Su dedo deslizaba con suavidad cada página. Era una visión fascinante: cada frase, cada palabra, la hacía transportarse a un lugar diferente, a uno donde no estaba encerrada entre cuatro paredes, sino que era la protagonista de una historia con un hermoso desenlace.«Oh, qué contrario era eso a su situación actual», no pudo evitar pensar, sintiendo una punzada de decepción. A ella nadie llegaría a rescatarla, nadie la liberaría de su sufrimiento. Pensando en ello se puso de pie y se miró en el espejo, aquello se estaba volviendo una costumbre muy marcada. Pasar horas así, viéndose, recordando su versión pasada, aquella que no tenía problemas en sonreír, que parecía tan feliz. Ahora, en cambio, era diferente. Se veía, pero no lograba visualizar a la misma persona, era como si la hubiesen cambiado. ¿Seguiría habitando en ella esa jovencita dulce y risueña? Tenía la impresión de que no, de que este matrimonio terminaría por convertirla en una completa extraña. Arlet no pudo evitar que
Su corazón no había logrado disminuir el ritmo en sus latidos, seguía igual de acelerado, igual de inestable. El mínimo movimiento, el mínimo sonido, parecía ser capaz de despertar en su interior un estallido. ¡Boom! Arlet escuchó la explosión en sus sentidos y comenzó a sudar frío. El hombre se subió en el auto justo a su lado, mientras el chófer empezaba su recorrido. Instintivamente, se arremolinó en el asiento junto a la ventana, en el otro extremo. Permitiendo así que existiera un puesto vacío que los separara. Él pareció ignorarla por completo, mientras el viaje tomaba lugar. Y, aunque en otro momento, se hubiese puesto de curiosa a preguntar a dónde iban, en esta ocasión solamente deseaba que esto terminará pronto para volver a estar encerrada en su habitación, lejos de su intimidante presencia. Porque sí, ese día le intimidaba demasiado. Sobre todo su hermetismo. ¿Qué había visto? ¿Acaso había estado husmeando mucho rato? ¿Había escuchado todos sus sonidos?«¡Oh, no! Trág
—¡Hay que llevarlo a un hospital!—gritó Arlet, al ver toda la sangre que manchaba las ropas del hombre. Luke cerró los ojos con fuerza y presionó el punto exacto de la herida, como si de esa forma pudiese evitar que la sangre se escurriera. Simplemente, no quería hacer un escándalo de esto, pero lo cierto era que…—¡No!—volvió a gritar la joven, al ver cómo el hombre se desplomaba ante sus ojos. Un grupo de sujetos lo trasladaron a un vehículo cercano, uno que no era el mismo en el que habían llegado. Inmediatamente, Horacio apareció en escena, extremadamente agitado. —Hay que llevarlo a la casa. ¡Rápido!—ordenó.—¡Necesita un hospital!—se rehusó Arlet, con vehemencia. —¡No!—la silencio el hombrecito, como si lo que hubiese dicho fuese una completa idiotez. —¡Usted no entiende, hay que…!—¡La que no entiendes eres tú!—le gritó en respuesta—. Si mi jefe se despierta y se encuentra en un hospital, se enfurecerá. ¡Hospitales! ¡Policías! ¡Son obstáculos, nada más!A Arlet no le quedó
Arlet tocó su cabeza con ambas manos, sintiendo como la misma palpitaba. Le dolía demasiado. «Maldita mujer», pensó recordando cómo había entrado y le había jalado el cabello. Ella quiso defenderse, por supuesto que sí, pero no era más que una joven debilucha en contra de una mujer que seguramente ya pasaba los treinta años. Aquel incidente siguió repitiéndose con mayor frecuencia a medida que transcurría la semana. Arlet se dio cuenta así de que algo andaba mal, era bastante evidente. —¿Está todo bien?—le preguntó a Horacio en otra de sus visitas. —¡Esto está hecho un caos!—suspiro el asistente sin poder contener su angustia—. El amo quiso buscar a los causantes y no guardó el debido reposo, ahora parece que la herida se ha infectado. —Oh. Arlet no supo qué más decir, pero aquello lo explicaba todo. —Realmente ha tenido mucha fiebre. ¡Nunca lo había visto así!Horacio siguió parloteando un poco más, como si no se percatara de que estaba revelando datos importantes, y que ella,
Cuando Luke despertó tuvo la sensación de que había estado sumergido en un sueño muy extraño. Recordaba palabras al azar que no lograba encajar en ninguna oración coherente, pero lo curioso de todo esto, era que esas palabras provenían de una voz que le resultaba familiar. —¿Arlet?—dijo de pronto cuando sus ojos se abrieron por completo. —¿Arlet?—preguntó Kenia desde el otro extremo, su pecho palpitando con algo muy parecido a la cólera. ¿Por qué su primera palabra luego tantas horas de fiebre y convulsiones era esa?Luke se enderezó en la cama y miró a la mujer, a la vez que fruncía el ceño. —¿Qué tiene que ver ella?—siguió indagando Kenia.Pero él no tenía una respuesta para eso, ni siquiera sabía por qué había dicho ese nombre. —¿Qué día es?—Viernes por la noche. El hombre hizo el ademán de levantarse de inmediato, lo último que recordaba era aquel miércoles por la mañana, cuando se estaba alistando en su habitación para salir. —¿A dónde vas? ¿No ves que sigues convaleciente
Los días transcurrieron a una velocidad cegadora. Después del incidente, las visitas de Kenia desaparecieron por completo, la única persona que se acercaba a su habitación era Horacio y, de alguna forma inexplicable, se estaba empezando a sentir cómoda en su presencia. —¿Qué me trajiste esta vez?—le preguntó cuando lo vio cruzar la puerta. —¿Por qué tanta confianza, niña? ¡Respétame, soy mayor que tú!—Eso dices hoy. ¿No era que querías que se acabarán las formalidades? —Sí, pero no así. Solamente un poco de confianza te di. ¡No abuses!—la reprendió. Arlet se rio. Se estaba dando cuenta de que aquel hombre era como uno de esos abuelitos cascarrabias, era chistoso e incluso, algunas veces, le resultaba tierno. —Está bien, señor Horacio. ¿Dígame qué me trajo?—Bien—comenzó mostrando lo que parecía ser una caja de bombones. —¡Esos me gustan mucho!—chilló Arlet como una niña chiquita, hacía tiempo que nadie la consentía. —Sí, sí, pero no es todo. Horacio sacó más dulces y algunos
Una mano se deslizó por su espalda baja hasta llegar a la altura de sus glúteos, transmitiéndole un corrientazo que viajó desde dicha zona hasta la última de sus terminaciones nerviosas. Aquella electricidad se sentía casi exquisita, sí, casi, porque no se trataba de la persona que le hubiese gustado que la tocará de esa forma. —Cariño—susurró, a modo de reproche, al hombre que se mantenía a su lado. Él no respondió, siguió prestando atención al sujeto que tenía delante, simulando estar atento a una conversación de negocios. Pero mientras sucedía esto, su mano siguió el curso que había trazado con anterioridad y llegó al lugar destinado, haciendo que su rostro se pusiera completamente rojo. —Señora Newton, ¿se encuentra bien?—preguntó uno de los hombres que conversaba con su esposo y ella no pudo hacer más que boquear como un pez en busca de una excusa, en busca de una respuesta convincente. —Yo… yo solo…Luke también la miró enarcando una ceja, como si estuviese realizando la mi
Arlet estaba sentada en la cama, acariciando sus labios, mientras recordaba el beso que le había dado a Nicolás. Cada vez que pensaba en su atrevimiento, en ese impulso descontrolado que la había embargado, sentía que sus mejillas ardían. La cara de Nicolás había sido de desconcierto absoluto, era evidente que él no se esperaba una cosa así. Y aunque en sus sueños era él quien la besaba, entendía que para él eso no sería fácil. Después de todo la conocía desde que era una adolescente, una mocosa de quince años y, seguramente, seguía viéndola de la misma forma. «Pero ya no soy una niña», se dijo Arlet, convencida de que ahora era una mujer. Arlet se puso de pie y se miró al espejo, mientras bajaba un poco su blusa de dormir, dejando su hombro y el inicio de sus pechos al descubierto. «¿Qué pasaría si dejara de verla como una niña y empezará a verla como una mujer?», se preguntó absorta entre el recuerdo de sus labios y la idea de que le correspondiera de la misma forma. De repent