Por mucho que lo avergonzaba tener que admitirlo, Damián se tuvo que reconocer que su mente estaba demasiado agotada y, por esa razón, él no tenía forma de concentrarse en la agradable conversación que ella le ofrecía.
Mientras Alba le comentaba los pormenores del día, él no pudo evitar tomarse el trabajo de escudriñar con detenimiento no solo la forma de ser de ella. Sino también, todos los atributos físicos que se dejaban ver a través de la ropa.Por ese motivo, supo que: No era muy alta, a decir verdad, sospechaba que, si ambos estuvieran descalzos, ella con suerte le llegaría a la mitad del pecho. Ese detalle, junto a su carita angelical provista de unos enormes ojos almendrados del color de las avellanas, le daban un aire de deliciosa fragilidad.«Si lo hago… creo que no me podré quejar de los resultados. Aunque la vieja zorra no cumpla con su parte del trato, creo que de igual forma, yo habría ganado…»Reconoció sintiéndose hechi«Si me hubiera pedido que le enseñara a leer, habría más posibilidades ¡Pero bueno! Por algo se empieza… con el tiempo, podría ser que use eso ¿Qué va? Algo es algo…»Analizó con optimismo mientras se disponía a quitarle los platos de la mano, esta vez, con más cuidado de no tocarla. No quería abusar de ese efecto que tenía sobre ella. Sorprendida y sin palabras mediante, Alba vio como él se levantaba de la mesa, juntaba los platos y los llevaba al lavamanos. Al parecer, no solo era capaz de ayudar a poner las cosas, sino que también pensaba que era su deber lavarlas. «Vaya… si lo pensamos mejor, aunque no tenga soporte económico, habría que reconocer que será un buen esposo cuando se case.»Admitió Alba mientras se acercaba al lavamanos para tomar el trapo y secar la vajilla que él le pasase. Debía reconocerlo, ella nunca llegó a entender ese mandato de que la mujer se ocupara de todo lo referente al hogar y que él hombre no hiciera nad
Tal como él había dicho, no les tomó mucho tiempo esa tarea. En un abrir y cerrar de ojos ya habían lavado y guardado todo. Dejando en la mesa el trapo con el que acababa de secarse las manos, Damián le hizo una seña a Alba para que lo siguiera hasta las bodegas que había detrás de la cocina.. —Sígame por aquí, conozco un atajo para evitar tener que pasar por la primer planta — informó mientras sondeaba la zona minada de barriles y costales. A decir verdad, por más acostumbrado que estuviera a la dinámica de ese lugar, odiaba pasar por la primer planta a esas horas de la noche. Nunca se sabía con exactitud lo que pudiera encontrar en los pasillos del burdel. Por esa razón y por el hecho de que no le parecía correcto tener que exponer a Alba a quién supiera qué escenas indecentes ocurriera allí arriba, él prefería tomar aquel atajo. Una pequeña escalera de caracol que los llevaba al altillo donde vivía. Pero, se detuvo d
Simplemente, mientras seguía a Damián, no pudo apartar la vista de aquella escena. De modo que, a la tras luz de los faroles, tuvo ocasión de presenciar como el vestido de esa mujer era abierto por el escote sin el menor cuidado aparente, para dejar al descubierto un par de grandes pechos caídos de p3zones oscuros y estirados.Pudo ver con lujo de detalle como aquel amante los tomaba entre sus manos apretándolos con rudeza y provocando gemidos de la boca de esa mujer. Vio como ese hombre de aspecto desaliñado bajaba las manos hasta los glúteos de ella, separándole las piernas y tomándola allí mismo, sin la menor intención de buscar un mínimo de intimidad.Sentía sus mejillas arder y un dolor extraño en el pecho, junto con un inusitado calor allí, donde sus piernas se unían. Era la primera vez que presenciaba todo eso, antes, solo había recibido una vaga alusión al asunto. Pero, lo que presenciaba en ese momento, no se le parecía en nada a lo poco qu
Todavía sentía las mejillas acaloradas y el corazón acelerado cuando llegaron al altillo donde él dormía. Aunque lo intentó, no pudo sacarse aquella escena de la cabeza. Era la primera vez que tenía ocasión de ver algo así y, por ese motivo se sentía de una manera que ni ella sabía explicar. Pensando un poco, no se parecía en nada a lo que las monjas le habían explicado. En ningún momento vio besos o caricias. Tampoco hubo ocasión alguna de reconocer ese sentimiento puro, al que tanto llamaban como “Amor”. Menos aun, le pareció que bien podría describir como “sublime” o “mágico” todo aquello. Al contrario, esa escena tan vulgar le pareció espantosa y provista de un salvajismo tal que jamás hubiera creído llegar a ver en seres humanos. Solo por curiosidad, se atrevió a observar de reojo a Damián. Se preguntó qué pensaría de ese espectáculo tan indecente. De nuevo, si esperaba encontrar en él algún tipo de comportamiento sospechoso, se llevó una gran desilusión. Ya que, al juz
En un deprimente y gris día otoñal, Alba, se encontraba mirando la vieja puerta de roble con remaches y ornamenta de oro de una casona de corte imperial. Hacía frío en aquella mañana, motivo más que suficiente para que la joven se decidiera a entrar. Aun así, no lo hacía.«¡Vamos! Solo golpea esa puerta y pide que te lleven ante Madame Lamere para darle esa nota. No es tan difícil, Alba.»Se alentó, sintiendo su corazón aletear con demasiada fuerza en su pecho. Inspiró hondo y se obligó a subir las escaleras del zaguán que la acercaban a la gran puerta de roble con ornamentas de oro. Adentro, en aquella vieja casona, ubicada en la esquina de una diagonal céntrica de la gran ciudad, a la que ella se dirigía con su modesta carta de recomendación, parecía bullir de gente que iba y venía azarosa. La joven apretó, indecisa, contra su pequeño pecho la carta que llevaba en su mano. Tenía miedo, a decir verdad, tenía mucho miedo de lo que fuera a ocurrir allí adentro. Pero, no nos apresure
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!— apremió aquel apestoso borracho con prepotencia.— ¡Muévete!¿Quieres?Al oírlo, Alba se sobresaltó. Conteniendo el aliento, dio la vuelta para observar a aquel extraño con ojos llenos de espanto. Notó como se tambaleaba aun agarrado a la baranda de las escaleras del viejo pórtico de la gran casona. Era solo un borracho de mediana edad. Pero, ella en su corta vida nunca había visto uno. Se recordó a sí misma que no tenía nada que temer y que ese hombre no le haría daño alguno. Aunque, de eso último no estaba tan segura. —Oh, disculpe…—respondió con una sonrisa tensa, avergonzada de si misma por ser tan miedosa.Dicho esto, con una pequeña reverencia de cortesía le dio la espalda para volver la vista a la puerta ante la permanente mirada de enojo del hombre. Por alguna extraña razón, sentía que entre menos contacto hiciera con ese hombre, mejor para ella. Así pues, con una nueva y real determinación e ignorando las quejas de ese molesto borrach
— Vamos, señor Rupert…— amonestó con cansancio la voz de un hombre joven que se encontraba a espaldas de Alba.«¡Deo gratias!»Exclamó la joven al escuchar la voz de aquel desconocido que llegaba en su rescate. De haber juzgado oportuno, se le habría abalanzado encima para poder besarlo y de esa forma demostrar todo su agradecimiento. Pero sabía que ese tipo de comportamiento no era digno de una jovencita de bien como ella. De modo que prefirió quedarse al margen con una sonrisa tensa adherida a la cara. — Haga el bendito favor de soltar a la pobre muchacha, que culpa no ha de tener con eso de que usted haya perdido otra vez las llaves por andar de jarana por allí.— insistió el recién llegado, esta vez, demostrando que no estaba para bromas. Alba observó en su dirección, encontrándose con la mirada triste y azul de un hombre joven de piel clara. Este por su parte, parecía que no estaba realmente enterado de su presencia.Además, al juzgar por la mueca que llevaba puesta en sus labi
—¡Oh! Mira nada más, Martha, que niña tan bonita ha llegado…— exclamó con burla una de esas mujeres de vida licenciosa cuando ellos hubieron llegado al rellano— ¿Es tu chica Damián? ¡Ah! Si yo sabía que todo esos poemas que me recitabas en las noches eran meras mentiras ¡Mentiroso! Al oír aquellas bromas, Alba sintió como a su corazón se le olvidaba un par de latidos. Muda de asombro, levantó la vista para observar con timidez la nuca de Damián.Le hubiera gustado preguntarle qué ocurría. Pero él , simplemente se mantenía en un silencio taciturno, como si no escuchara las risas chillonas de aquellas mujeres de vida ligera.—Ya, Clara ¿No ves que asustas a la pequeña? — intervino otra mujer, una que a la vista, parecía ser más grande que la tal Clara— además, déjame decirte que es evidente que todo lo que has dicho es verdad… pero, déjame admitirte, amiga mía, que, esa chiquilla tan bonita, dudo mucho que sea su querida…Alba vio con gran horror como aquellas palabras generaban un sil