Episodio 1

Sean llegó al apartamento que compartía con su novia Zoe, sus manos temblorosas delataban el nerviosismo que sentía mientras introducía la llave en la cerradura. Cuando la puerta se abrió, el murmullo de una conversación se apoderó de él, señalando que había visitas inesperadas. Lo que menos necesitaba después de un día agotador era enfrentarse a una reunión familiar.

Al entrar, se encontró en la sala con sus padres y los de Zoe, compartiendo anécdotas y risas. El contraste entre su agotamiento y la vivacidad de la escena le hizo sentir una punzada de incomodidad. Su madre fue la primera en notar su presencia y, con una sonrisa cálida, comenzó a levantar las manos y agitarlas.

—Hijo, te estábamos esperando.

Sean caminó hacia ellos, esforzándose por sonreír.

—Hola mamá, papá, no sabía que vendrían hoy. Si lo hubiera sabido, habría llegado más temprano.

Su padre sonrió, levantando su copa para darle un sorbo antes de responder:—Ya sabes lo impaciente que es tu madre. Decidimos sorprenderte.

Sean asintió, ocupando el único sofá disponible, mientras su suegro, con un tono jovial, tomó la palabra: —Estábamos hablando sobre la boda. Margaret ha encontrado una planificadora de eventos espectacular.

La mujer mencionada, sentada a su lado, sonrió con satisfacción.

—Es un poco costosa, pero es la mejor de Italia —dijo, con una sonrisa que irradiaba orgullo y confianza.

Sean sintió una presión creciente en su pecho.

—No tenemos dinero para pagarle a una mujer por hacer algo que podríamos inventar nosotros mismos, si fuera algo más íntimo.

Zoe, notando la tensión en su voz, se acercó y le preguntó suavemente:—¿Amor, te pasa algo? Hace unos días estabas muy entusiasmado.

Sean suspiró, tratando de mantener la calma: —Estoy cansado, Zoe. Las cuentas no dan. ¿De dónde vamos a sacar tanto dinero? ¿Una boda tan grande para qué?

Su madre intervino, con un tono maternal que intentaba calmarlo:

— Mi vida, uno se casa una sola vez con la persona que ama. ¿Por qué no tener lindos recuerdos?

Su padre asintió, añadiendo:

—Es cierto, Sean. Además, tenemos muchos amigos que no podemos dejar fuera en las invitaciones.

Zoe, con una mezcla de ternura y firmeza, se acercó más a él.

—Siempre soñé con una boda de ensueño y eso es lo que quiero.

Sean sintió un nudo formarse en su garganta. Tratando de ocultar su frustración, anunció:

—He encontrado un segundo trabajo para reunir algo de dinero.

—¿De qué se trata? —preguntó su suegro, con interés.

—En una galería de arte en las afueras de Italia —mintió sin titubear—. Trabajo tres veces a la semana y me pagan bien. Pero aún así, no será suficiente en dos meses.

Zoe, siempre optimista, se sentó en el brazo del sofá cerca de él y dijo alegremente:

—Bueno, como no tenemos nada preparado aún y ni siquiera lo hemos hecho público, podemos alargarla un poco más. He esperado seis años, puedo esperar seis meses.

La sala se llenó de un silencio incómodo. Sean sabía que su mentira era una solución temporal, pero no podía evitar sentir una profunda desazón. Mientras miraba a su alrededor, sus padres y los de Zoe continuaban discutiendo los detalles de la boda, ajenos a la tormenta interna que lo consumía. Sabía que había tomado una decisión desesperada, una decisión que podría cambiarlo todo.

Cuando la visita culminó y las despedidas se acercaron a la puerta, Sean sintió un alivio palpable. Soltó un extenso suspiro, liberando la tensión acumulada durante la reunión. Zoe cerró la puerta detrás de sus padres y lo miró directamente, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y determinación.

—¿Qué es lo que pasa, Sean? Noté tu molestia y créeme, mis padres también.

Sean, incapaz de contener su frustración, replicó con un tono cortante:

—Ya dije lo que me pasa, Zoe. No me hagas repetirlo.

Con un gesto impaciente, se dirigió a la cocina en busca de una botella de agua. Zoe lo siguió, su expresión transformándose de preocupación a algo más desafiante.

—¿Pero por qué estás tan arisco? —preguntó, sentándose en uno de los taburetes junto a la barra de la cocina.

Sean apoyó sus manos en la meseta, sintiendo el frío del mármol bajo sus palmas. La frustración lo inundaba y sus palabras salieron en un torrente amargo:

—Si lo que quieres es casarte conmigo, ¿por qué insistes en tener una boda que dure dos días? No somos celebridades.

—No lo somos, pero me gustaría sentirme como una. Quiero que se hable de mi boda por semanas.—respondió Zoe, herida pero decidida.

La mirada de Sean se oscureció. No podía creer lo que estaba escuchando. Se volvió hacia ella, su voz cargada de exasperación: —Déjate de tonterías, Zoe. No podemos permitirnos eso.

El silencio que siguió fue tenso, casi tangible. Zoe se levantó del taburete y se acercó a él, su expresión suavizándose un poco.

—Sean, lo que más deseo es casarme contigo. He soñado con este día desde que era una niña. Quiero que sea perfecto.

—Perfecto no significa lujoso —replicó Sean, tratando de moderar su tono—. Podemos tener una boda hermosa sin gastar una fortuna. Lo importante es que estemos juntos, no cuánto dinero gastemos.

Zoe se cruzó de brazos, su mirada fija en el suelo.

—Entiendo lo que dices, pero también quiero que sea especial. Quiero recordar este día como el mejor de nuestras vidas.

Sean se acercó y la tomó de las manos, buscando un punto medio entre sus deseos.

—Zoe, te prometo que tendremos una boda maravillosa. Pero necesitamos ser realistas. No podemos gastar lo que no tenemos. Necesitamos encontrar un equilibrio.

Ella lo miró a los ojos, las lágrimas brillando en sus pupilas.

— Solo... no quiero que este sueño se convierta en una pesadilla por el dinero, podemos hacer un esfuerzo ahora que conseguiste otro empleo.

Sean la miró, sintiendo su tensión palpable aún. ¿Se podía ser más egoísta?

—Está bien, Zoe, haré todo lo posible por que tengas tu boda de ensueño.

A la mañana siguiente, Sean se despertó con una sensación de inquietud. La habitación estaba sumida en la penumbra matutina, y solo el suave murmullo del ventilador rompía el silencio. Miró a Zoe, quien aún dormía plácidamente, su respiración rítmica y tranquila. No quería despertarla, especialmente después de la tensa conversación de la noche anterior.

Se deslizó fuera de la cama con cuidado, intentando no hacer ruido, y se dirigió a la cocina. Mientras caminaba por el pasillo, los pensamientos sobre su nuevo trabajo a tiempo parcial invadían su mente. La paga era sorprendentemente buena, casi demasiado buena para ser verdad, y esa duda se había instalado en su cabeza como una nube persistente. ¿Qué tipo de bar pagaba tanto por un camarero? Y, lo más inquietante, ¿qué le esperaba en ese ambiente nocturno tan distinto a las aulas de la universidad?

Al llegar a la cocina, Sean se tomó un momento para absorber la calma del hogar. La luz suave del amanecer se filtraba por las cortinas, bañando la cocina en tonos dorados. Era un contraste tan marcado con la inquietud de sus pensamientos que le hizo detenerse y respirar hondo. A menudo encontraba consuelo en las tareas simples y cotidianas, y decidió que preparar el desayuno podría ser justo lo que necesitaba para calmar su mente.

Sacó una sartén y encendió la estufa, dejando que el aroma del café recién hecho comenzara a llenar la habitación. Mientras los huevos chisporroteaban suavemente, sus pensamientos volvían al bar y a Arón Rossi, el dueño. La imagen de Arón, con su sonrisa burlona y actitud desinhibida, no dejaba de rondar en su cabeza. Sean se preguntaba cómo sería trabajar para alguien como él y si realmente podría mantener su empleo en secreto de Zoe.

A medida que los minutos pasaban, el olor del desayuno se intensificaba. Sean se movía por la cocina con destreza, sus movimientos automáticos después de tantos años de rutina. Preparó tostadas y exprimió un par de naranjas, intentando concentrarse en la tarea en lugar de en las preocupaciones que lo asaltaban. Pensó en Zoe, en cómo ella había imaginado su boda, y en cómo él había prometido hacer todo lo posible para cumplir esos sueños. Sin embargo, la realidad económica era una sombra que no podía ignorar.

De repente, sintió una presencia detrás de él. Se giró y vio a Zoe en la entrada de la cocina, envuelta en su bata de dormir, con una expresión somnolienta pero curiosa.

—Buenos días —dijo ella, su voz todavía rasposa por el sueño—. ¿Qué haces levantado tan temprano? Tus clases son en la tarde ¿cierto?

Sean sonrió, intentando esconder su preocupación.

—Buenos días, amor. Quería sorprenderte con el desayuno. ¿Por qué no te sientas y disfrutas mientras yo termino aquí?

Zoe se acercó y le dio un beso en la mejilla antes de sentarse en la mesa.

—Eres un encanto —dijo, observándolo con ternura—. Aunque me preocupa que no hayas dormido bien.

Sean se encogió de hombros, sirviendo los platos.

—Solo tengo muchas cosas en la cabeza. Pero nada que no podamos manejar juntos.

Se sentaron a la mesa y comenzaron a desayunar en un silencio cómodo. Sean observaba a Zoe, preguntándose cuánto tiempo podría mantener su secreto. Sabía que eventualmente tendría que contarle la verdad, pero por ahora, solo quería disfrutar de un momento de paz antes de que el caos del día comenzara nuevamente.

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