Veintitrés

El irrefrenable deseo de gritar se mete por mis poros e invade cada centímetro de mi cuerpo. Me centro en observar a Giuli intentar por todos los medios arreglar el caos en tan solo un par de minutos; por supuesto que falla, pero mirarla proporciona un ancla en mi para evitar sucumbir al pánico impregnado de locura.

Lo primero que acomoda son los barnices, cada uno formado de acuerdo a los colores del arcoíris, una vez que coloca el último barniz, espiro una profunda bocanada de aire que, sin darme cuenta, contenía. Parpadeo un par de veces antes de acercarme lentamente a la cama y tomar mi teléfono, el cual tiene carga completa. Una vez que lo desbloqueo noto el cambio en el fondo de pantalla que pasó de flores azuladas a la foto en donde estoy dormida en el sillón la madrugada de la masacre.

Algo dentro de mí está mal, pues fuera de sentir ese terror que apenas debería permitirme respirar, estoy tranquila, las manos ni siquiera me tiemblan. Entro a la galería debido a una corazonada
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