«Por favor, Santa Rita del Niño Jesús, por favor que no haya visto ese comportamiento tan desastroso. Te lo ruego…»
Imploró desesperada. Quizás fuera solo su imaginación y sus propias exageraciones morales. Pero, bajo ningún motivo quería generar una mala impresión en nadie. Ella no era como las mujeres de la primer planta que había visto al llegar y lo quería dejar bien en claro. Suerte para ella, Donna María no solo que no parecía haber visto nada, sino que además, tampoco había escuchado absolutamente nada de lo que no fuera el ruido de las cacerolas. O al menos, eso fue lo que Alba quiso creer cuando la vío ocupada en sus tareas. Más aliviada, volteó a ver hacía la puerta, para dejarle un par de cosas en claro. Pero él ya se había ido dejando el lugar vacío y una intriga que alborotaba su pequeña mente. —¡Oye, niña! ¡No te quedes allí echando raíces!—aprDonna María no pudo evitar reír a carcajadas ante tal ocurrencia. La joven, en su inocente ignorancia, había creído que Damián era un simple mayordomo ¡Nada más alejado de la realidad! Divertida, se secó las lágrimas de risa con la punta de su delantal para luego observar un momento a Alba y negar con la cabeza. Sin dejar de sonreír, volvió a su tarea de armar la masa de hojaldre para la gran tarta de pescado que tenía que hacer ese mediodía. Pero notó como ella seguía desconcertada por su reacción. Lo cierto era que no le parecía una mala chica. Quizás, demasiado ingenua y asustadiza para su edad. Sin embargo, eso no tenía porqué ser algo malo en sí. A fin de cuentas, ya se lo había explicado Damián y Alba se lo acababa de confirmar: La muchacha venía de ser criada en un convento. Lo usual en ese caso era que se hubiera mantenido al margen de la realidad fuera del convento. <
Por un tiempo, siguieron trabajando en silencio, cada una ocupada en su propio trabajo. Pero ese tiempo fue realmente escaso, porque Donna María comenzó a sentir los achaques de sus años en la espalda y en las piernas. Lo cierto era que por eso hablaba tanto. Porque a su edad, a ella le dolía el cuerpo y no podía hacer grandes esfuerzos, como antes. Entonces, para hacer más llevadero ese dolor, ella hablaba. Así espantaba la nostalgia de sus buenos años de juventud y el dolor era más ameno. Pero, ese día parecía que el suplicio no se resistía a irse así como así. — Por cierto, niña ¿Qué tipo de comidas sabes hacer? —se atrevió a preguntar, quizás, Alba podría ser mucho más útil de lo que creían —No es por desdeñarte, pero, si se te da bien hacer algo para la cena, puede que esta noche te lo deje a ti. Realmente no te das idea de lo mucho que necesito descansar.
Había sido un día agotador, pero ella estaba más que acostumbrada a eso, así que no le molestaba en absoluto. Por el contrario, se sentía muy bien al pensar que ese cansancio no era otra cosa que el resultado de haber trabajado. En ese momento, Alba, se encontraba limpiando la cocina y preparando las cosas para el desayuno de la mañana siguiente. Mientras lo hacía, echaba fugases miraditas de ansiedad hacía la puerta. Donna María le había dejado por última labor que se cerciorase de que Damián comiera antes de dar el día por concluido. Aquella mujerona le había asegurado que por esas horas él solía rondar la cocina, como un fantasma silencioso, en busca de alguna sobra con la que llevarse a la boca. Además, todavía quedaba su promesa. Alba no se olvidaba de ese detalle, ese sutil roce y esas palabras susurradas de manera tan velada. Él había dicho que la vería en la noche, así que, por curiosidad, ella pretendía esperarlo.
—Pues, a decir verdad, no… no he tenido tiempo de cenar ¿Por qué lo pregunta, señorita Bernal?— quiso saber Damián, haciendo de cuenta que no se enteraba de nada. En esa vieja casona había muchas cosas que se sabían pero que, por una regla no explícita, no se debía decir a viva voz en cuello. El asunto de su evidente indigencia era una de ellas. Quizás, Alba ya estaba al tanto de ese asunto y solo quería mostrarse amigable con él. Como también podría ser que no supiera nada y solo lo dijera por decir algo cortés. Con las jovencitas criadas en convento, nunca se sabía cuál era la posibilidad más segura. De modo que, él prefirió esperar una respuesta y ver qué ocurría al final. Pero, Alba no le respondió en el momento. Para su fastidio, ella se tomó su tiempo en hacerlo. Prefiriendo, en cambio, jugar al juego de las sonrisas misteriosas. «¡
Por mucho que a Damián le disgustase ese asunto, se tuvo que reconocer así mismo una sola y simple verdad: Él, era un hombre y, ella, una mujer. Por más bien intencionado que fuera, no podía negar que, verla tan inocente y frágil hacia que comenzara a replantearse sus propios límites morales. De modo que, mientras se ponía a la tarea de organizar la improvisaba mesa para la cenar con ella, su mente giró entorno a ese asunto. Sopesó los beneficios de cada una de las posibilidades que se le presentaban.«Si cumplo con el trato de la zorra esa, el mismo al que no di ninguna palabra, podría tener más posibilidades de salir de este agujero y ¿Por qué no? Sacarla a ella de aquí… »Analizó mientras la observaba de reojo acomodar los filetes en sus platos correspondientes. Por mucho que le disgustase todo el asunto y que quisiera salvarla sin que ella sufriera consecuencia alguna, seguía pesando más la indudable v
Por mucho que lo avergonzaba tener que admitirlo, Damián se tuvo que reconocer que su mente estaba demasiado agotada y, por esa razón, él no tenía forma de concentrarse en la agradable conversación que ella le ofrecía. Mientras Alba le comentaba los pormenores del día, él no pudo evitar tomarse el trabajo de escudriñar con detenimiento no solo la forma de ser de ella. Sino también, todos los atributos físicos que se dejaban ver a través de la ropa. Por ese motivo, supo que: No era muy alta, a decir verdad, sospechaba que, si ambos estuvieran descalzos, ella con suerte le llegaría a la mitad del pecho. Ese detalle, junto a su carita angelical provista de unos enormes ojos almendrados del color de las avellanas, le daban un aire de deliciosa fragilidad. «Si lo hago… creo que no me podré quejar de los resultados. Aunque la vieja zorra no cumpla con su parte del trato, creo que de igual forma, yo habría ganado…»Reconoció sintiéndose hechi
En un deprimente y gris día otoñal, Alba, se encontraba mirando la vieja puerta de roble con remaches y ornamenta de oro de una casona de corte imperial. Hacía frío en aquella mañana, motivo más que suficiente para que la joven se decidiera a entrar. Aun así, no lo hacía.«¡Vamos! Solo golpea esa puerta y pide que te lleven ante Madame Lamere para darle esa nota. No es tan difícil, Alba.»Se alentó, sintiendo su corazón aletear con demasiada fuerza en su pecho. Inspiró hondo y se obligó a subir las escaleras del zaguán que la acercaban a la gran puerta de roble con ornamentas de oro. Adentro, en aquella vieja casona, ubicada en la esquina de una diagonal céntrica de la gran ciudad, a la que ella se dirigía con su modesta carta de recomendación, parecía bullir de gente que iba y venía azarosa. La joven apretó, indecisa, contra su pequeño pecho la carta que llevaba en su mano. Tenía miedo, a decir verdad, tenía mucho miedo de lo que fuera a ocurrir allí adentro. Pero, no nos apresure
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!— apremió aquel apestoso borracho con prepotencia.— ¡Muévete!¿Quieres?Al oírlo, Alba se sobresaltó. Conteniendo el aliento, dio la vuelta para observar a aquel extraño con ojos llenos de espanto. Notó como se tambaleaba aun agarrado a la baranda de las escaleras del viejo pórtico de la gran casona. Era solo un borracho de mediana edad. Pero, ella en su corta vida nunca había visto uno. Se recordó a sí misma que no tenía nada que temer y que ese hombre no le haría daño alguno. Aunque, de eso último no estaba tan segura. —Oh, disculpe…—respondió con una sonrisa tensa, avergonzada de si misma por ser tan miedosa.Dicho esto, con una pequeña reverencia de cortesía le dio la espalda para volver la vista a la puerta ante la permanente mirada de enojo del hombre. Por alguna extraña razón, sentía que entre menos contacto hiciera con ese hombre, mejor para ella. Así pues, con una nueva y real determinación e ignorando las quejas de ese molesto borrach