Había sido un día agotador, pero ella estaba más que acostumbrada a eso, así que no le molestaba en absoluto. Por el contrario, se sentía muy bien al pensar que ese cansancio no era otra cosa que el resultado de haber trabajado.
En ese momento, Alba, se encontraba limpiando la cocina y preparando las cosas para el desayuno de la mañana siguiente. Mientras lo hacía, echaba fugases miraditas de ansiedad hacía la puerta. Donna María le había dejado por última labor que se cerciorase de que Damián comiera antes de dar el día por concluido. Aquella mujerona le había asegurado que por esas horas él solía rondar la cocina, como un fantasma silencioso, en busca de alguna sobra con la que llevarse a la boca. Además, todavía quedaba su promesa. Alba no se olvidaba de ese detalle, ese sutil roce y esas palabras susurradas de manera tan velada. Él había dicho que la vería en la noche, así que, por curiosidad, ella pretendía esperarlo.—Pues, a decir verdad, no… no he tenido tiempo de cenar ¿Por qué lo pregunta, señorita Bernal?— quiso saber Damián, haciendo de cuenta que no se enteraba de nada. En esa vieja casona había muchas cosas que se sabían pero que, por una regla no explícita, no se debía decir a viva voz en cuello. El asunto de su evidente indigencia era una de ellas. Quizás, Alba ya estaba al tanto de ese asunto y solo quería mostrarse amigable con él. Como también podría ser que no supiera nada y solo lo dijera por decir algo cortés. Con las jovencitas criadas en convento, nunca se sabía cuál era la posibilidad más segura. De modo que, él prefirió esperar una respuesta y ver qué ocurría al final. Pero, Alba no le respondió en el momento. Para su fastidio, ella se tomó su tiempo en hacerlo. Prefiriendo, en cambio, jugar al juego de las sonrisas misteriosas. «¡
Por mucho que a Damián le disgustase ese asunto, se tuvo que reconocer así mismo una sola y simple verdad: Él, era un hombre y, ella, una mujer. Por más bien intencionado que fuera, no podía negar que, verla tan inocente y frágil hacia que comenzara a replantearse sus propios límites morales. De modo que, mientras se ponía a la tarea de organizar la improvisaba mesa para la cenar con ella, su mente giró entorno a ese asunto. Sopesó los beneficios de cada una de las posibilidades que se le presentaban.«Si cumplo con el trato de la zorra esa, el mismo al que no di ninguna palabra, podría tener más posibilidades de salir de este agujero y ¿Por qué no? Sacarla a ella de aquí… »Analizó mientras la observaba de reojo acomodar los filetes en sus platos correspondientes. Por mucho que le disgustase todo el asunto y que quisiera salvarla sin que ella sufriera consecuencia alguna, seguía pesando más la indudable v
Por mucho que lo avergonzaba tener que admitirlo, Damián se tuvo que reconocer que su mente estaba demasiado agotada y, por esa razón, él no tenía forma de concentrarse en la agradable conversación que ella le ofrecía. Mientras Alba le comentaba los pormenores del día, él no pudo evitar tomarse el trabajo de escudriñar con detenimiento no solo la forma de ser de ella. Sino también, todos los atributos físicos que se dejaban ver a través de la ropa. Por ese motivo, supo que: No era muy alta, a decir verdad, sospechaba que, si ambos estuvieran descalzos, ella con suerte le llegaría a la mitad del pecho. Ese detalle, junto a su carita angelical provista de unos enormes ojos almendrados del color de las avellanas, le daban un aire de deliciosa fragilidad. «Si lo hago… creo que no me podré quejar de los resultados. Aunque la vieja zorra no cumpla con su parte del trato, creo que de igual forma, yo habría ganado…»Reconoció sintiéndose hechi
En un deprimente y gris día otoñal, Alba, se encontraba mirando la vieja puerta de roble con remaches y ornamenta de oro de una casona de corte imperial. Hacía frío en aquella mañana, motivo más que suficiente para que la joven se decidiera a entrar. Aun así, no lo hacía.«¡Vamos! Solo golpea esa puerta y pide que te lleven ante Madame Lamere para darle esa nota. No es tan difícil, Alba.»Se alentó, sintiendo su corazón aletear con demasiada fuerza en su pecho. Inspiró hondo y se obligó a subir las escaleras del zaguán que la acercaban a la gran puerta de roble con ornamentas de oro. Adentro, en aquella vieja casona, ubicada en la esquina de una diagonal céntrica de la gran ciudad, a la que ella se dirigía con su modesta carta de recomendación, parecía bullir de gente que iba y venía azarosa. La joven apretó, indecisa, contra su pequeño pecho la carta que llevaba en su mano. Tenía miedo, a decir verdad, tenía mucho miedo de lo que fuera a ocurrir allí adentro. Pero, no nos apresure
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!— apremió aquel apestoso borracho con prepotencia.— ¡Muévete!¿Quieres?Al oírlo, Alba se sobresaltó. Conteniendo el aliento, dio la vuelta para observar a aquel extraño con ojos llenos de espanto. Notó como se tambaleaba aun agarrado a la baranda de las escaleras del viejo pórtico de la gran casona. Era solo un borracho de mediana edad. Pero, ella en su corta vida nunca había visto uno. Se recordó a sí misma que no tenía nada que temer y que ese hombre no le haría daño alguno. Aunque, de eso último no estaba tan segura. —Oh, disculpe…—respondió con una sonrisa tensa, avergonzada de si misma por ser tan miedosa.Dicho esto, con una pequeña reverencia de cortesía le dio la espalda para volver la vista a la puerta ante la permanente mirada de enojo del hombre. Por alguna extraña razón, sentía que entre menos contacto hiciera con ese hombre, mejor para ella. Así pues, con una nueva y real determinación e ignorando las quejas de ese molesto borrach
— Vamos, señor Rupert…— amonestó con cansancio la voz de un hombre joven que se encontraba a espaldas de Alba.«¡Deo gratias!»Exclamó la joven al escuchar la voz de aquel desconocido que llegaba en su rescate. De haber juzgado oportuno, se le habría abalanzado encima para poder besarlo y de esa forma demostrar todo su agradecimiento. Pero sabía que ese tipo de comportamiento no era digno de una jovencita de bien como ella. De modo que prefirió quedarse al margen con una sonrisa tensa adherida a la cara. — Haga el bendito favor de soltar a la pobre muchacha, que culpa no ha de tener con eso de que usted haya perdido otra vez las llaves por andar de jarana por allí.— insistió el recién llegado, esta vez, demostrando que no estaba para bromas. Alba observó en su dirección, encontrándose con la mirada triste y azul de un hombre joven de piel clara. Este por su parte, parecía que no estaba realmente enterado de su presencia.Además, al juzgar por la mueca que llevaba puesta en sus labi
—¡Oh! Mira nada más, Martha, que niña tan bonita ha llegado…— exclamó con burla una de esas mujeres de vida licenciosa cuando ellos hubieron llegado al rellano— ¿Es tu chica Damián? ¡Ah! Si yo sabía que todo esos poemas que me recitabas en las noches eran meras mentiras ¡Mentiroso! Al oír aquellas bromas, Alba sintió como a su corazón se le olvidaba un par de latidos. Muda de asombro, levantó la vista para observar con timidez la nuca de Damián.Le hubiera gustado preguntarle qué ocurría. Pero él , simplemente se mantenía en un silencio taciturno, como si no escuchara las risas chillonas de aquellas mujeres de vida ligera.—Ya, Clara ¿No ves que asustas a la pequeña? — intervino otra mujer, una que a la vista, parecía ser más grande que la tal Clara— además, déjame decirte que es evidente que todo lo que has dicho es verdad… pero, déjame admitirte, amiga mía, que, esa chiquilla tan bonita, dudo mucho que sea su querida…Alba vio con gran horror como aquellas palabras generaban un sil
De pie frente al hermoso escritorio de palo de rosa, Damián observaba con mirada ausente a la supuesta dueña de la gran casona. Quien en ese momento leía la carta con aire de profundo aburrimiento. Quizás lo fuera. Bastaba con verle la cara para intuirlo. Su rictus caprichoso daba a entender estuviera pensando en que toda esa diplomacia era una verdadera perdida de tiempo que le estorbaba. En opinión de Damián, lo era. A fin de cuentas, todo eso terminaba en el mismo lugar. Pero, ese no era asunto suyo. Por eso se guardaba muy bien de mantenerse a distancia.Sin embargo, para su desgracia, por mucho que se esforzase en aparentar un completo desinterés ante aquel tema, nada de aquello le era indiferente. Por la fuerza de convivir con aquella mujer frívola, él podía darse cuenta de todo lo que estaba pensando.Paseó distraído su mirada por el lugar buscando un mínimo detalle que sirviera para ocupar la mente y no pensar en esas cosas. Pero, no le fue tan fácil hacerlo. Ya se conocía