«Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!
Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!»Eran las cuatro de la mañana. Aun así, el sonido estridente y acelerado de la máquina de escribir seguía llenando el aire en la pequeña y vieja boardilla.Como ya él mismo lo había previsto, Damián no pudo conseguir dormir ni siquiera un poco. Todo lo ocurrido en el día anterior lo atormentaba cada vez que intentaba cerrar los ojos y dormir.De modo que, cansado de dar vueltas en la cama, tener pesadillas vívidas y de sofocarse con sus propios pensamientos, terminó por decidirse a ponerse a trabajar en las cosas que le habían quedado pospuestas. Entre ellas, esa carta.«Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!»Se detuvo un momento para estirar los dedos agarra todos por el martilleo incesante de la máquina de escribir. Miró de soslayo a ese papel que había escrito con lo que Alba le había dictado.Suspiró, inquieto y conMartha entró a la boardilla. Ya llevaba un poco más de una hora en la puerta observando en silencio como su ahijado se torturaba por quién sabe qué hubiera ocurrido.Caminó por el lugar, hasta llegar al lado de Damián. Se detuvo un momento, solo para observar como él seguía con la vista fija en la máquina de escribir.Se lo veía de pésimo humor. De pronto, con un resoplido, volvió a colocar las manos sobre las teclas y siguió con su trabajo. Por el sonido que hacía al escribir, a ella, no le cupo dudas de que él, no parecía de pésimo humor. Sino que, en efecto, lo estaba. Así pues, sin esperar ningún tipo de invitación, corrió la silla que se hallaba vacía al lado de él y se sentó. Ni aun así, teniéndola a su lado, Damián pareció reparar en su presencia. Esa indiferencia no la ofendía en absoluto ¿Por qué lo haría? Si sabía muy bien que, desde niño, él siempre había sido así. Y más aun, cuando algo lo fastidiaba o preocupaba.
—¿Y ahora qué quieres, Martha?— preguntó de malhumor sin apartar la vista de la máquina de escribir — Que sea rápido, por favor. Estoy ocupado.Martha se encogió de hombros sin inmutarse. Ya lo conocía lo suficiente como para saber con exactitud cómo tratarlo.—Solo he pasado a saludar antes de irme a dormir.— informó como si el asunto no fuera de importancia — Conociéndote, asumí que estarías despierto… después de esa intrigante visita…Decir aquello, fue todo lo que necesitó para dar rienda suelta a la vulnerabilidad de Damián. En silencio, vio apartarse un poco de la máquina de escribir, como si , milagrosamente, se hubiese olvidado de ella. Se lo podía notar demasiado cansado y preocupado por algo. Aunque por fuera ella aparentaba decinteres, por dentro comenzaba a sentir la urgencia de apurarlo para que se dejara de tanto misterio y soltara la sopa de una buena vez.Pero no dijo nada. Al contrario, esperó con paciencia a
Aunque le tuviera terror a las malditas ratas que solían meterse en aquella escalerilla que daba directo a las cocinas del último patio, prefirió entrar por ella. No tenía ánimos para tomar el camino más largo pero limpio.De modo que, cerrando los ojos y rogando a ese Dios que tanto detestaba por no encontrarse con ningún roedor, caminó por la bodega, con pasos ligeros. Desde el umbral de la entrada, vio que en la cocina solo se encontraba Alba, atizando el fuego y exprimiendo un par de limones. Tal lo visto, Martha ya había pasado por allí a hacer de las suyas. Eso era algo que se lo tendría que haber visto venir. Aunque, en amén a la verdad, seguía sin entender cuál era la importancia de ese condenado zumo. Se preguntó si, quizás, a Alba sí se lo hubiese dicho. Solo sería cuestión de aventurarse y preguntar. —Buenos días, señorita Bernal ¿Necesita ayuda con eso? — preguntó adelantando un par de pasos con una sonrisa afable.Al hacerlo, tuvo ocasión de sobra para ver como ella se
En un deprimente y gris día otoñal, Alba, se encontraba mirando la vieja puerta de roble con remaches y ornamenta de oro de una casona de corte imperial. Hacía frío en aquella mañana, motivo más que suficiente para que la joven se decidiera a entrar. Aun así, no lo hacía.«¡Vamos! Solo golpea esa puerta y pide que te lleven ante Madame Lamere para darle esa nota. No es tan difícil, Alba.»Se alentó, sintiendo su corazón aletear con demasiada fuerza en su pecho. Inspiró hondo y se obligó a subir las escaleras del zaguán que la acercaban a la gran puerta de roble con ornamentas de oro. Adentro, en aquella vieja casona, ubicada en la esquina de una diagonal céntrica de la gran ciudad, a la que ella se dirigía con su modesta carta de recomendación, parecía bullir de gente que iba y venía azarosa. La joven apretó, indecisa, contra su pequeño pecho la carta que llevaba en su mano. Tenía miedo, a decir verdad, tenía mucho miedo de lo que fuera a ocurrir allí adentro. Pero, no nos apresure
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!— apremió aquel apestoso borracho con prepotencia.— ¡Muévete!¿Quieres?Al oírlo, Alba se sobresaltó. Conteniendo el aliento, dio la vuelta para observar a aquel extraño con ojos llenos de espanto. Notó como se tambaleaba aun agarrado a la baranda de las escaleras del viejo pórtico de la gran casona. Era solo un borracho de mediana edad. Pero, ella en su corta vida nunca había visto uno. Se recordó a sí misma que no tenía nada que temer y que ese hombre no le haría daño alguno. Aunque, de eso último no estaba tan segura. —Oh, disculpe…—respondió con una sonrisa tensa, avergonzada de si misma por ser tan miedosa.Dicho esto, con una pequeña reverencia de cortesía le dio la espalda para volver la vista a la puerta ante la permanente mirada de enojo del hombre. Por alguna extraña razón, sentía que entre menos contacto hiciera con ese hombre, mejor para ella. Así pues, con una nueva y real determinación e ignorando las quejas de ese molesto borrach
— Vamos, señor Rupert…— amonestó con cansancio la voz de un hombre joven que se encontraba a espaldas de Alba.«¡Deo gratias!»Exclamó la joven al escuchar la voz de aquel desconocido que llegaba en su rescate. De haber juzgado oportuno, se le habría abalanzado encima para poder besarlo y de esa forma demostrar todo su agradecimiento. Pero sabía que ese tipo de comportamiento no era digno de una jovencita de bien como ella. De modo que prefirió quedarse al margen con una sonrisa tensa adherida a la cara. — Haga el bendito favor de soltar a la pobre muchacha, que culpa no ha de tener con eso de que usted haya perdido otra vez las llaves por andar de jarana por allí.— insistió el recién llegado, esta vez, demostrando que no estaba para bromas. Alba observó en su dirección, encontrándose con la mirada triste y azul de un hombre joven de piel clara. Este por su parte, parecía que no estaba realmente enterado de su presencia.Además, al juzgar por la mueca que llevaba puesta en sus labi
—¡Oh! Mira nada más, Martha, que niña tan bonita ha llegado…— exclamó con burla una de esas mujeres de vida licenciosa cuando ellos hubieron llegado al rellano— ¿Es tu chica Damián? ¡Ah! Si yo sabía que todo esos poemas que me recitabas en las noches eran meras mentiras ¡Mentiroso! Al oír aquellas bromas, Alba sintió como a su corazón se le olvidaba un par de latidos. Muda de asombro, levantó la vista para observar con timidez la nuca de Damián.Le hubiera gustado preguntarle qué ocurría. Pero él , simplemente se mantenía en un silencio taciturno, como si no escuchara las risas chillonas de aquellas mujeres de vida ligera.—Ya, Clara ¿No ves que asustas a la pequeña? — intervino otra mujer, una que a la vista, parecía ser más grande que la tal Clara— además, déjame decirte que es evidente que todo lo que has dicho es verdad… pero, déjame admitirte, amiga mía, que, esa chiquilla tan bonita, dudo mucho que sea su querida…Alba vio con gran horror como aquellas palabras generaban un sil
De pie frente al hermoso escritorio de palo de rosa, Damián observaba con mirada ausente a la supuesta dueña de la gran casona. Quien en ese momento leía la carta con aire de profundo aburrimiento. Quizás lo fuera. Bastaba con verle la cara para intuirlo. Su rictus caprichoso daba a entender estuviera pensando en que toda esa diplomacia era una verdadera perdida de tiempo que le estorbaba. En opinión de Damián, lo era. A fin de cuentas, todo eso terminaba en el mismo lugar. Pero, ese no era asunto suyo. Por eso se guardaba muy bien de mantenerse a distancia.Sin embargo, para su desgracia, por mucho que se esforzase en aparentar un completo desinterés ante aquel tema, nada de aquello le era indiferente. Por la fuerza de convivir con aquella mujer frívola, él podía darse cuenta de todo lo que estaba pensando.Paseó distraído su mirada por el lugar buscando un mínimo detalle que sirviera para ocupar la mente y no pensar en esas cosas. Pero, no le fue tan fácil hacerlo. Ya se conocía