo hubieses matado tú!—Ni tú ni yo estamos aptos para ser padres—contestó el otro, tajante.—No, claro que no. Tienes toda la razón—concordó entonces—. ¡Los dos estamos demasiado podridos como para algo así!Kenia volvió a meterse el cigarrillo en la boca y
El hecho de verlo cruzar la puerta ya no era una sorpresa para Arlet, por el contrario, se había descubierto esperándolo, anhelando su presencia. —Te estaba esperando—le dijo y fue sincera. Luke se acercó y acarició su mejilla a modo de saludo, antes de tomar su mano y jalar de ella. —Ven conmigo.—¿A dónde?—se sorprendió Arlet de su propuesta. —Ya lo verás—fue su respuesta. Salieron entonces de la habitación y caminaron por el pasillo. Arlet recién se daba cuenta de lo grande que parecía la casa. Sin embargo, él no la dirigió a ningún cuartucho para tener sexo hasta la madrugada, por el contrario, bajaron las escaleras que daban a la planta baja y la guío hasta una puerta corrediza que daba al jardín. La visión de una luna llena y resplandeciente la recibió al instante. El cielo era un manto oscuro cubierto de estrellas y, en medio, la luna resaltaba creando una visión casi hipnótica. Una suave brisa le sacudió los cabellos y ella se encontró sonriendo por la hermosa vista, po
—Esto es una pésima idea—dijo Luke tratando de levantarse. —Por favor, quédate—lo detuvo Arlet, colocando una mano en su pecho y recostándolo nuevamente en la cama.El hombre percibió el suave toque de su mano y la miró fijamente antes de agarrarla por las caderas y subirla encima de su cuerpo. —No creo poder dormir—confesó con simpleza—. Hagamos otra cosa. Arlet sintió un ardor intenso en sus mejillas, pero se encontró asintiendo. —¿Qué quieres hacer?—¿Necesitas que te lo diga? —No—sintió como se sonrojaba un poco más—. Solo guíame. Esa petición sí pareció agradarle al hombre, porque inmediatamente sus ojos se encendieron con lujuria. La guio entonces para que su intimidad coincidiera con el bulto en su entrepierna y luego la hizo moverse. —¿Así?—gimió Arlet sintiendo como se desplazaba por toda su longitud. Estaba muy duro, notó a través del roce. —Así—contestó él y enterró los dedos en su cintura, mientras la hacía moverse más rápido, más fuerte. Arlet soltó un jadeo, mi
—¡Atrápenlo!Nicolás escuchó esa orden e inmediatamente comenzó a correr. Sabía que estaba en desventaja, puesto que era uno solo contra muchos, por eso no podía dejar que lo atraparan.Sin embargo, no conocía la zona muy bien a pesar de que había estado los últimos días merodeando por la misma. Su intención era infiltrarse en la casa, llegar hasta Arlet y sacarla. Pero la seguridad era extrema para tratarse de la simple morada de unos ricachones. —¡No dejen que se escape!—gritó otro hombre tras de sí. Rápidamente, sacó una pistola de entre su pantalón y se dispuso a usarla de ser necesario. Pero la rapidez y el agite de la situación no le permitía detenerse y disparar a nadie. De repente, los pasos de Nicolás se detuvieron cuando se percató de que, justo al frente, venía otro grupo de hombres con un anciano calvo como líder.«Ese hombre…», pensó Nicolás reconociéndolo. Era la mano derecha de Luke. —Estás rodeado. Suelta el arma—habló el anciano con autoridad, intimidante. —¿Y pa
Arlet estaba en la sala de la casa dando vueltas, sin saber qué hacer. Las palabras de Horacio seguían preocupándola, pero en ese momento estaba esperando a Luke. Eran más de las diez de la noche y él no llegaba. De repente, la puerta se abrió y lo vio cruzar la misma en compañía de unos hombres. Su aspecto era alarmante: lucía un traje formal de oficina, la chaqueta estaba desabotonada y podía apreciarse el azul claro de la camisa, el problema era que nuevamente estaba manchada de sangre. Muchas gotitas. —Encárguense de no dejar rastro—ordenó a los hombres antes de posar sus ojos en ella. “¿De dónde vienes?” Quiso preguntar, pero negó antes de que las palabras abandonaran su boca. La verdad era que prefería no saberlo. —Me daré un baño y luego iré a tu habitación. Dame diez minutos—le dijo acariciando su mejilla como se había vuelto costumbre. Arlet asintió, obediente. Lo miró subir las escaleras y perderse por el pasillo, mientras tanto ella se quedó allí, mirando por la ventan