Tres

Regreso al dormitorio aun en shock. No puedo creer que olvidé el pequeño detalle del vidrio, ahora sí podrán hilarme al crimen. Solo con un tinaco de suerte, la policía no lo encontrará o no lo procesará o no lo tendrá en cuenta. ¡Esta masacre se hará viral! Harán todo por encontrar culpables.

Estoy jodida.

Independientemente de lo que ocurra, no arrastraré a mi m****a a los demás, este error es mío y tendré que pagar por ello. Me lo merezco.

Una profunda angustia nace en mi mente y se clava en mi corazón. ¿Cómo pudo ocurrir semejante masacre y no darme cuenta? La forma tan violenta en que fueron asesinados no pudo pasar desapercibida. Debió haber gritos de terror, palabras de súplica y lamentos de dolor. Por muy ebria que estuviera debí escuchar algo, todos debimos escuchar algo. A menos que, estuviéramos drogados y eso es malo porque jamás me drogaría por voluntad propia; eso significa que alguien lo hizo por mí.

Trato de recordar, pero es inútil. Me viene a la cabeza una voz suave, rítmica y tranquila. Está tarareando una canción desconocida, me provoca miedo, pero al mismo tiempo me cautiva. Es algo muy lejano y borroso, más que un recuerdo, parece un invento desesperado de mi mente por llenar el vacío.

Siete jodidos muertos y una de las víctimas es Raquel.

La puta madre. Si pienso en ella, no logro evocar el recuerdo de su sonrisa ni de su voz alegre, cada vez que la imagino diciendo que construirá una carretera enorme, solo veo su rostro hinchado, los labios azulados y los ojos sin vida inyectados en sangre. Me causa pena Dalia porque ella la vio colgada, pero si la hubiese visto yo, seguramente me quedo traumada de por vida.

Comienzo a cantar canciones de elefantes que se columpiaban para no revivir la escena completa en mi mente. Fue demasiada sangre, tan explícito, tan infame.

Giuliana sigue durmiendo profundamente, se ve tan calmada que me da envidia. No creo que pueda volver a dormir, voy a tener que ver a un terapeuta, si no, las imágenes rondarán mi cabeza para siempre y en algún punto perderé la cabeza.

Un potente retortijón nace en mi estómago y vomito en el lavabo. Mis arcadas son sonoras, la quemazón en la garganta es dolorosa. El producto es amarillo-verdoso, tiene que ser bilis, no he comido nada desde hace más de doce horas. Me miro en el espejo, lo que me devuelve la mirada es un retrato bizarro de mí. Mi piel oscura se nota pálida, no blanca, por supuesto, pero me veo enferma; las ojeras moradas se acentúan por ello. Mis ojos oscuros lucen exhaustos. El cabello ondulado y castaño aún está mojado, parece una descuidada enredadera. Me veo fatal

Dentro de todo, una idea que estaba evitando por sacar a la luz se abre paso entre mis pensamientos. Es un oscuro presentimiento que no externaba por una obvia razón; no querer ser presa del terror.

Pero la interrogante es imposible de ignorar. De once personas, cuatro sobrevivimos. Alguien decidió asesinar horriblemente a los demás y nos dejó vivos a nosotros ¿Por qué había alguien encerrado en el clóset, alguien despertó en un rincón bajo una maceta y otra chica apareció en el baño? ¿Por qué sobreviví y estaba cómodamente dormida en un sofá?

La habitación comienza a dar vueltas, mi visión se torna borrosa al tiempo que una punzada atraviesa mi abdomen. Y entonces todo se vuelve negro.

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"Kendra, reacciona, por favor di algo. Kendra. ¡Kendra!"

Un latigazo caliente traspasa mi mejilla. Un adormecimiento se adueña de ella y baja hasta mi cuello. ¿Qué carajo? Me han dado una bofetada. Trato de hablar, pero lo único que escucho son quejidos, un dolor en el hombro derecho me impide levantar correctamente, las piernas no me responden, apenas logro mover un pie. Poco a poco, voy abriendo los ojos, la luz es molesta para mi sensible vista, que quiten el maldito foco de mi cara. ¿No ven que van a dejarme malditamente ciega?

―¡A huevo! ―exclama una voz ligeramente familiar―. Está reaccionando. La bella durmiente no estiró la pata.

Inútil de m****a, está viendo que no puedo ni moverme y todavía se pone a hacer bromitas. ¿Se cree comediante? Don comedia nos va a matar de risa.

Entrecierro los ojos para enfocar la mirada, reconozco a Giuli quien me mira con preocupación, hasta ahora me doy cuenta de que tengo una toalla húmeda en la frente y ella la sostiene. Al otro lado hay una chica de cabello color caoba. Tengo su pelo casi en mi boca, es imposible no notarlo. Todavía tiene la mano alzada, perfecto, ha sido delatada; ella me abofeteó.

A lo lejos, recargado en una pared, está el chico de la lotería... Joan. Me observa con la cabeza ladeada y la boca entreabierta. Él es el dueño de la voz familiar, ahora lo reconozco. Y a todo esto, ¿quién es la chica que nunca en mi vida he visto?

―Estoy bien ―me levanto y el dolor del hombro se extiende hasta el codo―. ¿Qué es todo esto?

Me quito la toalla de la frente y la aviento. Sé que Giuli lo hizo con ánimos de ayudar, pero me siento abrumada, necesito que se alejen de mí.

―Te caíste, o eso creo, me desperté y te encontré tirada en el piso, traté de despertarte, pero no reaccionabas ―luce apenada―. Tuve que pedir ayuda.

Pues por eso me duele como la m****a el hombro. ¡Caí sobre él! Menos mal no me pegué en la cabeza... Aunque si el golpe me borraba la memoria, habría sido beneficioso, el suceso ya no me atormentaría. Oh, no, ¿ya se sabrá? ¿Qué hora es?

―Las nueve con cinco.

Al parecer la pregunta salió en voz alta, pues Joan me muestra su reloj desde lejos. ¿De verdad cree que veo una m****a desde aquí?

―¡Es por acá!

Alguien grita dos segundos antes de que otra chica y una mujer de bata blanca entren a la habitación ¿Mandaron traer a una doctora?

―Me dicen que te llamas Kendra, ¿cómo te sientes?

Me echa una luz en los ojos para revisar mis reflejos, escucha mi corazón y también mis pulmones. Todos, repito, todos me están viendo. Me siento como un sujeto experimental.

―Estoy bien, creo que me desmayé.

―¿Qué es lo último que recuerdas?

No creo que le agrade la confesión de que desperté en una casa desconocida rodeada de cadáveres.

―Salí de tomar la ducha, me vestí, vine a lavarme los dientes y... Me caí.

No me fijé en las cámaras de seguridad, cualquiera pudo grabar mi llegada, mi ida y de nuevo mi llegada. Si la policía pide las cintas de seguridad, podría salir ahí. Todo esto no puede ser real.

Entonces un haz de luz ilumina la potente oscuridad en mi cerebro; se trata del teléfono móvil. Lo dejé en el bolsillo de la sudadera negra, mis ojos mueren por volar hacia el lugar en donde escondí la bolsa de plástico con la ropa. Tengo la ligera esperanza de que en el teléfono aparezca alguna pista de lo que ocurrió.

La enfermera me ofrece hacer unos análisis de sangre para cerciorarse de que no tenga anemia o alguna otra cosa. Obviamente me niego, nada de análisis por este fin de semana. Una vez que se quedan tranquilos y saben que no volveré a desvanecerme, se van. Las chicas desconocidas, resulta que son vecinas de habitación, con ellas compartimos cocineta. Les agradezco por preocuparse y ayudar.

Giuli me insiste una y otra vez en acompañarla a un Starbucks para desayunar y comprar café, a pesar de que le he dicho que no. Por dios, sí que es irritante. Una vez que se van, me doy un respiro, en medio de mi soledad me siento mucho más tranquila. Busco el teléfono y rápidamente lo pongo a cargar. Para distraerme, me dedico a revisar la ropa: Mis pantalones de mezclilla tienen gotas de sangre, podrán ser de mi pie o de cuando limpié la sangre o incluso de cuando resbalé con el charco. Los tenis los lavé desde que hicimos limpieza en la casa, pero dudo poder usarlos de nuevo.

Antes de volver a guardar las cosas en la bolsa, le echo un vistazo a la sudadera. Es al menos tres tallas más grandes que la mía. Y no es mi estilo: lisa, oscura, opaca. Por algún instinto acerco la nariz y olfateo. Me pega de lleno el aroma a madera, naranja y... ¿canela? Estuve tan impactada en la madrugada que ni noté el aroma. Es una mezcla que en principio no me causa reacción alguna, pero después me embarga una sensación de angustia inexplicable, es tanta mi aflicción, que me empiezo a sofocar.

Okey, tranquila, debo respirar. No pasa nada, solo es un aroma. Meto la sudadera y corro de vuelta al teléfono. Ha cargado al diez por ciento, lo prendo y busco cualquier fotografía que funja como pista. Nada, la última es la mía con Juan Pablo de la vez que fuimos a un centro comercial en Sores. Ahorita que ando de impulsiva, aprovecho para eliminar la foto. Fuera de eso, no hay nada más.

Tengo una llamada perdida de Raquel a las doce con cinco minutos, después le marqué y la llamada duró cuarenta segundos. A las doce y media le marqué a Raquel y no contestó. Antes de eso, como a las siete de la noche, me marcó mi mamá. Eso sí lo recuerdo, le dije que estaba ocupada haciendo tarea y le colgué. Ya estaba por entrar a la fiesta.

Mis redes sociales también están tal cual las dejé antes de olvidar todo, ninguna publicación extraña ni fuera de lugar. Busco desesperadamente en cualquier lado, pero todo está como si nada... Y entonces llego a las carpetas de mis documentos y veo uno que atrae mi atención. Está en P*F, se llama Dulces sueños.

Lo abro y es una imagen de mí, soy yo durmiendo en el sillón de la casa. Caigo de rodillas, esto es demasiado, es excesivo. Alguien me tomó una fotografía, la convirtió en un archivo P*F y lo metió en mi teléfono. ¡Tomaron mi teléfono mientras estaba dormida! ¿Qué clase de mente retorcida haría eso? ¿Habrá sido después de la masacre o antes? ¿Y si la tomó el asesino y quiere que sepa que me dejó viva por una enferma razón que solo él conoce?

No puedo procesarlo. Ni siquiera me puedo mover. Durante unos segundos, minutos u horas me recuesto en el suelo en posición fetal. Me insto a ponerme en pie, a juntar el valor para ir con la policía, ellos seguro podrían protegerme. Es lo correcto y la mejor opción, prefiero eso antes que ser acosada por un trastornado.

Tomo el teléfono, tomo la bolsa de ropa y salgo decidida a mantenerme a salvo. Me cercioro de que ningún chismoso esté viendo. Pongo un pie fuera, pero suena un chirrido agudo y siento que la vida se me va. Corro lo más rápido que puedo, mi vida corre peligro, me ha encontrado el asesino.

Llego a las escaleras y me doy de frente con alguien. Grito lo más fuerte que puedo, ya está, voy a morir, pero no me iré en silencio.

―Supe que eras subnormal desde que te vi ―oh, m****a, es Tristán―. Ahora sé que estás loca. Loca y tabla no es una buena combinación.

El pavor irracional que me provocó la idea de ser asesinada es reemplazado a la velocidad de la luz por confusión y posteriormente ira. ¿Qué se cree este pendejo?

―Seré tabla, pero al menos no soy prófuga del ácido fólico.

Sonrío y agarro la bolsa con más fuerza.

―Fingiré que no oí tu comentario.

―Fingiré que no te encontré ―lo empujo con el hombro―. Con permiso.

Antes de poder dar dos pasos, Tristán me toma del brazo. Su tacto es frío, una escalofrío me recorre el cuerpo entero. ¿Qué m****a?

―Hey, tranquilo ―me alejo de él lo más posible ―. Existe el espacio personal, ¿lo conoces? Metro y medio de separación.

―Eres peor que irreverente, ¿no? ―dice con voz severa, sus ojos no se despegan de los míos, no debo mostrar debilidad―. Escucha bien, no me interesas, no me agradas, pero tenemos que entregar el proyecto y no permitiré que por incompetencia mis notas se vean comprometidas. O haré que te arrepientas.

―¿Quién?

―Yo lo haré.

―Te preguntó.

Tengo tantas ganas de soltar la carcajada y salir corriendo, pero su mirada fría y gélida me mantiene en mi lugar. Tristán tensa la mandíbula mientras me mira con desagrado. La tensión es tanta, que necesito decir algo, lo que sea. Por suerte él me gana.

―Cuando madurez y quieras hablar profesionalmente, me buscas.

Se da la media vuelta para irse. Espero un minuto y entonces sigo mi camino.

Atravieso el campus a paso tranquilo para fingir que todo está bien. Son pocos estudiantes que pasean, la mayoría son atletas o ratones de biblioteca que van a estudiar. El camino corto hacia las afueras y la parada de autobús más cercano consiste en un callejón entre dos edificios modernos; es mejor para mí, así no salgo en cámaras y soy libre de miradas indiscretas. Estoy por atravesar el pasillo cuando mi teléfono vibra.

Se trata de un mensaje de un número desconocido. "Te recomiendo no abrir la boca". Volteo hacia todas partes, pero la única alma viva es una chica con audífonos que se mueve al son de la música. Y está lejos.

De acuerdo, el callejón no será. Prefiero ir por el camino largo. Pero antes de poder moverme, unos brazos fuertes me sostienen y una mano enguantada me tapa la boca. Pataleo, intento gritar, morder, me remuevo tan violento como si estuviera convulsionando. Los brazos ejercen más presión sobre mí a tal punto de cortar mi respiración. Voy a morir asfixiada. Gruesas lágrimas surcan mi rostro, no me daré por vencida, si voy a morir, será peleando.

Dos finos cortes cruzan por mi cuerpo. Uno cercano a la clavícula y otro en la mejilla. Siento el caliente escozor antes de sentir el líquido viscoso que debe ser sangre.

El atacante me lanza con fuerza lejos de él. Colisiono con una pared, reboto y caigo de sentón. Mis sollozos son audibles, mis quejidos deberían resonar por toda la puta universidad. Maldito hijo de perra, me cortó. Toco las heridas y veo la sangre en mis manos. Oh, dios. Fui atacada a plena luz del día a mitad del campus. Pego la espalda a la pared más cercana mientras me abrazo a mí misma, esto está mal, es una pesadilla. El teléfono se me ha caído, está a mi lado, es por eso que veo el siguiente mensaje que me llega. "No quieras joder conmigo."

―¿Necesitas ayuda?

Jadeo al escuchar la voz y levanto la cabeza. Una figura alta se acerca a mí, pero me alejo, no quiero que me toquen. La persona se queda quieta, ladea la cabeza y luego se acerca. No me toca, solo se inclina a mi lado y pone su rostro al nivel del mío. Santa m****a: Es Ventura Diener.

―Tranquila, te vi caer y pensé que necesitarías ayuda.

Estoy temblando incontrolablemente, tengo tanto frío que terminaré con hipotermia.

―Había alguien, estuvo aquí... Él...

Las palabras mueren en mi boca, el nudo en la garganta es tan doloroso que me impide hablar.

―No vi a nadie ―sus ojos verdes examinan mi rostro―. Estás herida

Saca un pañuelo del interior de su saco y lo acerca a la herida de mi mejilla. En un arco reflejo me alejo, pero él me lanza una mirada suplicante y vuelve a intentarlo. Esta vez dejo que me limpie.

―No es grave, estarás bien ―también limpia la zona de mi clavícula, su tacto es cálido―. ¿Te llevo al servicio médico?

No, van a pensar que estoy salada. Primero me desmayo, luego me atacan... ¿Debería denunciar el ataque? Recuerdo el mensaje del número desconocido y desecho la idea de mi mente. Aparte... ¡La bolsa con mi ropa ha desaparecido! ¡No! Puta verga.

―No, está bien... No pasa nada.

Me ayuda a levantar e insiste en acompañarme a mi habitación. Llegamos a la residencia estudiantil y dos chicas que van saliendo abren ampliamente los ojos cuando me ven llegar con Ventura. Esto es increíble, de estar en mis cinco sentidos estaría sumamente sorprendida, pero con todo lo que acabo de pasar, no puedo carburar que Ventura Diener, quien es todo un adonis, me sostiene del brazo para equilibrarme.

Una vez que estamos en el umbral de mi puerta, titubeo. Todos le temen a los Diener por un rumor idiota, varios rumores sin fundamento. Podré haber sido atacada, pero no por eso me volví estúpida.

―Gracias por ayudarme, estaba asustada.

Pero Ventura no me mira, está concentrado en su teléfono móvil. Su expresión es de desconcierto, pero también de incredulidad. Abre la boca y murmura un: "¿Qué clase de enfermo hace esto?" Y entonces me mira. Sus ojos reflejan preocupación y... ¿Miedo? Me muestra la pantalla.

"Seis estudiantes universitarios son hallados muertos en casa de uno de los fallecidos. Fueron brutalmente asesinados, se pide respeto para sus familiares y su memoria." Adjunta hay una fotografía de la casa, por suerte no subieron fotos de los muertos, habría sido demasiado.

Esa noticia ya me la sabía, yo desperté ahí junto a otros cuatro sobrevivientes. El terror que siento no es por eso, el pánico que comienza a apoderarse de cada pensamiento que tengo no es por la imagen de Raquel ahorcada, o el chico bañándose en sangre. No, el verdadero terror proviene de la misma noticia. Seis estudiantes universitarios son hallados muertos... Pero no eran seis, cuando nos fuimos de ahí, había siete muertos.

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