La noche comenzaba a caer sobre la ciudad eterna, envolviendo sus calles empedradas y monumentos antiguos en una cálida luz anaranjada.
Sean Dante, profesor de literatura universal en la prestigiosa Universidad de Roma La Sapienza, caminaba cabizbajo por el centro de la ciudad. A sus treinta y ocho años, Sean había alcanzado la cúspide de su carrera académica, con varios doctorados y el respeto de sus colegas. Sin embargo, su reciente compromiso con su novia lo había sumido en una realidad financiera que no había previsto. Las bodas son eventos costosos, y contratar a una wedding planner que se ocupara de cada detalle, resultaba incluso más caro, aunque su salario como profesor era considerable, no era suficiente para cubrir los gastos exorbitantes de una ceremonia tan elaborada. Cada día después de sus clases, Sean vagaba por las calles de Roma, entrando a diferentes negocios en busca de un empleo adicional. Hasta ahora, había sido rechazado en todas partes, y su frustración crecía con cada negativa. Después de varias horas de caminar sin rumbo fijo, casi al borde de la desesperación, sus ojos se posaron en un pequeño bar al final de una callejuela. En la puerta, un cartel blanco con letras doradas llamaba su atención: "Se solicita mesero". Sin pensarlo dos veces, arrancó el papel y entró al establecimiento, decidido a no rendirse. El interior del bar estaba apenas iluminado, con una atmósfera íntima y acogedora. Detrás de la barra, un hombre de mediana edad estaba sumido en cuentas y papeles, levantó la vista en cuanto sintió la puerta ser abierta. —¿Qué se le ofrece? — preguntó el hombre, en un tono serio. — Está solicitando empleado, ¿cierto? Pues yo soy el hombre que busca. — dijo Sean aclarando su garganta y, tratando de sonar seguro. El aparente dueño del local que se encontraba aún detrás de la barra y que hasta ese momento había mantenido una expresión seria, soltó una carcajada burlona en cuanto escuchó su determinación. La risa inesperada molestó a Sean, que sintió cómo su orgullo se veía herido. ¿Qué era lo que le causaba tanta gracia? —No se ofenda, señor... —El hombre hizo una pausa, esperando a que Sean completara la frase. —Me llamo Sean Dante. —Bien, señor Dante, estamos solicitando chicos entre los veinte años con apariencias, ¿cómo le digo? Guapos. Sean, molesto pero manteniendo la calma, replicó: —Es cierto que no tengo veinte años, pero me parece que para llevar una bandeja con bebidas no necesito una maestría. El hombre, que aún no se había presentado, caminó hacia él y, arrebatándole el cartel de las manos, lo leyó en voz alta. —Se solicita empleado joven de apariencia física presentable, entre los veinte años con preferencias por los hombres. Sean se sorprendió al escuchar lo último y, con una mezcla de confusión —¿Es un bar de prostitución? —preguntó. El hombre negó con una sonrisa risueña. —No prostituyo a mis empleados, señor Dante. Es un bar homosexual. Todos los clientes tienen esa preferencia, y comprenderá que no puedo permitir que alguien homofóbico me cause un caos por ver a chicos besándose. Sean negó con la cabeza —No soy homofóbico. — Pero tampoco es gay ¿o sí?— El hombre lo miró con una mezcla de interés y desafío. —Le prometo que haré bien mi trabajo. No le daré problemas. Después de un breve momento de consideración, el hombre extendió la mano. —Bueno, ya que insistes, acompáñame a mi oficina. Por cierto, me llamo Arón Rossi. Sean siguió a Arón por un estrecho pasillo que conducía a una pequeña oficina al fondo del bar. La habitación estaba desordenada, con papeles apilados en un escritorio viejo y lápices mochos esparcidos por todas partes. Una ventana con una cortina desgastada dejaba entrar un tenue rayo de luz que apenas iluminaba los cuadros abstractos mal colgados en las paredes. —Siéntate —dijo Arón, señalando una silla frente a su escritorio. Sean se sentó, tratando de mantener la calma mientras Arón se acomodaba detrás del escritorio y encendía un cigarrillo. —Hay algo que debes conocer antes de iniciar —dijo Arón, después de una larga calada—. Este no es un bar común y corriente para un hombre como usted. Quizás veas cosas que no te agraden —apoyó ambos codos en el escritorio y entrelazó sus manos bajo su mentón. Sean estaba decidido, y no había nada que le impidiera seguir adelante, solo si el propio dueño estaba de acuerdo en aceptarlo, luego de tanta insistencia. — Prometo no interesarme por lo que ocurra aquí. ¿El trabajo es mío? Arón lo miró por un momento antes de asentir. —Tienes el empleo. Si es cierto que te urge y no te vas a meter en asuntos lejanos a tu labor, el sueldo es de 2000 dólares mensuales. Sean se quedó helado al escuchar la cifra. —¿2000 dólares? Arón sonrió. —Digamos que te pagaré por tu silencio. Sean tragó con dificultad el nudo que se formaba en su garganta, no se atrevió a preguntar, ya que eso era parte del trabajo y si quería trabajar ahí, debía mantener la boca cerrada, seria algo provisional hasta que lograra reunir lo suficiente. —Le agradezco que me haya aceptado. —Señor Dante, manténgase al margen de los clientes. No son buena compañía para alguien como usted. Solo son clientes, ¿está claro? Es una línea que no se debe cruzar. — le advirtió. —De acuerdo. Una vez fuera de la oficina, Sean se dirigió a la salida, sus ojos curiosos observando cada rincón del bar. La atmósfera era más oscura y cargada de lo que había esperado. Cerca de la entrada, un grupo de jóvenes jugaba al billar. Los chicos se acariciaban y pasaban el humo de sus cigarrillos de boca en boca, una escena que lo hizo sentirse incómodo y estaba dispuesto a aceptarlo, la primera advertencia había sido claro, es un bar homosexual, por supuesto que verá este tipo de escenas a diario. Apresuró el paso, sujetando su móvil con fuerza. Sus pensamientos lo desquiciaban, y contuvo sus nervios al pasar junto a la mesa de billar. Uno de los chicos, conocido para Sean, se posicionó frente a él, obstaculizándole el paso. Era James Martín, uno de sus estudiantes, que lo miró de arriba abajo con descaro y una sonrisa pícara. —¿Te vas tan rápido, profesor? —curioseó con voz fuerte, erizando la piel de Sean—. ¿Qué sucede, cariño? ¿Te he dejado sin palabras? —susurró cerca de los labios de Sean, que sintió cómo un espeso sudor se adueñaba de sus manos. —¡Déjalo en paz, James! —exclamó Arón, justo detrás de Sean. —Como digas, A. —James sonrió y levantó las manos en señal de redención, alejándose con una última mirada provocadora. —Recuerda, Sean, mantente alejado de los clientes del local, sobre todo de James Martín. No eres su profesor aquí. Sean asintió y se dirigió hacia la salida, sintiendo una mezcla de alivio y tensión. La vida le había llevado por caminos inesperados, y ahora se encontraba en un bar donde nada era lo que parecía. La noche apenas comenzaba, y Sean sabía que este nuevo empleo traería consigo desafíos que nunca había imaginado, y por si fuese poco, el destino lo había llevado directamente hacia su estudiante. James Martín.Sean llegó al apartamento que compartía con su novia Zoe, sus manos temblorosas delataban el nerviosismo que sentía mientras introducía la llave en la cerradura. Cuando la puerta se abrió, el murmullo de una conversación se apoderó de él, señalando que había visitas inesperadas. Lo que menos necesitaba después de un día agotador era enfrentarse a una reunión familiar. Al entrar, se encontró en la sala con sus padres y los de Zoe, compartiendo anécdotas y risas. El contraste entre su agotamiento y la vivacidad de la escena le hizo sentir una punzada de incomodidad. Su madre fue la primera en notar su presencia y, con una sonrisa cálida, comenzó a levantar las manos y agitarlas. —Hijo, te estábamos esperando.Sean caminó hacia ellos, esforzándose por sonreír. —Hola mamá, papá, no sabía que vendrían hoy. Si lo hubiera sabido, habría llegado más temprano.Su padre sonrió, levantando su copa para darle un sorbo antes de responder:—Ya sabes lo impaciente que es tu madre. Decidimos sorpre
James se preparaba para marcharse a la universidad. Cerró la puerta de su casa y, casi al instante, recibió uno de los numerosos mensajes que su mejor amigo, Mark, le había dejado en el buzón de voz aquella tarde. Mark sonaba bastante irritado: "¡Despierta! Estamos esperándote desde hace diez minutos." James guardó su móvil mientras se dirigía al estacionamiento y se subía a su motocicleta.Esa mañana había quedado con Alex y Mark para merendar algo, como solían hacer cada día de la semana en los que tenían la clase del Profesor Dante a primera hora de la tarde. A menudo llegaban tarde, y esto en gran parte se debía a que James disfrutaba molestando al hombre que no solo era su profesor, sino que también ahora, trabajaba en el bar de Arón. La idea de ver al profesor enfadado y, por ende, imponerles castigos absurdos, le resultaba extrañamente excitante.Al estacionar frente a la cafetería, James supo que recibiría una reprimenda por parte de Mark. Tomó una respiración profunda, apar
La tarde avanzaba, y la universidad se llenaba del bullicio típico de los estudiantes. Pero en la mente de James, el eco de la clase seguía resonando, junto con una resolución renovada de llevar su juego un paso más allá. Sabía que cada interacción con Sean era una prueba de límites, y estaba decidido a descubrir hasta dónde podía llegar.Tamborileaba en su cuaderno con la punta del bolígrafo, sintiendo cómo la monotonía de la clase lo consumía lentamente. Cada palabra de la profesora parecía alargarse interminablemente, y su mente vagaba en busca de algún escape. El aburrimiento se mezclaba con un creciente deseo de buscar al profesor Dante, cuya presencia siempre lograba sacudir su día de alguna manera. La profesora continuaba con su monótono discurso, y James, incapaz de soportarlo más, levantó la mano de manera abrupta, interrumpiendo la lección.—¿Qué pasa, señor Martín? —preguntó la profesora, notoriamente irritada por la interrupción.James, con una sonrisa sardónica, respondió
De repente, el ambiente del bar cambió. La puerta se abrió de golpe y un grupo de hombres entró. Eran cinco, todos con miradas duras e intimidantes. La forma en que se movían y la confianza en sus gestos dejaban claro que no estaban allí para disfrutar de una noche tranquila. Sean sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los hombres se acercaron a la barra y pidieron bebidas, sus voces eran firmes y autoritarias. Mientras preparaba sus pedidos, Sean no pudo evitar notar que estaban armados. Las armas eran visibles, asomando de sus chaquetas de cuero, un recordatorio constante del peligro que representaban. El bar, que momentos antes parecía un refugio seguro, se convirtió en un escenario cargado de tensión. El sonido de las bolas de billar cesó y las conversaciones se apagaron gradualmente. Sean entregó las bebidas a los hombres con manos firmes, tratando de no mostrar el nerviosismo que sentía. A su alrededor, el aire se cargaba de una tensión palpable, como la calma antes de un
El reloj marcaba una hora avanzada y Sean sintió la presión del tiempo. El bar se estaba vaciando, el ambiente todavía tenso tras el reciente altercado. Miró alrededor, buscando la salida con la vista, su mente aún atrapada en la confusión de lo que había sucedido entre él y James.—Es tarde y debería irme ya —dijo Sean, su voz traicionando el nerviosismo que intentaba ocultar.James, que permanecía cerca, lo miró con una mezcla de seriedad y algo indescifrable en sus ojos.—Deje que lo lleve en mi moto —sugirió James, su tono firme—. Los tipos de hace un momento deben andar cerca.Sean no sabía a qué temía más: a estar solo con James después de lo que había pasado o a encontrarse nuevamente con aquellos peligrosos hombres. Su mente intentó sopesar las opciones, pero el miedo y la urgencia lo superaron.— Está bien, pero solo porque es tarde —aceptó Sean, tratando de sonar casual.—Claro, profesor. Vamos. Mi moto está detrás.Salieron juntos del bar, el aire nocturno envolviéndolos en
El tiempo pasaba lentamente, cada minuto arrastrándose mientras Sean luchaba por encontrar la calma. Sentía que no podía seguir así, que algo tenía que cambiar. Pero por ahora, lo único que podía hacer era tratar de dormir, de encontrar algún tipo de descanso en medio de su tormento interno. Cerró los ojos una vez más, abrazando la esperanza de que el sueño lo llevaría lejos de sus preocupaciones, aunque solo fuera por unas horas.Finalmente, el cansancio comenzó a hacer efecto, y Sean se sumió en un sueño inquieto. Las imágenes de James seguían presentes, mezclándose con sueños confusos y fragmentados. Zoe seguía durmiendo a su lado, ajena al conflicto que desgarraba a Sean desde dentro. Y en la quietud de la noche, Sean se dio cuenta de que su vida nunca volvería a ser la misma, no después de lo que había pasado esa noche.Sean tenía clases a primera hora de la mañana y, para evitar encontrarse con Zoe y responder a las preguntas que seguramente tendría sobre su llegada tardía, deci
El aula quedó vacía, y Sean se permitió un momento para respirar profundamente, tratando de asimilar todo lo que acababa de descubrir. Reflexionando sobre su falta de obligaciones en el bar esa noche, sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y rápidamente envió un mensaje a Zoe: "Llegaré tarde a casa, tengo que corregir exámenes". Lo guardó de nuevo y salió apresuradamente del salón, esperando que James no se hubiera marchado aún. El pasillo estaba casi vacío, salvo por algunos estudiantes rezagados, y su corazón latía con fuerza mientras se apresuraba hacia la salida.Al llegar al estacionamiento, sus ojos buscaron frenéticamente a James. Para su alivio, lo vio subirse a su moto, ajustándose el casco con un aire despreocupado. Sean alzó la voz, intentando llamar su atención antes de que arrancara.— ¡James! —gritó, caminando rápidamente hacia él—. ¿Quieres ir a un café conmigo? Me gustaría continuar la conversación.James detuvo su movimiento y lo miró con una mezcla de sorpres
— James, no es lo que piensas —comenzó Sean, intentando mantener la compostura—. Tú eres homosexual, a ti te gustan los hombres, y que te sientas atraído por mí no quiere decir que yo tenga que sentir lo mismo.James notó el titubeo en la voz de Sean, la manera en que sus palabras parecían forzadas, y no dejó pasar la oportunidad de presionar.— ¿Por qué me miente? —replicó James, su tono se volvía más insistente—. Cuando lo besé en el bar, usted pudo haberse apartado de mí, incluso golpearme ya que estábamos fuera de la universidad, y no lo hizo. Se dejó besar.Sean sintió un nudo en la garganta. Sabía que James tenía razón, pero admitirlo sería cruzar una línea que había intentado mantener clara.— James, con respecto a ese tema...— No voy a olvidarlo, profesor —lo interrumpió James, su mirada intensa y llena de determinación—. Porque siento que usted sí desea algo más allá de lo correcto. Entonces, dígame, ¿usted se sentía atraído por ese profesor?Sean se quedó callado, sus dedos