El camino de regreso a casa se llenó de un silencio cargado de pensamientos y emociones no dichas. Sean mantenía la vista fija en la carretera, sus manos aferradas al volante, mientras robaba miradas ocasionales a James, quien parecía sumido en sus propios pensamientos, mirando por la ventana. Había algo que Sean deseaba preguntar, pero las palabras se le quedaban atoradas, una sensación de incomodidad que no lograba disipar.Finalmente, James rompió el silencio, mirándolo de reojo con una pequeña sonrisa que mezclaba empatía y curiosidad.—Dime lo que quieres decir, amor —dijo, su tono cálido pero directo.Sean se sobresaltó ligeramente, como si lo hubieran atrapado en pleno acto de indecisión. Se aclaró la garganta y, después de un breve momento de vacilación, habló.—No sabía que conocías al padre de Jin —dijo en voz baja, casi como si dudara en tocar un tema tan delicado.James suspiró, mirando hacia adelante, y luego asintió, con una expresión grave en su rostro.—Es casi imposib
Arrancaron el motor y continuaron en silencio, pero esta vez, el silencio era más ligero, cargado de propósito.El viaje hacia la prisión había sido tenso, cargado de un silencio que incluso Derek, normalmente relajado, parecía respetar. James mantenía la vista fija en la carretera, sus pensamientos en espiral mientras se preparaba mentalmente para el encuentro que estaba a punto de tener. Dos horas de camino lo llevaron a las afueras de la ciudad, donde la prisión de máxima seguridad se alzaba en medio de un paisaje árido y desolado. Las instalaciones eran imponentes, casi opresivas, con sus altos muros coronados de alambre de púas, torres de vigilancia, y oficiales armados en cada esquina, como si el edificio mismo se asegurara de que nadie, ni siquiera la esperanza, escapara de aquel lugar.Cuando llegaron al primer puesto de control, varios oficiales rodearon el auto y revisaron cada rincón, inspeccionando documentos y comprobando que no llevaran armas. James notó la atención minu
La mano de Sean temblaba ligeramente mientras sostenía el teléfono con fuerza, mirando la pantalla con los ojos vidriosos y la respiración agitada. Sus dedos, blancos por la presión, presionaban el botón de llamada una y otra vez, casi desesperado, como si insistir pudiera forzar a James a contestar. En su mente, las peores imágenes comenzaban a invadirlo. Sabía que Riso era un hombre peligroso, alguien que no tenía escrúpulos ni respeto por la vida ajena, y su esposo había ido directamente a enfrentarse a él en su territorio, a decirle que iba a quedarse con lo único que podría hacerle vulnerable: su hijo.—Por el amor de Dios, James, ¡contesta el maldito teléfono! —gritó Sean a la pantalla, casi con lágrimas en los ojos, sintiendo que la angustia le devoraba por dentro.Intentó marcar de nuevo, esta vez al número de Derek, su cuñado, con la esperanza de que al menos él respondiera. Pero cada intento era en vano; ambos parecían inalcanzables, como si estuvieran en otro mundo. Su resp
Sean dejó escapar un suspiro, aún algo tenso pero mucho más tranquilo. Sabía que podía confiar en James y en Derek, pero el temor persistía en su corazón, un temor que venía del amor profundo que sentía por su esposo. No quería que nada los pusiera en peligro, pero entendía también que el deseo de formar una familia era una necesidad en ambos, algo que los había unido y que ahora los guiaba hacia un futuro nuevo, más allá de los riesgos y las amenazas.—No tienes idea de lo que significas para mí, James —murmuró, dejando que el alivio le llenara mientras lo miraba con una intensidad casi dolorosa—. Te amo, y no soportaría que algo malo te sucediera por esto.James le sonrió, acercándose de nuevo para rodearlo con sus brazos y besarle suavemente la frente.—Nada ni nadie nos detendrá, Sean. Vamos a construir esta familia juntos, y lo haremos como siempre: a nuestra manera, sin miedo y sin que nadie nos diga lo contrario.Sean soltó un suspiro entre cansado y resignado, todavía aferrado
La noche comenzaba a caer sobre la ciudad eterna, envolviendo sus calles empedradas y monumentos antiguos en una cálida luz anaranjada. Sean Dante, profesor de literatura universal en la prestigiosa Universidad de Roma La Sapienza, caminaba cabizbajo por el centro de la ciudad. A sus treinta y ocho años, Sean había alcanzado la cúspide de su carrera académica, con varios doctorados y el respeto de sus colegas. Sin embargo, su reciente compromiso con su novia lo había sumido en una realidad financiera que no había previsto.Las bodas son eventos costosos, y contratar a una wedding planner que se ocupara de cada detalle, resultaba incluso más caro, aunque su salario como profesor era considerable, no era suficiente para cubrir los gastos exorbitantes de una ceremonia tan elaborada.Cada día después de sus clases, Sean vagaba por las calles de Roma, entrando a diferentes negocios en busca de un empleo adicional. Hasta ahora, había sido rechazado en todas partes, y su frustración crecía
Sean llegó al apartamento que compartía con su novia Zoe, sus manos temblorosas delataban el nerviosismo que sentía mientras introducía la llave en la cerradura. Cuando la puerta se abrió, el murmullo de una conversación se apoderó de él, señalando que había visitas inesperadas. Lo que menos necesitaba después de un día agotador era enfrentarse a una reunión familiar. Al entrar, se encontró en la sala con sus padres y los de Zoe, compartiendo anécdotas y risas. El contraste entre su agotamiento y la vivacidad de la escena le hizo sentir una punzada de incomodidad. Su madre fue la primera en notar su presencia y, con una sonrisa cálida, comenzó a levantar las manos y agitarlas. —Hijo, te estábamos esperando.Sean caminó hacia ellos, esforzándose por sonreír. —Hola mamá, papá, no sabía que vendrían hoy. Si lo hubiera sabido, habría llegado más temprano.Su padre sonrió, levantando su copa para darle un sorbo antes de responder:—Ya sabes lo impaciente que es tu madre. Decidimos sorpre
James se preparaba para marcharse a la universidad. Cerró la puerta de su casa y, casi al instante, recibió uno de los numerosos mensajes que su mejor amigo, Mark, le había dejado en el buzón de voz aquella tarde. Mark sonaba bastante irritado: "¡Despierta! Estamos esperándote desde hace diez minutos." James guardó su móvil mientras se dirigía al estacionamiento y se subía a su motocicleta.Esa mañana había quedado con Alex y Mark para merendar algo, como solían hacer cada día de la semana en los que tenían la clase del Profesor Dante a primera hora de la tarde. A menudo llegaban tarde, y esto en gran parte se debía a que James disfrutaba molestando al hombre que no solo era su profesor, sino que también ahora, trabajaba en el bar de Arón. La idea de ver al profesor enfadado y, por ende, imponerles castigos absurdos, le resultaba extrañamente excitante.Al estacionar frente a la cafetería, James supo que recibiría una reprimenda por parte de Mark. Tomó una respiración profunda, apar
La tarde avanzaba, y la universidad se llenaba del bullicio típico de los estudiantes. Pero en la mente de James, el eco de la clase seguía resonando, junto con una resolución renovada de llevar su juego un paso más allá. Sabía que cada interacción con Sean era una prueba de límites, y estaba decidido a descubrir hasta dónde podía llegar.Tamborileaba en su cuaderno con la punta del bolígrafo, sintiendo cómo la monotonía de la clase lo consumía lentamente. Cada palabra de la profesora parecía alargarse interminablemente, y su mente vagaba en busca de algún escape. El aburrimiento se mezclaba con un creciente deseo de buscar al profesor Dante, cuya presencia siempre lograba sacudir su día de alguna manera. La profesora continuaba con su monótono discurso, y James, incapaz de soportarlo más, levantó la mano de manera abrupta, interrumpiendo la lección.—¿Qué pasa, señor Martín? —preguntó la profesora, notoriamente irritada por la interrupción.James, con una sonrisa sardónica, respondió