Capítulo 1. El comienzo.

Todo empezó con una corta oración hace dos años.

-He decidido ser la reina del Continente Central. – Dije convencida a mi madre cuando entró a mi habitación para ayudarme a hacer la maleta para ir con el tío Karel.

Ella suspiró y se sentó en la cama dando unas suaves palmaditas para que me sentara a su lado.

-¿Estás segura, bebé? Ser reina es una responsabilidad muy grande.

-Lo estoy. Ser reina tiene grandes ventajas: Un castillo, la mejor comida, las mejores joyas…

-Y ahí seguramente no volverás a ver a cierto lobo que te ha roto el corazón. – Dijo mamá estrechando los ojos.

Mis mejillas se calentaron pero no negué la verdad. Ella volvió a suspirar.

-Ni siquiera te preguntaré cómo lo sabes. – Dije con resignación.

-Si tantos problemas tienes con Jack, simplemente puedo cancelar su libre pase por nuestro reino y lo sabes. No tienes por qué viajar a otro continente y tomar una carga que no era originalmente para ti.

Lo sabía, por supuesto que lo sabía, pero el simple hecho de quitarle a Jack su “único respiro del mundo” como él lo llamaba se sentía simplemente mal.

Gemí y me recosté sobre la cama llevando uno de mis brazos hacia mi cara para tapar mis ojos.

-No puedo simplemente vetarlo del reino. Eso se tornaría en una ofensa para mi tío Marco y él me manda galletas. – Dije con un puchero. – No quisiera que se enojara conmigo.

Le llamaba “tío Marco” pero yo sabía que no era realmente mi tío de sangre. Más bien, la tía Savanah y mi madre eran las mejores amigas y, por lo tanto, nuestras familias se encontraban irrevocablemente unidas.

-Diré que en estos tiempos es cada vez más difícil controlar la entrada y salida de los barcos de mi reino y que sería peligroso para su heredero. – Dijo acostándose a mi lado. – Incluso podría inventar que el mismísimo kraken ha invadido mis tranquilas aguas para capturar a los pequeños e inocentes cachorros pelirrojos.

-Si, también puedes decirle que a Ángelo Segundo le crecieron un par de alas y un cuerno precioso que guía a los marinos a su destrucción.

- Excelente, tenemos un plan.

Ángelo segundo era el nombre del caballo de mi padre. Mamá decía que hace muchos años, papá tuvo otro caballo al que ella bautizó como Ángelo porque el nombre que le dio papá era horrible. Desde entonces mamá les pone el nombre a todos nuestros caballos.

Mamá y yo reímos divertidas, pero ambas sabíamos que era su cachorra más terca y que ya había tomado mi decisión.

-¿Si sabes que tu padre se colará en el barco en cuanto se entere, verdad?

-Si. Por eso le escribiré cuando ya me haya instalado en el castillo de mi tío Karel.

-Si te vas a ofrecer como su heredera, ese astillo es técnicamente tuyo, pequeña.

Eso me sacó una pequeña sonrisa.

-Excelente, nunca me ha gustado ese horrible gris. Deberías de venir para el invierno y ayudarme a ponerle algunos colores interesantes.

-Me encantaría, pero me temo que el tío Karel y yo no estamos en los mejores términos. – Dijo imitando mi postura.

-¿Es por eso que solo mi padre visita al tío Karel de vez en cuando?

Estaba muy curiosa. No era un tema tabú dentro de nuestra familia el pasado compartido de ese triángulo amoroso, pero más allá de decirnos que el tío era un idiota, no sabíamos por qué mamá no había vuelto a ese reino. Ni siquiera asistió al funeral de nuestro tío Chad y estuvo meses decaída por eso.

-¿En qué momento llegaste a la edad de las preguntas incómodas? – Preguntó mi madre antes de responder. – El día que me fui juré que no volvería a pisar su reino.

-¿Por qué?

-¿Por qué piensas tú que te dejo irte del único lugar que conoces para iniciar una nueva vida? Sé lo que es que te rompan el corazón.

-¿Lo amabas? – Susurré después de algunos segundos.

- Nunca nos dimos el tiempo para conocernos, solo sabíamos que de alguna forma Nuestra Gran Madre nos había unido y teníamos que vivir con ello. – Dijo mi madre pensativa. - Con mi condición de loba con parejas múltiples, creo que el vínculo no se formó de forma natural a como lo haría cualquier otra pareja de lobos. Para cuando comprendí que el vínculo de pareja necesitaba más que solo existir, ya teníamos una historia no muy bonita que contar. ¿Amaría a un lobo que no me dio la oportunidad de demostrarle mi valor como pareja? ¿Amaría a un lobo que no confiaba en mí? No, pequeña.

Guardamos silencio. Todos estos años pensé que mi madre le guardaba rencor al tío Karel por cómo la trató cuando descubrieron que eran pareja, nunca imaginé que a mi mamá le había decepcionado el tío Karel y que se encontrara dolida.

Entendía el sentimiento. De hecho, era justo lo que había sucedido conmigo y con Jack hacía un mes.

-¿Quieres contarme qué sucedió, cachorra? – Preguntó suavemente mamá.

-Aún no estoy lista.

Por supuesto que no lo estaba. Treinta y tres días y nueve horas más tarde aun podía sentir mi corazón hecho diminutos pedazos.

-Bien. Lleva a Troy contigo, estoy segura de que le vendría bien un cambio de aires.

-¿Nuestra biblioteca ya no es suficiente para mi primo? – Pregunté con una sonrisa.

Troy era el hijo del primo de mi padre, Mateo. Poco antes de que mi madre reclamara su derecho al reino, mi tío Mateo había venido al continente con ella para apoyarla junto con mi padre. Él se casó con la hermana menor del tío Marco y… bueno, la historia de nuestros lazos es complicada.

-Nunca ha sido suficiente para él, es solo que su negativa para abordar un barco e irse a buscar una biblioteca más grande me es incomprensible. – Dijo mamá con un gruñido juguetón. – Incluso a su padre le comenzó a gustar el mar y eso que yo…

La enorme y repentina sonrisa que se le apareció en el rostro era una clara señal de que mi madre tenía un plan malvado.

Durante la cena, mi madre me ayudó a suavizar la noticia a mis hermanos y a mi padre pero aun así todos lucían sombríos para cuando terminó la noche. Incluso nuestros súbditos se retiraron temprano al sentir el ambiente tenso.

-¡Lo prohíbo! – Gruñó papá cuando el comedor quedó completamente vacío a excepción de nuestra familia. Mis hermanos comenzaron a gruñir al mismo tiempo. -  Mi dulce princesa no puede…

-¿Por qué no papi? – Pregunté suavemente. - ¿Estarías gritando si fuera cualquiera de mis hermanos?

Entonces llegó el momento de la actuación.

Descubrí mis habilidades artísticas en mi tiempo en el reino del tío Karel cuando, harta de las insinuaciones asquerosas de cualquier loba oportunista hacia mi tío, hice todo un espectáculo de tener el corazón roto porque la atención de mi tío no sería únicamente para mí. Lloré, grité, hice algunos pucheros… y media hora más tarde en el castillo no quedaba ni un alma femenina.

Entendí desde la tierna edad de seis años que mis armas más mortíferas no eran mis puños, sino mis lágrimas.

-¿Es porque no me crees lo suficientemente capaz de ser reina? – Dije con un temblor bien practicado en mi voz mientras derramaba mi primera lágrima. – Sabes que solo me importa la opinión que tú tengas de mí, papi. Si tú piensas que no puedo hacerlo entonces… entonces…

Y así como así me encontraba siendo arrastrada al regazo de papá mientras me mecía suavemente acariciando mi cabeza. Mis hermanos se habían transformado en sus lobos y se encontraban gimiendo a nuestros pies intentando restregarse contra mis piernas.

Mi madre me dio pulgares arriba cuando nadie más miraba.

-Ya sabes que tienes toda mi confianza, pequeña. – Dijo mi madre levantándose. – Iré a… preparar el barco para el viaje.

En cuanto mamá se fue y cuando consideré que habían sido suficientes lágrimas, seguí con mi discurso.

-Yo te amo papi, ¿De verdad no crees que pueda manejar un reino?

Me miró con muchas emociones en su rostro, pero cuando soltó un suspiro resignado, supe que ya tenía la batalla ganada.

-Eres la más digna y capaz de todos mis cachorros. – Dijo con voz solemne. Incluso las cabezas peludas de mis hermanos se estaban moviendo en acuerdo. – Si tanto quieres manejar un reino, ¿Por qué no te quedas y manejas éste?

Yo tomé suavemente su cara y lo miré a los ojos.

-Papi, mi hogar está con todos ustedes, pero mi corazón no está en este reino. – Dije suavemente. Y era verdad. Mi corazón estaba en el reino del Este saltando de boca en boca y de cama en cama. - ¿Puedes entenderlo?

Me miró unos segundos antes de cerrar los ojos y fruncir el ceño como si tuviera dolor.

-Bien, pero no irás sola. Tus hermanos…

-Son necesarios aquí. – Dije acurrucándome en su regazo. – El reino prospera porque cada uno se encarga de diferentes asuntos. Es así que todos tienen tiempo libre y que mi madre no está agotada por las noches; si toda la carga de trabajo regresa a ti y a mamá, nunca tendrían un respiro.

-No importa, no irás desprotegida y ellos…

-No iré desprotegida. Llevaré a Troy conmigo y ambos sabemos defendernos solos. Puedes enviar un par de guardias si estás muy preocupado, pero padre… algún día tenías que dejarme volar. – Dije suavemente llevando mi cara a su cuello y oliendo su reconfortante aroma a mango.

-¿Y tiene que ser tan lejos del nido? – Gruñó abrazándome fuertemente. En cuanto le di un sueve “si”, soltó un muy largo suspiro. – De acuerdo, te escoltarán los mejores guardias. Mi única condición es que nos recibas cada verano en el muelle o que vengas de visita una vez al año.

-Los recibiré. – Dije escondiendo una sonrisa de triunfo.

-Está bien. Llevarás contigo a Pier y eso no entra a discusión. – Dijo frunciendo el ceño estrechando sus ojos hacia el rincón de la habitación.

Ahí, en el fondo, el aludido levantó su cabeza de la cómoda cama para perros que madre le había hecho. Dio un gruñido molesto y luego echó a correr; yo solo pude reírme porque mis hermanos corrieron en su busca para empacarlo a la señal de nuestro padre.

Esa noche pasé escuchando las inquietudes de todos mis hermanos, pues tenían mucho que decir, pero por algún extraño milagro no intentaron convencerme de quedarme. Más que nada fueron un montón de advertencias sobre cómo cuidarme y que no se me olvidara que podía mandar a traerlos en cualquier momento si los necesitaba. Estaban tomando esto demasiado bien y comenzaba a sospechar que algo más estaba sucediendo, pero como sea, me beneficiaba.

A la mañana siguiente me levanté mucho más temprano de lo habitual para recoger flores y ponerlas en las habitaciones de mis hermanos antes de irme. Ya me habían dicho que ellos no se levantarían tan temprano para despedirme así que me despedí a mis padres entre lágrimas en el muelle y abordé el barco insignia del reino.

-Buenos días, abuelo Drantos. Es un buen día para zarpar, ¿No crees?- Dije con una enorme sonrisa llegando al timón para abrazarlo.

-Si querida. – Dijo devolviéndome el abrazo con una sonrisa. - ¿Ayudarías a la abuela en la cocina?

-Claro.

Bajé las escaleras mientras el barco zarpaba suavemente.

-Buenos días, princesa. – Dijo el primer lobo con el que me topé.

-Ya sabes que somos informales, Victor. – Respondí con una sonrisa.

-Oh, lo sé señorita, pero me siento incómodo al no darle el respeto que se merece al saludarla cada año que la vuelvo a ver. – Dijo con una sonrisa cortés.

Victor era algo así como el jefe del personal. No tenía muy claro qué puesto ocupaba ya que nunca lo había visto hacer ninguna tarea en el barco. Mi hermano Goel, el cuarto hermano mayor, decía que el tío Karel había mandado al lobo para cuidarnos durante el viaje.

Así que todos habíamos hecho apuestas sobre cuál era el verdadero trabajo de Victor. Erik y yo pusimos parte de nuestra asignación mensual a la idea de que fuera algo así como la mano derecha del señor Kyrian y que éste fuera el jefe de espías.

Claro que nunca habíamos tenido el valor de preguntarle al respecto, pues era un lobo arisco en el mejor de los casos y sombrío en el peor. Su postura gritaba un perfecto “no me molestes”, así que eso era lo que hacíamos.

Con una inclinación respetuosa de cabeza, se alejó por el pasillo rumbo a su camarote habitual.

Yo seguí caminando hacia el lado opuesto hasta llegar a la cocina.

-Buenos días, abuela. – Dije mirando a mi abuela pelar algunos tubérculos sobre una de las mesas. – Buenos días, chicos.

-Hola, cariño. – Dijo con una encantadora sonrisa mientras yo saludaba al resto de los chicos que trabajaban en el barco y que se encontraban desayunando.

Me senté a su lado después de tomar un cuchillo y comencé a pelar junto a ella.

-¿Qué tal el invierno?

-Difícil. No pude salir de casa durante una semana y ya me sentía un poco claustrofóbica. – Dije con un muy largo y sufrido suspiro. - ¿Y el tuyo?

-Drantos me llevó de paseo a tierras más cálidas. – Dijo con una sonrisa soñadora. – Estuvimos desnudos la mayor parte del tiempo.

-Me alegro por ustedes. – Dije divertida.

-¿Dónde están los otros preciosos cachorritos? – Preguntó después de un cómodo silencio.

Eso era lo que más me gustaba de la abuela, su silencio era reconfortante a mi muy bulliciosa vida con mis hermanos mayores.

-Ah, esa es toda una historia.

-No tengo nada mejor que hacer, cachorra. Sabes que estaremos semanas en el mar y que no puedo ir desnuda todo el tiempo.

Era interesante cada vez que la volvía a ver ya que tenía un nuevo pasatiempo cada vez. El año pasado coleccionaba rocas, este año al parecer le iba el exhibicionismo.

Menos mal que mis hermanos se quedaron, no imagino lo traumados que ya estarían a estas alturas. No es como si mis padres ocultaran el hecho de que les encante practicar para fabricar bebés, así que saber lo mismo de la abuela podría hacerles colapsar sus mentes.

-Podríamos quedarnos en nuestra piel de lobo, estamos técnicamente desnudas…

-Habla ya cachorra. – Dijo lanzándome un puñado de su tazón de cáscaras.

Reí y le conté que de ahora en adelante no volvería a viajar cada verano al reino del tío Karel porque sería su heredera.

Detuvo lo que estaba haciendo y me miró tan intensamente que me empezó a incomodar.

-¿Qué pasó, pequeña loba?

-Lo mismo de siempre. – Dije sin darle importancia. – Necesitaba espacio de mis hermanos.

-Tonterías, los adoras y no te molesta que estén encima de ti. ¿Qué sucede realmente?

-Hoy no, abuela. No estoy lista para esa historia. – Dije con un suspiro cansado.

Mi abuela asintió y regresó a su trabajo con el cuchillo.

-¿Por qué no vas a tu camarote y alivias el sufrimiento de nuestros invitados?

Yo parpadeé sin entender.

-¿Qué?

Pero era inútil, mi abuela ya estaba en su mundo tarareando alegremente.

No podía imaginar cómo era cuando se reencontró con mi madre; ella decía que mi abuela estaba lúcida por breve tiempo y en los momentos más inesperados. Actualmente, gracias a la abuela Anya, mi abuela tenía breves lapsus en donde se perdía.

Me levanté de la mesa y fui a mi camarote curiosa por saber a qué se refería la abuela. Al entrar no vi nada fuera de lo normal así que abrí la puerta del baño y entré tranquilamente.

Dos bultos amarrados y amordazados se encontraban retorciéndose en el piso.

Me dirigí al primero y le quité el calcetín que tenía en la boca; él escupió y comenzó a maldecir. Luego fui con el segundo, pero a este sí le quité las cuerdas que le impedían moverse junto con el calcetín.

-Pobre pequeño. – Murmuré mientras acariciaba suavemente el pelo de Pier. Él comenzó a gemir miserablemente. – Lo siento, sé que no te gusta viajar en barco.

-¡¿Qué m****a, prima?!

-Shh. – Dije dándole una mirada molesta en su dirección. – Sin palabras feas enfrente de Pier.

-¡Pier me importa un pimiento! ¡¿Por qué la tía me atacó por la espalda?!

-Por tu propio bien, Troy. Todos pensamos que te hace falta tomar el sol, conocer nuevos lugares y…

Ni siquiera me dejó terminar antes de utilizar todas las palabras groseras que pudo pensar. Yo me encogí de hombros y le volví a poner el calcetín en la boca.

-Vamos, Pier. Tengo sueño y eres la almohada más cómoda que he conocido jamás. – Dije dándole unas palmaditas en la cabeza.

Enseguida me siguió feliz a la cama y se acomodó para que pudiera recostarme mientras escuchábamos algunos golpes y murmullos ahogados en el baño. Por la noche, cuando Troy se tranquilizara, quizá podríamos hablar civilizadamente.

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